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INÉDITOS
Sacado del n. 08 - 2006

LOS JUDIOS ESCONDIDOS EN LOS MONASTERIOS

El Santo Padre ordena…


Publicamos el memorial inédito del monasterio de los Cuatro Santos Coronados, relativo a los años de la ocupación nazi en Roma: la orden de Pío XII de abrir el monasterio a los perseguidos, los nombres de los judíos escondidos, la vida en el convento durante aquellos años terribles


por Pina Baglioni


La entrada del monasterio de los Cuatro Santos Coronados

La entrada del monasterio de los Cuatro Santos Coronados

«El nuestro pretende ser sólo un pequeño testimonio sobre el papa Pío XII. Sin ninguna pretensión, por Dios. Está claro que la cantidad de escritos sobre la presunta indiferencia del Pontífice y sus “silencios” para con los judíos en los años del nazifascismo nos provocan inmenso dolor, por lo que nos ha parecido útil dar a conocer lo ocurrido aquí hace más de sesenta años».
“Aquí” es el monasterio de clausura de las agustinas anejo a la milenaria Basílica de los Cuatro Santos Coronados, en las faldas del Celio, en Roma. Habla sor Rita Mancini, la madre superiora que está al frente de la comunidad monacal agustina desde 1977.
Espoleadas y animadas por el convenio internacional “Pío XII. Testimonios, estudios y nuevos hallazgos”, organizado por 30Días el pasado 27 de abril en la Pontificia Universidad Lateranense, las monjas de los Santos Cuatro se pusieron en contacto con nuestra revista para ofrecer su aportación: algunas inestimables páginas del Memorial de las religiosas agustinas del venerable monasterio de los Cuatro Santos Coronados. Es decir, una parte del diario oficial de la comunidad que recoge desde 1548 –año en el que las agustinas se instalaron en los Santos Cuatro– las crónicas de la vida monástica.
Gracias a las agustinas de los Santos Cuatro existe la posibilidad de abrir una ventana hacia aquel microcosmos separado del mundo e improvisamente llamado por el papa Pío XII para que abriera sus puertas, levantara sus rejas y se implicara, con grandes riesgos, en el destino de tanta gente en peligro de muerte.
«Cuando llegué aquí, en 1977, conocí a sor Emilia Umeblo», cuenta la madre superiora de los Santos Cuatro. «En la época de la ocupación era ella la hermana “externa”, es decir, la persona autorizada, por motivos prácticos, a salir de la clausura. Me habló durante mucho tiempo de aquellos meses y de los aspectos logístico-organizativos para facilitar la hospitalidad a los refugiados judíos y a muchos otros antifascistas. Entre otras cosas sor Emilia estaba en contacto constante con Antonello Trombadori, dirigente del Partido Comunista y jefe de los Grupos Armados Partisanos de Roma, y con otros muchos opositores del nazifascismo. Le pedí muchas veces a sor Emilia que escribiera todo lo que me iba contando. Pero por desgracia nunca lo quiso hacer. Hoy ya no está con nosotros y sus recuerdos se los llevó consigo».
Por suerte quedan las páginas que sor Rita Mancini ha puesto a disposición de 30Días. Se refieren a un periodo que va desde finales de 1942 al 6 de junio de 1944, y que comprende, pues, el período de la ocupación nazi de Roma hasta la liberación de la ciudad, que tuvo lugar el 4 de junio del 44.
Pío XII en la plaza de San Juan de Letrán, el 13 de agosto de 1943, tras los bombardeos del barrio San Juan de Roma

Pío XII en la plaza de San Juan de Letrán, el 13 de agosto de 1943, tras los bombardeos del barrio San Juan de Roma

«Llegadas a este mes de noviembre hemos de estar listas para hacer servicios de caridad de manera completamente inesperada», escribe la anónima cronista a finales de 1943. «El Santo Padre quiere salvar a sus hijos, incluso a los judíos, y ordena que en los monasterios se dé hospitalidad a estos perseguidos, y también las clausuras han de seguir el deseo del Sumo Pontífice». Siguen los nombres de los huéspedes elencados por el memorial: Viterbo, Sermoneta, Ravenna, De Benedetti, Caracciolo, Talarico… «A todas las personas antes mencionadas, además del alojamiento, se les daba también comida haciendo milagros por el momento que se atravesaba»; leemos que «todo estaba racionado. La Providencia intervino siempre… En Cuaresma incluso los judíos venían a escuchar los sermones, y el señor Alberto Sermoneta ayudaba en la Iglesia. La madre priora le mandaba a hacer muchas cosas en el altar del Santísimo preparado para el Jueves Santo».
Y en medio de la tempestad, mientras el claustro del siglo XIII se llena de paja y heno para que descansara toda aquella pobre gente, nada se interrumpe: el trabajo y las celebraciones litúrgicas siguen su ritmo bajo la paternal vigilancia de monseñor Carlo Respighi, el entonces rector de la Basílica de los Santos Cuatro y prefecto de las ceremonias apostólicas, muerto en 1957. En un gran local adyacente al huerto las monjas esconden nada menos que once automóviles, incluido el del mariscal Pietro Badoglio, el jefe del gobierno militar italiano, que escapó de Roma tras el 8 de septiembre. Y además siete yeguas, cuatro vacas…
Pero por el memorial nos enteramos de que también después de la liberación siguió la hospitalidad en los Santos Cuatro: «La Secretaría de Estado nos ha ordenado que alojemos con la más escrupulosa precaución al general Carloni, a quien se le buscaba para condenarle a muerte». Se trataba de Mario Carloni, general de infantería que había estado al frente de la IV división alpina Monte Rosa de la República de Saló.
Era bien sabido que el monasterio romano formaba parte del numeroso grupo de instituciones católicas que alojaron a judíos y perseguidos políticos durante la ocupación fascista: se le incluye en la Lista de las casas religiosas de Roma que alojaron a judíos publicada en la sección de documentos de la Storia degli ebrei italiani sotto il fascismo, de Renzo De Felice, cuya primera edición es de 1961 (Einaudi, Turín 21993, págs. 628-632), en donde leemos que «las monjas agustinas de los Cuatro Santos Coronados» habían alojado a 17 judíos. La lista, que retoma un artículo de la Civiltà Cattolica de 1961 firmado por el padre Robert Leiber, sigue siendo todavía hoy uno de los documentos clave para todas las investigaciones posteriores, incluidas las más recientes, como la comenzada en 2003 por la Coordinación de historiadores religiosos, sobre los judíos alojados en las estructuras católicas de Roma entre el otoño de 1943 y el 4 de junio de 1944. Sor Grazia Loparco, docente de Historia de la Iglesia en la Pontificia Facultad Auxilium y miembro de la Coordinación, en enero de 2005 hizo públicos a la agencia internacional Zenit los primeros resultados de la investigación: los judíos salvados en Roma dentro de las instituciones religiosas fueron, según una estimación a la baja, por lo menos 4.300.
Tanques alemanes por las calles del centro de Roma en septiembre de 1943

Tanques alemanes por las calles del centro de Roma en septiembre de 1943

Otros testimonios inéditos ofrecidos por personas salvadas gracias a la acogida en los institutos religiosos fueron dados a conocer en los volúmenes de Antonio Gaspari, Nascosti in convento (Ancora, Milán 1999), y de Alessia Falifigli, Salvàti dai conventi. L’aiuto della Chiesa agli ebrei di Roma durante l’occupazione nazista (San Paolo, Cinisello Balsamo 2005). Tanto en estos últimos estudios como en todos los que desde hace por lo menos cuarenta años estudian el papel de los católicos en la salvación de los judíos de las persecuciones nazifascistas está presente la pregunta de si aquella acogida tuvo solo carácter espontáneo o si hubo órdenes procedentes de las altas jerarquías de la Iglesia. La respuesta siempre ha sido prácticamente la misma. Es decir, que la naturaleza de la hospitalidad dada por la Iglesia romana a los perseguidos, sobre todo a los judíos, fue espontánea, no decidida de antemano por las jerarquías de la Iglesia, pero secundadas por estas y apoyada moral y materialmente. Y en la presentación del volumen de Falifigli, Andrea Riccardi, historiador del cristianismo en la Tercera Universidad de Roma y fundador de la Comunidad de San Egidio, especifica: «Para superar las prohibiciones de la clausura, tanto la más estricta de los monasterios como la más blanda de los conventos, era necesaria una orden de lo alto». Añade: «Pero todos, unánimemente, han sonreído ante la idea de que pudiera haber algún documento vaticano sobre el tema. ¿Quién hubiera fabricado una prueba contra sí mismo por una actividad prohibida y clandestina? Y sin embargo todos los responsables estaban convencidos de que era la voluntad del Papa la que les abría las puertas de sus casas a los judíos y a los perseguidos». Opinión ya expresada por el escritor y periodista de origen judío Enzo Forcella en un volumen de 1999: «El consentimiento al asilo había sido dado sólo verbalmente, se comprende. Durante toda la ocupación las autoridades religiosas se atendrán a su antigua regla: es siempre mejor hacer comprender que decir, si algo se ha de decir, es mejor evitar dejarlo escrito y, en todo caso, a las posibles contestaciones habrá que responder que se trató de iniciativas personales de los sacerdotes sin ser sabido por las autoridades superiores» (La Resistenza in convento, Einaudi, Turín 1999, p. 61).
¿Qué añaden, pues, las páginas del memorial agustino que publica 30Días? «No hay más que leerlas, no hay más que decir: nuestras hermanas no recibieron una invitación vaga de la Santa Sede para que abrieran el convento a quien lo necesitara, sino una orden», reafirma sor Rita Mancini. «La orden perentoria del Pontífice de que se diera alojamiento a judíos o a quienquiera que corriera peligro de muerte por las persecuciones de los nazifascistas. Compartiendo todo con ellos, haciéndoles sentir en su propia casa. Con gozo, a pesar del peligro. Si esto es indiferencia…».
Dos monjas en el claustro del monasterio de los Cuatro Santos Coronados en una foto de principios de los cuarenta

Dos monjas en el claustro del monasterio de los Cuatro Santos Coronados en una foto de principios de los cuarenta

El memorial está redactado en estilo seco, sobrio, y sin embargo emocionante, capaz de reflejar el clima de aquellos meses vividos peligrosamente dentro de las sagradas e infranqueables paredes del monasterio, donde llega el eco de una Roma aterrorizada y sangrante, que había tenido que padecer en rápida sucesión: el bombardeo del barrio de San Lorenzo el 19 de julio del 43, con 1.400 muertos, 7.000 heridos y la destrucción de la antigua Basílica de San Lorenzo; seis días después, el arresto de Mussolini por orden de Vittorio Emanuele III de Saboya y el nombramiento del mariscal Pietro Badoglio como jefe del gobierno militar; un segundo bombardeo de los aliados «todavía más desastroso que el primero», escribieron los periódicos romanos, el13 de agosto: el objetivo esta vez fueron los barrios Tiburtino, Apio y Tuscolano; la posterior adquisición del status de “ciudad abierta”, es decir, zona desmilitarizada; luego el armisticio del 8 de septiembre entre el gobierno italiano y las fuerzas aliadas; la fuga de Badoglio y de los Saboya hacia Bríndisi; la desorientación de los soldados italianos, abandonados a su suerte; la espera de los angloamericanos, que desembarcaron en Sicilia ya el 10 de julio, y la llegada, por su parte, de los tanques alemanes, que ocuparon el centro de la ciudad, tras arrasar, cerca de la Puerta de San Pablo, la última base de civiles y soldados italianos que defendían Roma. Y luego vino aquel sábado del 16 de octubre en el gueto, cuando a las 5 de la mañana los nazis sacaron a 1.023 judíos de sus casas con destino al campo de exterminio de Auschwitz.
Pero «también durante el período de la ocupación alemana, la Iglesia resplandece sobre Roma», dirá un gran laico, el historiador Federico Chabod, a los estudiantes de la Sorbona. Resplandece, sigue diciendo Chabod, «de manera no muy distinta de como había ocurrido en el siglo V. De un día para otro la ciudad se queda sin gobierno; la monarquía ha escapado, el gobierno también, y el pueblo dirige su mirada a San Pedro. Escapa la autoridad pero en Roma –ciudad única bajo este aspecto– existe otra: ¡y qué autoridad! Lo que significa que aunque en Roma esté el comité y la organización militar del CLN (Comité de Liberación Nacional), para la población es mucho más importante y adquiere cada día más importancia la acción del papado» (Federico Chabod, L’Italia contemporanea 1918-1948, Einaudi, Turín 1993, págs. 125-126).
Publicamos a continuación el memorial relativo al período de la ocupación nazifascista en Roma. Incluye también un fragmento de un artículo aparecido en L’Osservatore Romano.


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