EDITORIAL
Sacado del n. 11 - 2006

Dossetti


Llegó de Milán con credenciales del padre Gemelli el profesor Giuseppe Dossetti, titular de Derecho Eclesiástico en la Católica. El “viento del Norte”, que hasta aquel momento no habíamos percibido, sopló con gran intensidad. Sin ningún tipo de rodeos Dossetti definió «viejo» el aparato central e inadecuadas las estructuras periféricas


Giulio Andreotti


Giuseppe Dossetti

Giuseppe Dossetti

Se ha celebrado en el histórico Salón de la Loba de Montecitorio el décimo aniversario de la muerte del diputado Giuseppe Dossetti. La participación del presidente de la República otorgó gran relieve al acontecimiento.
¿Quién era Dossetti?
El secreto del éxito de la Democracia Cristiana en los primeros años de la posguerra dependió mucho de la capacidad de hacer ingresar a jóvenes en un contexto que –si exceptuamos el cambio de nombre– estaba capitaneado por los supervivientes del Partido Popular Italiano. No sólo el presidente De Gasperi, sino hombres como Scelba, Spataro, Piccioni, hacían que nos sintiéramos a nuestras anchas, impidiendo que –aquí hablo de mi experiencia personal– quedáramos traumatizados entrando en el Congreso en una asamblea (la Consultación nacional de septiembre de 1945) de la que formaban parte gigantes como Vittorio Emanuele Orlando, Benedetto Croce, Francesco Saverio Nitti, Ivanoe Bonomi y Piero Calamandrei.
Se nos aceptó como miembros “antiguos”, creándose gran armonía en la sede de la DC, agitada solo en parte por Giovanni Gronchi, que iba por libre.
En este contexto llegó de Milán con credenciales del padre Gemelli el profesor Giuseppe Dossetti, titular de Derecho Eclesiástico en la Católica. El “viento del Norte”, que hasta aquel momento no habíamos percibido, sopló con gran intensidad. Sin ningún tipo de rodeos Dossetti definió «viejo» el aparato central e inadecuadas las estructuras periféricas.
Sin embargo, he de decir que dedicó mucha atención a los Grupos juveniles sugiriendo más visibilidad exterior. Hizo un discurso muy hermoso en una asamblea nuestra que se celebró en el teatro Volturno, y al final se colocó a la cabeza de una manifestación –novedad para nosotros– que marchó cantando Bianco Fiore por toda la vía Nazionale hasta la sede central del partido.
Llamó a otros dos colegas de la Universidad Católica a trabajar para la DC de Roma: Amintore Fanfani y Giuseppe Lazzati. Al primero hizo que se le encargara la propaganda –central y periférica– en un esquema completamente nuevo. Al principio el profesor Fanfani tenía un papel de alto dirigente, pero denunció inmediatamente lo inadecuado de nuestros aparatos. Actuaba con un voluntarismo propio de la Acción Católica –decía que era ilusorio pensar afrontar y derrotar así a los comunistas–. Sin duda eran consideraciones justas; pero De Gasperi manifestó repetidas veces su preocupación por el coste de un aparato similar.
Sin embargo, los “profesores” no se ocupaban solo del papel de Marta, ya que daban una aportación muy relevante a los trabajos de la Asamblea Constituyente.
Vivían en comunidad en un apartamento de la vía della Chiesa Nuova.
Roma es una ciudad extraordinaria, la Basílica Vallicelliana sigue llamándose Nueva después de tantos siglos. Y lo seguirá siendo.
He citado al padre Gemelli. Los de la FUCI, quizá con superficialidad juvenil, no lo invitábamos a presidir los grupos de estudio porque lo considerábamos demasiado tolerante con el régimen fascista, especialmente en la defensa del corporativismo. Más tarde rectifiqué mi actitud. Fue él mismo quien me explicó la necesidad de un modus vivendi con el Ministerio de la Educación Nacional. Por lo demás, la Católica había nacido por decisión del ministro Benedetto Croce y, tras el cuatrienio experimental, había sido aprobada definitivamente por Giovanni Gentile.
Dossetti y sus amigos fueron la primera “corriente” dentro de la Democracia Cristiana. Se pensó que las corrientes eran útiles para la circulación de las ideas (la frase fue de Nicola Pistelli, promotor de la corriente llamada de la Base, apoyada por Enrico Mattei y combatida abiertamente por don Sturzo).
El presidente de la República, 
Giorgio Napolitano con los presidentes de la Cámara y del Senado, Fausto Bertinotti y Franco Marini, y el presidente de la Corte Constitucional, Franco Bile, el 5 de diciembre de 2006 en el Palacio de Montecitorio con motivo de la jornada de estudio sobre “Giuseppe Dossetti en la Asamblea Constituyente y en la política italiana”

El presidente de la República, Giorgio Napolitano con los presidentes de la Cámara y del Senado, Fausto Bertinotti y Franco Marini, y el presidente de la Corte Constitucional, Franco Bile, el 5 de diciembre de 2006 en el Palacio de Montecitorio con motivo de la jornada de estudio sobre “Giuseppe Dossetti en la Asamblea Constituyente y en la política italiana”

La actitud del grupo de la Chiesa Nuova hacia los “viejos” (a mí me encuadraban entre ellos, porque no era una distinción por edades) provocaba reacciones obvias, que estallaron cuando en la elección del presidente de la República de 1948 los dossettianos organizaron el boicot de la candidatura del conde Carlo Sforza decidida por los órganos estatutarios a propuesta de De Gasperi. Fue la primera actuación de los “francotiradores”. Era una oposición no solo hacia la persona de Sforza (contra quien se manifestaron incluso pías mujeres democristianas) sino contra la línea que al año siguiente se convirtió en línea atlántica.
Solo una intervención personal de Pío XII convenció al mundo católico y a casi todos los dossettianos a abandonar su oposición a la idea de un pacto militar. También existía la preocupación de no dejar que la izquierda monopolizara la oposición a la Alianza Atlántica.
Conservo la minuta de una carta que dirigí al presidente De Gasperi para apoyar su plan de atraer a los dossettianos al esfuerzo común de nuestro partido.
Muchos “viejos” no compartían esta apertura y cuando en 1953 la parábola gubernamental degasperiana concluyó –por la traición de los partidos menores aliados– en la elección del propio De Gasperi a la presidencia del partido no lo apoyaron.
La comunidad dossettiana, sin embargo, había tenido también sus más y sus menos internos, cuando Fanfani entró en el gobierno en contra de la opinión de Dossetti. De este momento crítico tenemos el testimonio en una de las páginas de la correspondencia entre La Pira y Fanfani. Los redactores de la colección de misivas podían no comprenderla, cosa que yo puse de relieve cuando fui a presentar el volumen a Siena.
De todos modos, la vocación política de Dossetti fue disminuyendo hasta que se convenció de que no era esta la voluntad de Dios y que el compromiso, comenzado en la clandestinidad del Comité de Liberación en la región de Reggio Emilia, había llegado a su fin. El partido se quedó sin una aportación esencial. Se ocupaba no solo de las leyes y las grandes cuestiones, sino que se ocupaba con decisión y diligencia también de la búsqueda de soluciones a problemas específicos.
Recuerdo, por poner un ejemplo, una reunión en la que me hizo participar como subsecretario. Era un momento de crisis en el mercado del queso parmesano y había que encontrar soluciones. Explicó pormenorizadamente que el almacenamiento estaba creando problemas incluso a los bancos que lo utilizaban como garantía. El gobierno tenía que intervenir sin dilación.
Tras abandonar Roma y la política central hubiera querido seguir sin más pérdida de tiempo su vocación sacerdotal, pero el cardenal arzobispo Giacomo Lercaro le convenció para que se presentara como candidato para la alcaldía de Bolonia, bastión histórico del PCI


Tras abandonar Roma y la política central hubiera querido seguir sin más pérdida de tiempo su vocación sacerdotal, pero el cardenal arzobispo Giacomo Lercaro le convenció para que se presentara como candidato para la alcaldía de Bolonia, bastión histórico del PCI.
Diré por inciso que el alcalde Dozza tenía relaciones normales con el ministro Scelba, que una vez que le recibió en la sede del Ministerio del Interior me llamó por teléfono para que presentara al CONI quejas por el retraso en unos trámites sobre el Estadio municipal.
Quizá quien le sugirió al cardenal la idea de la candidatura dossettiana pensaba que la ciudad que se precia de tener la universidad más antigua de Europa (aunque ahí está el tira y afloja con la Sorbona) enloquecería de alegría por tener a un catedrático en el Ayuntamiento.
Sin embargo, Bolonia “Dozza” rendía más que Bolonia “docta”. Tampoco fueron de ayuda los sermones electorales de Dossetti sobre la reducción de los gastos y cosas por el estilo.
Estaba más que claro que lo que el Señor quería de él era que emprendiera el camino sacerdotal. Lo emprendió con una sensibilidad especial por los Lugares Santos y la Escritura. Su pequeño cenáculo –tan distinto de la Comunidad de la Chiesa Nuova– se convirtió en refugio espiritual y cultural reservado de muchas personas, incluso lejanas.
Lo vi la última vez en una conmemoración del cardenal Lercaro en Bolonia. Con su hábito parecía un eremita. Fue muy cariñoso conmigo y habló de su trabajo apostólico con serena profundidad.
Me acordé del pasaje del Evangelio en el que se considera que la optima pars es la de la contemplación. Pero en los años romanos Dossetti, como ya he dicho, había desarrollado también la parte de Marta con gran dedicación.


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