Home > Archivo > 03 - 2006 > Un taller de arte en el corazón del Vaticano
ARTE
Sacado del n. 03 - 2006

Un taller de arte en el corazón del Vaticano


El Estudio del Mosaico vaticano nació en el siglo XVI. Controla y restaura los diez mil metros cuadrados de mosaico que hay en la Basílica de San Pedro. De su taller salen continuamente riquísimos mosaicos encargados por particulares o por el Papa, que a menudo los regala durante las visitas oficiales.


por Pina Baglioni




La elaboración en mosaico de una vista de la plaza de San Pedro

La elaboración en mosaico de una vista de la plaza de San Pedro


Apartado y discreto, ocupa la parte de la Ciudad del Vaticano que fue el antiguo hospicio de Santa Marta. Encajonado entre dos arcos, a la sombra de la Sala de las Audiencias, a dos pasos de la placita de la Sacristía y de la plaza de los Protomártires cristianos, el Estudio del Mosaico vaticano no da mucho que hablar de sí. El 23 de noviembre del año pasado, sin embargo, este laboratorio de arte fue noticia: el día en el que le fue presentado oficialmente a Benedicto XVI su retrato musivo, un tondo realizado precisamente por los artistas del Estudio, en cartón del pintor piacentino Ulises Sartini. Retrato que fue a hacerle compañía a los otros doscientos sesenta y cuatro de la Serie cronológica de los Sumos Pontífices, que adornan las naves de la Basílica de San Pablo Extramuros. Todos salieron, a partir de 1847, de las manos de los artistas del mosaico del Estudio vaticano.
Y sin embargo, una vez atravesado el umbral, nos encontramos inesperadamente en una especie de lugar de las maravillas: un verdadero taller, donde diez artistas con bata blanca, en religioso silencio, tejen pacientemente sus minúsculas tramas coloreadas, creando composiciones en mosaico de gran belleza. En las manos de la primera mosaicista que encontramos están tomando forma los celebérrimos Girasoles de Vincent Van Gogh: dentro de poco la obra volará a los Estados Unidos, probablemente a la casa de un americano. Damos unos pasos más y llegamos al horno, donde, a la manera de los antiguos alquimistas, otro artista del Estudio está fundiendo el esmalte para crear nuevos tonos de color. En fin, más adelante, entramos en un ambiente que, a simple vista, parece una antigua botica, con cientos y cientos de cajones de madera: es el almacén de los colores. Cada cajón tiene un número y cada número corresponde a un color de esmalte: veintiséis mil colores en total.
Del taller salen continuamente joyas en mosaico de todos los tamaños. Una vez realizados, se exponen en una pequeña “galería de arte”, justo al lado de la sala larga y estrecha del taller: desfilan ante nuestros ojos las reproducciones en mosaico de las imágenes de la Virgen de Guadalupe, venerada en el homónimo santuario de Ciudad de México, de la Virgen del Perpetuo Socorro, cuyo cuadro está en la iglesia romana de San Alfonso María de Ligorio, y de la Madre del Buen Consejo del santuario de Genazzano, en la provincia de Roma. Especial emoción nos provoca el ejemplar del antiquísimo mosaico de Cristo que se encuentra en el Nicho de los Palios, en la Tumba de Pedro, en las Sagradas Grutas de la Basílica. No hay solo temas sagrados, sino también copias de obras maestras pictóricas de Monet, Chagall, Rouault. También deliciosas obritas de “caballete” con las vistas de la plaza de San Pedro, del Coliseo y los Foros romanos.
Un extraordinario impacto visual que, sin embargo, no le hace justicia a la importancia del lugar. Un lugar cargado de historia y de empresas artísticas titánicas, y nos quedamos cortos.

La diplomacia de los dones
Es una historia que se entrelaza con la de la Basílica. Por lo menos desde 1578. Es decir, desde que el papa Gregorio XIII decidió comenzar la decoración en mosaico de la nueva San Pedro. Tanto es así que el Estudio está ligado desde sus orígenes a la Reverenda Fábrica de San Pedro. Y como un antiguo taller de arte, aquí los más antiguos transmiten a los jóvenes artistas técnicas y secretos que no cambian desde hace siglos. El Estudio del Mosaico vaticano tiene una función doble: la conservación y restauración de los mosaicos que cubren la Basílica (muy trabajoso fue el de la Capilla del Santísimo Sacramento entre 1992 y 1993); y la realización de obras musivas para la venta al público inspiradas en las obras maestras del arte sacro y profano, antiguo, medieval, moderno y contemporáneo. También por encargo y de cualquier tamaño. En los últimos años los encargos han llegado de muchas partes del mundo como Estados Unidos, América Latina, Oriente Medio y África.
Pero hay otro aspecto de enorme fascinación. Muchos de los regalos que hace el pontífice a los jefes de Estado y a los soberanos extranjeros son a menudo mosaicos realizados por el Estudio vaticano. Una costumbre tan antigua que se podría contar una especie de “microhistoria diplomática” a través de los regalos papales: recordemos, por ejemplo, la celebérrima mesa en mosaico con la representación del escudo de Aquiles, que el papa León XII donó en 1826 al rey de Francia Carlos X: un gesto de agradecimiento al soberano que había favorecido el intercambio comercial de las naves pontificias en las aguas del Mediterráneo. El papa Benedicto XVI, con motivo de su primera visita al Quirinal, entró a formar parte de la tradición regalándole al presidente de la República italiana Carlo Azeglio Ciampi la reproducción en mosaico de la Salus populi romani, la imagen de la Virgen venerada desde hace siglos en la Basílica de Santa María la Mayor. Mientras que el pasado verano, en su viaje a Alemania, el Papa le llevó al presidente de la República Federal de Alemania, Horst Köhler, un mosaico con la representación de una vista del Coliseo del siglo XIX. Pero la “diplomacia de los dones” también tiene otras páginas extraordinarias que contar. Juan Pablo II, por ejemplo, en su viaje a la isla de Cuba, le regaló al líder máximo Fidel Castro la reproducción del Cristo del Nicho de los Palios de las Grutas Vaticanas. Era uno de los temas preferidos por el papa Wojtyla: lo llevó consigo muchas veces en sus viajes para regalárselo a los poderosos de la tierra. Al rey de Marruecos, en cambio, le regaló un paisaje y lo mismo hizo con el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton.
Como ya se ha dicho, junto a la reproducción de imágenes sagradas y obras de arte célebres, el Estudio tiene otra función, que podemos decir que se las trae: la conservación y restauración de los diez mil metros cuadrados de mosaicos que tapizan casi toda la Basílica de San Pedro, considerando los revestimientos interiores de sus once cúpulas, de los retablos y los frontales del altar. Decoraciones que comenzaron a partir de la segunda mitad del siglo XVI hasta buena parte del siglo XIX.


La presentación
del medallón
con el retrato 
de Benedicto XVI,
realizado por los artistas del Estudio sobre un cartón del artista Ulisse Sartini
y colocado en la nave derecha de la Basílica
de San Pablo Extramuros junto
al de Juan Pablo II

La presentación del medallón con el retrato de Benedicto XVI, realizado por los artistas del Estudio sobre un cartón del artista Ulisse Sartini y colocado en la nave derecha de la Basílica de San Pablo Extramuros junto al de Juan Pablo II

Roma gana a Venecia: el more romano del mosaico
Todo comienza en la segunda mitad del siglo XVI, cuando el papa Gregorio XIII decidió decorar, sobre todo en mosaico, la nueva Basílica de San Pedro, surgida por iniciativa del papa Julio II a partir de 1506, tras la demolición de la edificada por el emperador Constantino en el siglo IV. La intención del papa Gregorio era continuar la tradición musiva de las antiguas basílicas paleocristianas romanas, repletas de mosaicos. Llamó a Roma a los mejores del momento, tras la desaparición de la técnica musiva local: es decir, a los maestros venecianos que, enseñando la técnica a los alumnos del lugar, crearon un primer equipo de mosaicistas romanos. «No fue en Venecia donde el mosaico del Renacimiento concluye su época de oro, sino en Roma y en San Pedro», escribe el historiador de arte Carlo Bertelli en Rinascimento nel mosaico (AAVV, Il mosaico, Mondadori, Milán 1988, preparado por Carlo Bertelli), añadiendo que «En la Basílica vaticana, donde el mosaico de Giotto siguió siendo admirado durante todo el Renacimiento como una obra maestra indiscutible, el mosaico quiere reafirmar la continuidad con la historia y lo hace de la manera más imperiosa, con la inmensa inscripción en griego y latín, en mosaico con letras sobre fondo de oro, que circunda toda la iglesia… Hay mosaicos por todas partes en la Basílica de San Pedro, pero la que está revestida de mosaicos es sobre todo la cúpula, que, por sus proporciones representa la mayor empresa musiva nunca realizada» [Giotto realizó para la primitiva Basílica constantiniana un mosaico que representaba la Barca de los apóstoles, colocado sobre las tres puertas del antiguo pórtico. Desmontado y montado varias veces, actualmente se encuentra en el pórtico de San Pedro. Así como lo mandó colocar Clemente X en 1674, n. de la r.].
La primera fase de la empresa se ocupó de la decoración, en 1578, de la Capilla Gregoriana sobre cartones del pintor Girolamo Muziano. Inmediatamente después le tocó a la cúpula de Miguel Ángel: la bóveda, dividida por dieciséis nervaduras con seis órdenes de mosaicos, fue diseñada por Giuseppe Cesari, llamado el Cavalier d’Arpino, uno de los pintores de Roma más ilustres, gran rival de Caravaggio. Poco a poco el inmenso tapiz musivo fue cubriendo las otras nueve cúpulas de San Pedro.
En aquellas primeras obras se utilizaron esmaltes ­mezclas de vidrio coloreadas en fusión con óxidos metálicos– producidos en Venecia. Y para pegar en las cúpulas las teselas musivas se utilizó por primera vez una especie de estuco a base de lino, cuya receta, celosamente guardada durante más de cuatro siglos, todavía se sigue utilizando por los mosaicistas del Estudio.
Girolamo Muziano y Paolo Rossetti fueron los pioneros de la gran empresa. Le siguieron, durante el siglo XVII, Marcello Provenzale, Giovanni Battista Calandra, Fabio Cristofari. Al lado de estos maestros expertos en la técnica musiva, aunque también buenos pintores, trabajaron, ofreciendo los cartones, pintores importantísimos como Cristofaro Cavallo, llamado el Pomarancio, Cesare Nebbia, Giovanni Lanfranco, Andrea Sacchi, Pietro da Cortona y el ya citado Cavalier d’Arpino.
En aquel tiempo no se hablaba en Roma de otra cosa que no fuera aquel fervor artístico en San Pedro. Los guías que acompañaban a los visitantes se las ingeniaban para ofrecer las medidas asombrosas de los mosaicos petrinos: explicaban que, por ejemplo, en uno de los penachos de la cúpula, la pluma que sostenía el San Marcos dibujado por Cesare Nebbia medía un metro y medio de altura; la cruz que separaba la inscripción de debajo de la cúpula medía más de dos metros de altura, y así sucesivamente.
Sin embargo, en un momento dado se planteó un problema de tipo técnico: los esmaltes venecianos utilizados en las cúpulas de la Basílica vaticana producían un destello de luces de colores que no se acomodaba con el intento de hacer que los resultados de la técnica musiva se parecieran cada vez más a los de la pintura. Se planteó el objetivo de que la finalidad del mosaico era la de imitar la pintura, conseguir efectos que engañaran al ojo humano. Pero imitar a la pintura significaba poder disponer de esmaltes que pudieran cubrir una escala cromática infinitamente extensa, tal como puede hacer el pincel, que con gran facilidad puede modular un color en una gama extraordinaria de tonos.
Fue así como, desde el sigloXVII, la Reverenda Fábrica de San Pedro promovió investigaciones para hallar compuestos de vidrio adecuados para el objetivo y favoreció el nacimiento de hornos especializados en el sector. Porque además incrementar la producción significaba poder prescindir del monopolio veneciano. En fin, poco después de mediados del siglo XVII, Roma podía ya producir esmaltes. Hasta el punto que la propia Venecia, que en la terrible peste de 1630 había perdido 46.000 personas, entre ellos a los principales artistas del mosaico, tuvo que recurrir a los mosaicistas romanos.

1727: el papa Benedicto XIII crea oficialmente el Estudio del Mosaico vaticano
A comienzos del siglo XVIII, dos nuevos protagonistas suben al estrado del arte musivo en Roma: Pietro Paolo Cristofari, nombrado por la Reverenda Fábrica el 19 de julio de 1727 superintendente y jefe de todos los pintores activos en San Pedro, y el ingenioso hornero romano Alessio Mattioli, que, más o menos por aquel mismo período, había encontrado la manera de producir esmaltes opacos en una amplia graduación de tintas, un nuevo tipo de pasta a base de calcinas metálicas que llamó “scorzetta” y el purpurino, un color muy apreciado por la viveza de la tinta y producido en sesenta y ocho matices distintos.
Pero aquel 1727 fue realmente un año decisivo también por otro motivo: por voluntad del papa Benedicto XIII el “taller” coordinado por estos dos personajes fue organizado como institución permanente con el nombre de “Estudio del Mosaico vaticano” dirigido y protegido por la Reverenda Fábrica de San Pedro, el ente superior encargado de la conservación y el cuidado de todas las intervenciones a favor de la Basílica de San Pedro. Porque además Cristofari había transformado ya aquel lugar en una verdadera industria, dirigida con espíritu empresarial. Mientras, los éxitos de Mattioli habían significado la superación de cualquier tipo de barrera para la realización de la ecuación: mosaico igual a pintura. La opacidad de los nuevos esmaltes, además, era una garantía contra las alteraciones cromáticas ligadas a las condiciones de luz y, junto a la variedad de graduación de tintas de nueva adquisición, aseguraba excelentes resultados en la realización de cuadros en mosaico pensados como pinturas al óleo para mirar de cerca. En 1731 la Reverenda Fábrica le garantizaba a Mattioli el monopolio del abastecimiento de purpurino y esmaltes llamados “carnes”, necesarios para definir el color de la carne de las figuras. También en aquel año se construyó un horno directamente en el Vaticano.
Había llegado, pues, el momento de realizar un viejo sueño: realizar copias en mosaico de todas las obras maestras pictóricas existentes en San Pedro, para trasladar a estas últimas a lugares más secos y seguros y al mismo tiempo dejar inalterado y precioso en su versión musiva el aparato ornamental de los altares. No hay más que pensar que en 1771 había solo seis cuadros en mosaico en San Pedro. Hoy, todos los retablos del altar en mosaico que vemos en San Pedro, que sustituyeron a las antiguas pinturas, fueron ejecutados durante el siglo XVIII, menos la Deposición de Cristo de la cruz del original de Caravaggio y la Incredulidad de santo Tomás del original de Camuccini, realizados en los primeros dos decenios del siglo siguiente.
Los artistas, definidos pintores de mosaico, admitidos para trabajar en el Estudio, tenían que someterse a un aprendizaje que podía durar hasta cuatro años, bajo la guía de artistas expertos. Así es como a lo largo de los años estos extraordinarios artistas fueron trasladando al mosaico el Sepelio de santa Petronila de Guercino, la Comunión de santo Domingo y el Éxtasis de san Francisco de Domenichino, el Martirio de san Erasmo de Poussin, la Crucifixión de san Pedro de Guido Reni, solo por citar algunas obras.
Al mismo tiempo que se realizaba esta empresa titánica, el Estudio vaticano se puso a producir obras por encargo de particulares: se realizaron numerosos cuadros, entre ellos dos destinados a María Amalia de Sajonia con motivo de su matrimonio con Carlos de Borbón, rey de Nápoles, que reproducían el Salvador de Reni y la Virgen de Maratta. Muchos otros salieron rumbo a las cortes de Portugal, Inglaterra, España.

A la izquierda, Juan Pablo II, con motivo de su visita a Cuba en enero de 1998, regala a Fidel Castro la reproducción del mosaico
del Cristo del Nicho de los Palios de las Grutas Vaticanas.

A la izquierda, Juan Pablo II, con motivo de su visita a Cuba en enero de 1998, regala a Fidel Castro la reproducción del mosaico del Cristo del Nicho de los Palios de las Grutas Vaticanas.

El mosaico diminuto
Pero la gran aventura del mosaico romano no había terminado todavía: alrededor de 1770, precisamente en un momento en el que el Estudio vaticano atravesaba una difícil crisis ocupacional, daba sus primeros pasos en Roma un nuevo tipo de mosaico que usaba para sus composiciones los “esmaltes hilados”. Los inventores fueron Giacomo Raffaelli y Cesare Aguatti, dos de los pintores de mosaico más estimados que trabajaron entre los siglos XVIII y XIX. ¿Qué habían descubierto? Que sometiendo los esmaltes de nuevo al calor de la llama, se transformaban en una sustancia maleable, lista para ser hilada. Esta operación permitía conseguir listoncitos largos y finos, excelente matriz para teselas pequeñísimas, incluso inferiores al milímetro, a diferencia de los tradicionales esmaltes cortados con la “martellina”. ¡Una verdadera revolución! Desde aquel momento en adelante se podrían realizar obras de una gentileza y elegancia que nunca había conocido el mosaico. Otro maestro del mosaico, Antonio Aguatti, había hecho otro descubrimiento: la fabricación de bastoncillos en los que se mezclaban varios tonos de color y que resultaban así muy matizados. Estos esmaltes fueron llamados malmischiati y resultaron ser excelentes en la reproducción de las transiciones de luz más sutiles.
Comienza, pues, una nueva época para el mosaico miniaturizado que es utilizado para decorar pequeños objetos de la vida cotidiana, como cajas, tabaqueras, joyas, jarros, cuadritos, hasta tableros de mesa, jambas, cornisas de paredes. En cuanto a los temas elegidos, se prefiere lo antiguo. Y luego los paisajes, las vistas con las ruinas de la antigua Roma, pero sobre todo las reproducciones de la plaza de San Pedro.
Mientras tanto, la aristocracia laica y religiosa, viajeros extranjeros, diplomáticos y reyes en visita oficial se quedaron literalmente deslumbrados por esta nueva performance del mosaico romano y dictaron un éxito, incluso económico, de enormes proporciones. Hasta el punto de que en 1795 la Fábrica de San Pedro decidía introducir su elaboración dentro del Estudio para que éste pudiera introducirse en el mercado en competencia con los talleres privados romanos que, mientras tanto, habían florecido numerosos en las calles más visitadas por los turistas. Fue así como el Estudio del Mosaico vaticano retomó nuevo vigor. Los mosaicistas vaticanos fueron llamados hasta de Francia, Inglaterra y, dentro de Italia, de Milán y Nápoles para enseñar su noble y rentable arte.

Los tondos de los pontífices en San Pablo Extramuros
En fin, hay otro capítulo todavía en la larga historia de las vicisitudes del Estudio del Mosaico vaticano que vale la pena contar: durante la noche del 15 de julio de 1823 la Basílica de San Pablo Extramuros de Roma fue arrasada por un violento incendio. Parece que debido a algunas brasas que cayeron de las sartenes de los estañadores que estaban trabajando en el tejado. Entre las numerosas obras maestras destruidas, se perdieron casi todos los cuadros de la Serie cronológica de los Sumos Pontífices, serie completada por Salvador Monosilio en el Año Santo de 1750 por voluntad de Benedicto XIV.
Los cuarenta y un cuadros que sobrevivieron se conservan hoy en el Museo del monasterio de los benedictinos, a quienes se confió la Basílica.
Algunas obras expuestas en el taller
del Estudio del Mosaico

Algunas obras expuestas en el taller del Estudio del Mosaico

Un año después del incendio, León XII mandó comenzar las obras de reconstrucción de la Basílica y solo dieciséis años después Gregorio XVI consagró el transepto, mientras que el total de la nueva Basílica se terminó bajo el pontificado de Pío IX, quien la consagró en 1854. Algunos años antes, con un decreto del 20 de mayo de 1847, el propio Pío IX mandó que se volviera a pintar, para luego ser reproducida en mosaico, la serie cronológica de los pontífices. Fue así como monseñor Lorenzo dei Conti Lucidi, el entonces presidente del Estudio vaticano y secretario-ecónomo de la Reverenda Fábrica de San Pedro, implicó a todos los pintores de la Pontificia Academia de San Lucas y nombró una comisión que se ocupara de los encargos y la formulación del juicio sobre las obras. Se eligieron a distintos pintores, y para realizar los medallones en un tiempo razonable, se incentivó a algunos de ellos mediante el pago de cantidades mayores de lo pactado. Entre 1848 y 1849 se ejecutaron gran parte de los medallones al óleo, cuya traslación a mosaico duró hasta 1876.
Fueron minuciosísimas y numerosas las directrices sobre la realización de los retratos de los pontífices, sugeridas, en sus mínimos detalles, por el propio Pío IX. En el acuerdo entre la Comisión especial encargada de la reedificación de San Pablo y la Reverenda Fábrica de San Pedro se estableció, entre otras cosas, que «las referidas imágenes se ejecutaran en mosaico en el Estudio de la Reverenda Fábrica de San Pedro». Y que tenían que empezar «por la venerada imagen del Príncipe de los apóstoles, San Pedro, hasta la del sumo pontífice entonces en el trono, Pío IX».
A partir de entonces, las pinturas y los mosaicos fueron ejecutados siguiendo las reglas del acuerdo estipulado para rehacer la Cronología. Así como ha vuelto a ocurrir con el retrato del papa Ratzinger, presentado oficialmente el 23 de noviembre del año pasado y colocado en la nave derecha de la Basílica de San Pablo, junto a la efigie de Juan Pablo II. En el mosaico trabajaron al mismo tiempo tres mosaicistas. Los mosaicistas están satisfechos, nos han dicho, de su trabajo porque tuvieron la impresión de que al Papa le ha gustado.


Italiano English Français Deutsch Português