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DOCUMENTO
Sacado del n. 06/07 - 2006

Plus enim erat amicos docere humilitatem, quam inimicis exprobrare veritatem Era más importante enseñar la humildad a los amigos que desafiar a los enemigos con la verdad (San Agustín, Sermo 284)

Congresos sobre la actualidad de san Agustín


Apuntes de la cuarta lección de don Giacomo Tantardini sobre “Agustín testigo de la Tradición” Universidad de Padua - Año académico 2003-2004


por Giacomo Tantardini


La incredulidad de Tomás, Caravaggio, Postdam - Sanssoucis, Bildergalerie

La incredulidad de Tomás, Caravaggio, Postdam - Sanssoucis, Bildergalerie

Vincenzo Milanesi,
Rector de la Universidad de Padua

Me complace saludar a los estudiantes, profesores, autoridades y a todas las personas presentes en la clausura de este séptimo ciclo de congresos sobre la actualidad de san Agustín.
Es una cita tan familiar para la Universidad y para mí también que han de permitirme que exprese con extrema brevedad mi satisfacción por la fórmula de la lectio (que como demuestran estas jornadas es siempre apreciada), por la organización (que reúne asociaciones estudiantiles importantes y cualificadas) y por la afluencia de público, autoridades y medios de comunicación.
Reflexionar durante tanto tiempo sobre un único autor es un hecho singular. Más de una vez hemos dicho que estamos ante un grande del pensamiento y de la historia de la Iglesia. Pero no es desde luego el único que reúna estas dos características.
Últimamente san Agustín goza de un éxito especial incluso en cabeceras no especializadas. Se ha hablado mucho de él por la exposición milanesa “Ambrosio y Agustín” recién clausurada, o porque la editorial Città Nuova ha terminado la monumental edición y traducción italiana de sus obras.
Pero la insistencia con que los diarios vuelven sobre su figura parece sobrepasar incluso acontecimientos tan notables. Hace un par de semanas me llamó la atención una serie de artículos que el diario económico Il Sole 24Ore dedicó al santo de Hipona. De los varios títulos había uno que me parecía evocar el modo en que san Agustín ha sido leído en nuestras aulas durante estos años: «“Nutre la mente sólo aquello que la alegra”: en este lema está la clave de su actualidad».
Efectivamente, la figura de Agustín, también por el modo con el que don Giacomo Tantardini nos ha ayudado a descubrirla de nuevo en estos años, no nos comunica sólo el inevitable sentimiento de respeto y de admiración que puede sentirse ante una extraordinaria figura de filósofo o de teólogo. Hay una frescura y una novedad que parecen pertenecerle como un don totalmente personal y particular, siempre que se quiera, como se ha hecho durante estos años con los congresos, ponerse ante sus páginas.
Creo que el secreto de la fascinación de san Agustín reside en esta frescura, que las lecciones de estos años nos han comunicado, y que este es el motivo por el que muchos –profesores y estudiantes de todas las facultades– las han apreciado. Y es por esto, sobre todo, por lo que les doy las gracias y les deseo que sigan por este camino.
Les garantizo desde ahora mi simpatía y apoyo así como el de la institución universitaria que represento, que también el año próximo tendrá el gusto de acogerles a todos ustedes, comenzando por don Giacomo, en esta Aula magna, para el octavo ciclo de las lecturas de san Agustín.


don Giacomo Tantardini

Yo también les agradezco la cordialidad con la que han seguido estos encuentros, perdonando mis límites. Me consuela un pensamiento de san Agustín: «Melius est reprehendant nos grammatici quam non intelligant populi / Es preferible que nos critiquen los intelectuales a que no nos entiendan las personas sencillas»1. Agradezco, en particular, al magnífico rector las palabras que nos ha dirigido hoy y la hospitalidad tan liberal en esta Universidad.
La de hoy quiere ser un lectio brevis, entre otras cosas porque este es el último encuentro y el mes de mayo es periodo de exámenes, periodo de pre-vacaciones. Quisiera leer solamente dos fragmentos. El primero les ha sido distribuido a todos ustedes, el segundo se encuentra en el suplemento del último número de la revista 30Giorni2. Es la trascripción de la última lección, la tercera de este año.
El tema de este encuentro, de las lecturas de hoy podría formularse así. La última vez aludía al hecho de que el sujeto del testimonio cristiano no somos nosotros, sino que es Jesucristo. El testimonio es el gesto de Su presencia, viva, operante. Este es el testimonio de Jesucristo (cf. 1Co 1, 6)3. Por tanto, si el sujeto del testimonio es su presencia viva, operante, ¿en qué sentido también nosotros, también los discípulos del Señor, somos testigos de Él, «testigos de Su resurrección» (cf. Hch 1, 22)? La respuesta a esta pregunta está como anticipada por la frase de san Agustín que he sugerido poner debajo de la imagen de portada del librito editado por 30Giorni: «In parvulis sanctis ecclesia Christi diffunditur»4. La Iglesia de Cristo se difunde mediante pequeños santos, mediante niños santos. Las dos lecturas de hoy tratarán de sugerir imágenes y contenido de esta expresión. Niños santos quiere decir pequeños, personas humildes5, en cuyos rostros y gestos de la vida se refleja la presencia del Señor. El testimonio cristiano es el reflejo de una presencia. «Nosotros, como en un espejo, reflejamos la presencia del Señor» (cf. 2Co 3, 18).


1. Sermo 284, 6

Empecemos a leer. El primer fragmento está sacado de una homilía que Agustín pronunció en Cartago. El obispo de aquella Iglesia le había invitado con motivo de la fiesta de los santos mártires Mariano y Santiago, que se celebraba el 6 de mayo. Agustín va a Cartago, preside la Eucaristía, y durante la Eucaristía pronuncia esta homilía. El fragmento que leemos es la conclusión de la homilía que dirigió a la gran comunidad de Cartago. Respecto a la pequeña Hipona, Cartago era realmente una metrópolis.
«Propter nos pati voluit Christus. / Cristo quiso padecer por nosotros. / Ait apostolus Petrus: “Pro vobis passus est, relinquens vobis exemplum, ut sequamini vestigia eius”. / Dice el apóstol Pedro: “Padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas”. / Pati te docuit, / Te enseñó a padecer / et patiendo te docuit [¿cómo te enseñó a padecer?] / y te enseñó padeciendo él. / Parum erat verbum, nisi adderetur exemplum. / Poca cosa eran sus palabras, si no las acompañaba su ejemplo. / Et quomodo docuit, fratres? / ¿Cómo nos enseñó, hermanos? / Pendebat in cruce, / Pendía de la cruz, / Iudaei saeviebant / y los judíos se ensañaban contra él». Aquí el término judíos indica solamente a aquellos que debajo de la cruz querían su muerte, porque también Jesús era judío. María, su madre, y los primeros discípulos eran todos judíos6. Por tanto judíos no indica aquí la totalidad de un pueblo, sino solamente individuos de ese pueblo;
«in asperis clavis pendebat, sed lenitatem non amittebat. / estaba sujeto con ásperos clavos, pero no perdía la suavidad. / Illi saeviebant, illi circumlatrabant, illi pendenti insultabant; / Ellos se ensañaban, ladraban en torno suyo y le insultaban cuando estaba colgado. / quasi uno summo medico in medio constituto, phrenetici, circumquaque saeviebant. / Como a un sumo médico puesto en el medio, ellos, locos furiosos, le atormentaban por todas partes [summo, que no tiene iguales, que no tiene ningún parangón; medico, como uno capaz de sanar su corazón]. / Pendebat ille, et sanabat. / El estaba colgado y sanaba [Pero ¿cómo sanaba?] / “Pater” inquit “ignosce illis, quia nesciunt quid faciunt”. / “Padre” dijo, “perdónales, porque no saben lo que hacen”». Sanaba así, perdonando. La naturaleza humana herida por el pecado original puede ser sanada no mediante una larga ascesis ético-religiosa, sino mediante un acto de perdón: «Padre, perdona».
«Petebat, et tamen pendebat»: Agustín habla como un gran rétor. La conversión de Agustín, como es propio de la conversión cristiana, ha valorizado todas sus cualidades humanas, naturales, incluso de cultura, de competencia.
«Petebat, et tamen pendebat; / Rezaba [pedía], y con todo, pendía; / non descendebat / no descendía de la cruz / quia de sanguine suo medicamentum phreneticis faciebat / porque iba a convertir su sangre en medicamento para aquellos locos furiosos. / Denique quia verba petentis Domini, eiusdemque misericordiam exaudientis, quia Patrem petiit, et cum Patre exaudivit; / Dado que las palabras suplicantes del Señor que pedía misericordia [«Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen»] eran al mismo tiempo las palabras de Aquel que [como Dios] las escuchaba, porque [como hombre] suplicó al Padre y [como Dios] con el Padre escuchó [como hombre pidió perdón y como Dios escuchó esta petición de perdón], / quia illa verba non potuerunt inaniter fundi / esas palabras no pudieron resultar vanas / post resurrectionem suam sanavit quos pendens insanissimos toleravit / y después de su resurrección sanó a los dementes que había tolerado en la cruz».
Aquí comienza el fragmento por el que he leído este discurso de Agustín. Aludo sólo de pasada a la actualidad. Se hablaba durante estos últimos días, incluso por parte de autoridades civiles, como por ejemplo el presidente del Senato, Marcello Pera, de verdad, de timidez a la hora de afirmar la verdad, de relativismo, diciendo cosas que libremente pueden compartirse o no. Sólo quiero decir que la gracia de la fe puede ofrecer una renovación de la mente incluso respecto al contenido de las palabras que también el mundo usa, como la palabra verdad. En las frases de Agustín que vamos a leer pueden intuir ustedes esta renovación de la mente respecto a los esquemas del mundo (cf. Rm 12, 2).
«Ascendit in caelum, misit Spiritum Sanctum; / Ascendió al cielo, envió al Espíritu Santo. / nec se illis ostendit post resurrectionem, / Pero después de resucitado no se manifestó a los que le habían crucificado, / sed solis fidelibus discipulis suis, / sino [que se manifestó visiblemente] sólo a sus fieles discípulos / ne quasi insultare se occidentibus voluisse videretur / para no dar la impresión de que quería burlarse de quienes le habían dado la muerte. / Plus enim erat amicos docere humilitatem, quam inimicis exprobrare veritatem. / Era más importante enseñar la humildad a los amigos que desafiar a los enemigos con la verdad». La verdad no es una posesión que se pueda echar en cara. Es pura confessio, puro reconocimiento7. Creo que esta frase de san Agustín posee una actualidad evidente y sorprendente. Era más importante enseñar la humildad a los amigos, que desafiar con la verdad a aquellos que lo habían matado, a los enemigos.
«Resurrexit: plus fecit quam illi exigebant, non credendo, sed insultando, / Resucitó, y de esta forma hizo más de lo que le pedían no desde la fe, sino en burla / et dicendo: “Si filius Dei est, descendat de cruce”. / cuando decían: “Si es Hijo de Dios, baje de la cruz”. / Et qui de ligno descendere noluit, de sepulcro surrexit. / Quien no quiso descender del madero, resucitó del sepulcro. / Ascendit in caelum, misit inde Spiritum Sanctum; implevit discipulos, / Subió al cielo, y envió desde allí [cerca del Padre] al Espíritu Santo; llenó de él [de gracia] a los discípulos; / correxit timentes, fecit fidentes / corrigió a los temerosos [todos lo abandonaron por miedo. Agustín hablará de Pedro, de su miedo y de su traición. Corrigió, es decir, alivió a aquellos que tenían miedo. Corregir en el sentido de aliviar] e hizo que creyeran en él [les dio confianza en él]. «Petri trepidatio in fortitudinem praedicatoris repente conversa est. / El pavor de Pedro repentinamente [repente] se convirtió en la fortaleza del testigo». Este repente es una de las cosas más estupendas del acontecimiento cristiano. Hace dos meses fui a ver las excavaciones del antiguo baptisterio de San Giovanni alle Fonti, debajo de la catedral de Milán, donde Ambrosio en la noche de Pascua del 387 bautizó a Agustín. En la época de Ambrosio la catedral de Milán, dedicada a santa Tecla, una mártir de Asia Menor, se extendía en la actual plaza de la Catedral, y el baptisterio se hallaba debajo del altozano de la catedral actual. Hoy, tras las excavaciones, se han grabado en una lápida de mármol los versos que escribió Ambrosio para el baptisterio donde fue bautizado Agustín. La poesía termina con esta imagen: «Nam quid divinius isto / ¿Hay acaso algo más divino que esto / ut puncto exiguo / que en un breve instante / culpa cadat populi? / se derrumbe la culpa de un pueblo?»8. Punto exiguo es idéntico a repente: en un breve momento de tiempo, en un instante, en el gesto del Bautismo, se derrumba la culpa de todo un pueblo. Respecto a toda la ascesis religiosa y moral es algo desconcertante. En un breve istante. No el final de un largo camino, sino un breve momento de tiempo. Es imposible que Agustín no conociera y se asombrara ante el himno de Ambrosio para la Pascua Hic est dies verus Dei. El himno de Pascua de Ambrosio es la expresión del estupor ante el hecho de que el ladrón bueno, el asesino bueno, crucificado a la derecha del Señor, entre inmediatamente en el Paraíso. «... Iesum brevi quaesiit fide». El asesino bueno ha buscado a Jesús con un fe pequeña, breve, de un solo instante, «iustosque praevio gradu / praevenit in regnum Dei» y así con un breve paso ha anticipado a todos los justos en el reino de Dios. Esto es el cristianismo. Basta un instante. Un instante de reconocimiento, de súplica, supplici confessione: «Jesús, acuérdate de mí cuando vayas a tu Reino» (Lc 23, 42). Así fue para aquel asesino. Así es para cada uno de nosotros en el instante del sacramento del Bautismo y en el instante del sacramento de la Confesión. Repente. No es el resultado de una larga conquista, sino un instante de súplica y de gracia9.
Agustín describe el instante en que Pedro pasa del miedo al testimonio.
«Unde hoc homini? / ¿De dónde le vino esto al hombre? [¿de dónde le viene a Pedro pasar del pavor al testimonio, del renegar al ser testigo?] / Quaere Petrum praesumentem, invenis Petrum negantem... [presumere puede incluso no ser, digamos, algo malo. Presumere quiere decir pre-tendere algo. Por tanto anticipar. Pretender algo antes. Antes del don del Señor10] / Busca a Pedro presumiendo, y le hallarás negando; / quaere Deum adiuvantem, Petrum invenis praedicantem / busca a Dios ayudándole, [la gracia de Dios que se inclina hacia Pedro] y hallarás a Pedro dando testimonio». Sigue un fragmento sobre el miedo de Pedro y sobre el hecho de ser convertidos en testigos en un instante. En un istante / repente.
«Ad horam trepidavit infirmitas, / Por un momento tembló su flaqueza [de Pedro], / ut praesumptio vinceretur, non ut pietas deleretur / para vencimiento de la presunción [su querer anticipar], no para destrucción de la piedad». Es realmente muy hermoso. Incluso cuando Pedro lo traiciona, lo quería. Es algo conmovedor. Así son los pecados cristianos, los pecados de nuestra fragilidad. Incluso cuando lo traicionó, Pedro amaba a Jesús. Lo traicionó por fragilidad, pero no quedó destruida la pietas que lo unía al Señor. Es algo estupendo. Dice Péguy que la tragedia moderna es que los pecados ya no son pecados cristianos11. Los pecados cristianos son pecados, e incluso pueden ser pecados mortales, es decir, que privan de la gracia de Dios12, y, sin embargo, no borran este último sentimiento de afecto hacia Aquel que ha colmado de gracia y de alegría el corazón.
«Implet ille Spiritu suo, / Jesús lo llena de su Espíritu / et facit praedicatorem fortissimum, / y convierte en valeroso testigo / cui praesumenti praedixerat: “Ter me negabis”. / a aquel presuntuoso [porque quería anticipar, seguro de su buen propósito] a quien había dicho: “Me negarás tres veces”. / Praesumpserat enim ille de viribus suis / Pedro, en efecto, había presumido de sus fuerzas [había confiado en sus propias fuerzas] / non de Dei dono / no de la gracia de Dios / sed de libero arbitrio / sino de su libre voluntad. / Dixerat enim: “Tecum ero usque ad mortem”. / Le había dicho [a Jesús, antes de la Pasión]: “Iré contigo hasta la muerte”. / Dixerat in abundantia sua: / Había dicho en su ímpetu bueno: [in abundantia sua: creo que puede traducirse así: de por sí no había maldad en esta presunción suya, era expresión de un ímpetu bueno] / “Non movebor in aeternum”. / “No me moveré nunca jamás” [Agustín cita el salmo 29]. / Sed qui in voluntate sua praestiterat decori eius virtutem / Pero el que por propia voluntad había dado a Pedro el esplendor de la virtud / avertit faciem suam, et factus est conturbatus. / retiró su rostro, y aquél quedó lleno de turbación. / “Avertit” inquit “Dominus faciem suam”; / “El Señor” dijo “apartó su rostro”: / ostendit Petro Petrum / manifestó a Pedro al mismo Pedro», le hace patente a Pedro quién es Pedro, esto es: un pobrecillo que traicionaba. Le hizo ver a Pedro quién era, qué fuerza tenía su buena intención;
«sed postea respexit / pero luego le miró / et Petrum firmavit in petra / y [mirándole] afianzó a Pedro sobre la piedra [sobre la gracia de la fe]». Qué bello es este respexit. Es un reflejo de esta mirada, la fe de Pedro, las lágrimas de Pedro. «Quem Dominus respicit salvat». Dice san Ambrosio13.
«Imitemur ergo, fratres mei, quantum possumus, in Domino passionis exemplum / Imitemos, pues, hermanos míos, el ejemplo de la pasión del Señor en cuanto podamos. / Implere poterimus, si ab illo poscamus adiumentum, / Podremos realizarlo si le pedimos ayuda, [las palabras que voy a leer ahora describen toda la vida cristiana] / non praeveniendo sicut Petrus praesumens, / no adelantándonos [no queriendo pre-venir, no queriendo ir más allá de lo que el Señor dona] como el presuntuoso Pedro / sed sequendo et orando / sino yendo tras él y pidiendo [orando] / sicut Petrus proficiens / como Pedro cuando caminaba creciendo». Me ha llamado la atención la expresión proficiens. Porque se crece así. Se crece no queriendo adelantarse. En la vida cristiana se crece siguiendo y rezando. Siguiendo el acontecimiento de la gracia y pidiendo. Así se crece. Y esto, respecto a criterios del mundo, a los criterios, digámoslo sin temor, buenos, de la religiosidad, de la ética, de la educación de la ciudad de los hombres, es algo incomparable14. No se crece en la vida cristiana anticipándose a algo, poseyendo algo como propio. Se crece siguiendo y pidiendo.
«Quando enim Petrus ter negavit, quid evangelista dicit, attendite: / Poned atención a lo que dice el evangelista cuando Pedro negó al Señor tres veces: / “Et respexit eum Dominus, et recordatus est Petrus”. / “Y el Señor le miró y Pedro se acordó”. / Quid est: “respexit eum”? / ¿Qué significa “le miró”? [no sé si la exégesis agustiniana de este pasaje evangélico es la más exacta. De todos modos, sugiere algo que es de lo más conmovedor desde el punto de vista de la experiencia humana] / Non enim Dominus in facie corporali eum tamquam commemorando respexit / En efecto, el Señor no le miró físicamente al rostro como para recordarle el pecado». Qué bello es esto. Sucede lo mismo al padre y a la madre respecto al hijo. Se puede mirar al niño para recordarle los caprichos y así se le hace más triste y se le afianza en los caprichos. El Señor no miró así a Pedro, no miró a Pedro como para decirle: «¿Has visto? Me has traicionado». No le miró así para recordarle que lo había traicionado.
«Non sic est: Evangelium legite. / La realidad es otra. Leed el evangelio. / Dominus in interioribus domus iudicabatur, / Jesús estaba siendo juzgado en el interior del palacio, / Petrus in atrio tentabatur / cuando Pedro era tentado en el atrio. / Ergo “respexit eum Dominus” non corpore, sed maiestate; / Por tanto, el Señor le miró no con el cuerpo, sino con su divinidad; / non oculorum carnis intuitu, sed misericordia altissima / no con la mirada de los ojos de carne, sino con su soberana misericordia». Es otra mirada la mirada de la misericordia15. La mirada de la misericordia genera la memoria de una belleza, una gratitud. La memoria del primer encuentro, de todas las veces que Jesús durante aquellos tres años lo miró así. En cambio, la mirada que recuerda el pecado renueva el recuerdo de los pecados (cfr. Hb 10, 3), por tanto, sólo una tristeza mayor.
«Ille qui averterat faciem suam, respexit eum, et factus est liberatus. / El que había apartado su rostro de él le miró y quedó libre». Es bello este factus est liberatus. «Ipsa est enim vera et sana libertas»16. Libertad sana, es decir, curada de la herida del pecado. Libertad vera, que corresponde a su propia naturaleza. Es la libertad abrazada. Es la libertad del deseo satisfecho, cumplido.
«Ergo praesumptor periisset, nisi Redemptor respexisset. / Así, pues, el presuntuoso hubiese perecido de no haberle mirado el Redentor. / Et ecce / Ved ahora a Pedro [porque le miró así] / lacrymis suis ablutus, / lavado en sus propias lágrimas [lágrimas de alegría, lágrimas de gratitud por haber sido mirado así17], / correptus et ereptus praedicat Petrus. / corregido y levantado, entregado a la predicación. / Praedicat qui negaverat; / El que lo había negado, ahora lo anuncia; / credunt qui erraverant. / creen quienes se habían encontrado en el error. / Valet in phreneticis medicina illa sanguinis Domini. / La medicina de la sangre del Señor mostró ser eficaz en aquellos dementes. / Bibunt credentes quod fuderunt saevientes / Convertidos en creyentes, beben lo que, furiosos, derramaron».
Este era el primer fragmento. Había escrito Agustín en las Confesiones: «¿Por qué, Señor, me hiciste leer los libros de los filósofos neoplatónicos? Para que luego, cuando leyera al apóstol Pablo y tus manos curaran las heridas de mi corazón, comprendiera la diferencia que hay inter praesumptionem et confessionem / entre la presunción y la confesión»18. Confessio es el mero reconocimiento de un acontecimiento presente. Gratia facit fidem19. Si el atractivo de un acontecimiento presente es lo que suscita el reconocimiento, no puede usarse la fe como contenido de desafío. La mirada de Jesús («Respexit eum et factus est liberatus») no puede ser algo que poseemos nosotros, con lo que desafiamos a los demás. Qué actual es esta sencillez cristiana, esta inermidad cristiana.


2. Sermo 213, 8

Leamos ahora el fragmento contenido en la nota 53 de página 27 del librito editado por 30Giorni. Agustín está comentando el Credo de los Apóstoles, que contiene todo lo que hay que creer20. En el pequeño Credo de los Apóstoles está contenido todo lo que debemos creer. Agustín comenta ahora las últimas expresiones.
«Iam quod sequitur ad nos pertinet. / Lo que sigue nos pertenece ya a nosotros. / In* sanctam Ecclesiam». Veis que al lado de In hay un asterisco; y esto porque en muchos códices In no aparece. También esto es significativo. En efecto, se cree en Dios Padre, se cree en Jesucristo su único Hijo, se cree en el Espíritu Santo; de por sí no se cree “en la” Iglesia, se cree “que existe la” Iglesia. Se afirma un dato. La fe propiamente es sólo en el Señor21. Por esto en muchos códices no aparece In. Y también nosotros en el Credo que rezamos durante la misa decimos: «Credo unam sanctam catholicam et apostolicam Ecclesiam».
«Sancta Ecclesia nos sumus / Nosotros somos la santa Iglesia / sed non sic dixi “nos”, quasi ecce qui sumus, qui me modo audistis. / pero no dije “nosotros” como si me refiriese sólo a los que estamos aquí, a quienes ahora me oís,». Nosotros somos la santa Iglesia. Pero no es como decir nosotros aquí presentes en este aula. Es un nosotros dentro de un horizonte que linda con el cielo.
«Quotquot hic sumus Deo propitio christiani fideles in hac ecclesia, id est, in ista civitate / sino a cuantos por la gracia de Dios somos fieles cristianos en esta iglesia, es decir, en esta ciudad [de Hipona]; / quotquot sunt in ista regione, / cuantos hay [que por la gracia de Dios son fieles cristianos] en esta región, / quotquot sunt in ista provincia / cuantos hay [que por la gracia de Dios son fieles cristianos] en esta provincia [de África], / quotquot sunt et trans mare / cuantos hay [que por la gracia de Dios son fieles cristianos] al otro lado del mar, / quotquot sunt in toto orbe terrarum / cuantos hay [que por la gracia de Dios son fieles cristianos] en todo el orbe de la tierra / quoniam a solis ortu usque ad occasum laudatur nomen Domini / pues el nombre del Señor es alabado desde la salida del sol hasta el ocaso». Quisiera abrir un pequeño paréntesis. Es muy bello lo que dice san Agustín. Dice que nosotros somos la santa Iglesia. Pero este “nosotros” tiene un horizonte católico. Señala y abraza a todos aquellos que reconocen la presencia del Señor. Nos señala también a “nosotros”, pero dentro de este horizonte. Y entonces es diferente decir “nosotros”, está dentro de un abrazo más grande. Este “nosotros” no está sólo dentro de un abrazo más grande, católico, es decir, que alcanza la totalidad de aquellos que reconocen al Señor, sino que este “nosotros” (y esto es algo que en los Padres de la Iglesia y en la experiencia cristiana es evidente) puede brillar en el rostro del más pequeño de nosotros. Agustín dice por ejemplo «Petrus totius ecclesiae personam meruit gestare»22. Sólo Pedro ha merecido llevar, representar, personificar a toda la Iglesia. Y lo mismo puede suceder entre nosotros. Quizás el más pequeño de nosotros, por la evidencia de la gracia del Señor, lleva, hace presente, hace evidente, en ese momento, qué es la Iglesia: testimonio, transparencia de Jesucristo. Como Pedro cuando daba testimonio de Él con las lágrimas. Lacrymis fatebatur / con las lágrimas decía Su presencia23. Así pues, ese “nosotros” abraza a la totalidad de la Iglesia, abraza también a la Iglesia del Paraíso, y una sola persona en la que el reflejo de Su gracia es esplendente puede hacerlo presente, hacerlo evidente24. Es un “nosotros” sui generis, el “nosotros” cristiano, la Iglesia que somos nosotros;
«sic se habet Ecclesia catholica, mater nostra vera, vera illius Sponsi coniunx. / Esta es la Iglesia católica, nuestra verdadera madre y la verdadera esposa de aquel esposo. / Honoremus eam, quia tanti Domini matrona est; / ¡Honrémosla, porque es Señora de tan gran Señor; / et quid dicam? Magna est Sponso et singularis dignatio / ¿qué he de decir? ¡Grande y particular la misericordia del esposo para con ella! / meretricem invenit, virginem fecit / La encontró meretriz, y la hizo virgen». Este es el misterio de la Iglesia. La encontró meretriz y con su mirada la hizo virgen. «Ex maculatis immaculata»25. La miró como había mirado a Pedro, no para echarle en cara que era meretriz, sino para suscitar esperanza, memoria de cuánto la amaba.
«Quia meretrix fuit non debet negare / No debe negar que fue meretriz [no debemos negar que somos pobres pecadores (cf. 1Tm 1, 15)26] / ne obliviscatur misericordiam liberantis / para no olvidar la misericordia de su libertador [no para recordar y, por tanto, estar obsesionados con los pecados]. / Quomodo non erat meretrix quando post idola et daemonia fornicabatur? / ¿Cómo no era meretriz, si fornicaba con los ídolos y los demonios? / Fornicatio cordis in omnibus fuit; / Nadie se vio libre de la fornicación del corazón [con los ídolos y los demonios]; / in paucis carnis, in omnibus cordis / la de la carne se dio en pocos [con los ídolos y los demonios]; la del corazón, en todos. / Et venit / Y Jesús vino». Recordad Péguy: «Y Jesús vino. No incriminó. No acusó a nadie. Salvó»27. No acusó a nadie: no miró para acusar. Miró para salvar (cf. Lc 15, 20). Salvó: «... et virginem fecit / y la convirtió en virgen»;
«Ecclesiam virginem fecit / Hizo virgen a la Iglesia. / In fide virgo est: / Es virgen en la fe: / in carne paucas habet virgines sanctimoniales; / según la carne tiene pocas vírgenes; / in fide omnes virgines debet habere, et feminas et viros /


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