Home > Archivo > 03 - 2007 > Pedro, estamos contigo
LAS...
Sacado del n. 03 - 2007

Pedro, estamos contigo



por el cardenal Alexandre do Nascimento



Un momento de confortación para mí fue el gesto realizado por el secretario del cardenal Ratzinger cuando, en el aeropuerto de Portela (Lisboa), hace pocos años, al verme algo apartado, informó a su eminencia de mi presencia. Me pareció que quería acercarse a mí. Confundido, me apresuré a acercarme yo, y tras el saludo intercambiamos algunos puntos de vistas. Diré con total franqueza que no me asombró esta actitud suya de sencillez poco común: de reserva ante todo, pero que despierta inmediatamente simpatía. Hay, efectivamente, personas dotadas que se parecen a las hermosas fuentes de Roma: el agua mana de ellas con un murmullo, agua fresca, buena, lista para beber. Lo único que tienen que hacer los que pasan al lado es acercarse.
Cuántas veces he visto al cardenal prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe atravesando la plaza de San Pedro. Su paso no molestaba a nadie, no llamaba especialmente la atención: los niños perseguían a las palomas, bajo la mirada de las madres o las abuelas.
Sí, esta dulzura y esta discreción fueron ya advertidas en el lejano 1965 durante el Concilio: el joven teólogo que acompañaba al cardenal Frings era uno de los peritos más notables. Yves Congar no escondió la aportación positiva que procedía de la actitud constructiva de Ratzinger en medio de las tensiones, que nunca faltan allí donde haya hombres… El padre Congar escribió entonces estas significativas palabras: «Por suerte está Ratzinger. Es razonable, modesto, desinteresado, una persona realmente servicial…» (Mon journal du Concile, I, Editions du Cerf, París 2002, p. 355).
Lo conocí antes de que se convirtiera en Papa y a veces nos hemos dirigido la palabra y hemos trabajado juntos en las reuniones de alguna Congregación romana. Naturalmente por mi parte mantenía la reserva debida: yo no ignoraba su imponente cursus honorum académico, ni su competencia reconocida, no sólo en su Alemania. Entre otros prestigiosos cargos fue también miembro del Institut de France, en el que ocupó el lugar de Sajarov. Con motivo de aquel nombramiento, el cardenal habló de su gran interés por la literatura francesa, no solo por los clásicos (esto es obvio) sino también por los autores más recientes, coetáneos, los que podemos considerar, sin pecar de presunción, nuestros hermanos mayores. De hecho, en el período comprendido entre 1930 y 1970, Francia contó con un pelotón de autores de los que justamente se precia, pero además son muchos de ellos también un motivo de orgullo para el catolicismo. Por poner algunos ejemplos: Paul Claudel, Jacques Maritain, François Mauriac, Georges Bernanos, Emmanuel Mounier.
Como hombre de estudio y de reflexión, el profesor Ratzinger es por fuerza de cosas una persona que tiene una necesidad vital de silencio y soledad. Necesita este espacio interior ante todo para llenarlo con la oración, el diálogo con Dios, que es el primero que ha de ser servido: su presencia en el corazón humano representa ese milieu divin de que hablaba Teilhard de Chardin, sin el que el alma se siente como pez fuera del agua. Es conocida la pasión de Joseph Ratzinger por la liturgia, pasión que le viene de su juventud; por eso siempre fue agradecido con el profesor Joseph Pascher y supo aprovechar el movimiento litúrgico que tuvo en Romano Guardini un guía luminoso seguido incluso fuera de Alemania.
Pero naturalmente este silencio y esta soledad están también repletos de diálogo fecundo con los grandes pensadores del pasado: sus escritos son a menudo un estímulo y podemos hallar en ellos puntos de vistas prolíficos, y a veces el punto de partida para emprender una obra original. La Providencia, con todo esto y también con acontecimientos históricos, dentro y fuera de su país, ha preparado para nosotros a nuestro Santo Padre.
Convertido en Papa, Ratzinger se sumergió en una soledad aún más grande si cabe… Pablo VI le confesó a Jean Guiton sobre esta experiencia: la paternidad universal, propia del sucesor de Pedro, tiene exigencias únicas, honor, sin duda. Pero también onus, que sólo un gran amor personal por Cristo puede soportar.
Benedicto XV rezando en el campo de concentración de Auschwitz, el 28 de mayo de 2006

Benedicto XV rezando en el campo de concentración de Auschwitz, el 28 de mayo de 2006

Todo esto está envuelto en el misterio de la vocación al primado apostólico. Por lo cual este individuo es tomado en su ser irrepetible, único: en sus raíces humanas, biológicas y culturales; en su pasado vivido y también heredado. En este caso también la arcilla, parte integrante del ser humano, queda afectada por la mirada penetrante, triunfante de Aquel que elige: «Señor, tú lo sabes todo». Y… ¡Tú lo puedes todo!
Me sigue asombrando el fragmento de los Hechos de los Apóstoles (12, 6-18): que establece una diferencia entre el Pedro que se atemoriza frente a una joven portera (Jn 18, 17) y el Pedro que está en la cárcel: «…durmiendo entre dos soldados, atado con dos cadenas; también había ante la puerta unos centinelas custodiando la cárcel» (Hch 12, 6). El apóstol se rindió completamente a su maestro, al que él ama profundamente: de esto es plenamente consciente, hasta el punto que apela al testimonio del Señor: «Tú sabes que te amo» (Jn 21, 17).
En el viaje apostólico a Polonia (mayo de 2006) el Santo Padre tuvo que afrontar este dato inmutable de sus raíces humanas. Cuando visitó Auschwitz, declaró en la alocución: «Yo estoy aquí hoy como hijo del pueblo alemán». Dijo cosas dolorosas. Leyéndolas se entrevé algo del duro duelo entre el amor que algún gran profeta antiguo siente por su Señor y su avasallador misterio…
Ratzinger exclama en Birkenau: «¡Cuántas preguntas nos asaltan en este lugar! Siempre surge de nuevo la pregunta: ¿Dónde estaba Dios en aquellos días? ¿Por qué calló? ¿Cómo pudo tolerar este exceso de destrucción, este triunfo del mal?». Dostoyevski, ante el misterio del sufrimiento de los niños, se rebela, rechaza la justificación que el Señor nos ofrecerá a su debido tiempo (Hermanos Karamazov). Naturalmente esta no es la línea del Papa. La historia no terminó con la muerte del Señor (el crimen más grande de la humanidad). Todo lo contrario, ha llegado una era mejor: «Felix culpa!...». Esta oscuridad en la historia de personas o de pueblos subraya lo en serio que se toma el Señor la libertad creada. Pero Él tiene reservada la última palabra, porque siempre sabe hacer surgir del mal un bien aún mayor. El “cuándo” es un secreto suyo, que exige de nosotros, sus criaturas, fe y humildad.


Italiano English Français Deutsch Português