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IGLESIA
Sacado del n. 12 - 2007

«Un gran obispo, un gran teólogo»



por Stefania Falasca


El 23 del pasado mes de diciembre falleció en el hospital de San Francisco, en Porto Alegre, el cardenal Aloísio Lorscheider, arzobispo emérito de Aparecida. Tenía 83 años. En la solemne misa por sus exequias el cardenal Odilo Sherer, arzobispo de São Paulo, lo recordó como «una referencia preciosa por el servicio desarrollado en la Iglesia, admirado por su inteligencia y santidad». «Un gran obispo, un gran teólogo», lo definió luego, subrayando su piedad y sencillez. Lorscheider ha sido una de las figuras históricas más eminentes del episcopado latinoamericano. Franciscano, nacido de padres de origen alemán, en Estrela, archidiócesis de Porto Alegre, el 8 de octubre de 1924, fue ordenado sacerdote en 1948. Tras licenciarse en Teología Dogmática en el Antonianum de Roma en 1952 enseñó esta disciplina en el seminario de Divinópolis, en el Estado de Minas Gerais hasta 1958. Su consistente producción científica llevó a los superiores de la Orden a llamarlo a Roma como docente en el Pontificio Ateneo Antonianum. El 3 de febrero de 1962 fue nombrado obispo de Santo Ângelo y en la diócesis brasileña se quedó durante más de once años, dando prueba de capacidad organizativa y de compromiso pastoral: impulsó el seminario y la misión, instauró una viva relación con los sacerdotes y los fieles, emprendió una constante visita a las parroquias en las que administraba personalmente los sacramentos, incluida la confesión. Participó en el Concilio Vaticano II. Fue nombrado arzobispo de Fortaleza en 1973, donde se quedó durante nueve años. Fue creado cardenal por Pablo VI en el consistorio del 24 de mayo de 1976. Desde 1995 a 2004 fue arzobispo de Aparecida. Fue miembro de la Comisión teológica de la Conferencia Episcopal brasileña, de la que fue posteriormente elegido presidente, cargo en el que fue confirmado varias veces (1971-1978). Siendo vicepresidente del Consejo Episcopal Latinoamericano, fue su presidente en el período 1976-1979, sucediendo al arzobispo Pironio. Fue presidente de la tercera Conferencia General del Celam en 1979 en Puebla. Participó en los dos cónclaves de 1978 que llevaron a la elección de Juan Pablo I y de Juan Pablo II.


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