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EDITORIAL
Sacado del n. 09 - 2007

Iglesia y Estado


Entre las fechas que se me han quedado grabadas, a lo largo de mi (ya larga) vida, destaca precisamente el 25 de marzo de 1947, cuando se votó el artículo de la Constitución sobre las relaciones entre Estado e Iglesia. La Santa Sede (y especialmente la Secretaría de Estado) estaba muy interesada en que los Pactos Lateranenses de 1929 quedaran mencionados explícitamente en la Constitución de la República


Giulio Andreotti


Palmiro Togliatti durante los trabajos de la Asamblea constituyente en 1947

Palmiro Togliatti durante los trabajos de la Asamblea constituyente en 1947

Las recientes polémicas sobre una supuesta injerencia en lo civil por parte de la Iglesia nos trasladan a la delicada situación de la inmediata posguerra, cuando el tema se articuló de manera especialmente sutil, y había elementos tanto de reconocimiento por lo que habían hecho las parroquias en pro de la libertad como el renacimiento de un fuerte anticlericalismo, nacido en su momento en la disputa sobre el téermino del poder temporal.
Por suerte existían los Pactos Lateranenses de 1929. Si los democristianos hubiéramos tenido que afrontar la superación del conflicto “temporal” entre Estado e Iglesia habría sido un gran problema en ambas direcciones.
Entre las fechas que se me han quedado grabadas, a lo largo de mi (ya larga) vida, destaca precisamente el 25 de marzo de 1947, cuando se votó el artículo de la Constitución sobre las relaciones entre Estado e Iglesia.
La Santa Sede (y especialmente la Secretaría de Estado) estaba muy interesada en que los Pactos Lateranenses de 1929 quedaran mencionados explícitamente en la Constitución de la República.
Digo de antemano que monseñor Montini nos había ayudado mucho para que en el tratado de paz la protección del Vaticano no fuera confiada a los Aliados. Habría sido una implícita desconfianza hacia Italia y nos alegramos de que se evitara.
Citar los Pactos Lateranenses estaba visto por algunos como una implícita alabanza al gobierno de 1929, pero esta era una visión más bien mezquina. Sin embargo los votos para que ganara la redacción más justa no eran suficientes y De Gasperi, de manera excepcional, quiso hablar para explicarlo públicamente.
Por la mañana Dossetti había ido a su vez a la Secretaría de Estado para dar explicaciones, pero hacia mediodía vino al Viminal el periodista Emilio Frattarelli, con un mensaje confidencial de Togliatti, que anunciaba su voto a favor, pero que había de mantenerse en secreto hasta las seis de la tarde, hora de comienzo de la sesión. En efecto, cuando se levantó para hablar y anunció esta... convergencia, de los escaños socialistas se levantaron gritos (el diputado Tonello, fuera de sí, gritó: «¡Traición, traición!»).
Togliatti motivó la decisión que habían tomado con el respeto hacia una gran parte de los italianos que querían esto, incluso prescindiendo de su ideología de partido.
Muchos años después reproduje en 30Giorni esta declaración de voto, histórica y ejemplar.
Lo que hoy falta en la vida pública es una inspiración profunda. La propensión al pragmatismo –exaltándolo– podría aridecer las raíces históricas y culturales del sistema italiano.
Es un riesgo que, desgraciadamente, muchos no advierten.
Cuando hace muchos años yo era joven escuchaba aburrido y a veces irritado las opiniones según las cuales algunos veían un progresivo deterioro en las costumbres, mientras que otros defendían con convicción la actualidad, viendo incluso elementos de progreso.
En realidad estas opiniones sintéticas casi estadísticas son difíciles y a veces engañosas.
A menudo hay circunstancias ocasionales que con gran sorpresa llevan a conocer facetas muy positivas cuando uno no se lo esperaba. Pero también es verdad lo contrario.
Esta constatación puede empujar a la resignación, pensando que todo en política da lo mismo; y esto no sería ni justo ni objetivo.
Giovanni Battista Montini, sustituto en la Secretaría de Estado

Giovanni Battista Montini, sustituto en la Secretaría de Estado

Recuerdo la enseñanza de un profesor de instituto que repetía una máxima, no sé si suya o ajena: «Antes de convertir este caso en experiencia, pruébalo y vuélvelo a probar dos o tres veces (que», añadía, «deberían ser mil)».
Atención: no hay que exagerar con esta actitud de prudencia, dejando en suspenso hasta el infinito un juicio sobre acontecimientos o personas.
Un magistrado amigo mío me dijo que se sentía muy humilde porque su profesión es la única en la que la ley presupone que uno se pueda equivocar, estableciendo uno o dos estadios de examen con objeto de comprobar la solidez y adquirir certidumbres.
Sin embargo, lo que en este campo –específicamente sobre la actividad judicial– provoca efectos negativos es la costumbre generalizada de las indiscreciones. En una fase de mi vida en la que tuve que ocuparme de este tema me quedé desconcertado al ver en la prensa noticias, incluso detalladas, de actas reservadas, con antelación de días (a veces semanas) con respecto a la divulgación, como se ha de hacer.
En el pasado se prestaba más atención. Recuerdo que el ministro Gonella consiguió un pequeño suplemento de dotación en los presupuestos de Justicia para gastos postales evitando el envío de las actas en sobres abiertos, cuyo franqueo es más barato.
Yo mismo, de los acontecimientos en que me he visto implicado durante siete años me enteré por una indiscreción de los periódicos. Por lo demás, no existen, que yo sepa, condenas por violación del secreto judicial. Esto es muy grave. Porque según la tradición, si una noticia aparece en la prensa (aún más si aparece en un programa de televisión), existe una fuerte presunción de veracidad. La frase típica, por lo demás, es esta: «Es verdad, lo he leído en el periódico». a de ser reconquistada.
También van ligadas a las estadísticas judiciales las del regreso a la delincuencia de personas que se han beneficiado de una amnistía o perdón.
Es un viejo problema. Se dice que durante la monarquía, cuando se anunciaba el embarazo de las princesas, aumentaban las infracciones (especialmente el tráfico ilícito de tabaco), contando precisamente con el “perdón” que se daría tras el nacimiento.
Estoy en el Parlamento desde 1946, he participado varias veces en medidas de clemencia, y en un caso hasta la propuse yo mismo. Ni siento malestar por ello ni me arrepiento.
Sobre este tema quiero aludir al deber de todo cristiano de realizar “obras de misericordia”. Y si algunas de las que el catecismo prescribe no pueden ser más que simbólicas (por ejemplo “enterrar a los muertos”), la atención hacia los presos ha de tomarse al pie de la letra, independientemente de los casos debidos a las circunstancias.
Sobre la atención sustancial por los pobres, hay que evitar que las obligaciones a que las instituciones públicas están sometidas por las legislaciones sociales contemporáneas se interpreten como eximentes de la caridad individual; que no es desde luego solo ayuda material, aunque también.
Otra invitación a contribuir, en este caso con otra finalidad colectiva, es para las misiones, que se hace también en las iglesias, y también –aunque hoy día menos- en los puestos de recogida de limosnas que se colocaban en lugares públicos, con el negrito que inclinaba la cabeza en señal de reconocimiento. Antiguamente estas colectas eran muy comunes, incluso en las escuelas
Otra invitación a contribuir, en este caso con otra finalidad colectiva, es para las misiones, que se hace también en las iglesias, y asimismo –aunque hoy día menos– en los puestos de recogida de limosnas que se colocaban en lugares públicos, con el negrito que inclinaba la cabeza en señal de reconocimiento. Antiguamente estas colectas eran muy comunes, incluso en las escuelas.
Del mundo de las misiones se habla poco, fuera de las revistas especializadas, a pesar de que el tema se presta a sugerentes consideraciones. En muchas áreas, junto a la predicación evangélica –incluso la protestante– los misioneros están también ampliamente presentes en las estructuras escolares y en las sanitarias.
He tenido personalmente ocasión de visitar un asentamiento de hermanas capuchinas, procedentes de China y residentes en una selva a orillas del famoso río Kwai. Me conmovieron pidiéndome que saludara a Giorgio La Pira, que les enviaba cada mes a todas las monjas de clausura del mundo una carta encíclica.
Hace algunos años hubo una encendida polémica con quienes se oponían a que la Santa Sede fuera admitida como observadora en las Naciones Unidas. El argumento de los contrarios era que lo sobrenatural era algo ajeno en el contexto de las instituciones civiles. Muchos no conocen el elemento social de la Iglesia y sus ramificaciones.
Especialmente en Italia ha sido perjudicial durante mucho tiempo en la comparación objetiva de estos problemas la confusión con el tema de la Cuestión Romana ligada al Poder Temporal de la propia Iglesia.
Sigue siendo ejemplar un documento del Parlamento italiano (con sede entonces en Florencia) en el que, zanjando un debate no propio de un ámbito político, se dice: «La Cámara, desentendiéndose de la infalibilidad del Pontífice, pasa al orden del día».
Es un hecho parlamentario que hay que recordar.


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