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DOCUMENTO
Sacado del n. 04 - 2006

Defensor de la Tradición y de los derechos de los obreros


Nuestro director pronunció en Génova, el 4 de mayo de 2006, una de las conferencias durante la jornada dedicada a los cien años del nacimiento del cardenal Giuseppe Siri. Publicamos el texto de la misma


por Giulio Andreotti


El cardenal Giuseppe Siri, nacido en Génova el 20 de mayo de 1906, murió en su ciudad natal el 2 de mayo de 1989

El cardenal Giuseppe Siri, nacido en Génova el 20 de mayo de 1906, murió en su ciudad natal el 2 de mayo de 1989

Agradezco al cardenal Bertone la grata invitación para participar en este solemne recuerdo centenario de una extraordinaria figura de italiano y de pastor.
Mi memoria acude espontáneamente al lejano 1938, cuando el Congreso Nacional de la FUCI [Federación Universitarios Católicos Italianos, n de la r.] nos permitió conocer la extraordinario calidad de sacerdotes que tenía Génova, además de a nuestros asistentes don Costa y don Guano.
En la iglesia de la Inmaculada en Passo Assarotti, don Giacomo Lercaro nos conquistó con una meditación sobre la igualdad de todos los hombres ante Dios (tema polémicamente actual por aquel entonces porque habían sido anunciadas las leyes raciales); don Cavalleri fascinaba con su modelo de apostolado litúrgico; don Pelloux, hombre de alto nivel científico, confutaba la oposición entre ciencia y fe, demostrando brillantemente que eran complementarias.
Don Giuseppe Siri asombraba por la profundidad de su meditación unida a una forma extremadamente llana y divulgadora. Yo iba a comenzar muy pronto a apreciarlo cada vez más acudiendo a Camaldoli a su curso de divulgación teológica.
La dolorosa división de Italia, ligada a los acontecimientos de la guerra y la ocupación alemana, obligó a un paréntesis en este contacto con don Siri, que mientras tanto había sido nombrado obispo auxiliar del cardenal Boetto. Los acontecimientos de la nación habían llevado a algunos de nosotros, los dirigentes de la FUCI, a militar en la lucha política y, sin invasiones de campo, Moro, yo mismo y otros (especialmente Paolo Emilio Taviani y Carlo Russo) mantuvimos un contacto de nuevo cuño con monseñor Siri, que pocos días antes del 2 de junio de 1946 había sido llamado a dirigir la Iglesia genovesa. Prestó gran atención a los trabajos de la Asamblea constituyente; especialmente (aunque no de manera exclusiva) al tema de las relaciones entre el Estado y la Iglesia.
En 1953 Pío XII lo nombró cardenal dándole el título de la iglesia de Santa María de la Victoria, en cuyo exterior está la estatua de santa Teresa del Niño Jesús con la frase: «Largius hinc super urbem sparge Theresa rosas». Con superficialidad desconcertante los medios de información estaban acostumbrados –hoy algo menos– a definir a obispos y cardenales “progresistas” o “conservadores”. Recuerdo lo que le molestaba al cardenal Spellman, presentado como prototipo de los no innovadores. Tras una Navidad, durante la cual había celebrado el mismo día como ordinario militar ante las tropas tanto en su patria como en Vietnam, me dijo con cierta ironía que muchos de sus colegas “progresistas” se habían concedido en Navidad un día de descanso absoluto.
El cardenal Tarcisio Bertone
y el presidente Giulio Andreotti con motivo del Congreso celebrado en el centenario
del nacimiento del cardenal Giuseppe Siri, Palacio Ducal, Génova, 4 de mayo de 2006

El cardenal Tarcisio Bertone y el presidente Giulio Andreotti con motivo del Congreso celebrado en el centenario del nacimiento del cardenal Giuseppe Siri, Palacio Ducal, Génova, 4 de mayo de 2006

Claro que si conservador quiere decir celoso defensor de la tradición de la Iglesia, Siri lo fue de manera intransigente. Reaccionaba con especial firmeza a las teorías que invocaban la dirección colegial de la Iglesia. De manera menos marcada se diferenció de su conciudadano Lercaro sobre las reformas litúrgicas, en realidad consideradas a veces demasiado simplistas.
Por lo demás, no se puede olvidar que para evitar interpretaciones erróneas (a menudo se confundían las expresiones personales de los “peritos conciliares” con proposiciones aprobadas) el cardenal Siri dio vida a una revista teológica titulada Renovatio.
En lo político su firme oposición a los comunistas y sus aliados le llevó a desconfiar cautelosamente de toda forma de apertura. Y cuando Moro les pidió a los obispos italianos su parecer, la respuesta del cardenal Siri fue muy precisa.
La oposición a las tesis de la extrema izquierda y el aprecio por la orientación política centrista (no se debería olvidar nunca que la moderación es una virtud) no querían decir de ningún modo propensión a la conservación social. Por lo demás, en la preparación de la decisiva batalla política de 1948, De Gasperi se había sentido alentado por el apoyo que monseñor Siri daba a los programas de reforma agraria y de desarrollo del sur de Italia.
Entre los “papeles sobre Siri” que conservo he encontrado un artículo de L’Espresso del 22 de marzo de 1987 firmado por Giampaolo Pansa titulado: Con el 113 de Siri Dios salva el puerto. Se narra la intervención decisiva del cardenal en una delicada historia referida a este puerto, importante no sólo para la ciudad. Leo una cita de Siri referida por Pansa en este artículo: «La Italsider debía haber sido arrasada. El astillero de Sestri iba a desaparecer. Ahora todo está a salvo. He luchado por esto. He mandado incluso tres mensajes. Sé que a Prodi le causó impresión. Le dije que tenía razón en sus decisiones, pero que a mí me importaba que aquellas fábricas no se cerraran».
Como testimonio de su continuo interés por la suerte de Génova puedo leer también una carta suya autógrafa que me dirigió a mí como ministro de Industria el 24 de mayo de 1967: «Estoy realmente ansioso por mi ciudad, que ha sufrido y seguirá sufriendo amputaciones y en la que crece el paro. Este es el único motivo por el que me atrevo a escribir, escribir con confianza. Me entero esta mañana de que el próximo viernes 26 se reunirá la Comisión para la Disciplina petrolífera y que probablemente se abrirán nuevos establecimientos. He convocado al doctor Garrone para que aclare la incidencia negativa sobre los establecimientos ya existentes, que representan un elemento grande de la economía genovesa. Por el doctor Garrone me he enterado de este modo que la concesión de nuevos establecimientos sería perjudicial. Considera que su empresa resultaría perjudicada en sus actividades y su expansión quedaría definitivamente comprometida. ¡Excelencia! Preocúpese por Génova. Espero que reciba y considere mi intervención: considere lo necesario que es impedir aquí el aumento del malestar. Y perdóneme: escribo sólo –repito– empujado por mi deber de obispo».
Citaré otra carta autógrafa relacionada, que me envió el cardenal Siri comentando una intervención mía en el Congreso nacional de la Democracia Cristiana, que yo le había mandado en copia: «Gracias por el texto auténtico de su discurso en el Congreso. Me ha sido útil porque no está alterado por comentarios interesados. Es un discurso claro, honesto y que mira lejos. Es difícil cuando se mira lejos poner a todos de acuerdo, pero es un deber para quien tiene la responsabilidad de mirar lejos. Ahora puedo saber que muchos comentarios y muchas interpretaciones han alterado la verdad. Le ruego que no se coloque entre los “viejecitos”, porque creo que usted no pertenece a esa categoría, por honorable que ésta sea. Que Dios le otorgue una Pascua santa, serena y luminosa».
Hasta aquí la carta. Por lo demás, en su laborioso cargo de asistencia espiritual a la Confederación italiana de directivos de empresas pudo ilustrar y profundizar en el empuje a la concordia social que ha de producir cada vez más la elevación de los humildes y la serenidad de la convivencia.
Hablar de cooperación entre las clases y de solidaridad no estaba de moda, pero el cardenal Siri nunca se doblegó a las modas; era elocuente su frecuente recuerdo del «serva ordinem et ordo servabit te».
En esta línea presidió también la Conferencia Episcopal Italiana que, cuando dejó, en ausencia de un sucesor adecuado, fue dirigida conjuntamente por tres cardenales. En la carta pastoral de 1962 afirmaba que: «Las relaciones entre la Iglesia y los fieles han sido determinadas por el mismo Divino Fundador de manera clara y definitiva».
Hay en esta carta pastoral, titulada Ortodoxia: Iglesia-Fieles-Mundo, enunciados muy precisos sobre la relación con la política: «La acción en campo cívico (si se desea: político) en cuanto tal, de por sí, no es de competencia eclesiástica. De este principio se pueden sacar todas las consecuencias obvias y legítimas, siempre que se conjuguen con los principios igualmente verdaderos que siguen.
La acción en campo cívico no puede prevalecer ni sobre la verdad ni sobre la ley moral.
La acción en campo cívico siempre posee un aspecto que establece una conexión clara con el Magisterio eclesiástico. En primer lugar, se trata del aspecto moral: sobre este aspecto, es decir, sobre la conformidad o no de una acción política determinada con respecto a la ley divina, tiene competencia de juicio la Iglesia, y su juicio vincula la conciencia de los fieles si se da de forma suficiente y conveniente para crear el vínculo. En segundo lugar, se trata del aspecto ideológico, es decir, cuando una acción política se convierte en aceptación de una determinada doctrina o en apoyo directo o indirecto a la misma, en este caso puede ocurrir que no quede a salvo la posición mental de los católicos por la escasa doctrina de la Iglesia, y también en este caso el Magisterio de la Iglesia puede expresar su juicio en campo doctrinal o de su competencia.
Pablo VI saluda a algunos cardenales llegados al Sínodo de los obispos en otoño de 1967. De izquierda a derecha, los cardenales Siri, Lercaro, Santos y Felici

Pablo VI saluda a algunos cardenales llegados al Sínodo de los obispos en otoño de 1967. De izquierda a derecha, los cardenales Siri, Lercaro, Santos y Felici

En fin, hay o puede haber en lo político un tercer aspecto muy concreto y práctico, que es la conexión entre éste y ciertos o probables daños a la religión o la Iglesia. Esta tiene derecho a defenderse y tiene derecho a indicar a sus hijos lo que considera peligroso. Sus hijos no pueden negarle ni el derecho ni la capacidad de juzgar las acciones o las consecuencias de acciones contra ella.
Las acciones de la Iglesia, en su competencia, poseen valor para la conciencia de todos y cada uno de sus fieles y pueden hacer que este valor se convierta en obligación de conciencia».
Vuelvo por un momento a un tema ya tocado. El tiempo que ha pasado me autoriza también a hablar de una carta del cardenal Siri (como presidente de la Conferencia Episcopal) a Moro, fechada el 18 de febrero de 1961. Yo recibí cinco días más tarde una copia, que me envió el cardenal Pizzardo: «Estimada señoría», escribía Siri a Moro, «en el momento en que se tienen motivos de creer que equívocos y erradas interpretaciones están oscureciendo la verdad, tengo el deber de someter a su consideración cuanto sigue:
La actitud de la Iglesia a la hora de juzgar a los comunistas y a quienes los apoyan o están asociados con ellos no ha cambiado en ningún punto;
la “línea” de llevar a los católicos a colaborar a la fuerza con los socialistas, antes que estos ofrezcan garantías reales y seguras de su independencia de los comunistas y de respeto a lo que nosotros estamos obligados a respetar no puede ser compartida de ningún modo por los obispos.
Esto ha ocurrido, el modo y la forma en la que ha ocurrido hace temer profundamente por el futuro.
En nombre de Dios le ruego que reflexione bien sobre su responsabilidad y las consecuencias de lo que está ocurriendo».


El año 1978 fue extraordinario en la historia de la Iglesia. Pablo VI, que sucedía a Juan XXIII, había guiado sabiamente la continuación y la conclusión del Concilio. Del cónclave salió el patriarca de Venecia Albino Luciani, figura eminentemente pastoral pero por desgracia en precarias condiciones físicas (recuerdo su rostro pálido y tenso el día de la toma de posición en San Juan de Letrán; pero desde luego nadie pensaba en un pontificado de pocas semanas).
El cardenal Siri celebró el segundo de los novendiales y dijo significativamente en su homilía: «Juan Pablo I ha abierto una época. En la sencillez ha retomado el necesario tema de la firmeza sobre la doctrina católica, sobre la disciplina eclesiástica, sobre la espiritualidad. El pueblo le ha entendido y le ha amado».
En lo que valen las previsiones, antes del nuevo cónclave se concentraban esta vez en el binomio Siri-Benelli, reconociéndosele al segundo una tendencia más progresista, además de la doble experiencia diplomático-curial y de gobierno de una diócesis importante como Florencia. En cuanto a Siri se destacaba su cultura teológica y el largísimo período al frente del arzobispado genovés.
Dos entrevistas al cardenal Siri tuvieron gran resonancia en los días que precedieron al cónclave. La primera, publicada el 2 de octubre, le hicieron aparecer de repente como progresista, por algunas frases del tenor de esta: «El mundo cambia. Mao despertó a una China que dormía desde hacía tres mil años: la Iglesia no puede seguir inmóvil». La segunda entrevista es del 14 de noviembre y destacaba su oposición a la colegialidad en el gobierno de la Iglesia («Dios no la ha previsto»). Tuvo incluso gracia. A la pregunta de qué pensaba de la posible elección de un cardenal que tuviera a sus espaldas solo experiencia curial respondió: «¿Cree que admitiendo que yo lo pensara se lo iba a decir a usted?».
En un libro del diputado Natta, ex secretario del Partido Comunista, editado por las Edizioni Paoline (I tre tempi del presente), se habla de un encuentro que el propio Natta y Enrico Berlinguer mantuvieron conmigo en aquellos días. Se dice que yo estaba tan seguro de la elección de Siri que traté de tranquilizarles diciéndoles que no era el reaccionario de que se hablaba sino un conservador sin duda de gran nivel y de gran cultura. Yo no recuerdo este encuentro, pero estaba convencido de que saldría elegido Siri, para el que ya los “expertos” indicaban un nombre: Gregorio XVII.
Sobre el funcionamiento de los cónclaves es obligatorio el secreto. Esto no le impidió al arzobispo de Guatemala, Mario Casariego, que estuvo en mi casa los días siguientes, decirme que el cara a cara Siri-Beneli llevó a la elección del “tercer hombre”.
La circunstancia que pocas semanas antes los propios cardenales hubieran elegido a un italiano eliminó el temor de ver subrayada la decisión polaca, como si fuera hostil a Italia.


 El cardenal Siri con una representación de los estibadores 
de Génova

El cardenal Siri con una representación de los estibadores de Génova

Posteriormente me encontré varias veces con el cardenal Siri en el Instituto Ravasco, donde se quedaba cuando estaba en Roma, pero nunca dijo nada sobre la elección de los cardenales. Por el contrario, me dijo sonriendo una vez que la prórroga de su permanencia en la diócesis más allá del límite de los setenta y cinco años demostraba en la práctica que el límite no era rígido. Había presentado su renuncia al llegar a la edad reglamentaria, sin solicitar nunca que fuera aceptada.
Los diecisiete años transcurridos desde su muerte no han hecho que nos olvidemos de este cardenal de ustedes y nuestro. En estos días pasados hablé de Pío XII durante una jornada dedicada a hacerle justicia sobre el efectivo y valeroso compromiso en defensa de los judíos, para lo que fui a releerme la hermosísima conmemoración que hizo del papa Pacelli el cardenal Siri en una síntesis perfecta de historia y de altísimas valoraciones.
Es un perfil que pone de relieve una gran línea en la que nuestras generaciones se han formado. Hay que querer al papa y no a un papa. Así de sencillo. Es profunda, cariñosa y motivada la memoria que tenemos del cardenal Siri meditando en su más que incisiva personalidad con un cariño y admiración que no serían mayores si en los cuatro cónclaves en los que tomó parte hubiera sido distinta la decisión del Espíritu Santo.


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