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DOCUMENTO
Sacado del n. 06/07 - 2007

Para Pelagio la gracia es solo conocimiento y no atracción amorosa


Entrevista a Nello Cipriani, profesor ordinario del Instituto Patrístico Augustinianum


Entrevista a Nello Cipriani por Lorenzo Cappelletti


La figura del pío monje bretón Pelagio y su enfrentamiento con Agustín es desde hace algún tiempo un tema que ha dejado el recinto de las discusiones académicas y se ha impuesto como tema de actualidad eclesial. Tal vez pagando el precio de una simplificación excesiva: Pelagio campeón de la moral y Agustín de la gracia. En realidad tampoco Pelagio pasa en silencio el papel de la gracia divina...
NELLO CIPRIANI: Pelagio es un hereje cristiano. Hereje en cuanto cristiano. Cree en la gracia que Dios nos ha hecho en Cristo, el cual murió y resucitó por nosotros. Cree que, mediante Jesucristo, Dios nos ha donado el Espíritu Santo, perdonándonos los pecados y adoptándonos como hijos. Sin embargo, es hereje porque limita la acción de la gracia del Espíritu Santo en el corazón del creyente. Como reconoce el mismo Agustín, la gracia, de la que habla Pelagio, no es solamente una ayuda exterior (como la enseñanza y el ejemplo), es también un don del Espíritu que se ha de pedir en las oraciones. Sin embargo, esta ayuda interior permanece siempre a nivel del conocimiento. De todos modos se trata de la revelación de una verdad, de una iluminación, y nunca de una ayuda a la voluntad que es siempre la única que decide. La gracia divina, para Pelagio, mantiene siempre un carácter puramente intelectivo.
Restos arqueológicos de una basílica cristiana en Cartago

Restos arqueológicos de una basílica cristiana en Cartago

¿Podría ahondar en el “carácter intelectivo” de la gracia en Pelagio?
CIPRIANI: Pelagio está dispuesto a reconocer una iluminación de la mente; y en este sentido habla de la gracia de Cristo que ayuda a la acción moral del creyente. Pero según él, el Espíritu Santo no difunde en los corazones la caridad, que sería fruto de la voluntad humana. San Agustín reconoce evidentemente la gracia de la enseñanza y del ejemplo, pero crítica a Pelagio por reconocer el don menor y negar el don mayor: el don de la inspiratio dilectionis. Para Pelagio la acción de la gracia de Dios alcanza al hombre sólo mediante una revelación que ilumina la mente. «Dios obra en nosotros la voluntad de lo que es bueno, la voluntad de lo que es santo en el momento en que, con la revelación de la grandeza de los bienes futuros y la promesa de los premios, nos inflama a nosotros que estamos sometidos a los deseos terrenales y que, al igual que los animales irracionales, amamos solamente las cosas que están ante nuestros ojos, en el momento en que suscita la voluntad indolente al deseo de Dios con la revelación de la sabiduría, en el momento en que nos persuade de lo que es bueno» (De gratia Christi et de peccato originali I, 10, 11). Para Pelagio el cristianismo se remonta en última instancia a una enseñanza, a una doctrina. No es el acontecimiento de una presencia que fascina.
Parece ser que Pelagio no conocía el griego. ¿A qué enseñanzas hace referencia?
CIPRIANI: Pelagio justificaba la reducción de la gracia de Cristo con la preocupación de no quitar responsabilidad al hombre destruyendo el libre albedrío. Admitía que a causa de las malas costumbres se podía oscurecer en el hombre la razón y, por tanto, el conocimiento de la ley natural; por esto Cristo viene en ayuda del hombre con la enseñanza y el ejemplo, para hacérsela descubrir. Pero no admitía que se pudiera debilitar la voluntad, y que por tanto no tenía ninguna necesidad de ser curada y ayudada. Esta concepción moral era fiel a los principios fundamentales de la pedagogía antigua (paideia), que veía las columnas de la conducta moral en la capacidad natural de adquirir las virtudes y en el esfuerzo de la voluntad personal, mientras que daba a la enseñanza y al ejemplo del maestro la función de llevar a la perfección. Para conocer dicha concepción pedagógica y moral no era necesario leer los tratados de filosofía griega, bastaba ir a la escuela de la época. Como es sabido, la retórica antigua no pretendía solamente enseñar a hablar bien; quería ser escuela de vida, intentaba dar una educación completa del hombre, intelectual y moral, además de literaria. No debe, pues, sorprender que fuera la escuela y los tratados de retórica el lugar más natural donde Pelagio y antes que él otros padres, sobre todo griegos, pudieron asimilar los principios constitutivos de la pedagogía antigua, adaptando de alguna manera en ella la novedad de la fe cristiana.
¿Cuáles eran en síntesis los principios constitutivos de la pedagogía antigua?
CIPRIANI: Los principios fundamentales de la concepción pelagiana de la vida moral y espiritual, que corresponden exactamente a los de la formación oratoria y en general de toda educación moral, se pueden reducir a tres: la naturaleza, es decir, la capacidad innata de conocer y realizar libremente el bien; la voluntad, o mejor dicho, la aplicación asidua (studium), la práctica (usus), el ejercicio (exercitatio) o la imitación (imitatio) de los modelos (exempla), y la doctrina, contenida en la ley evangélica. Pelagio sostenía que «de Dios nos viene la posibilidad innata del bien y del mal; casi, por decirlo así, una raíz fructífera y fecunda; pero esta raíz engendra y produce frutos diferentes según la voluntad del hombre; puede brillar con las flores de la virtud o cubrirse con las espinas de los vicios según el albedrío del propio cultivador» (De gratia Christi et de peccato originali I, 18, 19).
También Agustín se había formado en la escuela de la retórica. ¿Cómo y por qué es diferente el influjo que saca?
CIPRIANI: También san Agustín conocía la concepción transmitida por la escuela, y la comparte totalmente en el ámbito de la formación artística. Pero la consideraba insuficiente para expresar la novedad y la eficacia de la gracia de Jesucristo. Por motivos escriturarios y teológicos rompe de manera más radical que el austero moralista bretón con la concepción moral transmitida por la escuela de retórica.


Sacado de 30Días (Año X - n. 102 - 1996, pp. 36-39) y publicado también en Il potere e la grazia. Attualità di sant’Agostino, Nuova Omicron, Roma, 1998, pp. 115-123


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