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CHINA
Sacado del n. 06/07 - 2007

Qué cambia después de la Carta

«Para una vida tranquila y apacible»



por Gianni Valente


Quienes la han definido el documento más importante enviado por la Sede apostólica a la Iglesia china no han exagerado. La Carta de Benedicto XVI a los católicos de la República Popular China, firmada el día de Pentecostés y hecha pública el pasado 30 de junio, representa un paso clave cargado de buenos auspicios hacia la aventura sin igual vivida por los católicos en la China moderna. Los veinte párrafos del texto ofrecen los instrumentos para cerrar una época de malentendidos y controversias que ha durado casi treinta años. Se ofrecen respuestas claras y concretas a candentes problemas pastorales que solo la Santa Sede podía resolver, visto que habían sido precedentes instrucciones vaticanas las que habían contribuido a crearlas.

Procesión mariana en el santuario de Sheshan

Procesión mariana en el santuario de Sheshan

Cambio de marcha
«No obstante las muchas y graves dificultades –reconoce el Papa en el parágrafo 8– la Iglesia católica en China, por una particular gracia del Espíritu Santo, nunca ha estado privada del ministerio de legítimos Pastores que han conservado intacta la sucesión apostólica». La fantasmagórica “Iglesia patriótica” sometida al gobierno y no a Roma de la que periodistas perezosos fabulan desde hace decenios nunca existió en realidad. Ha habido solo dos actitudes distintas frente a la política religiosa del gobierno. Algunos de los obispos, «no queriendo someterse a un control indebido ejercido sobre la vida de la Iglesia, y deseosos de mantener su plena fidelidad al Sucesor de Pedro y a la doctrina católica, se han visto obligados a recibir la consagración clandestinamente […].Otros Pastores, en cambio, impulsados por circunstancias particulares han consentido en recibir la ordenación episcopal sin el mandato pontificio, pero después han solicitado que se les acoja en la comunión con el Sucesor de Pedro y con los otros Hermanos en el episcopado». La distinción usual entre obispos “oficiales” y “clandestinos” indica solo la existencia o no del reconocimiento estatal, hecho por los organismos «que han sido impuestos como responsables principales de la vida de la comunidad católica» (parágrafo 7). Pero el Papa aclara que esta distinción no comporta de por sí consecuencias para el vínculo de comunión con la Sede apostólica: «No se ven dificultades particulares para la aceptación del reconocimiento concedido por las Autoridades civiles, a menos que ello comporte la negación de principios irrenunciables de la fe y de la comunión eclesiástica».
No fue siempre así. En 1988 la Congregación de Propaganda Fide había difundido de manera oficiosa los llamados “ocho puntos” en los que entre otras cosas pedía que se evitara la comunión sacramental con obispos y sacerdotes pertenecientes a la Asociación patriótica (la estructura inspirada por el gobierno para administrar la Iglesia de China).
Con respecto a los llamados “clandestinos”, la carta firmada por Benedicto XVI puntualiza que «la clandestinidad no está contemplada en la normalidad de la vida de la Iglesia», y auspicia que también «que estos legítimos Pastores puedan ser reconocidos como tales por las Autoridades gubernativas, incluso para los efectos civiles —en la medida en que sean necesarios— y que todos los fieles puedan expresar libremente la propia fe en el contexto social en el que viven». También sobre este punto se registra el discernimiento llevado a cabo en los últimos años por la Santa Sede con respecto a la situación de la Iglesia china. En 1981 fue Juan Pablo II quien autorizó la concesión de “facultades especialísimas” a los obispos chinos que seguían en comunión con el Papa, incluida la facultad de elegir y ordenar secretamente a otros obispos fuera del control de la Asociación patriótica y sin obligación de informar preventivamente a la Santa Sede (cfr. 30Días, n. 1, enero de 2007, págs. 16-23). También según estas disposiciones vaticanas, a partir de los primeros años ochenta se desarrolló por toda China una red de comunidades y realidades eclesiales “subterráneas” para el Estado, guiadas por obispos ordenados en secreto (unos ochenta desde 1980 hasta 1993). Pero esta dinámica a la larga ha producido los efectos objetivamente más desgarradores vividos por el catolicismo chino en los últimos 25 años. Después de los tiempos terribles de la Revolución cultural, precisamente mientras las parroquias volvían a abrir y los fieles volvían a gozar con más facilidad del bien de los sacramentos, distintos sectores del área clandestina se aferraban a las disposiciones vaticanas para desaconsejar la asistencia a las iglesias “abiertas”, a menudo acusando de cisma y sacrilegio a los obispos y los sacerdotes registrados en la Asociación patriótica. Sospechas que tuvieron cierto crédito también en Roma hasta mediados de los noventa.
Ahora la Carta papal en su parágrafo 18 explicita la revocación de «todas las facultades que fueron concedidas para afrontar exigencias pastorales particulares, surgidas en tiempos realmente difíciles», y también «todas las directrices de orden pastoral, pasadas y recientes» quedan sustituidas por las contenidas en el nuevo texto. Remitiéndose a la doctrina tradicional, se reafirma que también los pocos obispos ordenados sin el acuerdo pontificio y que por motivos especiales todavía no han pedido o conseguido la sanatio canónica, «aunque no estén en comunión con el Papa, ejercen válidamente su ministerio en la administración de los sacramentos, si bien de modo ilegítimo».
La Carta corrige en detalle también los comportamientos comunes que creaban controversias. Los obispos que han recibido a posteriori la legitimación canónica de la Sede apostólica son llamados a hacerla de público dominio en breve, haciendo «gestos inequívocos de plena comunión con el Sucesor de Pedro». La mención de la norma canónica según la cual «un clérigo puede ejercer el ministerio en otra diócesis sólo por justos motivos, pero siempre con el acuerdo previo de los dos Obispos diocesanos» parece dirigida a los muchos clerici vagantes del área clandestina que pensaban poder ejercer su jurisdicción pastoral por toda China, creyendo representar a la única “Iglesia fiel”.

Con el gobierno
En los años en los que se atribuía al Papa polaco la caída del comunismo en el Este europeo, en China las comunidades clandestinas eran maltratadas y reprimidas con la acusación de representar una entidad antiestatal antagonista. Ahora la nueva Carta papal está diseminada de pasajes tendentes a desmontar las sospechas de las autoridades chinas sobre la presunta vocación “subversiva” de la Iglesia frente a las instituciones del poder civil. Se cita el Concilio Vaticano II para recordar que la Iglesia «no se confunde de ningún modo con la comunidad política y no está ligada a ningún sistema político». Se repite, con el recuerdo de Matteo Ricci, que «tampoco la Iglesia católica de hoy pide a China y a sus Autoridades políticas ningún privilegio», y que «la misión de la Iglesia católica en China no es la de cambiar la estructura o la administración del Estado, sino la de anunciar a Cristo», el cual «reconoció los derechos del poder civil al ordenar dar el tributo al César, pero advirtió con claridad que deben respetarse los derechos superiores de Dios». También sobre el punto controvertido de los nombramientos de obispos, se insiste en que la de los sucesores de los apóstoles es una «autoridad espiritual» que queda «en el ámbito estrictamente religioso. No se trata por tanto de una autoridad política que se entromete indebidamente en los asuntos interiores de un Estado y vulnera su soberanía». Se muestra comprensión frente al hecho «que las Autoridades gubernativas estén atentas a la selección de los que desempeñarán el importante papel de guías y pastores de las comunidades católicas locales». Se llega a auspiciar «un acuerdo con el Gobierno para solucionar algunas cuestiones referentes tanto a la selección de los candidatos al episcopado» y para adecuar las circunscripciones y las provincias eclesiásticas a las nuevas subdivisiones de la administración civil. Un solo punto se cita como irrenunciable: que la guía pastoral de la Iglesia sea ejercida por los obispos. La Carta especifica que «predicación del Evangelio, la catequesis y las obras caritativas, la acción litúrgica y cultual, así como todas las opciones pastorales competen únicamente a los obispos junto con sus sacerdotes». Sin nombrar directamente a la Asociación patriótica (cuya sigla aparece solo en una nota que cita sus estatutos) la carta se limita a afirmar que «la pretensión de algunos organismos, que el Estado ha querido y que son ajenos a la estructura de la Iglesia, de ponerse por encima de los obispos mismos y de dirigir la vida de la comunidad eclesial, no está de acuerdo con la doctrina católica». Lo que es inconciliable con la fe católica son «los principios de independencia y autonomía, autogestión y administración democrática de la Iglesia católica» que la Asociación patriótica promueve por mandato estatutario. Pero la Carta papal no pide ni sugiere el desmantelamiento de la Asociación patriótica, dejando abierta la posibilidad de que se “reconvierta”, que mediante una revisión de sus estatutos se transforme en instrumento de contacto entre la Iglesia y el gobierno.

A Sheshan, en mayo
En las páginas de la Carta de Benedicto XVI a los católicos chinos se respira la sabiduría de la Iglesia de siempre. La misma que hace un siglo alimentó la Maximum illud, epístola apostólica de Benedicto XV dedicada a las misiones. El mérito también hay que reconocérselo a los colaboradores discretos y libres del prurito de protagonismo que en los últimos años han seguido el dossier sobre China en el Vaticano. Todos unidos por una línea realista y flexible, que también en las relaciones con el mundo tiene como criterio el bien de las almas. Y, como san Pablo, deposita en las armas inofensivas de la oración «por todos los hombres, por los reyes y por todos los que están en el mundo» también las esperanzas de los cristianos del ex Imperio Celeste, para que puedan «llevar una vida tranquila y apacible». Escribe el Papa en la parte final de su largo mensaje: «El día 24 de mayo, que está dedicado a la fiesta litúrgica de la Santísima Virgen María, Auxilio de los cristianos —y que es venerada con tanta devoción en el santuario mariano de Sheshan en Shanghai—, podría llegar a ser en el futuro una ocasión para los católicos de todo el mundo para unirse en oración con la Iglesia en China».


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