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L'OSSERVATORE ROMANO
Sacado del n. 09 - 2007

«Confrontar ideas es siempre positivo»


Habla Giovanni Maria Vian, nuevo director de L’Osservatore Romano. La amistad de su padre con Montini. Sus estudios. Su actividadde historiador y de profesor ordinario de Filología patrística. Su pasión por el periodismo


Entrevista a Giovanni Maria Vian por Gianni Cardinale


El 29 de septiembre fue anunciado el cambio en la dirección del diario oficioso de la Santa Sede. Mario Agnes, que cumplirá 76 años en diciembre y dirigía L’Osservatore Romano desde 1984, ha sido nombrado director emérito. El nuevo director responsable de la hoja pontificia es Giovanni Maria Vian, de 55 años. Después de trece años de “sede vacante” ha sido nombrado también un subdirector, Carlo Di Cicco, véase el recuadro de la página 62.
Giovanni Maria Vian, historiador del cristianismo es profesor ordinario de Filología patrística en la Universidad “La Sapienza” de Roma, y profesor contratado de la Universidad “Vita-Salute San Raffaele” de Milán, donde enseña Historia de la tradición y de la identidad cristianas. Desde 1999 es miembro del Comité pontificio de ciencias históricas. Autor de unos noventa ensayos, ha publicado además, los volúmenes Bibliotheca divina. Filologia e storia dei testi cristiani (Carocci, 2001, tres ediciones; traducción española, Ediciones Cristiandad, 2005, dos ediciones) y La donazione di Costantino (Il Mulino, 2004, tres ediciones). Desde 1976 es redactor y asesor científico del Instituto de la Enciclopedia italiana. Editorialista de Avvenire y de Giornale di Brescia, ha escrito en varias publicaciones diarias y periódicas, entre ellas L’Osservatore Romano (desde 1977 a 1987) y el bimestral de la Universidad Católica del Sagrado Corazón Vita e Pensiero.
Contactado por 30Días, Vian ha aceptado responder a algunas preguntas relativas a su biografía humana e intelectual, pero cortésmente ha declinado nuestra invitación a hablar de las líneas editoriales del futuro L’Osservatore Romano. Entre otras cosas porque el nombramiento será efectivo a partir del sábado 27 de octubre y el primer ejemplar de L’Osservatore Romano que lleve su firma será el del domingo 28.

Giovanni Maria Vian

Giovanni Maria Vian

Profesor, no es usted el primero de su familia, familia de origen veneciano, que trabaja en L’Osservatore Romano. Ya había colaborado su abuelo Agostino, que mantenía muy buenas relaciones con san Pío X…
GIOVANNI MARIA VIAN: Efectivamente, existía un fuerte vínculo entre mi abuelo Agostino, que colaboró con el diario de la Santa Sede, y Pío X. El matrimonio de mis abuelos paternos fue el último que celebró el patriarca Giuseppe Sarto antes de ir al cónclave de 1903. Mi abuelo era funcionario del Estado italiano, pero renunció a una probable carrera brillante por su compromiso con el movimiento católico.
Su abuelo, que fue una personalidad de la Obra de los Congresos, respiraba el aire del intransigentismo católico muy difundido en Véneto a finales del siglo XIX y principios del XX. ¿Le ha quedado algo de ese aire en sus pulmones?
VIAN: Pío X era ciertamente intransigente en cuestiones religiosas, pero muy dúctil en las políticas. El papa Sarto, a diferencia de sus inmediatos predecesores (Pío IX y León XIII), no había nacido en el Estado pontificio y no sentía nostalgia por el poder temporal. De hecho fue el primer pontífice que ablandó –también en clave antisocialista– el non expedit que impedía a los católicos participar activamente en la vida política italiana. Fue además un gran Papa reformador, que respecto a la cuestión modernista comprendió muy bien qué es lo que estaba en juego y el peligro para la fe de la Iglesia. Por desgracia su fama ahora está unida por lo general a la manera en que se combatió el modernismo, a menudo con métodos indignos de la causa que quería defender.
¿Pero se siente o no se siente usted heredero del intransigentismo católico de su abuelo?
VIAN: Lo que me une a mi abuelo es desde luego la fidelidad intransigente a la Santa Sede –naturalmente sin caer en zalamerías que pueden llegar incluso a formas de papolatría empalagosa- y una conciencia que debe permanecer siempre vigilante.
Su padre Nello Vian fue amigo personal de Pablo VI. Y usted fue bautizado por monseñor Giovanni Battista Montini. ¿Qué recuerda de esta relación de amistad?
VIAN: Montini tenía el don de saber cultivar la amistad. Y la que mantuvo con mi padre es uno de los muchos ejemplos de esta capacidad. Era una amistad que se respiraba y que no se exhibía, de la que era partícipe quizá solamente mi madre. De hecho, muchos aspectos de esta relación vinieron a la luz, incluso para mis hermanos Lorenzo y Paolo y para mí, sólo después de la muerte de nuestro padre, gracias a sus papeles.
Usted fue bautizado por Montini en San Pedro. La agencia de noticias italianas Ansa le ha definido un “montiniano”. ¿Está de acuerdo con esta definición?
VIAN: Sí, principalmente en este sentido: Montini fue sobre todo un sacerdote que acercó muchas almas a Cristo y un gran Papa que trató de dar testimonio de Cristo al mundo moderno. Con una conciencia siempre clara, y a veces dramática, de su papel de sucesor de Pedro. En este sentido trato de tener siempre ante mí el ejemplo de este gran testigo de Jesús en nuestro tiempo.
Usted estudió en el liceo clásico Virgilio de Roma en una época de grandes fermentos eclesiales…
VIAN: Efectivamente era así. Y en el instituto de Vía Giulia era muy activa la experiencia del “raggio” [un encuentro semanal sobre un tema definido, n. de la r.], de la que nacerían luego Comunión y Liberación y la Comunidad de San Egidio. Durante algún tiempo yo también simpaticé con esa experiencia.
Es usted profesor de Filología patrística. ¿Cómo nació su pasión por una disciplina tan especialista? y los de Clara Kraus Reggiani, estudiosa de Filón y del judaísmo helenista. Simonetti hizo que me enamorase de la filología como método de investigación, educándome en el rigor, la capacidad de investigar los documentos y la atención a los textos.
Pero también está inscrito como publicista en el Orden nacional de periodistas desde los años setenta…
VIAN: Siempre he sentido pasión por los periódicos. En casa se leía el Corriere della Sera y L’Osservatore Romano, que llegaba por suscripción puntualmente hacia las cinco de la tarde. Por mi parte, cuando aún estaba en el instituto, añadí al “mazo” familiar el diario católico Avvenire, que acaba de salir, e Il Giorno, en el que escribía Aldo Moro. Luego en 1973 comencé a colaborar con el diario católico. Mi primer artículo lo escribí sobre los códices de Horacio en la Biblioteca Vaticana, a menudo transcriptos por monjes medievales: clásicos y cristianos, igual que el título del último libro de mi maestro recientemente editado por Medusa…
¿No ha tenido nunca la tentación de dejar la academia para dedicarse por completo al periodismo?
VIAN: En 1975 me propusieron ser redactor de Avvenire. La tentación fue grande. A mi padre no le gustó mucho y me animó a seguir los estudios, señalándome el ejemplo de patrólogos y filólogos amigos de familia como el cardenal Michele Pellegrino, Giuseppe Lazzati, y los benedictinos Jean Gribomont y Henri de Sainte-Marie, editores de la Vulgata. Seguí su consejo. De todos modos, la experiencia periodística me enseñó que hay que hablar con todos y a ser sintético. Les debo mucho a grandes profesionales y amigos como Silvano Stracca, Angelo Narducci, Angelo Paoluzi, Pier Giorgio Liverani, Dino Boffo –el director que tanto ha renovado el diario católico– y Roberto Righeto, en Avvenire, y a Giacomo Scanzi, el discípulo de Giorgio Rumi que ahora dirige Giornale di Brescia.
Apenas terminada la universidad obtuvo una beca en el Instituto para las ciencias religiosas de Bolonia, dirigido por el profesor Giuseppe Alberigo. ¿Es verdad que declinó su propuesta de entrar en el equipo de sus colaboradores?
VIAN: Recuerdo aún con gusto, y también con un poco de nostalgia, aquel septiembre de 1975 que pasé en Bolonia. Fue una experiencia muy hermosa y enriquecedora. Conocí a estudiosos como Pier Cesare Bori, Mauro Pesce, Paolo Pombeni, Daniele Menozzi, Lorenzo Perrone. Paolo Bettiolo. Al final, Alberigo nos propuso a algunos de nosotros que nos quedáramos con una beca bienal renovable. La propuesta era muy atractiva, con la perspectiva de estudiar también fuera de Italia. No me convencía, sin embargo, la opción militante de Alberigo en favor de un Juan XXIII contrapuesto a Pablo VI. Así que no dije que sí. Y en el mes de abril siguiente gané una beca del Consejo nacional de investigaciones con Simonetti y comencé a colaborar con el Instituto de la Enciclopedia italiana. Es lo que pasó y estoy contento.
Posteriormente polemizó usted educadamente con algunos exponentes de la llamada escuela boloñesa. ¿Se arrepiente de esas polémicas?
VIAN: No, ni por el método ni por el contenido. Confrontar ideas, incluso enérgicamente, siempre es positivo, con la condición de que se haga de manera correcta y respetando al interlocutor. Además, no me ha convencido nunca y sigue sin convencerme la absolutización del Concilio propuesta por la llamada escuela de Bolonia, es decir, la tendencia a separar el Vaticano II de la tradición viva de la Iglesia, casi como si fuera un inicio radicalmente nuevo que puede llevar a obscurecer la continuidad y el desarrollo de la historia cristiana. En este sentido son ejemplares, también desde el punto de vista histórico, el discurso de Benedicto XVI del 22 de diciembre de 2005 y el motu proprio Summorum pontificum. Dicho esto, considero a Alberigo como un importante historiador de la Iglesia y la Storia del Vaticano II dirigida por él una obra notable, aunque no definitiva.
Hablaba antes de su colaboración con el Instituto de la Enciclopedia italiana.
VIAN: Con la universidad y el periodismo ha sido la tercera escuela de mi formación. Entré en 1976 y desde 1984 comencé a ocuparme de las “materias eclesiásticas”. Fue entonces cuando conocí al canonista de referencia de la enciclopedia, el profesor Tarcisio Bertone, entonces decano de la Universidad Pontificia Salesiana. En el instituto aprendí también mucho de expertos y amigos como Vincenzo Cappelletti, Paolo Zippel, Tullio Gregory, Paolo Mazzantini, Francesco Paolo Casavola.
Los redactores más viejos de L’Osservatore Romano recuerdan sus crónicas muy expresivas de los encuentros de Taizé. ¿Qué le fascinaba y le sigue fascinando de esa experiencia?
VIAN: En el verano de 1973, regresando de un viaje a España, llegué en autostop a Taizé. Era un sábado por la tarde, y se celebraba la llamada liturgia de la luz. Me quedé deslumbrado, igual que le sucedió en 2001 a una amiga que no conocía la comunidad y que se quedó asombrada por el silencio cultivado en sus liturgias. En 1974, en la apertura del “Concilio de los jóvenes, me encontré con un vecino, el austero y más bien taciturno cardenal Johannes Willebrands, enviado por Pablo VI. En 1977 regresé con Margarita, con quien me casé en 1984 y que murió el año 2000. Taizé es una experiencia –comenzada por Roger Schultz con algunos compañeros, entre ellos Max Thurian– que nació en ámbito protestante, pero que pronto se abrió al catolicismo. En la comunidad siempre me ha llamado la atención la presencia al mismo tiempo de la escucha de la Escritura, la belleza de la liturgia y la centralidad de la Eucaristía, elementos propios de las grandes tradiciones cristianas: protestante, ortodoxa y católica. Es una realidad de encuentro con Dios que no ha querido nunca convertirse en un movimiento.
El cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado, visita la redacción de <I>L’Osservatore Romano</I> el 25 de septiembre de 2007

El cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado, visita la redacción de L’Osservatore Romano el 25 de septiembre de 2007

¿Ha tenido contactos con la realidad ecuménica de Bosé?
VIAN: Fui en 1992 y me encontré con una prima de mi padre, hermana de la comunidad. Es una experiencia que, por mérito también de Enzo Bianchi, me parece incisiva desde el punto de vista cultural y espiritual, y puede contribuir a la reconciliación en la Iglesia y a la amistad con muchos laicos.
Algunos de sus artículos en el periódico Il Foglio le han procurado la fama de “teocon” [católico conservador]. ¿Qué impresión le causa esta definición?
VIAN: Me hace sonreír. He colaborado con gusto en el diario fundado por Giuliano Ferrara, que ha elevado mucho el nivel del periodismo italiano y enriquecido el debate cultural, y es simplista definir Il Foglio como un periódico “teocon”. Por los demás, he colaborado también con la revista Europa y no por ello me han definido “teodem” [católico progresista]…
Es usted autor de más de noventa publicaciones. ¿A cuál de ellas se siente más ligado?
VIAN: El libro que siento como más mío es Biblioteca divina, una historia de los textos cristianos desde los orígenes de las Escrituras hasta el siglo XX. Pero me fascinó también la propuesta de Ernesto Galli della Logia de reconstruir, para la colección “L’identità italiana”, editada por Il Mulino, la historia de la donación de Constantino y, gracias a ésta, la historia de las relaciones entre religión y política desde el primer cristianismo hasta Juan Pablo II. Y espero, antes o después, volver sobre el amplio artículo que dediqué en la Enciclopedia dei Papi a Pablo VI. Mientras tanto, he editado una antología de escritos de Montini, Carità intelletuale (Edizioni Biblioteca di via Senato 2005) que sin ninguna publicidad ha tenido dos ediciones.
Desde 1999 es miembro también del Comité pontificio de ciencias históricas.
VIAN: Me llamó el presidente monseñor Walter Brandmüller y estoy muy orgulloso de ser miembro de este pequeño organismo de la Santa Sede, poco conocido pero de absoluto prestigio.
La última curiosidad. ¿Es verdad que ha revisado la lista de los pontífices romanos que hay al principio de todas las ediciones del Annuario pontificio? ¿Cuál ha sido su intervención más significativa?
VIAN: Hice la primera revisión para la edición de 2000, y la intervención más llamativa fue la de devolver a Roma al papa Dámaso, que hasta 1999 era considerado tradicionalmente español.


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