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IGLESIA
Sacado del n. 05 - 2007

Esperanza que espera entre los hombres hermanos


«Quizás algunos no se han dado cuenta todavía: los cristianos viven en el mundo tamquam scintillae in arundineto, como chispas por los rastrojos. Vivimos en la diáspora. Pero la diáspora es la condición normal del cristianismo en el mundo». Entrevista al cardenal Godfried Danneels, primado de Bélgica


Entrevista al cardenal Godfried Danneels por Gianni Valente


Malinas, 24 de mayo de 2007. Su eminencia está en forma, ocupado en mil cosas. Había concentrado sus compromisos en mayo, porque para junio tenía programado un viaje a Pekín y a la Mongolia china, para ir a visitar a las comunidades cristianas iniciadas allí gracias a la obra de los Misioneros belgas de Scheut. Pero luego aplazó el largo viaje al antiguo Imperio Celeste: «Va a salir la carta del Papa a los católicos chinos, y no quería que mientras estuviera allí se desencadenara algún temporal sobre mi cabeza…». Faltan pocos días para Pentecostés. Godfried Danneels, primado de Bélgica, recuerda lo que en 1968 dijo el metropolitano ortodoxo Ignatios de Lattakia durante el encuentro ecuménico de Uppsala: «Cuando no está presente el Espíritu Santo, Cristo permanece en el pasado, el Evangelio es letra muerta, la Iglesia, una mera organización, la autoridad parece dominación, la misión es propaganda, el culto, una evocación, la acción cristiana se convierte en una moral de esclavos».

El cardenal Godfried Danneels

El cardenal Godfried Danneels

Palabras que parecen actuales.
GODFRIED DANNEELS: Valen para todas las épocas. Desde la Ascensión de Cristo hasta la consumación de los siglos, siempre será así. Para mí se puede añadir una cosa: sin el Espíritu Santo la Iglesia vive en el miedo. Se ve también en el día de Pentecostés: en el cenáculo triunfaba el miedo. Entonces el Espíritu Santo acaba con el miedo y ofrece el don de anunciar el Evangelio no sólo a quienes vivían según la ley judía, sino también a los paganos. La Iglesia tiene también por tarea custodiar la Tradición. Pero es el Espíritu Santo el que libra del miedo y da la posibilidad de vivir las mismas cosas en circunstancias distintas. En la Iglesia es el Espíritu mismo el que custodia el depositum fidei. Es el único que es capaz de ser fiel al pasado y preparar el futuro, porque no pertenece ni al pasado ni al futuro, es actual. Fuera de la acción del Espíritu Santo, el futuro de la Iglesia es siempre la extrapolación de trozos del pasado a los que se trata de dar nueva actualidad, pero no hay nunca nada que haga verdaderamente nuevas todas las cosas.
Ahora también en la Iglesia se siente la preocupación por el hecho de que en las sociedades occidentales parece enrarecerse el consenso compartido sobre algunos valores morales fundamentales.
DANNEELS: Es un dato objetivo que ya no existe una Civitas cristiana, que el modelo medieval de Civitas cristiana no vale para el momento actual. Quizás algunos no se han dado cuenta todavía, pero los cristianos viven en el mundo tamquam scintillae in arundineto, como chispas por los rastrojos. Vivimos en la diáspora. Pero la diáspora es la condición normal del cristianismo en el mundo. La excepción es la otra, la sociedad completamente cristianizada. El modo ordinario de los cristianos de estar en el mundo es el que se describe ya en la Carta a Diogneto, del siglo II. Los cristianos «ni habitan ciudades exclusivas suyas, ni hablan una lengua extraña». Habitan «sus propias patrias, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos y todo lo soportan como extranjeros; toda tierra extraña es para ellos patria, y toda patria, tierra extraña». Así es como somos ciudadanos de la nueva sociedad secularizada.
Pero ya que somos minoría, ¿no sería el momento de presentar batalla y osar incluso palabras afiladas?
DANNEELS: Cuando el Papa fue a España, al hablar de la familia no usó nunca fórmulas en negativo. Solamente propuso y admiró la belleza de la familia cristiana. Algunos quizá quedaron decepcionados. Yo no. El cristianismo es ante todo un fermento bueno, el don de las cosas buenas que hay que ofrecer al mundo, y no plantearse el problema de triunfar sobre el mundo. Repetía san Bernardo a sus contemporáneos: tened piedad de vuestras almas.
¿No se corre el peligro de caer en un optimismo sentimental?
DANNEELS: El Concilio Vaticano II tituló su documento sobre la Iglesia en el mundo con sus dos primeras palabras: Gaudium et spes. La pareja de palabras que seguía era luctus et angor, tristeza y angustia. Tal vez, si el Concilio tuviera lugar hoy, los padres conciliares cambiarían el orden, y empezarían por luctus et angor. El entusiasmo de aquel periodo quizás era exagerado. Había un elemento de reacción contra el pesimismo anterior. Pero en aquella gallardía naïve había también algo hermoso. Era una señal de juventud. Como una joven que va por primera vez a un baile. Luego llega la edad adulta. Hemos visto que hay que tener en cuenta las cuatro palabras del incipit.
¿De dónde comenzaría hoy para describir la relación entre la Iglesia y el mundo?
DANNEELS: El mundo es una creación de Dios. Es verdad que para el Evangelio de san Juan el mundo está en las tinieblas y se opone a Dios. Pero esta no es la situación original: las criaturas salen buenas de las manos de Dios, omnis creatura Dei est bona. Y no será tampoco la situación final, cuando todo el Kósmos esté redimido. Es una condición transitoria, y no la ha causado Dios, sino que hemos sido nosotros con nuestro pecado. La Iglesia siempre ha denunciado el gnosticismo, que ponía el mal como rasgo originario en la creación, y de alguna manera en Dios mismo.
¿No es acaso por esto por lo que hay que reafirmar con fuerza que la ley natural, en su objetividad, es un dato originario escrito en el corazón de cada uno?
DANNEELS: Sí, pero reconociendo que si depende de nosotros, los cristianos somos los primeros que nos hallamos en la impotencia de obedecer, de creer, de rezar y vivir bien, de practicar la vida buena. La desobediencia de los orígenes nos hiere aún, sólo gracias a la obediencia a Jesús nos liberamos. Es su obediencia la que traza la línea de curación dentro de nuestras traiciones y nuestras enfermedades. Reconocer esto debería desaconsejar toda soberbia; y favorecer una mirada de misericordia más grande hacia todos los hombres.
Hay quienes temen que se saque a relucir la misericordia cuando no se quiere cumplir con el cometido impopular de decir verdades opportune et importune, incluso sobre cuestiones éticas y morales.
DANNEELS: La misión de la Iglesia no se acaba con anunciar la verdad, sino con difundir la reconciliación ofrecida y actuada por Dios. Y la misericordia no es una especie de amnistía obligatoria, que hunde nuestras miserias en la indiferencia. No es una nevera siempre llena de la que abastecerse. No nos la merecemos. Pero cuando toca gratuitamente los corazones, los cambia, los cura, y nos conduce fuera de nosotros mismos, más arriba. Es atractiva. Es la medicina de la misericordia que da también las lágrimas de dolor por los pecados y las propias miserias, que ni siquiera habíamos percibido. Como le sucedió también al primero de los discípulos, en el patio de la casa del sumo sacerdote: «El Señor se volvió y miró a Pedro, y recordó Pedro las palabras del Señor, cuando le dijo… Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente».
La bajada del Espíritu, Maestà de Duccio di Buoninsegna, Museo de la Opera, Siena

La bajada del Espíritu, Maestà de Duccio di Buoninsegna, Museo de la Opera, Siena

Pero es un hecho que en el debate público se identifica a menudo a los cristianos como los que con sus batallas se ensañan con las miserias humanas. Péguy diría: gente con un alma acomodada.
DANNEELS: Los hombres de nuestra época no tienen la percepción de vivir en una condición infantil o primitiva desde el punto de vista moral. Se sienten moralmente adultos. Quizá luego teorizan prácticas y comportamientos fuera de la ley moral natural, pero esto es otra cuestión. Y en esta situación no sé si conviene usar la estrategia de las negaciones rotundas. Repetir continuamente lo que no se ha de hacer, acaba casi por esconder el bien que se dice que hay que defender. Benedicto XVI, antes de ir a Colonia, dijo que ser cristianos «es como tener alas» y el cristianismo no es una infinitud de prohibiciones, «algo arduo y agobiante que vivir».
¿Qué hacer, entonces, frente a las legislaciones civiles y a los nuevos proyectos de ley que están en contraste con los principios de la moral cristiana?
DANNEELS: Que la ley civil no coincida con los preceptos del Evangelio y de la moral cristiana, es la situación normal. Es verdad que si la ley aprueba, por ejemplo, las uniones homosexuales, desaparece el valor pedagógico de la ley. La ley se convierte en una especie de termómetro, que se limita a registrar y regular los comportamientos individuales tal y como son, renunciando a su función de ser también un termostato. Pero esto es una situación de hecho en nuestras sociedades modernas: la ley a menudo ya no educa. No va bien, pero este es el lugar en que nos ha tocado vivir. Hay que denunciar los riesgos, pero luego se trata de vivir el Evangelio en dicha situación, que no hemos creado nosotros. No es la primera vez.
Estado terminal, anticoncepción, parejas de hecho. Surgen controversias sobre cómo deben comportarse los legisladores cristianos con estos temas. Sin entrar en detalles, ¿qué criterios deberían seguirse?
DANNEELS: Es siempre oportuna la distinción entre lo que no se puede tolerar y lo que se define como “leyes imperfectas”, que pueden tolerarse según la categoría tradicional del mal menor. Y luego, respecto a los comportamientos individuales, hay una sabiduría de la Iglesia, una capacidad de mirar la realidad por lo que es, que durante siglos se ha ejercido sobre todo en el confesionario.
La mirada con la que dentro de la Iglesia se mira al mundo condiciona de algún modo toda su misión. Hoy se apuesta mucho en el rendimiento público del anuncio, en su capacidad de dar respuestas creíbles ante los retos culturales de la mentalidad común.
DANNEELS: Los profesionales de ventas focalizan y estudian sobre todo el campo donde debe caer su mensaje: analizan la tierra, calculan las posibilidades de productividad. No siembran allí donde el humus ofrece pocas posibilidades de dar resultados. Desde hace decenios, también la evangelización parece apostar todo en el estudio del terreno. Pero todo buen agricultor sabe que la floración del trigo que ha sembrado en el campo concienzudamente labrado depende de la lluvia y del sol. En el anuncio cristiano esto es aún más valido: la fertilidad viene de arriba, como el sol y la lluvia.
¿Pero también hay que roturar el terreno?
DANNEELS: Quien con su vida anuncia y da testimonio del evangelio no pretende decidir por sí mismo cuál es la tierra buena. Además, el campo ideal no existe. Como en la parábola de Jesús, el campo presenta todas las dificultades posibles. La semilla siempre es buena, porque es la semilla del Señor. El buen sembrador debe sólo sembrar. No hace nada más que tomar la semilla y ponerla en el campo. No es él quien produce los frutos. Siembra con generosidad, sin detenerse mucho a pensar que hay trozos de campos más o menos apropiados. Con la esperanza de que en alguna parte haya siempre un cacho de tierra buena, que llegue a fructificar y dé la mies, aunque no sepamos dónde.
Hoy es también muy frecuente en la Iglesia insistir en la categoría de razón. Para mostrar a los hombres de hoy la alianza fecunda entre la postura cristiana y una razón abierta a lo trascendente. ¿Qué piensa de este enfoque?
DANNEELS: La inteligencia es un don que hay que hacer fructificar. No se debe caer en el fideísmo, el de las sectas de América, pero también de Europa. La fe no es racional, pero es razonable. También el Papa, cuando habla de esto, sugiere esta apertura. Dicho esto, los misterios de la fe no se pueden comprender racionalmente. ¿Cómo puede ser Dios uno y trino? ¿Cómo se encarna Jesús y nace de la Virgen María? ¿Cómo resucita después de la muerte? Y ¿cómo está presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad en el pan y en el vino? A veces nos embarga el desaliento porque pensamos que hacerlo comprender es obra nuestra, que nos toca a nosotros demostrar todo esto, y convencer, y vencer al mundo. Entonces la condición de exilio y de diáspora que vive la Iglesia puede ser vista también como una purificación.
¿De qué modo?
DANNEELS: En la Biblia, antes del exilio, los judíos pensaban que podían hacerlo todo por su cuenta. Todo iba estupendamente incluso sin Dios. Luego fueron deportados a Babilonia y allí ya no tenían nada. No tenían ni rey, ni sinagoga, ni templo, ni sagrada montaña. Allí, como dice Daniel, «hemos recibido un corazón humilde y contrito». Y esto es lo que más vale. En las Iglesias de antigua cristiandad hace años pensaban que todo podía seguir adelante incluso sin la gracia. No lo decían así, pero lo pensaban. La idea era que cuando Jesús dijo «sin mí no podéis hacer nada», lo dijo por decir. Ahora vemos de verdad que si el cristianismo continúa es un milagro.
Hablando de milagros. Ha dicho usted que los que hizo Jesús en el Evangelio son como anticipación de los sacramentos.
DANNEELS: El milagro atestigua que suceden cosas que no se explican con las premisas establecidas. Sugiere que las conclusiones no son siempre lo que se deduce de las premisas. Por tanto, con el milagro estamos siempre en un trampolín de la esperanza. También los sacramentos son gestos suyos. En este sentido, son la continuación de los milagros. Mucho menos espectaculares, pero aún más fuertes y necesarios, porque son para el alma y en virtud de la gracia.
Una eficacia silenciosa que usted ha comparado en un escrito suyo a la “discreción” con que actúa el mismo Jesús resucitado…
DANNEELS: Jesús cuando resucita no impone su presencia, aunque la Pascua marca una victoria decisiva sobre la muerte y el pecado. Se aparece a los suyos furtivamente, aquí, allí, en lugares apartados. No disipa de golpe todas las dudas de sus discípulos. Simplemente se presenta ante ellos tal y como es. Y tampoco se trata de retirarse en el intimismo: lo apóstoles reciben inmediatamente la misión de anunciarlo al mundo entero.
Quisiera hacerle algunas preguntas sobre la actualidad de la vida de la Iglesia. ¿Qué es lo que más le ha llamado la atención recientemente?
DANNEELS: La exhortación apostólica Sacramentum caritatis me parece buena, aunque algo extensa. Hay cosas que nunca había leído, por ejemplo sobre la belleza de la liturgia. Por lo demás, ha disminuido la producción de documentos vaticanos, y esto es positivo.
Cristo y la samaritana en el pozo

Cristo y la samaritana en el pozo

¿Qué piensa de las polémicas, incluso recientes, en torno a algunos discursos del Papa?
DANNEELS: El Papa le da siempre un enfoque teológico a las cuestiones, y a veces no le comprenden. Cuando dijo que la Iglesia no impuso el Evangelio a los indios, dijo la verdad desde el punto de vista teológico, porque el alma naturaliter christiana de los indios estaba abierta y por tanto no hemos asesinado este alma india llevando el Evangelio. Por otra parte, la manera histórica en que esto sucedió no careció de problemas. Y esto lo ha reconocido hablando en la audiencia general unos días después. Así como aclaró el sentido de las palabras de Ratisbona, tras las famosas polémicas. Sería mejor que no estuviera obligado a corregirse siempre.
Hace algo más de dos años, en la liturgia de acción de gracias por la elección de Benedicto XVI, dijo usted que el afecto, la caridad, la lealtad de los fieles plasman el pastor y constituyen el “biotopo” apropiado para que «la linfa de la gracia saque frutos sorprendentes de los dones naturales de él».
DANNEELS: Es verdad. Juan Pablo II era alguien que había que ver, pero de sus discursos oficiales se podían saltar amplias secciones, y no se perdía mucho. En Benedicto XVI lo importante son la palabras, no el show. Es un teólogo. Un profesor. Además, la personalidad de Benedicto XVI no absorbe la función que desempeña. Y esto es siempre saludable. Cuando el carisma personal condiciona demasiado el ejercicio del ministerio petrino, puede ser negativo. Lo importante es la función, no las preferencias, las cualidades y los límites de quien lo ejerce.
Hay quien lo sigue viendo como una especie de censor universal.
DANNEELS: No puede decirse que el papa Ratzinger sea un censor. El sucesor de Pedro es aquel que ante todo lleva en sus hombros las ovejas que han sido heridas por los ataques de los lobos o por las espinas de la vida. Por eso las cinco cruces del palio papal son de color rojo: la sangre de las ovejas heridas marca los hombros del buen pastor.
¿Qué opina del papel de la Curia en este periodo?
DANNEELS: No he ido a Roma recientemente, no tengo idea de lo que hace la Curia en este momento. Pero lo que es cierto es que debe ser un órgano ejecutivo en las manos del Papa. La Curia es secundaria, asiste, pero no debe tomar en sus manos la dirección.
¿Estaría dispuesto a proponer de nuevo en la situación actual la idea de instituir un “Consejo de la corona”, como hizo usted en el pasado?
DANNEELS: Sigo estando convencido de que reunir de vez en cuando en torno al papa a un pequeño Consejo de personalidades de la Iglesia procedentes de países distintos, cuyos miembros puedan cambiar cada dos o tres años, sería una ayuda para él, para estar seguro de la temperatura de la Iglesia. La Curia no puede tomar y registrar dicha temperatura, no es su cometido. Ciertamente existe ya el Sínodo de los obispos y el Colegio de los cardenales. Pero lo que llamo el “Consejo de la corona” podría ser un instrumento más elástico, discrecional, contingente, que desde luego no estaría por encima del papa, sino que es sólo un órgano de ayuda para su servicio.
Respecto al Sínodo, ¿qué opina de los nuevos estatutos que dan la posibilidad de tomar medidas deliberativas sobre temas específicos, con el consentimiento del papa?
DANNEELS: No me parecen variaciones sustanciales. También antes, si todos los obispos expresaban una voluntad común sobre puntos singulares y decisiones singulares, se debía tener en cuenta, y el Sínodo de organismo consultivo se convertía de hecho en deliberativo.
El próximo Sínodo será sobre la Sagrada Escritura.
DANNEELS: Con el cardenal Martini lo deseábamos desde hace por lo menos diez años. No estoy seguro de ir, el año que viene cumplo 75 años y tendré que presentar mi renuncia. Desde 1980 he participado en todos los Sínodos. Veremos qué deciden esta vez mis colegas obispos de Bélgica.


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