Home > Archivo > 03 - 2007 > Un magisterio necesario
LAS...
Sacado del n. 03 - 2007

Un magisterio necesario



por el cardenal Agostino Vallini


Cuando era niño el párroco de mi pueblo nos decía durante la doctrina que Dios manda el papa según los tiempos. Una verdad teológicamente exacta por varias razones y de la que me acordé el 19 de abril de hace dos años, cuando el cardenal protodiácono desde el balcón de San Pedro, con el solemne anuncio habemus Papam, comunicaba a la Iglesia y al mundo que el Papa, justo para estos tiempos nuestros, llamado para suceder a Juan Pablo II, Dios lo había elegido y se llamaba Benedicto XVI. La verdad es que para mí no fue un sorpresa: el hecho de conocer anteriormente al cardenal Ratzinger, la admiración por su estilo delicado y amable en el trato con las personas, la lectura de algunas obras teológicas suyas, me habían predispuesto a considerar que el nuevo papa debería ser él. Me acordé en seguida de la enseñanza de mi viejo párroco y di gracias a Dios: si lo había elegido, era lo que hacía falta. Esta percepción inmediata, arraigada en la fe, se ha visto confirmada por los hechos. Menciono sólo algunos.
Ante todo, su compromiso por la plena aplicación del Concilio, con la autorizada y objetiva definición del concepto de “recepción” del patrimonio doctrinal y disciplinal. Que el Vaticano II haya sido una inmensa gracia para la Iglesia casi todo el mundo lo reconoce, pero «nadie puede negar», dijo el Papa en el discurso a la Curia romana con motivo de las felicitaciones navideñas (22 de diciembre de 2005), «que en vastas partes de la Iglesia, la recepción del Concilio se ha realizado de un modo más bien difícil» por una errónea interpretación. A la «hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura», Benedicto XVI ha contrapuesto «la hermenéutica de la reforma», es decir, de la renovación dentro de la continuidad, porque la Iglesia es siempre la misma, aunque crece en el tiempo y se desarrolla como pueblo de Dios en camino en la historia. Una aplicación oportuna, mejor dicho, necesaria, que ha ayudado a todos, pastores, teólogos, agentes de la pastoral y fieles, a caminar por los senderos del auténtico espíritu conciliar.
La segunda dirección del magisterio de Benedicto XVI me parece igualmente clara y fecunda. En el contexto cultural en que vivimos hoy, marcado por una situación de extravío espiritual, de desconfianza en la verdad objetiva y de individualismo acentuado, el Papa desde sus primeras intervenciones ha mostrado la preocupación de ofrecer motivos claros y persuasivos para creer. La Iglesia hoy se encuentra frente a un gran reto: ¿cómo renovar su pastoral? ¿Cómo formar a los bautizados para que la fe sea luz y fuerza alegre de vida? Hay que reflexionar sobre la formación que ofrecen generalmente las parroquias; el catecismo con ocasión de los sacramentos de la iniciación cristiana y la predicación dominical a un porcentaje bajo de practicantes son inadecuados e insuficientes. Para muchas personas, que, sin embargo, se dicen cristianas, los valores de la fe y de la moral, si no se remueven positivamente, quedan en el trasfondo y, a juzgar por la conducta, parecen no tener ninguna influencia. En estos dos primeros años de pontificado el Papa ha estimulado y animado a reflexionar sobre métodos y formas de la acción misionera de la Iglesia, para que Dios no quede excluido de la vida de la gente, de la cultura y de la misma sociedad.
Se ha dicho justamente que el magisterio de Benedicto XVI gira con frecuencia alrededor de tres ámbitos: fe, razón, amor. Este es el tercer aspecto en el que el Papa se ha impuesto a la atención por la claridad de su pensamiento y el rigor de argumentaciones aplastantes. Convencido de que fe y razón son complementarias en relación a la verdad y a la salvación, queriendo despertar del letargo intelectual y moral sobre todo a Occidente, el Papa impulsa para que fe y razón se muevan con unidad, sin exclusiones recíprocas. «Dios no se hace más divino», dijo en el famoso discurso en la Universidad de Ratisbona, el 12 de septiembre de 2006, «por el hecho de que lo alejemos de nosotros con un voluntarismo puro e impenetrable, sino que, más bien, el Dios verdaderamente divino es el Dios que se ha manifestado como logos y ha actuado y actúa como logos lleno de amor por nosotros». Y al tema del amor, como es sabido, dedicó su primera encíclica Deus caritas est. Las implicaciones concretas de este trinomio a nivel ético-moral son evidentes y el Santo Padre no ha dejado de recordarlas, reafirmarlas y defenderlas. La defensa y la promoción de la vida humana, del matrimonio, de la familia, de la educación de las nuevas generaciones, de la paz, son temas reiterados en sus enseñanzas. Lo ha propuesto y lo propone todos los días por fidelidad a Cristo y al hombre. Y la gente lo aprecia. Basta pensar en la cita espontánea todos los domingos a la hora del Ángelus , que ninguna oficina vaticana organiza, a la que asisten en la plaza de San Pedro miles y miles de personas, atraídas por su palabra breve, incisiva, que hace pensar y queda en el corazón. Hace unos meses me paró en Vía de la Conciliazione un señor de edad madura: «Usted es sacerdote», me dijo, «permítame que le diga algo importante». «Dígame usted», le dije sonriendo y animándole: «Estoy arrepentido de haberme alejado de la Iglesia; pero desde no hace mucho, los domingos a mediodía no puedo por menos que ir a oír al Papa, porque me dice la verdad».
Al Santo Padre, con ocasión de su 80 cumpleaños, le aseguramos nuestra oración y le presentamos nuestra felicitación devota y filial. Ad multos annos!


Italiano English Français Deutsch Português