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IGLESIA
Sacado del n. 12 - 2007

En recuerdo del cardenal Aloísio Lorscheider

El “Pontífice” de Juan Pablo I


La última vez en Roma del arzobispo emérito de Aparecida y el encuentro con Antonia, hermana del papa Luciani


por Stefania Falasca


Juan Pablo I con el cardenal Lorscheider, el 30 de agosto de 1978

Juan Pablo I con el cardenal Lorscheider, el 30 de agosto de 1978

Lo habíamos conocido en Santo Domingo en 1993. Desde entonces no faltaron las ocasiones para verlo en Brasil o para hablar con él. Una amistad auténtica. Muchos los recuerdos. Uno especialmente. Un anochecer de invierno de hace cinco años. Era el 15 de enero de 2003. Dom Aloísio estaba en Roma, para la visita ad limina de los obispos brasileños. Quedamos en vernos en Santa Ana, en el Vaticano. De allí a casa de Antonia Luciani, hermana de Juan Pablo I. En aquellos días, Antonia estaba en Roma en casa de su hija Lina y dom Aloísio quería ir a saludarla. No se habían visto nunca antes. Fue un encuentro familiar, sereno, delante de una taza de té y algunas pastas. Dom Aloísio habló de su infancia, de sus padres, del ambiente en el que había crecido, lleno de alemanes trasplantados a aquel rincón de Brasil y que habían mantenido todas sus costumbres y su lengua. Y con su trato afable, salpicado siempre de humorismo, hablaba de cuando su padre consintió de buena gana que él entrara en el seminario, «por lo menos así», le dijo, «aprenderás algo del mundo y por fin… también algo de portugués». También Antonia habló de su familia y de cómo algunos familiares suyos habían llegado como emigrantes a aquellas regiones. Dom Aloísio recordó entonces cuando acompañando a su hermano durante el viaje a Santa María en el 75, donde Luciano recibió el doctorado honoris causa por la Universidad Federal del Estado de Rio Grande do Sul, se encontró como en casa porque tanto él como la gente hablaban todos en veneciano. Recordó el gentío que se juntó para escucharlo y las muchas personas a las que había visto llorar cuando Albino con sencillez se dirigió a ellos hablando en su dialecto. Tampoco en aquel cónclave del 78 faltaron algunas alusiones personales, y luego otros pequeños episodios contados con puntualidad y humorismo. Hasta que en el momento de ir a saludarle, después de su elección, Luciani le dijo: «Venga a visitarme, le espero»; pero añadió Lorscheider: «No pude hacerlo…». Dom Aloísio y Antonia se despidieron con sencillez. Cuando salimos, quedamos en volver a vernos, le pregunté si iba a volver pronto a Roma. «No creo que vuelva ya más», respondió, «el médico me ha dicho que es mejor que no haga largos viajes». Y esta fue la última vez que lo vimos y también la última vez que vino a Roma.
De los ciento once purpurados reunidos en la Capilla Sixtina en aquel cónclave de agosto de 1978 que terminó con la elección del papa Luciani, el cardenal brasileño Aloísio Lorscheider, entonces arzobispo de Fortaleza, era el más joven. Tenía 53 años. En la última votación su nombre apareció una sola vez. El voto era el de Albino Luciani. Lo reveló el propio Luciani. Después de su elección confesó que su voto en el cónclave se lo había dado siempre al cardenal Lorscheider, pues sentía gran estima por la calidad humana y pastoral del entonces vicepresidente del Celam. Una estima recíproca. Luciani y Lorscheider habían sido padres conciliares. Juntos, como jóvenes obispos, habían participado en todas las cuatro sesiones del Concilio Vaticano II. Luego pudieron conocerse mejor en los sínodos, especialmente durante el viaje a Brasil que el patriarca de Venecia realizó en noviembre del 75. Luciani era por aquel entonces también vicepresidente de la Conferencia Episcopal Italiana y durante el viaje de regreso hasta Río de Janeiro en compañía del vicepresidente del Celam tuvo con él un cordial y franco intercambio de opiniones sobre las funciones que ha de desarrollar una conferencia episcopal. Lorscheider apreciaba de Luciani la «prontitud a la hora de captar y entender con seguridad el meollo de las cuestiones«, «de pensamiento agudo y firme doctrina» le definía. De los detalles de esta cercanía con Luciani y de las esperas que llevaron al patriarca de Venecia al trono de Pedro, el cardenal Lorscheider habló por primera vez en el 98 en una entrevista que nos concedió en Aparecida y que reproducimos en estas páginas.


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