San Ricardo Pampuri y don Luigi Giussani
El milagro de la familiaridad de Dios
EL CORAZÓN DE JESUS «Ya sea que nuestro ánimo se encuentre oprimido por el dolor o por la desilusión, ya sea que sobreabunde de santo gozo, en el Corazón santísimo de Jesús encuentra lo que necesita, todo lo que puede desear, la medicina para sus heridas y el consuelo de sus penas, la aseguración de sus esperanzas, la fuerza para perseverar, el impulso más eficaz hacia una perfección cada vez mayor y la alegría inefable de la sensación viva de la filiación y amistad de Dios y de la unión fraterna con Jesucristo» San Ricardo Pampuri San Ricardo Pampuri
por Lorenzo Cappelletti
La iglesia parroquial de los Santos mártires Cornelio y Cipriano en Trivolzio, donde se conserva y venera el cuerpo de san Ricardo Pampuri
El primer recuerdo publicado que conservamos, desde el punto de vista cronológico (se refiere a una conversación del 6 de mayo de 1993), arranca de la ironía con la que quien estaba encargada de transcribir las conversaciones con don Giussani –de las que nacerían los “Casi Tischreden” dentro la colección de los libros del espíritu cristiano de la editorial Rizzoli– le asegura que, vista su preocupación de que la trascripción sea «absolutamente integral», se ha trascrito todo: «Está también la frase final: “recemos un Gloria a san Pampuri”». Don Giussani, que evidentemente capta en estas últimas palabras una intención reductiva, responde oportunamente: «Pero, perdonad, la devoción a los santos tiene un significado especial cuando son contemporáneos: nos recuerdan que el misterio de Cristo está presente entre nosotros. Y la vida de san Pampuri es impresionante por su sencillez absoluta, como la de un campesino: un médico rural al que nadie conocería de no ser por la bondad con que trataba a los enfermos. Luego se metió en un convento, donde no fue reconocido lo que era, y así murió tres años después. Éste es el milagro más grande que he conocido en los últimos decenios, porque el milagro es esa demostración de potencia con la que Dios le “toca las narices” a todo el mundo, ¡haciendo cosas grandes sin la participación de nadie! Por tanto, guardaos bien de bromear con el nombre de los santos y sed devotos a ellos. La primera devoción debe dirigirse a nuestros santos contemporáneos. Si la Iglesia hace santo ahora a Ricardo Pampuri o a José Moscati es porque, a través de ellos, quiere demostrar qué es lo que le importa a la Iglesia hoy» (El atractivo de Jesucristo, Ediciones Encuentro, p. 26).
No es nuestra intención interpretar a don Giussani, pues bien recordamos su fastidio y su paciencia, por otra parte, ante esta actitud difundida, pero nos parece que podemos decir que ya en esta primera intervención suya están presentes los temas que volverán constantemente en su recuerdo de san Ricardo Pampuri: la devoción a los santos y la confianza en su intercesión, el humilde trabajo diario, la presencia familiar de Dios y la potencia con que hace milagros.
Empecemos diciendo que don Giussani no evoca nunca a san Ricardo Pampuri como la superflua coronación de un razonamiento. San Ricardo es mencionado siempre para mostrar, con la concreta bondad manifestada en su trabajo de médico que continúa en sus milagros, la potencia presente con la que Dios actúa, “tocando las narices” a todos, o, como dice también don Giussani, con “jugadas astutas”: «Rezad algún Gloria a san Pampuri –debemos valorizar a los santos que Dios ha creado entre nosotros en nuestra época y en nuestra tierra–. Hay que invocarlo: un Gloria a san Pampuri todos los días. Especialmente después del último milagro que ha hecho. Una pariente de una amiga nuestra de Coazzano se enferma muy gravemente de médula ósea: trasplante o autotrasplante, una de las cosas más graves que hay. Y Laura le dice a esta compañera suya: “Vamos en peregrinación aquí cerca, a san Pampuri”. Mirad que ha elegido san Pampuri porque estaba más cerca, y esto no da escándalo alguno: si hubiera estado más cerca la Virgen de Caravaggio, habrían ido a Caravaggio. Llegan allí, toman la estampita del santo y Laura le dice a la otra, Cristina: “Necesitamos lo concreto, así que toca con la estampita las ropas de san Pampuri”. La otra toca con la estampita el gorro de su uniforme de la banda musical. Van al hospital y se la dan a la enferma. Mientras está todavía leyendo la oración, llega el médico con el resultado de los últimos análisis: “Debo haberme equivocado”, dice asombrado, “hagamos de nuevo los análisis”. Después de media hora llegan los resultados: igual que los de antes. Entonces el médico dice: “Miren, tienen todo el derecho de hablar de milagro. Puede volver usted a casa” “¿Qué?”. “Que puede irse a casa, está curada”. No hace dos mil años como a la viuda de Naim, sino ahora. Detrás de esto se esconde el desarrollo de la jugada más “astuta” que Dios le hace al hombre. Con el transcurso del tiempo, con la experiencia que se multiplica o madura, se desarrolla, se hace más evidente –al principio no nos damos cuenta– que uno realmente está dentro de esta descripción de milagro mucho más que en los sentimientos de sí mismo que tenía antes, o en los sentimientos en que se forman las películas o las novelas» (de la conversación del 19 de enero de 1995 publicada en «Tu» (o della amicizia), Bur, págs. 287-288)». Esta última y fundamental observación, es decir, que hay que concebir la propia existencia como definida por lo que el Señor obra, acompañará constantemente, como veremos, la evocación de los milagros de san Ricardo.
San Ricardo Pampuri
De nuevo ante los universitarios con motivo de los Ejercicios espirituales de diciembre de 1995, Don Giussani evoca una vez más la figura de san Ricardo Pampuri. Figura que hace de puente entre las otras gigantescas de san Pablo y de la madre Teresa de Calcuta. En su exposición, don Giussani revela por una parte que «la medida de nuestros deseos de hombres» halla correspondencia también en la figura sencilla «de este jovencísimo y silencioso médico de la seguridad social». Y, por la otra, recuerda sus milagros, de los que le llegan noticias frecuentes, precisamente para hacer ver, a jóvenes obviamente sumidos en un clima dominante de distinta sensibilidad, lo mucho que Dios se hace familiar al hombre. «Dios entra en el caso breve, casi imperceptible, tan pequeño es, de lo que nos acontece. Dios se hace familiar al hombre. El hecho de que Dios se hiciera hombre, Jesucristo, quiere decir que Dios se hizo familiar al hombre; su manera de relacionarse con mi vida, con ese deseo de felicidad que me dio al crearme, se expresa en una familiaridad que puedo experimentar: soy conducido, iluminado, sostenido, amonestado, perdonado, soy objeto de misericordia, abrazado como por un padre y una madre, como por una esposa o un esposo, como un amigo abraza al amigo del alma. La relación del hombre con Dios es lo contrario de eso que se imagina toda la mentalidad moderna: grandes obras y grandes esquemas para operaciones de sondeo estelares, intentos de investigación en los barrios bajos (o altos) del ser. ¡No! ¡Tú eres mi padre! Dijo Jesús: “¡Amigo, con un beso me traicionas!”. O abrazó al niño y dijo: ¡Ay del que toque un cabello al más pequeño de estos niños!, ¡ay de quien escandalice a uno de ellos”, porque nadie tiene respeto por los niños. Dios se ha hecho familiar. El milagro es un método familiar de relación diaria de Dios con nosotros –el milagro en su sentido más personal, privado, o en su sentido más público e grandioso–. Porque nuestra relación con Dios es totalmente excepcional. Si Él es el creador lo es de cada instante: en cada instante me constituye, estoy hecho de Él. Por tanto que esto se dé, que tienda a darse familiarmente –como el gesto de amor de la madre tiende a ser realizado todos los días tantas veces: una mirada, una caricia, un beso, un saludo–, este es el método de relación de Dios con nosotros» (en Litterae communionis-Tracce, n. 1, enero de 1996, p. X).
Esta misma idea, llamémosla así, sit venia verbo, de la solicitud atenta con la que Dios sigue haciéndose presente a través del cambio que realiza, vuelve en la breve alusión a san Ricardo en Si può (veramente?!) vivere così? (un libro de la editorial Bur de agosto de 1996 que publica diálogos de los años anteriores). «Cristo está presente, tan presente que actúa el cambio de algo presente –que es usted [la persona con la que don Giussani está hablando en este momento]– y por eso la memoria es reconocer a Cristo, como presente en un cambio que comenzó hace dos mil años, pero que permanece hasta el fin de los siglos. Es más, especifica: “Estaré con vosotros todos los días” –y pensando en san Pampuri que en los últimos meses casi todas las semanas nos ha hecho milagros, uno comprende que es realmente así–, “Estaré con vosotros, todos los días, hasta el fin de los siglos”» (p. 122).
Don Luigi Giussani
La evocación de san Ricardo vuelve otra vez al final de los Ejercicios espirituales de la Fraternidad de Comunión y Liberación, el domingo 5 de mayo de 1996. El leitmotiv de los Ejercicios había sido la amistad, cuya ausencia lamenta don Giussani en su intervención de clausura: «No hay amistad entre nosotros: podemos ser compañeros “feroces”, en el sentido de estar apegadísimos, pero no somos amigos. Esperemos que este año avance vuestro conocimiento, debemos conocer bien qué quiere decir “amistad”; ayer y hoy hemos hecho solamente la primera alusión. Que nuestro nuevo amigo san Ricardo Pampuri (digo nuestro nuevo amigo porque es invocado por tantos de nosotros y porque para muchísimos de nosotros ha hecho milagros en el sentido verdadero de la palabra; centenares conozco yo, ¡centenares! El Señor nos lo ha enviado para que sea un amigo para nosotros en estos tiempos tristes) nos sostenga en nuestro camino.» (Cuaderno n. 8, año 1996, Suplemento de la revista Litterae communionis-Huellas).
Naturalmente está presente en la devoción a san Ricardo también ese aspecto, tan en consonancia con don Giussani, de cercanía territorial (se percibe que don Giussani era feliz de que «nuestro nuevo amigo» enviado por el Señor «para que sea un amigo para nosotros en estos tiempos tristes» fuera un santo médico/campesino lombardo). Una cercanía reforzada por el sufrimiento que, en los años de su enfermedad –permítasenos este vuelo–, se había vuelto la expresión manifiesta de esta herida del corazón de la que habla la oración del padre Grandmaison, citada por él varias veces, herida que ahora en el cielo confiamos que se haya cicatrizado por fin. «San Ricardo Pampuri nació en nuestros campos, hijo de la tierra lombarda y de su carácter concreto, escondido a los ojos del mundo primero en los años de su formación, luego en los de su trabajo como médico de la seguridad social, y por último entre los Hermanos de San Juan de Dios, en cuya congregación encontró la forma definitiva de su vocación bautismal a la santidad […] Que sea para nosotros intercesor de muchas gracias y nos procure el don de un corazón como el suyo “atormentado por la gloria de Cristo, herido por su amor, con una llaga que no se cicatrice más que en el cielo”» (de la prefación al libro de Laura Cioni, Il Santo semplice. Vita di san Riccardo Pampuri, Marietti, p. 7: las últimas palabras publicadas, cronológicamente, de don Giussani sobre san Ricardo Pampuri).