EDITORIAL
Sacado del n. 04 - 2006

Don Macchi


El 6 de agosto de cada año, fiesta de la Transfiguración y aniversario de la muerte del papa Pablo VI, don Pasquale Macchi iba a San Pedro para la misa de sufragio. Constataba con alegría que la participación no solo seguía siendo alta sino que hasta había habido que cambiar el lugar de la celebración en la Basílica, de la Capilla de las Grutas Vaticanas al altar de la Cátedra


Giulio Andreotti


Pablo VI con su secretario don Pasquale Macchi 
en los Jardines Vaticanos

Pablo VI con su secretario don Pasquale Macchi en los Jardines Vaticanos

El 6 de agosto de cada año, fiesta de la Transfiguración y aniversario de la muerte del papa Pablo VI, don Pasquale Macchi iba a San Pedro para la misa de sufragio. Constataba con alegría que la participación no solo seguía siendo alta sino que hasta había habido que cambiar el lugar de la celebración en la Basílica, de la Capilla de las Grutas Vaticanas al altar de la Cátedra. Algunas de las ausencias de nuestro grupo de la FUCI no se debía a olvido o a los calores de agosto. Uno tras otro se vuelve –eso esperamos– a la Casa del Padre. La nueva devoción a Jesús Misericordioso hace crecer la esperanza de que no nos vaya mal.
Macchi venía muchas veces a Roma al cabo del año, y se quedaba con dos sacerdotes amigos que le precedieron: el padre Carlo Cremona y monseñor Donato De Bonis. Ahora están allá arriba.
Don Pasquale siempre cultivó la memoria de su Papa con cariño filial y con gran inteligencia, subrayando especialmente la apertura al arte contemporáneo, representada especialmente en las nuevas salas de los Museos Vaticanos. Recuerdo un episodio divertido sobre el tema. Cuando hace cincuenta años el mercado de litografías de Chagall era de muy poca monta, compré en París una de la serie bíblica, que coloqué en un lugar destacado de mi despacho. Don Macchi me dio a entender con gracia que no quedaría mal en el Vaticano: estupendo. Algún tiempo después, mi mujer, que visitaba el Museo (con motivo de la adquisición de obras de Manzù), se quedó asombrada del parecido de la litografía de Chagall… con la mía.
Pero no era solo la pasión artística lo que animaba a Macchi (y al papa Montini). Esta era solo un medio para hacer apostolado evangelizador en un ambiente que desde hace tiempo está casi totalmente alejado de la Iglesia. Macchi siguió también en Loreto y posteriormente. No hay más que pensar en el apoyo a Floriano Bodini, con las dos hermosísimas estatuas de Pablo VI en el Sacro Monte de Varese y en el Aula Nervi.
¿Por qué no ha hablado de ello Macchi en su libro, ni describió el hecho tampoco después? Creo que se temía, mientras estuvo vivo monseñor Curoni, que los jueces pudieran obligarle a él y al capellán milanés a declarar el nombre del preso del que había salido la propuesta. ¿Admite la legislación penal italiana el derecho a no responder invocando el secreto confesional? De todos modos, precisamente el 9 de mayo, mientras asesinaban a Moro, el falso mediador estaba a punto de mantener un coloquio en apariencia concluyente
De los libros escritos por Macchi posee un valor histórico especial el diario sobre las tremendas semanas del secuestro y el asesinato de Aldo Moro. Don Pasquale venía casi todas las noches a mi casa para poner al corriente al Pontífice, estudiar posibles actuaciones, darnos ánimo recíprocamente. En el libro hay solo una omisión, relacionada con la hipótesis del pago de un rescate que la Santa Sede estaba más que dispuesta a depositar. Esto no iba en contra –como las conversaciones políticas con las Brigadas– de las insuperables cuestiones de principio, por lo que le animé. Mediante el coordinador nacional de cárceles, monseñor Curoni, un capellán milanés le había transmitido esta petición-propuesta. ¿Pero era un trámite válido? Macchi me dijo que le habían pedido una “prueba” de que estuviera efectivamente en contacto. La dio diciendo que no tomara en serio el comunicado de las Brigadas del día siguiente. Se trató del clamoroso comunicado que anunciaba la muerte de Moro, cuyo cadáver se decía que había sido tirado en el lago de la Duquesa, en Rieti. Gran emoción, inmediato registro del lugar y búsqueda: se encontró un cadáver pero no era Moro. Las Brigadas Rojas se apresuraron a denunciar la falsedad del comunicado, dando casi a entender que se trataba de una maniobra del gobierno. Pero todo terminó con el asesinato del 9 de mayo y el hallazgo emblemático del cadáver en la vía de Botteghe Oscure.
Por todo lo que se ha sabido parece seguro que la petición de rescate no había salido ni podía alcanzar a los verdugos de Moro y su escolta. Por el contrario, se ha puesto en relación con un oscurísimo personaje, que ya había atracado un furgón de valores.
¿Por qué no ha hablado de ello Macchi en su libro, ni describió el hecho tampoco después? Creo que se temía, mientras estuvo vivo monseñor Curoni, que los jueces pudieran obligarle a él y al capellán milanés a declarar el nombre del preso del que había salido la propuesta. ¿Admite la legislación penal italiana el derecho a no responder invocando el secreto confesional? De todos modos, precisamente el 9 de mayo, mientras asesinaban a Moro, el falso mediador estaba a punto de mantener un coloquio en apariencia concluyente.
Monseñor Pasquale Macchi durante 
la presentación en Roma, 
el 15 de junio de 1998, de su libro Paolo VI e la tragedia di Moro.

Monseñor Pasquale Macchi durante la presentación en Roma, el 15 de junio de 1998, de su libro Paolo VI e la tragedia di Moro.

La esperanza de que el epílogo no iba a ser trágico la había dado en los últimos días la carta de Aldo en la que pedía pasar del Grupo parlamentario democristiano al “Mixto”. Formaba parte de los esfuerzos por escapar a la muerte dando fe ante sus carceleros de la hipótesis de que vivo y libre sería un feroz opositor nuestro y de los comunistas.
Cómo vivió el Papa la tragedia se vio en SanJuan de Letrán, cuando no solo estigmatizó a los verdugos, sino que le reprochó a Dios por no haber escuchado su súplica.
El libro-crónica de don Macchi es clarísimo en un punto. Cuando Pablo VI escribió la carta a los secuestradores, invocando que liberaran a Moro sin condiciones, no había recibido ninguna sugerencia.
En muchos acontecimientos –no comparables con este, por supuesto– Macchi fue fiel ejecutor de las órdenes de Pablo VI. La caridad del Papa –en el sentido más amplio del término– era de una profundidad y vastedad infinitas. Para don Macchi fue siempre motivo de edificación.


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