Home > Archivo > 03 - 2007 > Una peregrinación conmovedora
LAS...
Sacado del n. 03 - 2007

Una peregrinación conmovedora



por el cardenal Paul Poupard



El cumpleaños del padre de familia es una ocasión muy querida por los hijos para expresarle su amor. Por este motivo, mientras nos preparamos a celebrar el 80 cumpleaños del Santo Padre Benedicto XVI, no quisiera limitarme solamente a conmemorar la fecha. Deseo, en cambio, dirigirme al Santo Padre recurriendo a la memoria del corazón, repleta de gratitud por las muchas demostraciones de hospitalidad paterna, de encuentro, de diálogo que ha ofrecido a todo el mundo. Uno de estos testimonios destaca sobre los demás y me toca en lo más íntimo porque lo viví directamente, con una cercanía especial y privilegiada: la peregrinación a Turquía. Ahora que los focos se han apagado y las urgencias de la crónica han cejado, queda la serenidad para meditar sobre esta visita que Dios acompañó desde el principio de modo que pudo llevarse a cabo felizmente y que fue un gran don para la Iglesia y para toda la humanidad.
Es un viaje pastoral –me remito a la visión que el Concilio Vaticano II presenta en los números 14-16 de la constitución Lumen gentium– que, como la misión de la Iglesia se desenvuelve “en círculos concéntricos”. En el círculo central el sucesor de Pedro confirma en la fe a los católicos, en el intermedio encuentra a los demás cristianos, mientras que en el más exterior se dirige a los no cristianos y a toda la humanidad. La primera jornada, efectivamente, se desarrolló en el ámbito de este tercer “círculo”, el más ancho, para insistir en la importancia que cristianos y musulmanes trabajen juntos por el hombre, por la vida, por la paz y la justicia. En el ámbito del diálogo interreligioso, la divina Providencia concedió que casi al final del viaje se cumpliera un gesto no previsto inicialmente, pero que se reveló muy significativo: la visita a la famosa Mezquita Azul de Estambul. Santo Padre, conservo celosamente esculpidos en mi memoria los breves instantes de recogimiento en aquel lugar de oración durante los cuales –estoy convencido– usted se dirigió al único Señor del cielo y de la tierra, Padre misericordioso de toda la humanidad, para invocar también bendiciones sobre el coloquio con el gran rabino de Turquía. En el horizonte de la memoria se asoma Éfeso, y, por tanto, el “círculo” más interior del viaje, en contacto directo con la comunidad católica. En el jardín que se halla junto al santuario, una peregrinación conmovedora de fieles procedentes de la cercana ciudad de Izmir, de otras partes de Turquía y también del extranjero para participar en la santa misa, me hizo resonar en el corazón, con toda su fuerza y verdad, las palabras: «Donde está Pedro, allí está la Iglesia». En la “Casa de María” nos sentimos de verdad “en casa”, y en ese clima de armonía se elevó la oración por la paz en Tierra Santa y en el mundo entero. El “círculo” intermedio se realizó con motivo de la fiesta de san Andrés, el 30 de noviembre. Siguiendo las huellas de Pablo VI, que se entrevistó con el patriarca Atenágoras, y de Juan Pablo II, que fue recibido por el sucesor de Atenágoras, Dimitrios I, le he visto a usted, Santo Padre, renovar con Su Santidad Bartolomé I este gesto de gran valor simbólico, para confirmar el compromiso recíproco de seguir el camino que conduce al restablecimiento de la plena comunión entre católicos y ortodoxos. La vuelta al “círculo” más interior, o sea, el encuentro con la comunidad católica presente en todas sus componentes en la Catedral latina del Espíritu Santo, en Estambul, selló esta peregrinación. Que Dios, omnipotente y misericordioso, nos ayude a construir puentes de amistad y colaboración fraterna entre los pueblos y la naciones, entre las culturas y las religiones, como Su Santidad no ceja de dar testimonio en toda ocasión.
En este clima de recuerdo feliz y agradecido, en medio del gran coro de manifestaciones de cariño y reconocimiento, de alegría y felicidad, le presento mis felicitaciones más cordiales en el feliz aniversario de su 80 cumpleaños, juntamente con mi agradecimiento de todo corazón por su valioso ministerio pastoral para el bien de la Santa Iglesia de Dios. Que pueda usted continuar su obra de paz y reconciliación entre los pueblos, de diálogo y encuentro entre las culturas y las religiones. Gracias por su afable testimonio y la amabilidad que nos anima todos los días. Que el Señor le conceda guiar sabiamente la Iglesia y continuar transmitiéndonos esa fuerza que constantemente necesitamos para dar respuesta a los hombres, con dulzura y respeto, de nuestra esperanza (cf. 1P 3, 15). Santo Padre, con el corazón lleno de gratitud y filial reconocimiento, le renuevo mis felicitaciones, que ahora se convierten en oración: que la Santísima Trinidad le ilumine; que la Virgen María, Madre de la Iglesia, le acompañe y le haga sentir siempre la dulzura de su maternal consuelo. Ad multos annos, Santidad.


Italiano English Français Deutsch Português