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LECTURAS
Sacado del n. 05 - 2006

El atractivo de Jesucristo. Un fragmento de Santa Teresita del Niño Jesús


«¡Oh, Jesús! Luego no es necesario decir: “Atrayéndome a mí, atrae también a las almas que amo”. Esta sola palabra, “atráeme”, basta»



La vocación de Matteo, Caravaggio, iglesia de San Luis de los Franceses, Roma

La vocación de Matteo, Caravaggio, iglesia de San Luis de los Franceses, Roma

Es comprensible que el llamamiento a una mayúscula Nueva Evangelización sea tan insistente. Es comprensible, en primer lugar, porque no se puede eludir el mandamiento del Señor, «id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15), y, en segundo lugar, porque asistimos, sobre todo en los últimos decenios, a una descristianización inimaginable.
Esta es precisamente la cuestión: a veces el llamamiento parece demasiado inquieto, más preocupado por alcanzar un resultado que de colaborar en el gozo de quien debería conseguir dicho resultado. Como si este gozo (fruto sorprendente de la gracia) no fuera operativo, no fuera el fin de todo lo que Jesús dijo e hizo («Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado» Jn 15, 11), no fuera el gratuito punto fuerte de un pobre cristiano junto con la petición de que el Señor colabore con nosotros («… colaborando el Señor con ellos» Mc 16, 20).
Es como si fuera necesario añadir algún compromiso más al rezo diario de las oraciones y a la humilde observancia de los diez mandamientos («En esto consiste el amor de Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados» (1Jn 5, 3).
El texto de la Lumen gentium es muy consolador y convincente –y por tanto inevitablemente operativo– cuando en el número 31 habla de las «condiciones ordinarias de la vida familiar y social» como del lugar donde los fieles laicos están llamados por Dios para que «hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad».
El reciente Compendio del Catecismo de la Iglesia católica sigue la misma dirección, cuando en el número 97 explica «cómo colabora María en el plan divino de la salvación»: «por la gracia de Dios, María permaneció inmune de todo pecado personal durante toda su existencia»; y cuando en el número 433, casi comentando el número 31 de la Lumen gentium, explica que «conformando su vida con la del Señor Jesús, los fieles atraen a los hombres a la fe en el verdadero Dios, edifican la Iglesia, impregnan el mundo con el espíritu del Evangelio y apresuran la venida del Reino de Dios» (el subrayado, aquí y arriba, es nuestro).
Pero una palabra aún más convincente porque rebosa de la ligereza y candor de la santidad la encontramos en las últimas páginas del manuscrito C de la Historia de un alma, donde la pequeña Teresa de Lisieux narra la culminación inesperada de su vocación misionera. La publicamos como la mejor aportación para la causa de la nueva evangelización, pues no cabe duda de que la patrona de las misiones, proclamada doctora de la Iglesia por el papa Juan Pablo II, es su más activa defensora.


Preparado por don Maurizio Benzi



«Las almas sencillas no necesitan usar medios complicados. Yo soy una de ellas. Por eso, una mañana durante la acción de gracias, Jesús me inspiró un modo sencillo de cumplir mi cometido. Me hizo comprender el sentido de estas palabras de Cantar de los Cantares: “Atráeme, correremos tras el olor de tus perfumes” (Ct 1, 4).
¡Oh, Jesús! Luego no es necesario decir: “Atrayéndome a mí, atrae también a las almas que amo”. Esta sola palabra, “atráeme”, basta.
Santa Teresita del Niño Jesús

Santa Teresita del Niño Jesús

Lo comprendo, Señor: cuando un alma se ha dejado cautivar por el olor embriagador de tus perfumes, no puede correr sola: todas las almas que ama son atraídas en pos de ella.
Y esto se cumple sin violencia, sin esfuerzo, como una consecuencia natural de su propia atracción hacia ti.
Así como un torrente que se lanza con impetuosidad al océano arrastra consigo todo lo que encuentra a su paso, del mismo modo, ¡oh, Jesús!, el alma que se abisma en el océano sin riberas de tu amor lleva tras sí todos los tesoros que posee…».
[…]
«Madre mía: creo necesario daros aún algunas explicaciones sobre el pasaje del Cantar de los Cantares: “Atráeme, correremos”, pues lo que he escrito me parece que no se entiende muy bien.
“Nadie –ha dicho Jesús– puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo atrae”. Luego, por medio de sublimes parábolas –y muchas veces sin servirse de este medio tan familiar al pueblo– Él nos enseña que basta llamar para que se nos abra, buscar para encontrar, y tender humildemente la mano para recibir lo que se pide. Dice también que todo lo que se pida en su nombre al Padre éste lo concederá. Sin duda, por eso el Espíritu Santo inspiró antes del nacimiento de Jesús esta oración profética: “Atráeme, correremos”.
Pedir ser atraído ¿qué es sino pedir unirse de una manera íntima al objeto que cautiva el corazón? Si el fuego y el hierro tuviesen conocimiento, y este último dijese al otro: “atráeme”, ¿no demostraría que desea identificarse con el fuego, de manera que éste le penetre y le embeba de su ardiente substancia hasta parecer una cosa con él?
Madre mía queridísima: he aquí mi oración. Pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan estrechamente a sí, que sea Él quien viva y obre en mí. Creo que cuanto más me abrase el corazón el fuego del amor, con tanta mayor fuerza diré: “Atráeme”. Y cuanto más se acerquen las almas a mí –pobre trocito de hierro inútil, si me alejo del brasero divino–, con tanta mayor ligereza correrán esas almas al olor de los perfumes de su Amado.
Porque un alma abrasada de amor no puede permanecer inactiva. Ciertamente, a imitación de santa María Magdalena, ella permanece a los pies de Jesús escuchando su dulce e inflamada palabra. Pero pareciendo no dar nada, da mucho más que Marta, la cual se ocupa de muchas cosas y quiere que su hermana la imite.
No son los trabajos de Marta lo que Jesús reprueba. A los mismos trabajos se sometió humildemente su Madre divina durante toda su vida, pues tenía que preparar la comida de la Sagrada Familia. Lo que Jesús quiere únicamente corregir es la inquietud de su ardiente huésped».


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