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EL PAPA EN AMÉRICA LATINA
Sacado del n. 04 - 2007

Nuestra Señora Aparecida


Año 1717. De las aguas del río Paraíba surge una estatuilla de la Virgen cubierta de barro. Es el comienzo de la devoción de todo un pueblo


por Stefania Falasca


La Basílica de Nuestra Señora Aparecida, en Aparecida do Norte 
Estado de São Paulo

La Basílica de Nuestra Señora Aparecida, en Aparecida do Norte Estado de São Paulo

«¡Nuestra Señora Aparecida¡
En este momento tan solemne, tan excepcional, quiero abrir ante Vos, oh Madre, el corazón de este pueblo, en medio del cual quisisteis morar de un modo tan especial […]. Deseo abrir ante Vos el corazón de la Iglesia y el corazón del mundo al que esa Iglesia fue enviada por vuestro Hijo. Deseo abriros también mi corazón. […] ¡María! ¡Yo os saludo y os digo “Ave” en este santuario donde la Iglesia de Brasil os ama, os venera y os invoca como Aparecida, como revelada y dada particularmente a él! ¡Como su Madre y su Patrona! […] ¡Como modelo de todas las almas poseedoras de la verdadera sabiduría y, al mismo tiempo, de la sencillez del niño y de esa entrañable confianza que supera toda debilidad y sufrimiento!»
(Oración de Juan Pablo II en la Basílica de Aparecida,4 de julio de 1980)

La historia
Corría el año 1554. Un grupo de jesuitas capitaneado por el padre José de Anchieta llegó a São Paulo con el deseo de transmitir el tesoro de la fe cristiana a los indios tupis y guaraníes. Fundaron São Paulo, que se convirtió en importante centro de evangelización. Los misioneros enseñaban con gran fervor la devoción a la Virgen María, poniendo de relieve el papel que ella, como Madre de Dios, tuvo en la obra de la redención. Todas las tardes había catequesis y se rezaba el santo rosario. En muchos pueblos y ciudades se difundieron las cofradías del rosario, se hacían procesiones y novenas.
Llega el año 1717. El gobernador de la capitanía de São Paulo, don Pedro de Almeida, está de viaje hacia Minas Gerais y ha de pasar por el Valle del Paraíba. Para la alimentación del gobernador y su comitiva se les había pedido a los pescadores del lugar que llevaran la mayor cantidad posible de pescado.
Los pescadores, entre quienes estaban Domingos Garcia, João Alves y Felipe Pedroso, tomaron sus canoas, fueron hacia el río Paraíba y comenzaron a pescar. Lanzaron las redes repetidas veces pero no consiguieron pescar nada. Navegaron unos seis quilómetros por el río, hasta el puerto de Itaguaçú. Volvieron a lanzar las redes pero lo único que pescaron fue una estatuilla cubierta de barro y sin cabeza. Cuando volvieron a echar las redes apareció su cabeza y descubrieron que era la imagen de Nuestra Señora de la Concepción. Los pescadores volvieron a casa con una gran cantidad de peces y muy sorprendidos de todo lo que había pasado. Felipe Pedroso conservó la imagen en su casa unos seis años y en 1733 se la regaló a su hijo. Este hizo construir un oratorio y en él colocó la imagen de la Virgen.
Pronto comenzaron a suceder prodigios extraordinarios y la fama de la Virgen se difundió espontáneamente. El número de peregrinos que venían de los pueblos cercanos había aumentado mucho y en la pequeña capilla de Itaguaçú ya no cabían todos. Así pues, el vicario de la parroquia de Guarantiguetá hizo construir una capilla más grande en el Morro dos Coqueiros. El templo fue inaugurado el 26 de junio de 1745 con la invocación de Nuestra Señora Aparecida. El número de peregrinos siguió aumentando y la devoción se extendió por todo Brasil. Muchas iglesias y capillas fueron dedicadas a Nuestra Señora Aparecida y se la invocaba en todas partes como Madre y Patrona. En 1852 se hizo una nueva construcción y en 1888 otra más. En 1904 la imagen fue solemnemente coronada y en 1908 el templo fue elevado a Basílica menor. El 16 de junio de 1930 el papa Pío XI declaró a Nuestra Señora Aparecida patrona de Brasil. En 1946 comenzó la construcción de la actual Basílica. En 1967, para conmemorar los 250 años del hallazgo de la imagen en las aguas del río, el papa Pablo VI envió una rosa de oro que fue colocada a los pies del trono. El 4 de julio de 1980, la actual Basílica, cuyas dimensiones son poco inferiores a las de San Pedro del Vaticano, fue consagrada por Juan Pablo II.


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