LITURGIA
Sacado del n. 11 - 2007

Pro Iudaeis


Erik Peterson, analizando el significado que perfidus y perfidia tienen en la literatura patrística, demostraba ya en 1936 que se refieren ante todo a la pérdida de la fe cristiana. Sólo en época medieval la palabra adquirió, en la oración del Viernes Santo, el sentido de una indebida condena moral del pueblo de la Antigua Alianza


por Lorenzo Cappelletti


El temor que el motu proprio que permite el uso del Misal de san Pío V volviera a introducir la expresión “pérfidos judíos” dentro de la oración de intercesión del Viernes Santo, pudiendo con ello favorecer sentimientos antijudíos y antisemitas, ha vuelto a llamar recientemente la atención sobre esta expresión.
Como escribió Sergio Luzzatto el pasado 19 de agosto en el diario el Corriere della Sera, este temor carece totalmente de base, «ya que Benedicto XVI ha liberalizado el uso del Misal tridentino en su versión de 1962, de la que ya se habían eliminado las fórmulas sobre los pérfidos judíos y sobre la perfidia judía».
Pero la cuestión no está zanjada y sigue apareciendo incluso en debates muy recientes, por lo que quizá no estaría demás aclarar por qué esa expresión, por la interpretación y la acción que la rodeaban, era de verdad indebida.
Para hacerlo utilizaremos un artículo que Erik Peterson escribió en el lejano, aunque por ciertos aspectos actualísimo, 1936: “Perfidia judía”. Un artículo que fue publicado en la revista de los Lazaristas Ephemerides liturgicae que este año celebra su 120 aniversario. ¡Felicidades!
Protestante de lejano origen sueco y apasionado buscador de lo verdadero (correligionarios viejos y nuevos lo acusarán por ello de romanticismo, olvidándose voluntariamente de que se trataba del mismo camino seguido por Justino y Agustín), Peterson tras pasar por varias universidades alemanas, llega a Roma en 1930 y al catolicismo romano, gracias también a su amistad con una familia judía de Múnich, en cuya casa se había alojado y de la que había recibido ayuda.
A partir de los años ochenta se ha vuelto a citar frecuentemente el libro de Peterson El monoteísmo como teología política, una obra de 1935. El último que lo hizo fue Enzo Bianchi, el pasado 14 de octubre en el periódico La Stampa. Y con toda razón, visto que el bipolarismo teología liberal/ teología política, del que Peterson había tratado de mostrar la incongruencia respecto a los orígenes y a la originalidad del cristianismo, parece proponérsenos hoy también como alternativa obligada. Pero otros muchos textos suyos, incluso importantes, como El libro de los ángeles, igualmente de 1935 (editado en italiano después de la guerra por los Lazaristas, y que un patrólogo del calibre de Jean Daniélou considera una obra maestra) son conocidos sólo por los especialistas, debido también al hecho de que muchas de sus obras no han sido traducidas.
Es el caso del artículo que vamos a examinar, que por lo que sabemos no ha sido traducido del alemán. De este texto proceden todas nuestras citas.
La primera parte del artículo, mediante una revisión de las traducciones de la liturgia del Viernes Santo en las lenguas modernas, evidencia que las expresiones perfidia iudaica y perfidi Iudaei en los años veinte y treinta del siglo pasado se seguían traduciendo de manera indebida, es decir, con referencia a una específica infidelidad u obstinación del pueblo elegido, hasta configurar un verdadero juicio moral sobre dicho pueblo. A excepción, escribe Peterson (p. 298), del «sabio cardenal de Milán» Ildefonso Schuster, que pocos años antes había recibido una amonestación del Santo Oficio por haber definido esa fórmula «una superstición» (cf. el artículo de Hubert Wolf en Historische Zeitschrift de 2004: “Pro perfidis Iudaeis. Die ‘Amici Israel’ und ihr Antrag auf eine Reform der Karfreitagsfürbitte für die Iuden [1928]”). Peterson no podía conocer lo que se ha sabido más tarde gracias a otra erudita intervención firmada por monseñor Giuseppe M. Croce, publicada en 2003 en las Actas del Congreso internacional celebrado para conmemorar el segundo centenario de la elección del papa Pío VII, que atestigua que varios obispos toscanos, por un momento, a principios del siglo XIX, omitieron completamente dicha fórmula.
Benedicto XVI leyendo una obra de Erik Peterson. Foto tomada del calendario de 2007 <I>Juntos. Un año con el Papa</I>, editado por Famiglia Cristiana- Libreria Editrice Vaticana

Benedicto XVI leyendo una obra de Erik Peterson. Foto tomada del calendario de 2007 Juntos. Un año con el Papa, editado por Famiglia Cristiana- Libreria Editrice Vaticana

Peterson, analizando el significado que el adjetivo perfidus y el correspondiente sustantivo perfidia tienen en la literatura patrística, demuestra que originariamente no indican más que la pérdida de la fe en ámbito cristiano. Ya Cipriano en el De unitate entiende con perfidia «la incredulidad que se difundirá en los últimos tiempos y que no es solamente incredulitas, en cuanto opuesta a la fides, sino que, como cisma, es precisamente perfidia, con que se llega al concepto de apostasía» (p. 299). Dicho con otras palabras, para Cipriano pérfidos son el apóstata y el cismático, «aquellos que han abandonado la Iglesia y su fides» (p.300). Pero también los lapsos, en cuanto, escribe Peterson citando de nuevo a Cipriano (De lapsis 14), no caen porque su fe ha sido atacada, sino porque ya había desaparecido antes del ataque («non fide congressa cecidit, sed congressionem perfidia prevenit»). Actualísima paradoja.
De todos modos, además de estos ejemplos, en los escritos de Cipriano perfidus es siempre lo contrario de credens y de fidens.
También en todos los Padres sucesivos (desde Hilario de Poitiers a Jerónimo, desde Paulino de Milán a Lucífero de Cágliari, desde Gaudencio de Brescia a Isidoro, sólo por citar algunos) perfidia es usada principalmente en referencia a la herejía. La expresión «perfidia arriana», por ejemplo, para indicar la falta de fe de los arrianos, se convertirá en habitual. Pero su aplicación no se limita al arrianismo: Beda el Venerable en la Historia ecclesiaticia 1, 10, por ejemplo, puede decir de Pelagio que «contra la ayuda de la gracia divina ha derramado el veneno de su perfidia a lo largo y a lo ancho» («contra auxilium gratiae supernae venena suae perfidiae longe lateque dispersit»).
Por lo demás, ya en la literatura ncluso con referencia a los paganos.
Todo esto muestra que originariamente, en época patrística, con perfidia se designaba sólo una pérdida de fe que calificaba a herejes, cismáticos y lapsos, y luego, por extensión, la falta de fe de los judíos y paganos.
Por esto Peterson puede afirmar que esa expresión no fue una expresión protocolar para los judíos. «Es verdad que se habla varias veces de la ingenita perfidia de los judíos, pero esto quiere decir solamente que ya en la Antigua Alianza estos fueron presa repetidamente de la incredulidad; y no significa que se rompiera el vínculo de la alianza, de modo que pueda hablarse de “perfidia” en el sentido original» (p. 308).
Pero ¿por qué se estableció en el transcurso del tiempo la interpretación errónea y ofensiva que ha llegado hasta nosotros?
Ante todo porque dicha interpretación fue confirmada por la rúbrica que a partir del siglo IX acompañó a esa oración: «No se responde “Amén” y no se dice “Oremos” ni “Arrodillémonos” o “Levantaos”». Rúbrica que «casi obligaba a entender esa oración por los judíos como si su perfidia debiera interpretarse a nivel moral y resarcirse a nivel litúrgico con modalidad dramática» (p. 309).
Por lo demás el Sacramentario gelasiano (que tenemos en una escritura del siglo VII-VIII), y por tanto la liturgia romana, aún no omite estas exhortaciones del diácono. Sin ellas, la oración por los judíos era una oración como las demás, una oración en su favor, pro Iudaeis podríamos decir parafraseando el título de un reciente trabajo de Valerio De Cesaris (Pro Iudaeis. Il filogiudaismo cattolico in Italia [1789-1938], Guerini e Associati, Milán, 2006), y no una condena teatral.
La ausencia del “Amén” y de las exhortaciones “Oremos”, “Arrodillémonos” “Levantaos”, se empiezan a ver inicialmente sólo en territorio franco. Peterson plantea la hipótesis de que dichas omisiones no se deben tanto al antisemitismo político como a la novedad litúrgica que mientras tanto había tomado pie, la novedad de los improperia: una especie de reproches procedentes del mundo bizantino, puestos en boca del Señor durante la liturgia del Viernes Santo en el momento de la adoración de la cruz. Pero ni siquiera está claro que esta práctica se afirme en Roma en el siglo IX, pese a los vínculos tan estrechos que se establecieron con los carolingios en ese periodo de tiempo. Al igual que el añadido del Filioque en el Credo, podríamos comentar, como testimonio de que Roma se afirmaba sobre la tradición más bien que sobre cualquier alianza teológico-política vieja o nueva.
También en otro aspecto, según Peterson, estas innovaciones eran ajenas a la tradición romana: «No puede negarse que, detrás de los improperia y la ampliación de la oración de intercesión por los judíos, está ese espíritu de piedad lleno de excitación que ciertamente contrasta con la sobriedad de la piedad romana» (p. 310).
Peterson señala, en fin, la importancia que ya a partir del siglo IX tuvo la interpretación alegórica, que luego acompañó generalmente la omisión de la genuflexión en la oración de intercesión por los judíos, «en la que emerge el mismo nuevo espíritu litúrgico que está detrás de los improperia» (p.311). Cita a Amalario de Metz, que escribía al respecto: «En todas las oraciones nos arrodillamos, para indicar mediante este comportamiento del cuerpo la humildad del alma. Excepto cuando rezamos pro perfidis Iudaeis. En efecto, estos doblando las rodillas hacían de un modo malo un acto de por sí bueno, porque lo hacían fingiendo. Nosotros evitamos arrodillarnos en la oración por los judíos, para mostrar que debemos rehuir de los actos de simulación» (De ecclesiasticis officiis 1, 13).
En realidad, concluye Peterson, fueron los soldados romanos y no los judíos, como ya señalaron algunos autores medievales, los que se arrodillaron por escarnio ante el Señor. Y esto no hace más que demostrar que tanto la práctica como la interpretación del carácter especial de la oración pro perfidis Iudaeis fueron solamente una invención. Nada que ver con la .


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