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Sacado del n. 03 - 2007

Su sencillez y delicadez a la hora de comunicar la tradición de la Iglesia



por el cardenal William Joseph Levada



Con motivo de los ochenta años de Su Santidad el papa Benedicto XVI, quisiera expresar de corazón la gratitud y el reconocimiento por lo que nuestro Santo Padre hace y asegurarle la constante oración.
Lo que siempre me ha asombrado, desde el primer encuentro que tuve con el Santo Padre, cuando a principios de 1982 comenzaba él su ministerio romano como prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, mientras yo era todavía oficial del mismo dicasterio, fue ante todo su extraordinaria sencillez y delicadez. Con estos rasgos humanos característicos, primero como teólogo y prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, y ahora como Papa, sucesor de Pedro, expresa y comunica la gran herencia del patrimonio espiritual y doctrinal de la tradición de la Iglesia, de los padres, de la Escritura leída siempre con la lente de la sabiduría religiosa de los santos y de los doctores de la Iglesia.
Y al mismo tiempo, como todos han podido constatar, por ejemplo en el discurso pronunciado en 2006 en la Academia de Ratisbona sobre la relación de la fe con la racionalidad moderna, el papa Benedicto trata siempre el contacto con los problemas culturales y con las urgencias del momento histórico presente, de modo que su palabra resulta siempre “actual”, aunque nunca se deja capturar por la actualidad, porque los ojos del corazón y de la inteligencia siempre están orientados y dirigidos al Logos eterno que, encarnándose, divinizó al hombre, sin disolver lo divino en las ambigüedades y las opacidades de la historia.
Podríamos decir que si Juan Pablo II llevó por el mundo la verdad del Evangelio, promoviendo todas las semillas de auténtico movimiento misionero, Benedicto XVI parece querer continuar el recorrido comenzado por su predecesor revelándole al mundo el desafío del Logos cristiano, que se presenta como plenitud de significado de vida y capacidad persuasiva de razón.
En su primera carta encíclica el papa Benedicto nos invita a redescubrir una vez más el rostro del verdadero Dios, que es amor, ágape, para hacernos conscientes que cuanto más audazmente donamos la vida tanto más nos encontramos, pues la gloria del amor es perder la vida por Dios y por los demás en las decisiones cotidianas. La de la encíclica es una invitación firme y apasionada a elegir la vida en contraposición a la cultura de la muerte, para volver a ofrecer a la humanidad turbada por incertidumbres y temores la voz de Aquel que dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida», y declarar de este modo que la liberación fundamental que la Iglesia puede darnos es estar en el horizonte del Eterno.
Por eso le damos las gracias de corazón a nuestro Santo Padre y deseamos que la bondad de Dios Omnipotente le pueda acompañar cada día en su camino.
Beatísimo Padre, ad multos annos!


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