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EDITORIAL
Sacado del n. 01 - 2007

Recuerdo de don Primo


Entre los papeles de mi juventud he encontrado los apuntes que tomé durante un encuentro de la FUCI con don Primo Mazzolari, el batallador sacerdote cremonés duramente criticado por los fascistas de Farinacci y visto también con muchas reservas por ambientes de la Curia romana


Giulio Andreotti


Don Primo Mazzolari

Don Primo Mazzolari

Entre los papeles de mi juventud he encontrado los apuntes que tomé durante un encuentro de la FUCI con don Primo Mazzolari, el batallador sacerdote cremonés duramente criticado por los fascistas de Farinacci y visto también con muchas reservas por ambientes de la Curia romana.
Cremona era un área muy especial, donde nunca había cuajado el llamado aburguesamiento del fascismo, tras quedar acallados todos los atisbos de oposición. Y también en los grafitos de las paredes se afirmaba que Mussolini siempre tenía razón. Un profesor universitario (que luego fue diputado posfascista) hasta había escrito un ensayo sobre el “Duce perpetuo”. La consigna era no molestar al navegador.
Incluso algunos grupos católicos, quizá considerándolo un mal menor, se habían adecuado a aquella realidad políticamente uniforme. La Conciliación entre el Estado y la Iglesia fue a la vez causa y efecto de esta convivencia (en los agitados años de la primera posguerra). Don Sturzo había sido mandado al exilio y los altos dirigentes “populares” supervivientes recibían el consejo de retirarse de la política. Algunos, como De Gasperi, eran objeto de persecución. En el Archivo de Estado existen los fascículos de estos políticos “vigilados” y mal vistos porque no se habían alineado.
A Pío XI se le atribuyó durante mucho tiempo el elogio de Mussolini como “hombre de la Providencia”. Pero en realidad lo que dijo fue que la Providencia le había hecho encontrarse con un hombre con el que había sido posible reconciliar a la Iglesia y el Estado. Antes del fascismo habían fallado todos los intentos de conseguirlo.
Cerca de la solución había estado Vittorio Emanuele Orlando, quien, durante la Conferencia de paz, se había visto en París con el enviado de la Santa Sede (Bonaventura Cerretti, más tarde cardenal), llegando a un borrador definitivo. La crisis ministerial –eran frecuentes entonces– impidió que se llegara a formalizar. Pero algunas frases las encontramos en el Concordato de 1929, como por ejemplo, curiosamente, la prohibición de que el clero se inscribiera en los partidos (en el 29 existía el Partido).
Hay quienes atribuían la distensión a las raíces milanesas tanto del fascismo como del papa Ratti. Puede ser que ello facilitara las cosas, pero fue solo una causa concomitante. Los tiempos estaban maduros para superar la brecha de Porta Pía. Y ciertos guiños al fascismo (como la instrucción religiosa en las escuelas y el papel de los capellanes en la Obra nacional Balilla) facilitaron la distensión.
Pío XI se dirigió ostentadamente a Castelgandolfo en 1938 (durante la visita solemne de Hitler) declarando que no podía estar en Roma mientras se rendía honor a una cruz (la cruz “gamada” de los nazis) que no era la de Cristo
Por otra parte, las contradicciones en la realidad de hecho produjeron pronto también crisis, como la provocada por la persecución de los círculos católicos en 1931. Casi por casualidad, perteneciendo a un circulito de muchachos formados por el prefecto de las ceremonias pontificias, monseñor Carlo Respighi, estuve presente el 31 de mayo de 1931 en el Aula consistorial cuando Pío XI pronunció la solemne protesta. Yo no comprendía bien de qué podía tratarse (solo tenía doce años), pero me impresionó tanto ver al Papa gritar y llorar que me desmayé. Todavía recuerdo la cortina de seda blanca tras la que me colocaron para no causar molestias en la audiencia.
La convergencia de Mussolini con Hitler fue causa de un decidido distanciamiento. Pío XI se dirigió ostentadamente a Castelgandolfo en 1938 (durante la visita solemne de Hitler) declarando que no podía estar en Roma mientras se rendía honor a una cruz (la cruz “gamada” de los nazis) que no era la de Cristo.
En líneas generales, yo diría que el clima que se respiraba en la Acción Católica (especialmente en la FUCI, de lo que conservo un recuerdo personal), era de afascismo más que de antifascismo.
La guerra comportó el ocaso del fascismo y en el período difícil de la ocupación alemana la Iglesia fue centro esencial de acogida y protección contra fascistas y nazis.
El núcleo que dio origen a la recuperación del catolicismo popular (la Democracia Cristiana) subrayó inmediatamente lo positivo de no tener que afrontar más el conflicto con el Estado. De Gasperi dijo que para los demócratas, especialmente para los democristianos, hubiera sido un gravísimo tropiezo.
El enfrentamiento áspero y frontal ocurrió en dos temas cruciales (divorcio y aborto) con la constatación de que Italia, estadísticamente católica casi en su totalidad, de hecho no es obediente a la Iglesia. Ahora sigue habiendo crecientes contraposiciones sobre temas delicados como el de la familia.
Meditar sobre don Primo nos ayuda a aclarar ideas y a diseñar propósitos. Entre sus escritos tenemos una obrita que no estará mal publicar para celebrar los ochenta años de Benedicto XVI. Se titula Yo también quiero al Papa
Hay cierta petulancia en los laicistas más airados hacia la escuela católica, olvidando lo que esta ha aportado, incluso de manera vanguardista, como los centros profesionales de los salesianos y los josefinos, en cuanto factores de industrialización y modernidad.
En líneas generales, sin ostentaciones y con educada mesura, hemos de robarles espacio a estos agentes de un conflicto que no tiene ninguna razón objetiva de existir, aunque sin olvidar los derechos y deberes recíprocos.
Volveré en otra ocasión sobre el tema para desarrollar otro aspecto. La naturaleza social intrínseca de la inspiración cristiana.
He recordado recientemente que con demasiada frecuencia olvidamos que los primeros cristianos incluso tenían la comunión de bienes.
Meditar sobre don Primo nos ayuda a aclarar ideas y a diseñar propósitos. Entre sus escritos tenemos una obrita que no estará mal publicar para celebrar los ochenta años de Benedicto XVI. Se titula Yo también quiero al Papa.


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