Palabras del Decano del Colegio Cardenalicio
Un pequeño gesto de caridad
por el cardenal Angelo Sodano
Santidad: Hoy el Colegio
cardenalicio siente la tentación de desmentir las palabras del
salmista, cuando dice que al llegar a los 80 años todo es labor et dolor, fatiga y dolor. En
realidad, al salmista ya lo había desmentido el Deuteronomio, que
nos refiere cómo Moisés llegó con pleno vigor a la
edad de 120 años. Más aún, la Escritura nos dice que
su ojo no se había anublado: «Non caligavit oculus eius»
(Dt 34, 7), la
niebla no había invadido sus ojos.
Así pues, ese versículo del Salmo hoy nos parece superado cuando admiramos el vigor y la serenidad con que usted está al timón de la “barca” de Pedro. Hoy los cardenales residentes en Roma han querido reunirse en torno a usted para demostrarle su cercanía en un día tan importante de su vida. Los cardenales presentes son 48 y otros 9 están presentes en espíritu, pues por varios motivos les ha sido imposible estar aquí entre nosotros: entre ellos el cardenal Stickler, que tiene la venerable edad de 97 años; también se han excusado, pero felicitan a su Santidad, los cardenales Lourdusamy, Innocenti, Deskur, Felici, Sánchez, Noè y Angelini.
Santo Padre, acepte nuestra felicitación, y la de los ausentes, por este hermoso día. Entre los presentes, el decano es nuestro querido cardenal Mayer, con sus 96 años, al que saludamos cordialmente. Y el más joven es el cardenal Tauran, con apenas 64 años. Así pues, como puede ver, Santo Padre, hoy todos demuestran que no tienen una ingravescentem aetatem, sino, al contrario, una florescentem aetatem.
Asimismo, invité a unirse a nosotros, los de la Curia, al venerado cardenal Friedrich Wetter, su sucesor en la sede de Munich y Freising, tan amada por usted. Todos juntos participamos ayer en la misa de acción de gracias, en la plaza de San Pedro, y hoy hemos querido estar nuevamente con usted para demostrarle nuestra cercanía en este momento tan significativo de su vida.
En esta ocasión, los cardenales de la Curia me han encargado que le entregue un donativo que han recogido entre ellos para contribuir a sus obras de caridad. Por mi parte, me alegra entregarle ahora un cheque de 100.000 euros, pidiéndole que, si es posible, tenga presentes las graves necesidades de los cristianos de Tierra Santa. Se trata de un pequeño signo de la agapé fraterna, de la caridad a la que usted con tanta frecuencia nos ha exhortado.
Más aún, yo estaba con usted en Ratisbona, el 12 de septiembre del año pasado, cuando en la homilía que pronunció en aquella hermosa catedral nos dijo que en el amor está todo “enrollado” y que ese amor se debe “desarrollar”, aplicar en la vida de cada día. Pues bien, hoy nosotros hemos querido “desarrollar”, aplicar el amor que tenemos, poniendo a su disposición este pequeño gesto de caridad hacia nuestros hermanos que sufren en la Tierra de Jesús de Nazaret.
Con estos sentimientos, Santo Padre, le renuevo el saludo en nombre de todos los cardenales presentes, así como en nombre de la Familia pontificia, que se ha unido a nosotros, y le digo de corazón, en nombre de todos: Ad multos annos, ad multos felicissimos annos! Gracias.
Así pues, ese versículo del Salmo hoy nos parece superado cuando admiramos el vigor y la serenidad con que usted está al timón de la “barca” de Pedro. Hoy los cardenales residentes en Roma han querido reunirse en torno a usted para demostrarle su cercanía en un día tan importante de su vida. Los cardenales presentes son 48 y otros 9 están presentes en espíritu, pues por varios motivos les ha sido imposible estar aquí entre nosotros: entre ellos el cardenal Stickler, que tiene la venerable edad de 97 años; también se han excusado, pero felicitan a su Santidad, los cardenales Lourdusamy, Innocenti, Deskur, Felici, Sánchez, Noè y Angelini.
Santo Padre, acepte nuestra felicitación, y la de los ausentes, por este hermoso día. Entre los presentes, el decano es nuestro querido cardenal Mayer, con sus 96 años, al que saludamos cordialmente. Y el más joven es el cardenal Tauran, con apenas 64 años. Así pues, como puede ver, Santo Padre, hoy todos demuestran que no tienen una ingravescentem aetatem, sino, al contrario, una florescentem aetatem.
Asimismo, invité a unirse a nosotros, los de la Curia, al venerado cardenal Friedrich Wetter, su sucesor en la sede de Munich y Freising, tan amada por usted. Todos juntos participamos ayer en la misa de acción de gracias, en la plaza de San Pedro, y hoy hemos querido estar nuevamente con usted para demostrarle nuestra cercanía en este momento tan significativo de su vida.
En esta ocasión, los cardenales de la Curia me han encargado que le entregue un donativo que han recogido entre ellos para contribuir a sus obras de caridad. Por mi parte, me alegra entregarle ahora un cheque de 100.000 euros, pidiéndole que, si es posible, tenga presentes las graves necesidades de los cristianos de Tierra Santa. Se trata de un pequeño signo de la agapé fraterna, de la caridad a la que usted con tanta frecuencia nos ha exhortado.
Más aún, yo estaba con usted en Ratisbona, el 12 de septiembre del año pasado, cuando en la homilía que pronunció en aquella hermosa catedral nos dijo que en el amor está todo “enrollado” y que ese amor se debe “desarrollar”, aplicar en la vida de cada día. Pues bien, hoy nosotros hemos querido “desarrollar”, aplicar el amor que tenemos, poniendo a su disposición este pequeño gesto de caridad hacia nuestros hermanos que sufren en la Tierra de Jesús de Nazaret.
Con estos sentimientos, Santo Padre, le renuevo el saludo en nombre de todos los cardenales presentes, así como en nombre de la Familia pontificia, que se ha unido a nosotros, y le digo de corazón, en nombre de todos: Ad multos annos, ad multos felicissimos annos! Gracias.