Home > Archivo > 03 - 2007 > Una enseñanza rigurosa y resuelta, henchida de alegría
LAS...
Sacado del n. 03 - 2007

Una enseñanza rigurosa y resuelta, henchida de alegría



por el cardenal Georges Cottier op



Cuando el 19 de abril de 2005 el cardenal Joseph Ratzinger fue llamado a la cátedra de Pedro, contaba con una obra teológica imponente, desde luego una de las más amplias y significativas de nuestro tiempo.
No cabe duda de que esta obra representa una preparación idónea, dispuesta por la Providencia, para la sucesión de Juan Pablo II, un Papa de una estatura humana y espiritual excepcional. Todos hemos percibido en esta sucesión que estábamos viviendo un momento favorable, un kairós en la vida de la Iglesia de Cristo.
El cumpleaños de Benedicto XVI nos ofrece la oportunidad de meditar sobre el significado de este kairós y así escuchar lo que el Espíritu dice a la Iglesia.
El propio Benedicto XVI, considerando el testimonio de Juan Pablo II, afirma que su predecesor nos deja «una Iglesia más valiente, más libre, más joven. Una Iglesia que, según su doctrina y su ejemplo, mira con serenidad al pasado y no tiene miedo al futuro» (Mensaje del 20 de abril de 2005). El tema se halla desarrollado en la liturgia del 24 de abril siguiente.
La Iglesia es joven. Es valiente. Mira al futuro con esperanza. Podemos traducir así el clima espiritual, el tono de las extraordinarias jornadas del comienzo del pontificado.
La presencia tutelar de Juan Pablo II era, por así decir, palpable, y era fuerte la conciencia de un impulso renovado de la Iglesia por los caminos de la historia.
Este número de 30Días –número de homenaje filial– ofrece un análisis de varios aspectos de una enseñanza ya muy rica y de las iniciativas que la acompañan. En el centro de todo está naturalmente la iluminadora carta encíclica Deus caritas est del 25 de diciembre de 2005.
En estas pocas páginas me he concentrado en algunas de las primerísimas intervenciones del nuevo Papa, buscando lo que podría ser la inspiración y el estilo del pontificado. Sé que corro un riesgo. Pero reflexionar sobre los comienzos es siempre provechoso.
La homilía del cardenal Ratzinger el 18 de abril en la misa pro eligendo Romano Pontifice tuvo gran resonancia. Comienza con una profesión de fe que es también fundamento de esperanza.
Jesucristo, que es la Misericordia Divina en persona, por su Cruz es vencedor del mal.
La opinión pública se ha fijado en la fuerte denuncia de la “dictadura del relativismo” sin prestar la debida atención a la respuesta opuesta a esta ruinosa ideología: la amistad con Cristo, Hijo de Dios y verdadero Hombre, medida del verdadero humanismo. Esta amistad es expresión de una fe adulta.
La homilía termina con una meditación de tono casi lírico, inspirada en el Evangelio (Jn 15, 9-17) sobre la maravilla de esta amistad divina. El Señor se ha entregado por nosotros hasta la muerte en la cruz y permanece con nosotros, presente sacramentalmente en el misterio de la Eucaristía. La tercera petición del Pater noster expresa nuestra respuesta a este don: hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
El Señor eligió a sus discípulos para que den fruto y el fruto permanezca. En vista del alma que hemos de sembrar nos ha dado los ministerios. Que Dios nos dé un pastor según su corazón, un pastor que nos guíe al conocimiento de Cristo, a su amor, a su verdadera alegría: esta triple oración por parte de quien no sabía que iba a ser el futuro pontífice parece enunciar un programa. El tema de la verdadera alegría que nace del conocimiento del amor de Cristo se repite a menudo en las enseñanzas de Benedicto XVI.
El primer mensaje del nuevo Papa es sobre todo una oración de fe, donde el ministerio petrino es contemplado en el misterio propio de la Iglesia. En el alma del Pontífice conviven dos sentimientos opuestos: el sentimiento de incapacidad y de turbación humana por la responsabilidad que le ha sido confiada, pero también una viva y profunda gratitud a Dios, que «no abandona nunca a su rebaño, sino que lo conduce a través de las vicisitudes de los tiempos, bajo la guía de los que él mismo ha escogido como vicarios de su Hijo y ha constituido pastores (cf. Prefacio I de los Apóstoles)».
Benedicto XVI saluda a la multitud al final de la santa misa de inicio de su ministerio, el 24 de abril de 2005

Benedicto XVI saluda a la multitud al final de la santa misa de inicio de su ministerio, el 24 de abril de 2005

Se comprende por qué Benedicto XVI puede afirmar que en él predomina este sentimiento: sólo una mirada de fe sobre su vocación de sucesor de Pedro explica un valor tan audaz. En efecto, con palabras de vibrante emoción, el nuevo Pontífice evoca la profesión de Pedro en Cesarea de Filipo, viviéndola casi en primera persona. Su adhesión es total y confiada, porque sabe que es el Señor quien lo ha querido como su Vicario, “piedra” «en la que todos puedan apoyarse con seguridad». Continúa con una súplica: «A él le pido que supla la pobreza de mis fuerzas, para que sea valiente y fiel pastor de su rebaño, siempre dócil a las inspiraciones de su Espíritu».
Todo el mensaje está como iluminado por el recuerdo de Juan Pablo II: se acoge su ejemplo, se siente su presencia tutelar, se afirma la voluntad de continuidad, especialmente en la aplicación del Concilio Vaticano II.
Otro punto relevante del mensaje inaugural: Benedicto llama la atención sobre el significado espiritual del hecho de que su pontificado comienza en el Año de la Eucaristía promulgado por su predecesor. La Eucaristía es fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia, donde todo brota de la comunión con el Resucitado, presente en el sacramento de su cuerpo y de su sangre: la comunión fraternal, el compromiso por el anuncio y el testimonio del Evangelio, el ardor de la caridad hacia todos, especialmente hacia los pobres y los pequeños.
El Papa además anuncia acontecimientos significativos, que tendrán la Eucaristía como elemento central: el Congreso eucarístico de Bari, la Jornada mundial de la juventud en Colonia en agosto, el sínodo de los obispos en octubre.
El Pontífice pide a todos que intensifiquen su amor y devoción a Jesús Eucaristía y «que expresen con valentía y claridad su fe en la presencia real del Señor, sobre todo con celebraciones solemnes y correctas». Benedicto XVI lo pide con afecto especialmente a los sacerdotes, recordando la carta del Jueves Santo que les había dirigido su predecesor. La existencia sacerdotal ha de tener, por un título especial, “forma eucarística”. «A este objetivo contribuye mucho, ante todo, la devota celebración diaria del sacrificio eucarístico, centro de la vida y de la misión de todo sacerdote».
Sostenidos por la Eucaristía, los católicos deben tender a la plena y visible unidad que el Señor deseó tan ardientemente en el Cenáculo.
El vigor y la claridad de las palabras sobre el compromiso ecuménico fueron muy impactantes. El sucesor de Pedro se deja interpelar por la causa de la unidad de los cristianos.
De manera análoga, no escatimará sus esfuerzos en favor del diálogo con las distintas civilizaciones y con los seguidores de otras religiones.
Así, desde el primer mensaje, se ha perfilado la orientación del pontificado. Todos están llamados a encontrar a Cristo, el Hijo del Padre. En la comunión con Él reside la verdadera alegría y se descubre el sentido de la Iglesia y de la Eucaristía, misterios de fe. El sucesor de Pedro se compromete personalmente al anuncio «del único Evangelio de salvación». Lo reafirmará el 22 de abril a los cardenales. Pese a su humana fragilidad Dios le ha «encomendado la misión de gobernar y guiar a la Iglesia, para que sea en el mundo sacramento de unidad de todo el género humano. Estamos seguros de que es el eterno Pastor quien guía con la fuerza de su Espíritu a su rebaño, asegurándole, en todo tiempo, pastores elegidos por él».
La homilía de la solemne concelebración eucarística para la asunción del ministerio petrino, el 24 de abril, llama la atención por su belleza. Es un texto que se debe meditar. Forma y contenido se corresponden tan perfectamente que todo intento de resumirlo corre el riesgo de convertirse en una traición.
La homilía misma se funde con el movimiento litúrgico. Las letanías de lo santos nos llevan al recuerdo de la experiencia vivida durante los días de la enfermedad y de la muerte de Juan Pablo II, y a la contemplación de la Iglesia del cielo, que sostiene al nuevo Pontífice. En estos días inolvidables hemos experimentado la alegría que el Resucitado nos prometió: la Iglesia está viva, la Iglesia es joven, «ella lleva en sí misma el futuro del mundo y, por tanto, indica también a cada uno de nosotros la vía hacia el futuro».
«Como una onda que se expande», el pensamiento del Papa se difunde al mundo entero. La imagen nos remite a la gran encíclica de Pablo VI Ecclesiam Suam.
El mensaje del 20 de abril traza las líneas generales de un programa de gobierno, subrayando algunas tareas prioritarias. Pero aún no dice lo esencial. De hecho el Pontífice sigue diciendo: «Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia».
Dos signos litúrgicos representan el inicio del ministerio petrino: el palio y la entrega del anillo del pescador. La homilía expone su riqueza simbólica.
El primero evoca la figura del Buen Pastor. El siervo de los siervos de Dios, que esto es el obispo de Roma, toma en sus hombros el yugo de Dios, es decir, la voluntad de Dios, yugo que no oprime, sino que libera, purifica y es fuente de alegría. Hay que leer el comentario entero. Subrayo estas fuertes afirmaciones: «El Dios, que se ha hecho cordero, nos dice que el mundo se salva por el Crucificado y no por los crucificadores. El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres».
El signo del anillo recuerda la vocación de Pedro a ser pescador de hombres (cf. Lc 5, 1-11). «Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él. La tarea del pastor, del pescador de hombres, puede parecer a veces gravosa. Pero es gozosa y grande, porque en definitiva es un servicio a la alegría, a la alegría de Dios que quiere hacer su entrada en el mundo».
Al final Benedicto XVI invita a nuestra memoria a volver al 22 de octubre de 1978 en la plaza de San Pedro, cuando comenzó el ministerio de Juan Pablo II, y a dejar resonar en nosotros sus palabras: «¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!».
No cabe duda, el nuevo pontificado estará sostenido por un gran soplo misionero.
Benedicto XVI, con ocasión de la memoria de la Bienaventurada Virgen de Lourdes, inciensa la estatua de la Virgen en la Basílica de San Pedro, 
el 11 de febrero de 2007

Benedicto XVI, con ocasión de la memoria de la Bienaventurada Virgen de Lourdes, inciensa la estatua de la Virgen en la Basílica de San Pedro, el 11 de febrero de 2007

Desde el principio se perfila claramente una preocupación pastoral y misionera prioritaria: vivir del corazón de la fe y de la vocación a la que todos estamos llamados, pero ante todo los hijos de la Iglesia: la amistad con Cristo, el amor de la Iglesia que es su Iglesia y el amor del gran don de la Eucaristía. La encíclica Deus caritas est nos conducirá a la fuente del misterio que es el divino ágape.
En esta perspectiva, hay que subrayar la importancia del discurso a la Curia del 22 de diciembre.
La Iglesia, misterio de fe, es en efecto el corazón de la enseñanza del Concilio Vaticano II. Benedicto XVI, interrogándose sobre su recepción, pone en evidencia un conflicto de hermenéuticas: la hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura y la hermenéutica, la única correcta, de la reforma dentro la continuidad. El crecimiento de la Iglesia en la historia ha de ser interpretado en este sentido. El ejemplo de la libertad religiosa evidencia que formas concretas, dependientes de la situación histórica, pueden estar sometidas a cambios. Las afirmaciones fundamentales siguen siendo válidas mientras que pueden cambiar las formas de su aplicación según el contexto. Las condenas de Pío IX se basaban en la pretensión de fundar la libertad religiosa en el relativismo, mientras que el Concilio Vaticano II afirma, en relación al carácter del Estado moderno y, aún más, siguiendo las exigencias de la verdad misma, el principio de la libertad de religión, en sintonía con las enseñanzas del propio Jesús y el testimonio de los primeros mártires.
He tratado de resumir una argumentación ampliamente desarrollada por el Santo Padre, que hace que este documento sea uno de los mayores de sus enseñanzas.
La última observación, para nada secundaria: resuena a menudo en las palabras de Benedicto XVI la evocación a la alegría. Es casi la tonalidad de fondo de una enseñanza por lo demás rigurosa y resuelta.


Italiano English Français Deutsch Português