El ambiente universitario fue durante muchos años mi mundo
Un fragmento del Ángelus del Papa del 20 de enero
Queridos amigos: ante todo, deseo saludar ahora a
los jóvenes universitarios, que son muy numerosos
—¡Gracias por vuestra presencia!—, a los profesores y a
todos vosotros que habéis venido hoy en tan gran número a la
plaza de San Pedro para participar en la oración del Ángelus y para
expresarme vuestra solidaridad. Es hermoso ver esta fraternidad
común de la fe. Gracias por esto.
Saludo también a todos los que están unidos espiritualmente a nosotros. Os doy las gracias de corazón, queridos amigos; doy las gracias al cardenal vicario, que se ha hecho promotor de este momento de encuentro. Como sabéis, había aceptado de muy buen grado la amable invitación que me habían hecho para intervenir el jueves pasado en la inauguración del año académico de la “Sapienza, Universidad de Roma” y redacté con gran alegría mi discurso.
Conozco bien ese ateneo, lo estimo y siento afecto por los alumnos que lo frecuentan: todos los años, en numerosas ocasiones, muchos de ellos vienen al Vaticano para encontrarse conmigo, juntamente con sus compañeros de las otras universidades. Por desgracia, como es sabido, el clima que se había creado hizo que mi presencia en la ceremonia fuera inoportuna. Sintiéndolo mucho, suspendí la visita, pero de todos modos he querido enviar el texto que había preparado, en los días después de Navidad, para esa ocasión.
Al ambiente universitario, que durante muchos años fue mi mundo, me une el amor por la búsqueda de la verdad, por la confrontación, por el diálogo franco y respetuoso entre las recíprocas posiciones. Todo esto es también misión de la Iglesia, comprometida a seguir fielmente a Jesús, Maestro de vida, de verdad y de amor. Como profesor emérito, por decirlo así, que me encontré con tantos estudiantes en mi vida, os animo a todos, queridos universitarios, a ser siempre respetuosos de las opiniones ajenas y a buscar, con espíritu libre y responsable, la verdad y el bien. A todos y a cada uno renuevo la expresión de mi gratitud, asegurando mi afecto y mi oración.
Saludo también a todos los que están unidos espiritualmente a nosotros. Os doy las gracias de corazón, queridos amigos; doy las gracias al cardenal vicario, que se ha hecho promotor de este momento de encuentro. Como sabéis, había aceptado de muy buen grado la amable invitación que me habían hecho para intervenir el jueves pasado en la inauguración del año académico de la “Sapienza, Universidad de Roma” y redacté con gran alegría mi discurso.
Conozco bien ese ateneo, lo estimo y siento afecto por los alumnos que lo frecuentan: todos los años, en numerosas ocasiones, muchos de ellos vienen al Vaticano para encontrarse conmigo, juntamente con sus compañeros de las otras universidades. Por desgracia, como es sabido, el clima que se había creado hizo que mi presencia en la ceremonia fuera inoportuna. Sintiéndolo mucho, suspendí la visita, pero de todos modos he querido enviar el texto que había preparado, en los días después de Navidad, para esa ocasión.
Al ambiente universitario, que durante muchos años fue mi mundo, me une el amor por la búsqueda de la verdad, por la confrontación, por el diálogo franco y respetuoso entre las recíprocas posiciones. Todo esto es también misión de la Iglesia, comprometida a seguir fielmente a Jesús, Maestro de vida, de verdad y de amor. Como profesor emérito, por decirlo así, que me encontré con tantos estudiantes en mi vida, os animo a todos, queridos universitarios, a ser siempre respetuosos de las opiniones ajenas y a buscar, con espíritu libre y responsable, la verdad y el bien. A todos y a cada uno renuevo la expresión de mi gratitud, asegurando mi afecto y mi oración.