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CELAM
Sacado del n. 09 - 2006

MONSEÑOR LUCIANO MENDES DE ALMEIDA

«Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano»


El 27 de agosto, fiesta de santa Mónica, madre de san Agustín, falleció en São Paulo de Brasil, el obispo Luciano Mendes de Almeida, una de las personalidades más conocidas y apreciadas de la Iglesia latinoamericana, una figura significativa del episcopado brasileño y del proceso democrático y social del país. En estas páginas el recuerdo del cardenal Geraldo Majella Agnelo, presidente de la Conferencia episcopal brasileña


por el cardenal Geraldo Majella Agnelo


El pasado miércoles, en Mariana (Minas Gerais), dimos el último adiós a monseñor Luciano Mendes de Almeida s.j., durante la misa que celebramos por su eterno reposo.
Monseñor Luciano Mendes de Almeida

Monseñor Luciano Mendes de Almeida

Sus últimas palabras antes de entrar en coma fueron: «Dios nos ha creado por amor, y Él sabe lo que es mejor para nosotros, pongo mi vida en sus manos».
En su servicio a la Iglesia, Luciano Mendes, nacido en 1930 en una familia de tradición católica de Río de Janeiro, pudo contar con una sólida formación adquirida en los jesuitas, orden en la que recibió el sacerdocio en 1958. Tenía una sólida base filosófica, teológica y humanista. Consiguió el doctorado en Filosofía tomista en la Universidad Gregoriana de Roma. En el mismo periodo se dedicó a la pastoral de las cárceles.
Llamado al episcopado por el papa Pablo VI, monseñor Luciano fue destinado en 1976 a Região Belém, en São Paulo, como obispo auxiliar del cardenal Paulo Evaristo Arns. En 1988 fue elegido para la archidiócesis de Mariana, donde “En el nombre de Jesús”, su lema episcopal, se entregó completamente durante dieciocho años y tres meses, es decir, hasta su muerte.
Quien ha vivido a su lado, en la CNBB (Conferencia nacional de los obispos brasileños) y en las múltiples actividades de su ministerio episcopal, tenía la impresión de hallarse ante un hombre totalmente impregnado de Dios, que vivía continuamente en su presencia. Un contemplativo en acción.
De la Eucaristía y de las vigilias nocturnas, monseñor Luciano sacaba la fuerza para su acción decidida e incansable como obispo, como miembro de la dirección de la CNBB, como defensor de los pobres. Alimentaban su celo por la Iglesia y la humanidad una intensa vida de oración, su identificación afectiva con Jesucristo, la devoción a María y la caridad pastoral.
Miembro de la dirección de la CNBB durante dieciséis años, monseñor Luciano fue un incansable promotor de la unidad del episcopado y un animador de la renovación pastoral de nuestra Iglesia. Gran inspirador de iniciativas pastorales, animaba el diálogo como modo para buscar un acuerdo entre posturas que podían parecer inconciliables.
Su secreto estaba en insistir en la unidad respeto a lo esencial, favoreciendo el respeto por las legítimas diferencias y practicando en todas las cosas la caridad y el respeto recíproco. Tenía una memoria prodigiosa y se acordaba de los nombres de personas que no veía desde hacía mucho tiempo. Todo el mundo se sentía a gusto con él. Siempre veía algo bueno en las ideas de su interlocutor y trataba de valorizarlas.
Hombre de síntesis y de justos planteamientos, sabía articular una multiplicidad de propuestas y de sugerencias. Este carisma fue a menudo decisivo a la hora de elaborar textos y declaraciones que marcaron de manera profética a la Iglesia, incluso durante el régimen militar y en los grandes debates por la defensa de la vida desde su concepción hasta su muerte natural, y de dignidad; por la justicia y la paz, la tutela de la naturaleza y del medio ambiente, la lucha para derrotar la pobreza y la marginación.
Monseñor Luciano se interesaba por todas las cuestiones relativas a la fe, la vida, la salud y el bien común, de Brasil y del mundo. Subrayo algunos de estos temas, verdaderas pasiones de su corazón de apóstol.
Su primera pasión eran los pobres, todos los pobres y los que sufren, en especial los chicos y los niños y niñas de la calle. Como obispo auxiliar de São Paulo, en la Região Belém, organizó centenares de centros de acogida para menores y vagabundos. Frecuentemente salía por la mañana temprano a recoger niños y mendigos, hablaba con ellos y los llevaba a uno de estos centros.
Aliado de esta pasión era su amor sin medida por la Iglesia, un amor que manifestaba con una fidelidad profunda y a veces sufrida, a causa de las incomprensiones, debilidades y límites humanos, los suyos y los de los demás. Puso sus carismas al servicio de esta Iglesia, con su presencia activa e iluminadora en encuentros y congresos, predicando ejercicios espirituales y llevando a cabo mediaciones en situaciones difíciles.
Otra pasión suya era la comunicación y la evangelización por medio de los medios de comunicación. A él se debe, en gran parte, la creación de la primera televisión católica, Rede Vida, por la que trabajó muchos años y llamó a tantas puertas. No entendía por qué la Iglesia en Brasil, al lado de radios y periódicos, no disponía de una propia red de televisiones. Desde 1983 monseñor Luciano escribía un artículo semanal en el periódico Folha de S. Paulo.
En la labor por la que consumió su vida, monseñor Luciano mantuvo siempre el mismo modo de actuar, que lo hizo amar y admirar por todos los que lo conocieron: dulce en las palabras, firme en los principios, fuerte en la acción.
Es así como queremos recordarlo. Alabado sea Dios por el gran don que la vida y la actividad de monseñor Luciano Mendes de Almeida han sido para la Iglesia y para el mundo.


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