El cardenal Mindszenty
Un recuerdo del heroico arzobispo húngaro símbolo de la Iglesia perseguida
por Giulio Andreotti
El cardenal Jozsef Mindszenty con sus liberadores, fuera de su residencia de Budapest, el 31 de octubre de 1956
Esto me trae a la memoria una tensísima sesión en la Cámara de Diputados el 8 de febrero de 1949.
El año anterior, en la dura batalla electoral de la primera legislatura republicana, habíamos ganado holgadamente derrotando con la alianza de centro al Frente socialcomunista. La Iglesia había tomado abiertamente partido (creando los Comités Cívicos) precisamente por lo que había ocurrido en los países sometidos al comunismo. No era solo la reacción ideológica en defensa de la Iglesia combatida como “opio del pueblo”. Se trataba de impedir la victoria de un agrupamiento que en los países conquistados había puesto en práctica terribles persecuciones antirreligiosas. Y el nombre del arzobispo de Esztergom-Budapest, Jozef Mindszenty (que se había refugiado en la embajada americana porque había sido condenado a muerte… con la benévola conmutación a cadena perpetua) había estado en el centro de nuestra propaganda.
El batallador cardenal de Bolonia, Giacomo Lercaro, respondía a quienes le echaban en cara la invasión eclesiástica del campo político que como la Confederación de Cultivadores Directos había tomado partido para defender la propiedad de los campesinos, del mismo modo los cultivadores directos de almas tenían que defenderse de la invasión de los carceleros del cardenal húngaro Mindszenty y de otros prelados y sacerdotes encarcelados.
Exigencias políticas y diplomáticas, sin embargo, llevaron a la búsqueda de una solución posible para este y otros casos. Los contactos con el Este, llevados a cabo en nombre de la Secretaría de Estado por monseñor Agostino Casaroli, incluyeron también sondeos con el gobierno de Budapest para buscar una solución del “caso” que también creaba delicados problemas a los americanos.
Se trabajó al principio con la hipótesis de trasladar al extranjero al cardenal, que el interesado rechazó durante mucho tiempo. Solo después de “fraternales insistencias” de Pablo VI se doblegó considerando que debía «obedecer con humildad, renunciando al deseo de terminar su vida en tierra húngara».
Exigencias políticas y diplomáticas, sin embargo, llevaron a la búsqueda de una solución posible para este y otros casos. Los contactos con el Este, llevados a cabo por cuenta de la Secretaría de Estado por monseñor Agostino Casaroli, incluyeron también sondeos con el gobierno de Budapest
para buscar una solución del “caso” que también creaba delicados problemas a los americanos
Antes de dejar, el 28 de septiembre de 1971, la
residencia americana y su patria, le dijo a sus parientes que habían
ido a despedirlo: «Pronto llegará un día en el que el
tiempo presente sea borrado, porque será arrollado por su propia
necedad. La pretensión de construir un mundo sin Dios será
siempre ilusoria; y no hará más que reforzar la unión
de la Iglesia con el pueblo y con todos los que sufren. Solo quienes tienen
miedo de la verdad temen a Cristo».
Como presidente del Grupo Democristiano le envié este mensaje: «Los diputados de la DC del Parlamento Italiano, que cuando comenzó su Vía Crucis en cautiverio le expresaron públicamente solidaridad y admiración, le envían hoy su homenaje vivo, devoto, de buenos deseos».
Una personalidad como Mindszenty causaba en realidad empacho en la diplomacia vaticana, que institucionalmente buscaba un modus vivendi. Cuando el cardenal perseguido vino de visita a Roma no encontró calor ni siquiera en el Vaticano. Por lo que recuerdo se desaconsejó incluso que se manifestara públicamente solidaridad.
Mientras tanto el Frente italiano de las izquierdas había sido liquidado con el diseño socialista de ganar cierta autonomía, concretamente alentada (lo supimos muchos años después) incluso por Washington, de los compañeros de la extrema izquierda.
No se puede dar una respuesta definitiva a la pregunta de qué habría pasado en Italia si en 1948 hubieran ganado ellos. A quienes afirman que lo específico de nuestra nación hubiera evitado la dictadura roja, creo que puede objetarse que opinando de este modo se ofende a los comunistas húngaros, checos y polacos, que no creo que al principio fueran conscientes ni estuvieran resignados a ser meros satélites del Kremlin.
En el cincuenta aniversario de la Revolución húngara de 1956, los acontecimientos del primer decenio de la posguerra fueron olvidados generalmente en una filosofía general de atención exclusiva o casi hacia el futuro, que hay que construir precisamente alrededor de dos puntos de referencia: la Unión Europea y la evolución rusa. También se prefiere pasar de largo a propósito de Gorbachov y su decisivo desenganche.
Pablo VI con el cardenal Mindszenty
Recuerdo también que el Pontífice, en octubre de 1971, tuvo la alegría de celebrar con él la misa en la Capilla Matilde del Vaticano.
También cuando en 1987 vino aquí el nuevo líder húngaro Lazar las normas de lenguaje fueron atenerse al presente ciñéndose a los vínculos constructivos existentes. El año anterior habían causado cierta impresión la polémica sobre los objetores de conciencia, pero sin gran resonancia y un simposio entre estudiosos católicos y marxistas sobre las relaciones entre las culturas. El viaje de Lazar había estado precedido por una visita a Budapest de monseñor Poggi (ahora cardenal).
Las exigencias terrenales de la Iglesia obligan a veces, para evitar males mayores, a cierta ductilidad táctica. En el fondo, la prudencia es una virtud.
Por justa analogía recuerdo una carta de Pío X a un párroco que, arrollado por el antimodernismo de entonces, a veces obsesivo, se había lamentado por una injusta censura recibida. Puede que tuviera razón y que hubiera sido censurado injustamente, pero las cuentas se echan allá arriba y Dios se ocuparía de hacerle justicia.
De este modo, entre quienes exaltan el orgullo indómito de Jozsef Mindszenty y quienes critican tanto su obstinación como la aquiescencia con el compromiso del exilio, creo que hay que invitarles a no seguir polemizando. Recemos no por el cardenal Mindszenty, sino al cardenal símbolo de la Iglesia perseguida.