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EDITORIAL
Sacado del n. 10 - 2006

Sobre Turquía


Las polémicas suscitadas por uno de los discursos pronunciados por Benedicto XVI en su viaje a Baviera parecían que iban a obstaculizar la misión en Turquía. Un amigo musulmán me ha dicho que lo que pueda decir el profesor Ratzinger no puede decirlo el Papa. Es un distinción que no me parece justa


Giulio Andreotti


La Basílica de Santa Sofía, construida bajo el emperador Justiniano (527-565), consagrada en el 537, 
convertida en mezquita con la ocupación otomana en 1453 
y hoy museo, Estambul, Turquía

La Basílica de Santa Sofía, construida bajo el emperador Justiniano (527-565), consagrada en el 537, convertida en mezquita con la ocupación otomana en 1453 y hoy museo, Estambul, Turquía

Durante mis muchos años de trabajo de gobierno y parlamentario he tenido, especialmente en el ámbito de la OTAN, muchas ocasiones de trabajar en común con personajes y delegaciones de Turquía. Nunca nos sentimos a disgusto, ni siquiera cuanto se tocaba –directa o indirectamente– el delicado problema de Chipre. Por eso, sin poner en duda que es bilateralmente justo el progresivo y meditado estudio del ingreso de los turcos en la Unión Europea, encuentro equivocados no solo los prejuicios sino también ciertas expresiones, que yo diría de soberbia, que afloran de cuando en cuando en Bruselas y otras partes.
El colmo de estas actitudes de soberbia se alcanzó hace algunos años cuando se indicó como señal de atraso del ordenamiento penal turco la persistencia de la pena de muerte, que todavía existe en algunos de los Estados Unidos de América, sin ninguna reacción internacional.
He aludido a la OTAN. La presencia turca en la Alianza fue objetivamente determinante a la hora de frenar los planes expansionistas de la Unión Soviética. Sin duda alguna también a ellos les convenía, pero este argumento no se aplica solo a Turquía. También es menester recordar que si el centro de la Alianza era lo militar, en otros campos –como preveía el artículo 2 del Tratado– se fueron desarrollando convergencias, cooperaciones, acuerdos.
Sin confundir nunca lo sagrado con lo profano, la relación con el pueblo turco puede ser útil también en el diálogo entre las religiones, cuyo valor general creo que hoy está bastante compartido. A veces cuesta trabajo mantener distinguidos estos problemas de los políticos, económicos e incluso culturales. Especialmente con sus setenta millones de ciudadanos censados como islámicos, Turquía es potencialmente un interlocutor primario.
Varias veces se han hecho voluntariosos esfuerzos privados sobre el tema. Recuerdo uno que tuvo como protagonista a la hija del difunto líder egipcio Sadat, que arrancó con gran entusiasmo; como ocurrió otras veces, todo se fue al traste a la hora de la verdad por la imposible prejudicial de pretender el desconocimiento del Estado de Israel.
Es lo que está ocurriendo en este período entre los propios palestinos. Los duros de Hamás, a diferencia de lo que sabiamente hizo Arafat, rechazan aceptar que el Estado israelí ha de existir; y repiten las absurdas palabras que uno de los gobernantes iraníes expresara provocando la inevitable reacción.
El recuerdo de Arafat es pertinente, pero los contestatarios siguen echándole en cara que aceptara los dos tiempos (Autoridad palestina y Estado). No es inexacto, pero estoy convencido de que sin la superación del impedimento de la aceptación del Estado de Israel no se hubiera dado ni se dará ningún paso adelante. Además, este no es un problema del que se pueda esperar que el tiempo ayude a solucionar.
Benedicto XVI durante el rezo del Ángelus del domingo 12 de noviembre de 2006

Benedicto XVI durante el rezo del Ángelus del domingo 12 de noviembre de 2006

Diálogo interreligioso. Aunque existen otros (e importantes) interlocutores, hoy se subraya el enfrentamiento entre cristianos e islámicos, haciéndose abstracción con buena, aunque quizá algo temeraria, voluntad, del proceso de reunificación de los cristianos.
En términos cuantitativos, la prensa, radio y televisión dedican al enfrentamiento islam-cristianismo mucho espacio, quizá demasiado: confundiéndose los aspectos históricos, teológicos, políticos. Por suerte tras el 11 de septiembre de 2001, el presidente americano declaró a Bin Laden «un enemigo de su propia religión», evitándose el error de colgarles a todos los musulmanes el sambenito de terroristas.
El diálogo está enrevesado por una disparidad: la Iglesia católica tiene un ordenamiento jerárquico (Papa, diócesis, parroquias, etc.), a diferencia de los islámicos. De ello deriva, por ejemplo, la imposibilidad de evocar reciprocidad de trato, como puede hacerse en los acuerdos interestatales. De hecho, tampoco la situación es uniforme. Tenemos desde la presencia histórica de escuelas católicas (Jordania) a la inhibición absoluta de cualquier otra religión (Arabia Saudí). Por lo que concierne a Turquía hay que distinguir por ejemplo Estambul de Ankara, a Efeso de los otros centros.
El actual viaje del Santo Padre a Turquía nos trae a la memoria el de Juan Pablo II en noviembre de 1979. Todavía no nos habíamos acostumbrado a los viajes ecuménicos del Papa y seguimos con gran atención las distintas etapas: Esmirna, Éfeso, Estambul, Ankara. Fueron muchas las referencias históricas en los discursos; se veía claramente que pretendían no solo evocar momentos solemnes positivos (Concilio de Éfeso) o negativos (cisma) sino confrontar culturas, mentalidades, perspectivas. Me impresionó una alusión en especial: subrayaba las características poliédricas del pueblo turco y las huellas dejadas en el ex imperio. Pero entre líneas había una reserva, cuyo significado he comprendido solo recientemente. La modernización del país, que ha avanzado sin duda alguna en todos los aspectos (no sólo los externos, como la abolición del fez), había comportado la abrogación de algunas normativas “regionales” útiles inspiradas en las distintas etnias.
Por conexión objetiva pienso en los problemas suscitados en Irak con los curdos, que se añaden a la contraposición entre chiíes y suníes.
El fuerte llamamiento contra el hambre en el mundo, lanzado por el Papa en su discurso dominical del 12 de noviembre, representa la plataforma verdadera del mensaje a los pueblos (esta vez al pueblo turco). Puede ser más o menos importante la lista de los encuentros protocolarios que el Papa mantendrá en este y en los futuros viajes. Creo que su misión es la evangelización de los pobres
En nombre del deseado camino hacia la unidad de los cristianos, los católicos hemos de evitar injerencias en las relaciones entre las Iglesias ortodoxas, a veces complejas por razones políticas (como era entre el Patriarca de Constantinopla y Makarios, que era el jefe político de Chipre). También con la Iglesia griega hemos visto que la relación ha de ser directa. Las polémicas suscitadas por uno de los discursos pronunciados por Benedicto XVI en su viaje a Baviera parecían que iban a obstaculizar la misión en Turquía. Un amigo musulmán me ha dicho que lo que puede decir el profesor Ratzinger no puede decirlo el Papa. Es una distinción que no me parece justa; sin embargo, me ha gustado mucho que, pese a ser más que válido, no se insista en la referencia a la triple descendencia común de Abraham, aunque esto debería idealmente favorecer el coloquio entre las tres ramas.
Cada vez me convenzo más de que el encuentro ha de ocurrir en el plano de la caridad (amor recíproco y lucha común contra la pobreza).
El fuerte llamamiento contra el hambre en el mundo, lanzado por el Papa en su discurso dominical del 12 de noviembre, representa la plataforma verdadera del mensaje a los pueblos (esta vez al pueblo turco). Puede ser más o menos importante la lista de los encuentros protocolarios que el Papa mantendrá en este y en los futuros viajes. Creo que su misión es la evangelización de los pobres. Conservo intacta y conmovida la memoria de un discurso de Pablo VI a los campesinos de los campos colombianos durante aquel Congreso eucarístico internacional.
Dios es amor. El Papa es el siervo de los siervos de Dios.





LA PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A TURQUÍA DEL PAPA WOJTYLA EN 1979

EL DISCURSO DE JUAN PABLO II EN ESMIRNA

Esmirna,
30 de noviembre de 1979

Juan Pablo II con el patriarca Dimitrios I al finalizar el viaje apostólico en Turquía, el 30 de noviembre de 1979

Juan Pablo II con el patriarca Dimitrios I al finalizar el viaje apostólico en Turquía, el 30 de noviembre de 1979

Me alegro de que se me haya ofrecido esta ocasión para manifestarle al pueblo turco mi estima.
Ya lo sabía, y he tenido la confirmación estos días: es una nación justamente orgullosa de sí misma e intencionada a resolver sus problemas políticos, económicos y sociales con dignidad, en la democracia y en la independencia. Tiene la riqueza de una juventud numerosa, y está decidida a utilizar todos los recursos del progreso moderno. Formulo por su porvenir mis cordiales deseos. No he podido evitar meditar sobre su pasado. Tras algunos milenios –podemos remontarnos por lo menos a los hititas– este país ha sido un punto de encuentro y un crisol de civilizaciones, y el pernio entre Asia y Europa. Cuántas riquezas culturales arraigadas no solo en sus vestigios arqueológicos y en sus venerables monumentos, sino también en el alma, en la memoria más o menos clara de sus pueblos. Cuántas aventuras, gloriosas o penosas, han formado el tejido de su historia.
La unidad de la Turquía moderna se funda hoy en la promoción del bien común, sobre el que el Estado tiene la misión de velar. La clara distinción entre la esfera civil y la religiosa puede permitirle a cada cual ejercer sus responsabilidades específicas, respetando la naturaleza de cada poder y con la libertad de las conciencias.
El principio de esta libertad de conciencia, como la de religión, de culto, de enseñanza, está reconocido en la Constitución de esta República. Deseo que todos los creyentes y sus comunidades puedan beneficiarse de ello cada vez más. Las conciencias, cuando están bien formadas, sacan de sus profundas convicciones religiosas, digamos de su fidelidad a Dios, una esperanza, un ideal, cualidades morales de valor, de lealtad, de justicia, de hermandad necesarias para la felicidad, la paz y para el alma de todo el pueblo. En este sentido, permítaseme expresar mi estima por todos los creyentes de este país.
Yo he venido ante todo como jefe religioso, y vosotros comprenderéis fácilmente que me ha alegrado particularmente encontrar en este país a hermanos e hijos cristianos que esperaban mi visita y estos intercambios espirituales, que en cierta manera se han vuelto necesarios. Sus comunidades cristianas reducidas en número pero fervientes, profundamente arraigadas en la historia y en el amor a su patria, mantienen viva, en el respeto de todos, la llama de la fe, de la oración y de la caridad de Cristo.
Con ellas he recordado también estas regiones o estas ciudades honradas por la evangelización de los grandes apóstoles de Cristo, Pablo, Juan, Andrés, por las primeras comunidades cristianas, por los grandes concilios ecuménicos.
Sí, como sucesor del apóstol Pedro, mi corazón, como el de todos los cristianos del mundo, sigue muy ligado a estos lugares famosos donde nuestros peregrinos siguen llegando con emoción y gratitud. Dice mucho de este país el que los reciba y les dé alojamiento.
Seguiré rezando al Altísimo para que inspire al pueblo turco y a sus gobernantes en la búsqueda de su voluntad, para que los asista en sus graves responsabilidades, para que los colme de sus dones de paz y fraternidad.


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