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EDITORIALE
Sacado del n. 06 - 2003

La iniciativa de Gorbachov


No tuvo gran eco –como suele ocurrir con los acontecimientos positivos– la iniciativa del presidente Gorbachov de lanzar desde Turín un Forum político de valoración, en clave constructiva, de las situaciones internacionales, a menudo críticas y preocupantes, desgraciadamente. Las instituciones piamontesas apoyaron decididamente esta iniciativa, que tendrá su sede en Boscomarengo, en un antiguo monasterio puesto a disposición por la provincia de Alejandría


Giulio Andreotti


Imágenes del World Political Forum del 19-20 de mayo, que se desarrolló en la Feria del Libro de Turín

Imágenes del World Political Forum del 19-20 de mayo, que se desarrolló en la Feria del Libro de Turín

No tuvo gran eco –como suele ocurrir con los acontecimientos positivos– la iniciativa del presidente Gorbachov de lanzar desde Turín un Forum político de valoración, en clave constructiva, de las situaciones internacionales, a menudo críticas y preocupantes, desgraciadamente. Las instituciones piamontesas apoyaron decididamente esta iniciativa, que tendrá su sede en Boscomarengo, en un antiguo monasterio puesto a disposición por la provincia de Alejandría.
El llamamiento de Gorbachov tuvo una respuesta muy amplia. Quien no pudo ir personalmente envió mensajes de excusa (no las acostumbradas frases de cortesía) y se advirtió la preocupación general por este momento de la historia, atormentado y lleno de contrastes. Sin embargo, se trataba, como todos comprendieron y manifestaron, empezando por Cossiga, Colombo y yo mismo, los tres invitados italianos, de no quedarse en comparaciones con un pasado que fue mejor. Lo que ahora se necesita es buscar horizontes válidos para plantear nuevos modelos de acuerdos internacionales.
Mijaíl Gorbachov, como ya he dicho bromeando, es en el fondo el responsable del final de la guerra fría, por la disolución del bloque soviético. Con un sólo centro de poder mundial se podría correr el peligro –perdonen la paradoja– de añorar el bipolarismo. Por lo demás, quizá porque nadie es profeta en su tierra, Gorbachov no goza en la Federación Rusa actualmente de una posición de fuerza, si bien Putin le respeta, cosa que no hacía Yeltsin. Algunas iniciativas que tomó en el pasado, que demostraban mucho valor (como en el caso de la disolución del Partido Comunista y su apoyo a la reunificación alemana), tuvieron que provocar a la fuerza laceraciones. Si a esto se añade que los occidentales no le ayudaron, tenemos el cuadro completo. Recuerdo su estancia en Londres, junto con Primakov, durante la reunión del G7. Explicó con mucho sentimiento que, mucho más que ayuda financiera, necesitaba comprensión y tiempo para realizar un diseño gradual y articulado de definición de las Repúblicas, muy diferentes entre sí. La presión para que les devolviera inmediatamente la soberanía a los países bálticos iba en sentido opuesto.
No tuvo éxito, y sólo Miterrand y la delegación italiana trataron en vano de darle la confianza que pedía. Volvió a Moscú con un triste voto de recomendación para que se les admitiera, como observadores, en el Fondo Monetario. De ahí arranca la parábola descendiente del nuevo curso moscovita. No le resultó difícil al fornido señor Yeltsin ponerle entre las cuerdas; y ya fue mucho que no le despacharan por las malas a la otra vida.
La reunión de Turín se desarrolló siguiendo las características de la revolución, o si lo prefieren, sin ninguna malicia, la contrarrevolución de Gorbachov.
Ante todo, la búsqueda de un nuevo orden internacional, superando la crisis de la ONU, ahora puesta en evidencia por los acontecimientos iraquíes. El compromiso común de luchar contra el terrorismo puede servir de factor coagulante, pero a condición de que no se demonicen las aspiraciones de independencia. Los patriotas israelíes que en la posguerra pusieron contra las cuerdas a los ingleses en Palestina no eran terroristas, aunque colocaban bombas y volaban hoteles.
Especialmente sobre la ONU se condensan hoy dos tipos de críticas. Se considera anacrónico que cinco países tengan derecho de veto sobre las decisiones del Consejo de Seguridad sólo porque son los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Se considera también nada justa la igualdad de todos los países (ahora son 191), tanto si representan a mil millones de personas como si tienen la dimensión de un sello de correos.
Son motivos válidos para reconsiderar, que precisamente Gorbachov puso en evidencia a su tiempo, pero mientras no se adopte un nuevo estatuto, hay que respetar el actual, sin peligrosas soluciones de continuidad.
El nuevo Forum pretende crear un grupo de trabajo ad hoc para estudiar alternativas y presentar propuestas; teniendo en cuenta las agregaciones de área que se han creado mientras tanto: la Unión Europea, el Mercosur en la América meridional, la Unión aduanera México-USA-Canadá, y también el recién nacido proyecto de Unión africana. También se tendrá que tener en cuenta para reabsorberlo del G7 (u 8, como se quiera). Nació por una triangulación abierta al Japón, pero hoy es una institución sin legitimación efectiva.
Otro de los puntos de la doctrina de Gorbachov se tomó luego como idea programática. Al riesgo de una guerra de religión, basada en el peso y la propagación del islam, se contrapone el giro que el propio Gorbachov enunció en Roma, donde, según una amenazadora leyenda tendrían que beber los caballos de los cosacos. Tras una significativa visita al Papa (a cuyo recuerdo está a punto de dedicar un libro), Gorbachov declaró solemnemente que la religión podría ser, o mejor, ya lo era, un empuje positivo de desarrollo para su pueblo. No podía dársele mejor sepultura a la doctrina del odio a la religión, considerada el opio del pueblo.
Ahora es necesario ir más allá, llevando a cabo un diálogo entre todas las religiones, que tendrá un reflejo benéfico a la hora de limar las controversias políticas y las distancias económico-sociales.

Hubo una significativa concordancia de análisis y buenos deseos en el encuentro de Turín: de Genscher al japonés Kafu, de Boutros Ghali a la defenestrada primera ministra pakistaní, la señora Bhutto (hoy exiliada en los Emiratos Árabes), y así sucesivamente. Pero es necesario, para que la iniciativa de Gorbachov tenga validez, dar un salto cualitativo, es decir, hacer que se unan a nosotros, los ex combatientes, personalidades en servicio activo. Espero, pues, que en la próxima reunión de octubre pueda participar por lo menos el ministro italiano Frattini.
En cuanto a la recuperación, tras los acontecimientos iraquíes, del coloquio de todos con los Estados Unidos, hay que hallar puntos de encuentros comunes. Genscher ha citado –lo cual me alegra– las posibilidades de la Organización para la Seguridad y Cooperación Europea en la que, como se sabe, están juntos Estados Unidos de América, Canadá y todos los Estados europeos.
Pero hay más. El periodo Reagan-Gorbachov estuvo caracterizado por un esfuerzo en la reducción de armamentos, que se concretó en el desmantelamiento de la mitad de los arsenales nucleares. Tras la guerra del Golfo se declaró solemnemente el propósito de retomar este camino de paz. Pero no fue así. Con intuición penetrante alguien como el cómico Beppe Grillo, al que podríamos definir como un no político profesional, sintetizó el camino equivocado diciendo: «Antes se producían armas para hacer la guerra; hoy se hacen las guerras para producir y comerciar con las armas».
Toda referencia a la actualidad no es ocasional.




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