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ANTONIO ROSMINI BEATO
Sacado del n. 09 - 2007

Monseñor Rosmini


Quizá para hablar de Rosmini y de su actualidad en la Iglesia contemporánea la analogía más apropiada hay que hacerla con los Padres de los primeros siglos de la Iglesia, en los que la agudeza y la vastedad de intereses especulativos iban unidos al ardor evangélico de los pastores de almas


por Francesco Cossiga


Rosmini a los veinte años en un retrato de Giuseppe Craffonara

Rosmini a los veinte años en un retrato de Giuseppe Craffonara

Hablar de Rosmini y de su actualidad en la Iglesia contemporánea presupondría un conocimiento profundo de este extraordinario personaje.
Sin embargo, habiéndome acercado a Rosmini en varias épocas de mi vida, y habiendo quedado contagiado de algún modo por él, trataré de destacar algunos aspectos que creo que hacen del mismo un auténtico profeta, al cual le tocó la misma suerte que a muchos como él, de amplias miras, no comprendido e incluso perseguido en vida y tras la muerte.
Cuando se quiere encerrar en una síntesis todo el testimonio de vida y pensamiento de Rosmini resulta difícil dar con parangones adecuados en los otros santos. La historia moderna y contemporánea nos ofrece figuras eminentes en algunos campos del pensamiento y la acción, pero ninguna de ellas los desarrolló con la amplitud, profundidad y entereza de Rosmini. En la historia medieval podemos ponerlo al lado de santos como Bernardo, Anselmo, Buenaventura, Tomás. Pero quizá sea más apropiada la analogía con los Padres de los primeros siglos de la Iglesia, en los que la agudeza y la vastedad de intereses especulativos iban unidos al ardor evangélico de los pastores de almas, intelecto, corazón y acción, ciencia y santidad llevadas al límite de la capacidad humana: Orígenes, Agustín, Ambrosio.
Ante todo es reveladora la profundidad de los principios de los que parte Rosmini cada vez que intenta crear algo. En él siempre está la tendencia a hallar –en filosofía, en teología, en moral, en política, en el derecho, incluso en la fundación de su Sociedad de la Caridad– una base rocosa y amplia, capaz de sostener con coherencia todo el desarrollo necesario que de esa semilla pudiera derivar.
Por ejemplo, toda su filosofía se apoya en la idea simple y al mismo tiempo universal del ser; la antropología, sobre la dignidad de la persona; el derecho, sobre la solidez de la justicia; la teología, sobre la luz natural de la razón que queda completada por la luz sobrenatural de la gracia; la moral, sobre el deber de reconocer prácticamente el ser; la teosofía, sobre el nexo primordial entre unidad y multiplicidad del ser; el matrimonio, sobre la plenitud y complementariedad de la dilección recíproca; el Instituto de la Caridad, sobre la exigencia bautismal de cultivar en sí y con los demás el amor que viene de Dios y que es Dios mismo; la Iglesia, sobre el desarrollo y coronación de la sociedad del género humano con Dios mismo.
Afianzado en estas condiciones de partida, Rosmini desarrolla en unos treinta años un pensamiento enciclopédico impresionante, casi una «summa totius cristianitatis» (el parangón es de Michele Federico Sciacca), un rico depósito de cultura humana y cristiana encerrado en unos cien gruesos volúmenes. Es su preciosa herencia, que construye pacientemente siguiendo los impulsos de la Providencia, y que deja a los contemporáneos y a la posteridad como contribución de su paso por la tierra, icono de su amor por el hombre y por la sociedad. Si quisiéramos hallar una definición que se acerque lo más posible a Rosmini, podríamos decir que es el doctor de la caridad universal, doctor universalis caritatis.
La finalidad para la que escribe se la había revelado el papa Pío VIII en una memorable visita que le hizo en 1829, a los 32 años: llevar a los hombres a la religión mediante la razón. Era en sustancia la necesidad de los tiempos, que pronto se hará más evidente y que hoy adquiere un significado “profético” para nuestros tiempos. Efectivamente estamos en un momento en que los hombres comienzan de manera preocupante a alejarse de Dios en nombre de la razón, persuadidos de poder construirse la vida sin necesidad de la religión. La separación de razón y fe es cada vez más dilatada, como le dice Rosmini a un amigo: «Los hombres han ido lejos, y nosotros hemos de ir lejos para volver a atraparlos».
También el aspecto de la vida pública de Rosmini puede ser hoy juzgado con más tranquilidad, hasta llegar a considerar realmente concluido el contencioso entre la nación italiana y la Iglesia que se abrió después de 1848, y que sólo hoy termina efectivamente con la beatificación de Antonio Rosmini
En conclusión, la figura de Rosmini puede venir hoy en ayuda providencial para recuperar al hombre entero y disponerlo, ya unificado, a que se abra a la comunión con Dios. El mundo occidental ha venido causando dentro del hombre una progresiva herida. Primero lo alejó de Dios, apagando el cielo interior de lo sobrenatural. Luego ha mortificado su razón, pidiéndole el sacrificium intellectus (nihilismo), y al final ha vaciado su voluntad (inconsistencia de los valores éticos). Toda la obra de Rosmini, en cambio, tiende a volver a encender dentro del hombre el cielo de lo sobrenatural y la comunión con el Dios unitrinitario. Además, el hombre que se presenta ante Dios no es una porción de hombre, sino la persona toda entera, que no sacrifica ni los sentidos, ni el intelecto, ni la voluntad.
Un capítulo que solo un teólogo podría desarrollar es la influencia que Antonio Rosmini indudablemente ejerció en el Concilio Vaticano II junto a John Henry Newman.
En este sentido también el aspecto de la vida publica de Rosmini puede ser hoy juzgado con más tranquilidad, hasta llegar a considerar realmente concluido el contencioso entre la nación italiana y la Iglesia que se abrió después de 1848, y que solo hoy termina efectivamente con la beatificación de Antonio Rosmini.


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