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IGLESIA
Sacado del n. 12 - 2007

Algunos fragmentos de la entrevista que el cardenal Aloísio Lorscheider concedió a 30Días en agosto de 1998


Publicamos a continuación algunos fragmentos de la entrevista que el cardenal Lorscheider concedió a 30Días en agosto de 1998 con ocasión del 20 aniversariodel cónclave que eligió al papa Luciani


Entrevista al cardenal Aloísio Lorscheider por Stefania Falasca


El cardenal Aloísio Lorscheider

El cardenal Aloísio Lorscheider

Eminencia, el 6 de agosto de hace veinte años, en el palacio de Castelgandolfo, moría Pablo VI. ¿Qué recuerda del último periodo del Pontífice? ¿Cuándo fue la última vez que vio a Pablo VI?
ALOISIO LORSCHEIDER: La última vez que vi a Pablo VI fue hacia el final de su pontificado, durante una visita al Vaticano de los presidentes de algunas Conferencias episcopales. Recuerdo que en esta ocasión Pablo VI se acercó y me abrazó, luego dijo: «Vosotros, los obispos brasileños, sois los que hoy lavan los pies a los pobres». Lo dijo con ese tono particular que tenía su voz, una voz ronca, casi temblorosa y luego en voz baja añadió: «Cuánto quisiera lavar yo los pies de los pobres…», no olvidaré nunca este momento y la voz de Pablo VI al pronunciar estas palabras. De Pablo VI siempre me impresionaba su atención y su extremo realismo. Un realismo en sus juicios sobre el mundo y la Iglesia lleno de sufrimiento y que marcó su pontificado desde los años inmediatamente posteriores al Concilio Vaticano II.
Es opinión de muchos que el patriarca de Venecia Albino Luciani era el sucesor que deseaba Pablo VI. ¿También usted concuerda?
LORSCHEIDER: Pablo VI sentía una profunda estima por Albino Luciani: lo había nombrado patriarca de Venecia, una sede muy importante, y por cuenta de Pablo VI Luciani escribió algunas intervenciones sobre el Concordato y en defensa de la vida. No hay que olvidar aquel episodio “profético” del 72 en Venecia, pocos meses antes de que Luciani fuese creado cardenal. Frente a una multitud inmensa que abarrotaba la plaza de San Marcos, Pablo VI se quitó la estola pontificia y la colocó en los hombros del patriarca diciéndole: «Usted se merece esta estola», y el pobre Luciani se puso colorado. No sólo creo que el patriarca de Venecia era el sucesor deseado por Pablo VI, sino que también era quien mejor hubiera seguido y siguió las orientaciones fundamentales de su magisterio.
Todas las reconstrucciones históricas subrayan el papel decisivo de los cardenales brasileños en la elección de Luciani en el cónclave del agosto del 78. El historiador Grabriele De Rosa llega a decir que desde hacía tiempo los latinoamericanos habían preparado y cultivado la candidatura de Luciani. ¿Es verdad?
LORSCHEIDER: Por lo que yo sé, no hubo ninguna preparación. Personalmente tenía cierta sintonía con el cardenal Arns, pero de los otros tres cardenales brasileños, por ejemplo, no le sé decir si conocían de cerca a Luciani. Albino Luciani no era muy conocido en la Conferencia episcopal brasileña. Su nombre ni siquiera aparecía en las listas de los posibles papables que circulaban en la prensa. Recuerdo que poco antes de la apertura del cónclave vino a verme un periodista que me presentó una lista de nombres. Al leerla, le hice notar que faltaba el nombre del patriarca de Venecia. En aquel momento me salió así… de manera completamente inocente. Y el periodista me dio las gracias porque no había pensado en ese nombre.
Y, sin embargo, pocos días antes del cónclave, usted trazó en una entrevista el perfil de quien debería ser el nuevo papa. En esta entrevista dijo usted textualmente: «El nuevo papa debería ser ante todo un buen padre espiritual, un buen pastor, como lo fue Jesús, que desempeñó su ministerio con paciencia y disponibilidad al diálogo… debería ser sensible a los problemas sociales y respetar y animar la colegialidad de los obispos… no debería tratar de imponer a los no cristianos soluciones cristianas…». Todos lo leyeron como un perfil de Luciani…
LORSCHEIDER: Estas características expresaban solamente las orientaciones de aquel colegio cardenalicio. El punto fundamental era que se quería un papa que fuera ante todo un buen pastor. Se pensaba, además, en un italiano, no de Curia. El nombre de Albino Luciani salió durante el cónclave.
Y fue un cónclave rapidísimo, uno de los más breves de la historia. El consenso por el cardenal Luciani fue casi unánime. ¿Cómo se llegó a esta convergencia entre personas con caracteres tan diferentes?
LORSCHEIDER: Después de las primeras votaciones parecía que iba a ser un cónclave nada breve. Luego, de improviso, los votos por Luciani fueron masivos. Para mí este resultado fue verdaderamente obra de una intervención providencial del Espíritu Santo. Precisamente esta unanimidad reveló que no era un Papa programado para un determinado proyecto político. Con la elección de Luciani desaparecieron las divisiones entre conservadores y progresistas, justamente por esas características de las que hablábamos antes y por la particular fisonomía de Luciani, centrada en lo esencial.
¿Recuerda la reacción de Luciani cuando fue elegido?
LORSCHEIDER: Desde mi posición en el aula podía verle bien la cara… Luciani se puso pálido y a la pregunta ritual del cardenal Villot, respondió con un hilo de voz: «Acepto». Luego, cuando fuimos a rendirle homenaje, repetía a todos: «¿Qué han hecho? Que Dios les perdone por lo que han hecho…». «Santo Padre, ánimo, Dios no le abandonará», le respondieron algunos, y él replicaba: «Soy un pobre papa». También el 30 de agosto, en la primera audiencia con los cardenales dijo: «Espero que ustedes los cardenales ayuden a este pobre hombre, el Vicario de Cristo, a llevar la cruz». El modo con que pronunció estas palabras me causó mucha impresión. Era el Papa quien hablaba así. Su humilde humanidad no era de fachada. Era una humildad sincera, que solamente nace de la conciencia de ser un pobre pecador y de la experiencia del perdón.
¿Luego tuvo lugar la primera audiencia general en la sala Nervi. ¿Estaba usted presente?
LORSCHEIDER: Recuerdo que Juan Pablo I llamó a sí a un niño y con mucha sencillez se puso a hablar con él del catecismo. En aquel momento tuve la absoluta certeza de que él era el hombre justo: un Papa que se comporta como párroco, que razona como párroco… ¿qué don más grande puede recibir la Iglesia?
Según usted, ¿qué caminos hubiera seguido el pontificado de Juan Pablo I?
gialidad haciendo que los obispos y cardenales participaran concretamente en el gobierno pastoral. No cabe duda de que tendría presente la predilección de la Iglesia por los pobres. Luciani conservó durante años la carta con que su padre socialista le daba permiso para entrar en el seminario: «Espero que cuando seas sacerdote estés de parte de los pobres y de los trabajadores como lo estaba Cristo». Y en varias ocasiones Luciani recordó que le había impresionado el punto del catecismo donde se dice que el fraude en el salario de los trabajadores es un pecado que clama venganza ante Dios. Para Luciani este era el criterio para juzgar las cuestiones económicas y políticas, de aquí sus juicios incluso muy duros sobre el capitalismo y la explotación del Tercer Mundo.
Sabemos que Luciani, en los años anteriores a la encíclica Humanae vitae, fue posibilista acerca de la anticoncepción. Según usted, ¿que postura hubiera asumido en los temas de ética sexual?
LORSCHEIDER: No pueden hacerse previsiones seguras. Lo único seguro que podemos decir es que no iría contra la Humanae vitae, adhiriéndose plenamente al pronunciamiento de Pablo VI, cuyo punto de vista ilustraba a sus fieles: «La doctrina de siempre garantiza mejor el verdadero bien del hombre y de la familia». Para él la cuestión tenía un interés más práctico que teórico: le interesaba la relación humana con los fieles. Por esto, creo, probablemente no insistiría en el tema, privilegiando la misericordia de Dios con el pecador antes que la coherencia del hombre. Este aspecto lo expresa frecuentemente Luciani en muchas intervenciones suyas: «Ningún pecado es demasiado grande, ninguno es más grande que la misericordia de Dios».
Algunos, sin embargo, aunque apreciaban la sencillez de Luciani, lo han descrito como un “ingenuo sin capacidades”, inadecuado para gobernar la Iglesia…
LORSCHEIDER: Al contrario, yo diría que precisamente su sencillez pastoral y seguir siendo él mismo fueron su fuerza. No es desde luego una señal de debilidad querer seguir siendo uno mismo y no añadir nada a los elementos y funciones esenciales del primado de Pedro. Es más, esto habría llevado a cambios también en la estructura de la Iglesia, en la Curia y en la relación del papa con los obispos.
Pero Luciani era consciente de su límite, tanto es así que decía de sí mismo: «Yo, como Albino Luciani, soy una alpargata rota, pero como Juan Pablo I es Dios quien actúa en mí».
LORSCHEIDER: Juan Pablo I era consciente de que no es el papa quien hace la Iglesia. Decía a menudo: «Nosotros, los sacerdotes, podemos instruir, iluminar, incluso convencer, pero nada más. Sólo la gracia de Dios puede tocar el corazón y convertir».
¿Cuándo fue la última vez que lo vio?
LORSCHEIDER: Fue el día de la coronación. Luego no volví a tener ningún contacto con él. El obispo Ivo Lorscheiter, en cambio, tuvo la suerte de almorzar con Juan Pablo I durante los treinta y tres días de su pontificado. Me habló de una reunión extremadamente cordial y amistosa y me refirió que el Papa había apreciado la entrevista que como presidente del Celam había concedido al periódico Avvenire sobre la conferencia de la Iglesia latinoamericana fijada en Puebla.
Respecto a esta asamblea general del episcopado latinoamericano se ha escrito que algunos cardenales presionaban para que el Papa estuviera presente. El papa Luciani, a diferencia de lo que luego haría su sucesor, no consideraba necesaria su presencia, y declinó la invitación. Según usted, ¿por qué tomó esta decisión respecto a Puebla?
LORSCHEIDER: Sabía que el Papa no iba a ir. Creo que en aquel momento lo más importante para él era quedarse en Roma, la ciudad de la que era obispo desde hacía poco.


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