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EDITORIAL
Sacado del n. 10 - 2007

Recuerdos personales


Aunque ya de niño aprendí que hay que querer al Papa y no a un Papa, al mismo tiempo tenía que constatar que para mi madre el Papa era Pío X, mientras que para mi tía (nacida en 1854), en cuya casa nací y vivía, existía solo Pío IX, al que varias veces había ido en su juventud a besarle la mano durante el paseo cotidiano de vía Giulia


Giulio Andreotti


Audiencia con Juan XXIII, 22 de enero de 1959

Audiencia con Juan XXIII, 22 de enero de 1959

Aunque ya de niño aprendí que hay que querer al Papa y no a un Papa, al mismo tiempo tenía que constatar que para mi madre el Papa era Pío X, mientras que para mi tía (nacida en 1854), en cuya casa nací y vivía, existía solo Pío IX, al que varias veces había ido en su juventud a besarle la mano durante el paseo cotidiano de vía Giulia, que terminaba con una cariñosa bendición que daba hacia el Palacio Farnese, donde estaba la prestigiosa sede de reserva del rey de Nápoles.
Una terraza en común con los Rossignani en la casa natal de la calle de los Prefectos mi hizo entrar en contacto con la familia del importante monseñor Eugenio Pacelli (su hermana estaba casada con Pio Rossignani, y sus dos hijas a menudo me regalaban exquisitas chocolatinas). En realidad yo entonces todavía no era consciente de la importancia del personaje, que me causaba sin duda impresión, pero mucha menos que los jugadores del Roma que venían a comer al restaurante de la cercana plaza de Florencia.
Unos veinte años más tarde monseñor Pacelli fue elegido papa y, como presidente de uno de los sectores de la Acción Católica (la FUCI), pude disfrutar también de extraordinarias audiencias privadas. Las complicaciones bélicas habían reducido grandemente el número de audiencias a obispos en visita ad limina, así que el tiempo que el Papa nos dedicaba era mucho. Quería, entre otras cosas, estar informado detalladamente del estado de ánimo de los militares que estaban en el frente y de cómo recibían la obra de los capellanes.
Con el papa Roncalli tuve un contacto especial en Venecia, para ayudarle en el traslado del seminario menor a la la Isla de la Salud.
El acta se perfeccionó en la Domus Mariae poco antes del cónclave y me preguntó mi opinión sobre las habladurías de aquellos días. Telefoneé inmediatamente a Milán, donde se imprimía mi revista Concretezza, para que prepararan la portada con Roncalli.
Nunca olvidaré la audiencia que me dedicó junto a mi familia; deteniéndose con nosotros con una afabilidad que a mí me provocaba cierto empacho (de vez en cuando entreabrían la puerta, pero él no le daba importancia y seguía hablando especialmente con mis hijos, que estaban extasiados).
Con el patriarca Luciani me vi solo una vez. Había venido a la sede del Gobierno para manifestar su preocupación por los ataques semiencubiertos de que estaban siendo objeto los bancos católicos.
Como Papa le vi en el Laterano, el día de su toma de posesión, y me hizo enrojecer diciendo que había firmado personalmente la bendición a mi hija, que se casaba (en realidad nunca recibimos el quirógrafo; quizá fueron pocos y terminaran en manos de algún aficionado).
Yo estaba dando un mitin en Mantua cuando eligieron a Juan Pablo II.
No me asombró que no fuera italiano. Yo había conocido a espléndidos cardenales de otras nacionalidades –Spellman, por ejemplo –, por lo que no le daba ninguna importancia al pasaporte. Lo que me sorprendió fue su edad. No acababa de encajar que hubieran elegido a un Papa que tenía dos años menos que yo.
Por lo demás, nunca había tenido la oportunidad de encontrarlo, pero en Concretezza habíamos comentado casi enfáticamente un discurso suyo en el Sínodo.
El 6 de agosto de 1979 me invitó a asistir a la misa en la capilla de la Villa de Castelgandolfo, con los parientes de Pablo VI. Me quedé fulgurado por la acogida porque me dijo: «Usted conocerá mejor que yo este palacio». Se mostró extremadamente paternal.
Durante los años siguientes la situación internacional se enmarañó y en Polonia hubo el golpe de Estado de Jaruzelski, creándose tirantez entre los países de la OTAN y los del Pacto de Varsovia.
Al ministro de Exteriores alemán, Genscher, se le había denegado amablemente un viaje a Varsovia. Yo, en cambio, no solo no encontré ningún obstáculo sino que incluso se solicitó mi presencia.
Con Juan Pablo I en San Juan, 23 de septiembre de 1978

Con Juan Pablo I en San Juan, 23 de septiembre de 1978

Fui en audiencia ante su Santidad, tanto antes de salir como al volver. Jaruzelski me había explicado que con el estado de emergencia había detenido la invasión rusa (más tarde Gorbachov lo confirmó). Me encontré, antes, durante y después de aquel viaje, en una situación especial. El Santo Padre estaba interesado en recoger mis impresiones y a su vez los dirigentes polacos se mostraron más deseosos que yo hablara del Papa que de los problemas bilaterales y de la OTAN.
Sobre la Italia política, el Papa mostró siempre mucho respeto y casi distanciamiento. A más de un obispo, que durante la audiencia pontificia se quejaba de los políticos italianos, le había respondido diciendo: «Si no existen otras alternativas mejores, trabajad con los interlocutores que hay».
El Papa me regaló otro momento privilegiado el día de su histórico viaje a Asís. Me invitó a su misa privada en un monasterio de la zona y me hizo partícipe de su estado de ánimo especialmente sensibilizado. La invitación a pequeñas delegaciones de todas las procedencias (incluidos algunos pieles rojas) no estaba bien vista por muchos representantes de la Curia, incluido el cardenal Oddi, que por cierto aquel día manifestó una actitud poco aquiescente.
Un momento extraordinario fue también el de la audiencia jubilar a los políticos de todas las naciones. Nos reservó una misa y dos encuentros, con homilías realmente extraordinarias.
Otra página histórica fue la de su visita al Parlamento italiano, con un discurso perfecto, que cerraba definitivamente la brecha de Porta Pía (me dijo algunos días 1199266960198">Esto produce una conmoción muy especial. La expresión loquitur es más que adecuada para este santo sucesor de Pedro.


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