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AFRICA
Sacado del n. 07 - 2003

Uganda. En el norte, una guerra olvidada que puede desembocar en un genocidio

Una locura de magia y machete


Tres cuartos de la población vive desplazada. Los rebeldes del LRA llegan, matan, roban y lo queman todo. También las misiones. El ejército ugandés, uno de los más poderosos de África, no consigue deternerlos, pese a que el LRA, dirigido por la locura visionaria de Joseph Kony, está formado por menores de edad reclutados a la fuerza


por Davide Malacaria


Inspección de la policía ugandesa en la aldea de Pabo, cerca de Gulu

Inspección de la policía ugandesa en la aldea de Pabo, cerca de Gulu

«Han atacado la misión de Anaka». La voz del misionero que habla al otro lado del teléfono se oye agitada; todavía se sabe poco de lo que ha pasado y se teme lo peor. Responde al teléfono el padre Giulio Albanese, director de la agencia Misna (Missionary service news agency), que hace sólo dos días regresó de Uganda y sabe muy bien que hechos de este tipo son cada vez más frecuentes y amenazadores. Más tarde se sabrá que en el asalto, ocurrido el 17 de junio, murieron dos personas y hubo dieciséis heridos. Es sólo uno de los muchos episodios de violencia, que se suma a la triste contabilidad de una cadena de sangre que dura desde hace 17 años y que parece no querer acabar. El padre Albanese ha seguido de cerca esta extraña guerra. El verano pasado las autoridades ugandesas lo arrestaron durante uno de los muchos intentos de poner en marcha una negociación con los rebeldes. Y ahora teme lo peor. Nos dice: «El conflicto que está ensangrentando el norte de Uganda, sobre todo los distritos de Kitgum, Pader y Gulu, donde vive la etnia acholi, y los de Lira y Apac, donde vive la etnia langi, ha llegado a un nivel dramático, que nunca antes se había alcanzado. Tres cuartos de la población de estos distritos, que cuentan con 1.400.000 habitantes, viven desplazados. Los rebeldes llegan, matan, roban lo que pueden y luego queman todo, dejando a la gente sin medios de subsistencia… un drama humanitario de proporciones catastróficas. Ahora hay que añadir una hostilidad contra la presencia misionera que preocupa. Hace unos días, las radios de los rebeldes transmitieron la orden de matar a todos los misioneros y azotar a muerte a las religiosas. Los rebeldes usan también las radios que roban a las misiones y por eso se pudo interceptar esta orden. No sabemos muy bien si la noticia tiene fundamento, pero lo que es seguro es que nunca como en estos últimos meses las misiones han sufrido tantos ataques». Los protagonistas de estos hechos de sangre son los rebeldes del LRA, Lord’s Resistence Army (Ejército de Resistencia del Señor), un nombre altisonante para un movimiento extraño y controvertido. Un ejército nacido de la locura de una “bruja”, Alice Lakwena, que a finales de los años ochenta crea el ejército del Espíritu Santo, formado sobre todo por niños, que convierte en un polvorín el norte y que hace temblar al gobierno de Kampala. En el 88 la bruja es derrotada y se refugia en Kenia. La substituye su primo Joseph Kony, un loco visionario que actúa, según él, bajo el influjo de los espíritus. Dispone de armas y comida, pero le faltan las tropas. En poco tiempo crea otro ejército con los niños que secuestra y recluta en su movimiento. Para atarlos a su loco proyecto, tres días después del secuestro, somete a los niños a un rito mágico. Reciben la unción. Desde ese momento si escapan, serán perseguidos por el espíritu malvado y si sus compañeros los encuentran, los cortarán a cachos sin demasiados escrúpulos. Magia, brujería y locura. Una mezcla que ha convertido a este grupo de jóvenes armados, en total unos cinco mil, en la pesadilla de los distritos del norte de Uganda. El 90% de este terrible ejército está formado por niños-soldados, cuya edad va de los 9 a los 18 años; el 40% de estos tiene menos de 16 años. Se mueven veloces entre la hierba alta (por eso les llaman “olum”, que quiere decir hierba), pueden recorrer andando hasta 40 kilómetros en un día y actúan bajo el efecto de las drogas. Sigue diciendo el padre Albanese: «Conozco bien África, he visto muchas atrocidades, pero las de los rebeldes del LRA son de verdad insoportables… gente cortada a cachos y echada en calderos para comérsela, civiles degollados, niños mutilados sin ningún motivo… hay que hacer algo para acabar con esta tragedia. La comunidad internacional no puede permanecer pasiva».

La improrrogable
ayuda internacional

En Uganda muchos acusan al gobierno de Sudán de financiar al LRA. Al parecer tienen incluso pruebas. Desde Sudán responden acusando a Kampala de armar al SPLA, el Ejército Popular de Liberación de Sudán, que desde 1983 combate contra el gobierno de Jartum una guerra que ha causado más de dos millones de muertos. El año pasado los dos Estados llegaron a un acuerdo que permitía al ejército ugandés entrar en territorio sudanés para atacar las bases del LRA en el sur de Sudán. Pero la operación fracasó, y todo sigue igual que antes; peor que antes. «Lo que no se entiende», dice el padre Albanese, «es que un ejército como el ugandés, uno de los más poderosos de África, que durante estos años ha podido llevar tropas a la República Democrática del Congo, sea impotente contra un ejército formado por cinco mil niños y no logre garantizar un mínimo de seguridad a la población local. Controla los centros habitados del norte, pero con fuerzas irrisorias que, cuando los rebeldes atacan, son las primeras en escapar. Cuando el actual presidente, Yoweri Museveni, tomó el poder, en enero de 1986, se lo quitó a un gobierno que tenía su punto de fuerza en el norte, en la etnia acholi. Esta circunstancia puede explicar la actitud del gobierno en este conflicto». En la capital, efectivamente, la guerra parece lejana. El padre Piero Tiboni, comboniano, explica que los ecos de las matanzas del norte no llegan a Kampala: «Los periódicos gubernamentales hablan poco o nada. Se interesan sólo si salta alguna noticia sobre una posible implicación de Sudán. El gobierno tampoco dijo nada cuando se conoció la orden de matar a todos los misioneros. Vamos, que en Kampala parece que no pasa nada; las pocas noticias que llegan las dan los misioneros o los que tienen familiares en el norte».
Pero Kampala no es la única que subestima el drama del norte de Uganda. «En la ONU no se ha hablado nunca de este conflicto», afirma el padre Albanese: «Es un asunto interno, objeta el gobierno de Kampala, y nadie lo discute. En realidad Museveni es carne y uña con Occidente, con Estados Unidos, y especialmente con Inglaterra, de la que Uganda fue protectorado. Museveni es un político hábil. Antes de la caída del muro de Berlín, gozaba del apoyo, incluso financiero, de los países no alineados. Cuando el primer ministro sueco, Olof Palme, fue asesinado en el 86, Kampala proclamó el luto nacional. Con la caída del Muro, Museveni buscó nuevos aliados, y los encontró en Estados Unidos. El apoyo occidental llegó a su ápice en el 94, cuando las fuerzas antigubernamentales del Frente Patriótico Ruandés tomaron el poder en Ruanda ayudadas por fuerzas ugandesas. Desde entonces interviene como protagonista en los grandes cambios geopolíticos de esta vasta área del África centrooriental: la destitución de Mobutu en el Congo (1997), el cataclismo de los Grandes Lagos (1994, con 800.000 mil muertes comprobadas). Sueña con realizar una gran imperio tutsi (una de las mayores etnias africanas), que en su proyecto debería extenderse desde el sur de Sudán hasta Burundi, incluyendo también parte del Congo, especialmente las regiones del Ituri (donde, desde principios de junio, hay una fuerza de paz enviada por la UE) y del Kivu, las más ricas en minas, aún ensangrentadas por un conflicto sin fin. Además, hay que tener en cuenta que durante años Museveni ha sido considerado el alumno modelo del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, por haber llevado a cabo todas las recetas económicas presentadas por estos organismos internacionales. Es difícil que estos ambientes hagan presiones a su alumno preferido…». Pero esta situación puede cambiar, en política nada es inmutable. El presidente americano Georges Bush ha querido incluir a Uganda entre los países que visitará durante su viaje africano previsto para primeros de julio. Es posible que el viaje tenga que ver con el tesón de Museveni por acreditarse ante la nueva administración americana. Teniendo en cuenta que el presidente Bush se ha jugado todo su prestigio en la búsqueda de una solución del conflicto en Oriente Próximo, no puede excluirse que quiera repetir en Uganda.
Adiestramiento de un niño-soldado

Adiestramiento de un niño-soldado

Si bien la situación internacional ha impedido hasta ahora una reflexión seria sobre la guerra civil que está ensangrentando el norte de Uganda, las organizaciones internacionales están presentes en la zona y tratan de socorrer a la población exhausta. Pero las ayudas no son suficientes. El padre Carlos Rodríguez Soto, responsable de la oficina de “justicia y paz” de la diócesis de Gulu, denuncia: «Las organizaciones internacionales presentes en esta zona son muy pocas, hay un edificio de la ONU, algunas ONG, pero en comparación con otras áreas de crisis son realmente muy pocas. La verdad es que esta zona de África no posee grandes riquezas, por eso no le interesa a nadie. Pero hay muchos hijos de Dios que sufren, y esto le preocupa a la Iglesia». Nos ponemos en contacto con él cuando se prepara para ir, con el obispo de Gulu, John Baptist Odama, y otros líderes religiosos anglicanos, a pasar la noche con los niños que van a buscar un poco de seguridad en las calles de la ciudad. Comenzaron el 22 de junio a dormir entre ellos. El padre Rodríguez habla de la primera noche, de un tiroteo a pocos pasos de donde estaba, y del miedo de los niños: «Yo también tuve miedo», nos dice al teléfono, y nos habla de su pena por esos niños que desde el pasado enero pasan las noches en estas condiciones.
Hasta ahora la guerra ha causado 40.000 muertos. Pero son solamente los casos seguros. Los cálculos más realistas hablan de 100.000 muertos. Los niños que el LRA ha secuestrado desde el 94 hasta hoy son como mínimo 20.000. El padre Josef Gerner, comboniano de origen alemán, es párroco de Kitgum desde 1996 y conoce muy bien los sufrimientos de su gente. Nos dice al teléfono: «Estamos simplemente en una situación desastrosa, nunca había sido así. En este momento los rebeldes nos rodean. Están por todas partes y pueden atacar en cualquier momento. La gente viene a pedirnos comida y a refugiarse aquí, sobre todo los niños que tienen miedo de que los secuestren. Hemos logrado alojar a setecientas personas, pero comenzamos a estar un poco apretados. El hospital está lleno, el personal está muy cansado, no puede más. Todas las noches da alojamiento a unas cinco mil personas que buscan protección entre sus paredes. En esta tragedia la gente trata de rezar, y lo mismo hacemos nosotros. Aquí en Kitgum fueron bautizados los mártires Daudi y Jildo, los dos catequistas muertos en 1918, aquí reposan sus reliquias. La gente les tiene mucha devoción y les reza. Pero en esta tierra la Iglesia está sufriendo, la gente está sufriendo, y la Iglesia con ellos». Luego el padre, con voz vibrante, añade: «Aquí cada año secuestran a miles de niños, y, sin embargo, los medios de comunicación europeos o americanos no dicen nada. Miles de niños arrancados a sus padres, obligados a matar o a morir, una forma de esclavitud que África no había conocido nunca y todo esto no merece ni siquiera dos líneas en un periódico…».
La situación de Kitgum es semejante a las de muchas otras localidades del norte. Todas las zonas rurales están en poder de los rebeldes. Es imposible salir a la carretera sin correr el peligro de caer en una emboscada. Hasta las ayudas internacionales deben enviarse por avión, con costes altísimos. «Este es un drama que se suma a los otros». Sigue diciendo el padre Albanese: «Para poder socorrer eficazmente a la población hacen falta vías de comunicación seguras. En mi reciente viaje a Uganda, toda la gente que he visto estaba de acuerdo en que lo primero que hay que hacer es garantizar la seguridad de la gente y de la zona, sólo después será posible distribuir con eficacia las ayudas alimentarias y los otros géneros de primera necesidad. Así que es improrrogable el envío de una fuerza internacional capaz de garantizar esta seguridad. Los modos y las formas son múltiples. Pero todos están de acuerdo en que no se puede esperar más, o será un desastre humanitario».

Alivio a la sombra
de la Iglesia

Esperando que esto suceda, las pocas organizaciones internacionales presentes, como el PAM (Programa Alimentario Mundial) y el AVSI (Asociación de Voluntarios para el Servicio Internacional), intentan poner remedio como pueden. Pero la llegada a destino de estas ayudas y su distribución sería imposible sin la presencia de personas en el lugar, los misioneros ante todo, pero también laicos y religiosas que, pese a todo, siguen presentes en una zona que la locura del brujo Kony quiere transformar en un matadero. Los misioneros occidentales en la región son unos sesenta, otros veinte son misioneros africanos, sobre todo sacerdotes de la congregación de los Apostles of Jesús, más algunos sacerdotes del clero local. Gotas de consuelo y esperanza en un mar de maldad y de sufrimientos. Una presencia inerme que no se limita a asistir de alguna manera a la población. La Iglesia, en efecto, ha intentado de un modo u otro de hallar caminos de paz. Dicen que el obispo de Gulu, monseñor John Baptist Odama, llama a todas las puertas para tratar de conseguir la paz. Algunos le han abierto. Ha sido él quien ha constituido el ARLPI (Acholi Religious Leaders Peace Initiative) con anglicanos y musulmanes, que, durante cierto tiempo, medió entre el gobierno y los rebeldes. Pero ahora las puertas del diálogo parecen que se han cerrado. Continúan los contactos secretos, que a veces permiten arrancarle al LRA algunos de estos niños-soldados. El padre Rodríguez habla de algunos niños que ha conseguido liberar en estos últimos días, después de cinco años de reclutamiento forzado en las filas de los olum. Muchachos con historias indecibles, cuya reinserción en la vida normal plantea problemas inimaginables.
Si la Iglesia puede intentar esta obra de mediación se debe también al prestigio que siempre ha tenido entre la población. Por eso no parecía posible que pudiera ser uno de los objetivos de los rebeldes. Causó sensación en Occidente la noticia del asalto contra el seminario de Lacor, ocurrido el 10 de mayo, y el secuestro de unos cuarenta seminaristas, de los cuales cinco fueron asesinados, algunos huyeron y treinta siguen prisioneros de los rebeldes. Un episodio excepcional que se suma a la amenaza del tal Kony lanzada por radio y a los numerosos ataques de los últimos meses contra las misiones. Más de doce misiones atacadas, iglesias asaltadas.
Si la Iglesia puede intentar esta obra de mediación se debe también al prestigio que siempre ha tenido entre la población. Por eso no parecía posible que pudiera ser uno de los objetivos de los rebeldes. Causó sensación en Occidente la noticia del asalto contra el seminario de Lacor, ocurrido el 10 de mayo, y el secuestro de unos cuarenta seminaristas, de los cuales cinco fueron asesinados, algunos huyeron y treinta siguen prisioneros de los rebeldes. Un episodio excepcional que se suma a la amenaza del tal Kony lanzada por radio y a los numerosos ataques de los últimos meses contra las misiones. Más de doce misiones atacadas, iglesias asaltadas. Los rebeldes capturan a las mujeres y a los niños, como siempre, y matan, como siempre. Pero al parecer hay algo nuevo, distinto de antes. Una señal siniestra. Como si el viento que sopla sobre esta guerra quisiera recrudecer, transformar este conflicto en un nuevo genocidio africano. «Las misiones atacadas últimamente son de verdad demasiadas», confirma el padre Albanese: «Namokora, Pajule, Madi Opei, Anaka han sido atacadas repetidamente. En la diócesis de Soroti algunas parroquias tuvieron que cerrar y dos misiones, la de Amuria y Katine, fueron evacuadas. En Alito dispararon dentro de la iglesia contra el tabernáculo, arrojaron al suelo las hostias y las pisotearon. También en Madi Opei dispararon en la iglesia, destruyendo todas las vidrieras». Son muchos los misioneros que han sufrido estos ataques. Dos de ellos, en los años pasados, hallaron la muerte: el padre Egidio Biscaro, asesinado por los rebeldes en 1990, y el padre Raffaele Di Bari, asesinado igualmente por el LRA, en octubre de 2000. Queremos contarles la historia de Ponziano Velluto, comboniano, de 73 años, en Uganda desde hace 43 años; su primer destino, la misión de Opit, al sur de Gulu, donde volvió de modo estable en el 92. El padre Velluto habla de su moto Garelli, que todos los días le permite recorrer 40 kilómetros para llegar a todas las capillas diseminadas por el enorme territorio que le ha sido confiado, 35.000 almas que cuidar. Va a celebrar misa, a confesar, a llevar consuelo a su pobre grey. Por el momento, está sólo él en la misión de Opit. Pero le ayudan sus catequistas, unos cincuenta, que hacen lo que él no puede hacer. Dice de ellos el padre Velluto: «Son nuestras manos, nuestros ojos, nuestra boca… sin ellos, estaríamos perdidos». Palabras que evocan con gratitud el sencillo gesto de Pablo VI cuando, en su viaje a Uganda de 1969 (el primer viaje de un Papa al continente africano) quiso dejar 20.000 dólares para las obras de los catequistas… Pero desde hace años, además de las ocupaciones pastorales, el padre Velluto y sus catequistas deben convivir con las tragedias de este feroz conflicto. El padre ha caído dos veces en manos de los rebeldes. Se acuerda muy bien de la segunda: «Me secuestraron con otro padre y algunos civiles que habíamos acogido en la misión. Era el 14 de septiembre del año pasado, día de la exaltación de la santa Cruz… esta coincidencia me ayudó a ofrecer a Jesús ese sufrimiento, a pensar que tenía un valor, que podía servir también para devolver la paz a esta región. Mientras nos llevaban comencé a rezar el rosario y los rebeldes decían: “El padre está rezando”. Esa vez no nos maltrataron. Por desgracia, nuestras súplicas para que liberaran también a los otros prisioneros fueron vanas. Sólo dejaron libres a algunas jóvenes…». En los últimos meses su misión ha sido asaltada dos veces. La primera vez mientras estaba en Gulu, la segunda mientras estaba enfermo con la fiebre malaria. Y, con extrema precisión, hace la contabilidad de estos asaltos: «En el primer ataque, quemaron 84 cabañas, en el segundo, 56. La segunda vez salí por la mañana temprano a ver qué había pasado. Me acuerdo que las cabañas aún echaban humo y toda la gente de la aldea estaba inmóvil, petrificada, mirando el humo que se llevaba todas sus cosas: vestidos, comida, cacharros… no sabía qué decir. Pero estaba allí con ellos. Esto les bastaba. Cada día vienen centenares de personas a refugiarse aquí. A las mujeres les abrimos las puertas de la iglesia, a los demás, donde encontramos sitio. Muchos niños prefieren dormir en medio de la hierba alta, con el riesgo de enfermar de malaria…».
Son muchas las historias que se cruzan en las misiones. También las de muchos niños-soldados que han logrado escapar de los rebeldes, buscando un poco de protección al calor de los religiosos. El padre Albanese nos enseña una foto. Dos niños de ojos vivaces con camisetas coloradas. La foto los retrata mientras comen las pobres cosas que los padres de una misión han podido distribuir a los desplazados. Tendrán unos diez años. Doce, como mucho. La otra foto muestra a otro niño, con los ojos tristes. Está en una cama de hospital. Le han cortado los labios a golpes de machete, imprimiendo, quizá para siempre, en su pobre cara una trágica sonrisa. Se lo hicieron los dos niños de la primera foto, nos dice el padre Albanese. Ahora la víctima y sus dos verdugos, mejor dicho, las tres víctimas, han encontrado refugio en la misma misión, en una trama de destinos que el abrazo de la Iglesia ha hecho posible. El padre Gerner nos habla de otras tragedias, de pequeños con las orejas cortadas y las manos amputadas, de labios cortados, de imágenes y sufrimientos que es difícil olvidar; del horror cotidiano que un oscuro brujo distribuye a manos llenas en el altar de la geopolítica africana.
Al padre Gerner le decimos que nuestro pobre artículo quisiera despertar el interés por lo que sucede en Uganda. Se espera, añadimos, que esto pueda ser de ayuda: «Digan ustedes que recen por nosotros», se oye al otro lado del teléfono, y el tono ahora es más tranquilo, casi conmovido: «Porque en esta situación los hombres no podemos hacer nada. Sin la intervención del Señor no tenemos ninguna esperanza».


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