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CONGO
Sacado del n. 02 - 2007

República Democrática del Congo. La comunidad “Amor y libertad” de Kinshasa

Adiós, coco, sigue ayudándonos


El recuerdo del cardenal Frédéric Etsou, fallecido recientemente, a través del historia de una misión que quiso construir en Kinshasa. Para los niños sin familia él era coco, el abuelo


por Giovanni Cubeddu


Un pastor sencillo, muy querido por mucha gente, con un apellido que era difícil recordar: el cardenal Frédéric Etsou-Nzabi-Bamungwabi, de la Congregación del Corazón Inmaculado de María - Misioneros de Scheut. Etsou unió su nombre a la archidiócesis de Kinshasa, República Democrática del Congo, desde julio de 1990 hasta el pasado 6 de enero, día en que falleció, tras una larga enfermedad, en la clínica universitaria de Lovaina, Bélgica. Cuando en el mes de diciembre de hace dos años celebró en la Catedral de Notre Dame de Kinshasa sus cincuenta años de sacerdocio, el nombre con que los fieles, y muchos jóvenes y niños, lo llamaban, lo invocaban era más corto e inmensamente más cariñoso: coco, abuelo. No podemos por menos que recordar hoy a coco, y repetir el porqué de esta familiaridad vivida que embelleció la vida de este pastor de la Iglesia africana, conocido también por la libertad de su pensamiento con la que defendió a su pueblo de los abusos del poder. Para narrar los episodios de esta historia tan cotidiana y tan cristiana hemos hallado dos testigos especiales: don Matteo Galloni, romano, y don Raffaele Ningi Waku, congoleño. Los dos pertenecen a la comunidad religiosa “Amor y libertad”, que hace diez años abrió su primera misión en Kinshasa: una casa de acogida para niños sin sostén familiar.
El cardenal Frédéric Etsou-Nzabi-Bamungwabi

El cardenal Frédéric Etsou-Nzabi-Bamungwabi

«Hay niños y muchachos de 5 a 18 años que viven en bandas callejeras, y hay por lo menos tres tipologías de estos menores: los que trabajan en las minas, donde son explotados por poco dinero; los antiguos niños-soldado, en fase de desmovilización de las distintas milicias que se enfrentaron en la guerra civil; y los llamados “brujos”, es decir, niños y muchachos que han sido echados de casa porque sus familias, según las supersticiones locales, los consideran la causa de sus males». Lo explicó el cardenal Etsou durante su última visita ad limina en enero de 2006. «Hago regularmente reuniones con estos muchachos… y en la archidiócesis de Kinshasa hemos puesto en marcha varias iniciativas para ayudarles», añadió el cardenal. «Como Iglesia, no los podemos abandonar, porque son hijos nuestros, que hemos bautizado».
Empecemos por aquí, por la Iglesia, por la caridad, por quien carece de defensa.
Cuenta don Matteo: «Conocí al cardenal hace once años. Estaba en Italia para participar en el sínodo africano, y cuando le hablé de la acogida que nuestra comunidad daba a los niños sin familia, inmediatamente me llamó la atención su franqueza. “¿Cuántos niños?”, me preguntó, y casi me dio vergüenza. Entonces acogíamos a pocas decenas, y aún no estábamos en África. “Son pocos”, me dijo. “Amigo mío, cuando era párroco acogía a los niños y luego les pedía a las madres congoleñas que los cuidaran y adoptaran. Hoy tengo centenares de estos hijos”. Nuestra amistad nació así, porque enseguida quiso invitarnos a Kinshasa, y yo fui inmediatamente, con motivo de la primera misa de don Raffaele. “Mira”, me explicó el cardenal, “solamente aquí en la capital hay más de 23.000 chicos abandonados”, y me hacía descubrir por primera vez una generación que había conocido sólo la calle, donde las niñas de 12, 13 ó 14 años daban a luz en las aceras. Estos enfants de la rue, incluso de dos o tres años, van solos a los basureros, y se cuenta que por hambre o enfermedades mueren hasta unos cien al día. Etsou tenía el don de la simpatía, y en la diócesis le veían manifestar toda su espontaneidad y el cariño por los pequeños, que se lo pagaban llamándole alegres: ¡coco! ¡abuelo! A los de la comunidad “Amor y libertad” nos asignó un territorio de la diócesis en la periferia de la capital, el barrio de Masina, cerca del aeropuerto. Donde literalmente no había nada, ninguna infraestructura, sólo un terreno fértil, y estableció también una sucursal de la parroquia local, puesto que debido a la emigración del campo decenas de personas carecían de iglesia. “Si queréis trabajar con los más pobres…”, recuerdo que comentó Etsou, “aquí no hay nada, sólo los niños de la calle”. Y sabía muy bien que al ser una zona de nuevos inmigrados, si por desgracia los niños se quedaban huérfanos, no tendrían ninguna ayuda, porque los emigrantes de Masina se habían dejado atrás, en sus lugares de origen, los vínculos tribales y familiares, células de la sociedad congoleña. En fin, que por medio de nosotros se ocupara de ellos la misericordia del Señor. De este modo, en ese trozo de tierra arenosa la comunidad de don Matteo creció una familia, le construyó una casa, una escuela, una iglesia y un ruidoso parque con pocos columpios y futbolines donde corren a jugar alegres los pequeños huéspedes.
«En los comienzos de nuestra obra misionera no había todavía en Kinshasa obispos auxiliares, así que nuestras relaciones eran sólo con Etsou», sigue diciendo don Matteo, «y debido a que nuestro terreno estaba cerca de la carretera que va al aeropuerto y a su residencia, el cardenal venía a menudo a vernos, sin avisar. No quería controlarnos, al contrario nos protegía como una realidad suya, que él había llevado a Kinshasa, y confesaba que le sorprendía el hecho de que –a diferencia de las adopciones que él había hecho cuando era párroco– nosotros tuviéramos a los pequeños en casa: “¡Es estupendo estar todo el día con los niños”, decía. Le gustaba quedarse a comer con nosotros, y en los días de descanso –que para los sacerdotes locales eran los lunes– venía a veces vestido a la africana. Le parecía maravilloso que los niños salieran corriendo a su encuentro contentos de recibir su bendición y cariño. Era feliz».
Cuando don Matteo decidió que había llegado la hora de construir una escuela en la misión, se consultó al cardenal Etsou, como se había hecho siempre en todas las fases de la comunidad, que dijo: «Estos hijos de los pobres tienen derecho a estudiar». «Resplandecía de satisfacción cada vez que hablábamos de poder mandar un día a alguno de los muchachos a la universidad», recuerda don Matteo. «Hoy nuestro instituto cuenta con seiscientos alumnos, hemos llegado al segundo curso de enseñanza superior y cada año abrimos dos cursos nuevos». Don Raffaele, que es congoleño, recuerda con familiaridad los muchos llamamientos de su viejo obispo en favor de los jóvenes congoleños. «Después del gran cardenal Malula, los congoleños tuvimos la suerte de recibir al cardenal Etsou. Dos palabras no faltaron nunca en sus homilías: los pobres y los jóvenes. Tenía la característica de la claridad, y hablaba siempre para proteger a su pueblo. Como pastor no temió, por ejemplo, pedir que las recientes elecciones, tan importantes para nuestro país, se llevaran a cabo no para asegurar la ganancia a los pocos de siempre, sino para que el pueblo eligiera a quienes podían cambiar el país. Y saben ustedes cuántas tragedias hemos vivido en los últimos decenios. Etsou dijo cosas sencillas, cuando nadie las decía por miedo. A los de la comunidad nos decía siempre: «Lo primero, la vida en común, porque en ella reside vuestra fuerza, nuestra fuerza, para dar testimonio a vuestros muchachos y parroquianos». Estaba presente, era atento. Hizo que toda la Iglesia congoleña participase en la educación de los niños, porque quiso que se construyeran escuelas, se compraran pupitres donde no los había, y cuando el Estado vacilaba y no pagaba el sueldo a los profesores, les pidió a las familias congoleñas que participaran económicamente para que las escuelas siguieran adelante».
Los niños de la comunidad  “Amor y libertad” de Kinshasa

Los niños de la comunidad “Amor y libertad” de Kinshasa

¿Cómo hacía el cardenal la doctrina, él, al que tanto le gustaban los niños? «Preparaba todas sus intervenciones con escrúpulo», nos dice don Matteo, «y en misa se presentaba con la homilía escrita, como es costumbre en el Congo, en el idioma oficial, el francés. Sólo que aquí mucha gente no ha estudiado, así que en un momento dado dejaba de leer la hoja y se ponía a predicar en lingala, la lengua franca local, para que todos, todos, entendieran». «Y además», añade don Raffaele, «cuando había muchos niños en la iglesia, visto que a veces se distraían y dejaban de seguir la homilía, en sintonía con el tema que estaba tratando, se ponía a cantar desde el púlpito y los niños se despertaban. Luego explicaba: “Hemos cantado esta canción, que significa…”, y comentaba el texto, y hacía repetir de nuevo la canción, para volver luego al discurso principal, que ahora era seguido con atención por todos los niños, y también por los adultos presentes, a quienes les había costado concentrarse… El cardenal era también músico, ha escrito piezas litúrgicas. Le gustaban unos cantos más que otros. Uno especialmente, que había compuesto para los funerales, lo cantaba siempre, y se conmovía porque era un pastor de gran humanidad. Este canto se titula Liwua, es decir, muerte, pero el texto dice: “La muerte no es el final”. Lo cantaba y lloraba. Ha estado muy cerca de su pueblo. La Iglesia congoleña lo recordará por esto».
Don Matteo se está dedicando ahora a poner en marcha una empresa agrícola, la “Kimpoco”, para que un mañana tengan trabajo estos niños y muchachos a los que hoy hace de padre. Hectáreas y hectáreas que hay que cercar, abonar, cultivar, con una casa para los jóvenes (que ya viven en ella) y para futuros huéspedes, que espera que vayan numerosos para ver, ayudar y amar esta obra.
Don Matteo, ¿echa de menos al cardenal Etsou? «La última vez que lo vi fue un lunes, día de vacaciones. Había vuelto a Kinshasa tras seis meses de terapia en Europa. Me llaman y me dicen que el cardenal ha regresado, y corro a saludarle. No estaba muy bien de salud. “En este último periodo no nos hemos visto…”, me dice. “Estoy yendo hacia casa, así que tenía que pasar por aquí, don Matteo…”. Sí, lo echo de menos, lo echamos de menos. Ahora, sin embargo, nos ayuda con su descanso. La muerte no es el final».


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