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AFRICA
Sacado del n. 01 - 2008

ESTADO DE CRISIS. Por qué un país, faro de estabilidad, termina en el caos de la violencia

«Si Kenia arde, ya no habrá un mañana»


Así es como Konaré, presidente de la Unión Africana, ha sintetizado los riesgos de la crisis política de Kenia, de la que depende también el destino de toda el África centro-oriental. Para los misioneros católicos hay que preguntarse quién tiene interés en desestabilizar un Estado tan importante


por Stefania Falasca


Un partidario del Orange Democratic Party con un póster del líder Raila Odinga durante las protestas en el barrio de Kibera, en Nairobi

Un partidario del Orange Democratic Party con un póster del líder Raila Odinga durante las protestas en el barrio de Kibera, en Nairobi

«Estamos mirando con desesperación a Kenia, que antes era un faro de estabilidad en una región atormentada, mientras cae en el abismo de la matanza étnica». Lo dice Caritas Internationalis a propósito de la escalada de violencia que en un mes ha hecho caer al país modelo del África oriental en un precipicio de tinieblas. Kenia, país líder y uno de los más sólidos del continente africano, está postrado. El balance de los enfrentamientos que estallaron tras las elecciones del 27 del pasado diciembre –que confirmaron en el poder al presidente Mwai Kibaki, de etnia kikuyo– es dramático: más de un millar de muertos, más de 300.000 prófugos, 12.000 en fuga hacia Uganda, según los recientes datos ofrecidos por la Cruz Roja. Y mientras a la emergencia de la violencia se suma ahora la emergencia del hambre, sigue siendo difícil el intento de llegar a las conversaciones entre el gobierno de Kibaki y la oposición guiada por Raila Odinga con la mediación del ex secretario general de la ONU, Kofi Anan.
Las consecuencias económicas de esta oscura guerra van a ser enormes en el interior: dos millones de dólares y más de quinientos mil puestos de trabajo se han perdido y ya ha comenzado la fuga de capitales. La crisis de Kenia habrá de repercutir forzosamente en el desarrollo de todo el área del África centro-oriental. Han sido suficientes solo pocos días de interrupción de las actividades productivas y de exportación para causar graves daños a los Estados fronterizos como Uganda, Burundi, Tanzania, Congo, Sudán, Ruanda, que se han quedado sin abastecimientos energéticos. De Kenia, en efecto, dependen desde siempre las economías de los países vecinos, y la estabilidad de un área estratégica para todo el Occidente. No hay más que recordar que en Nairobi las Naciones Unidas, varias ONG y muchos gobiernos occidentales disponen de importantes estructuras logísticas, utilizadas para intervenir en todo el África oriental y central, y que también buena parte de las actividades informativas internacionales para esta área, además de los servicios de intelligence de varios Estados, tienen su base en Kenia. La relevancia de su papel-guía en el plano estratégico se ha consolidado además por su actividad diplomática a la hora de buscar soluciones a las crisis de los países fronterizos mediando entre las distintas partes en guerra, como, por ejemplo, Sudán, Uganda y Somalia. Kenia ha prestado su territorio varias veces para las distintas conversaciones de paz que han tenido lugar. «Así es que si Kenia se convirtiera en un Estado frágil o, peor aún, fracasado, su desmoronamiento agravaría inevitablemente la inestabilidad de todo el área», han observado los expertos. «Si Kenia arde, ya no habrá un mañana», ha sintetizado lapidariamente el presidente de la Unión Africana, Alpha Oumar Konaré. Hay varias teorías sobre los motivos que han abierto las puertas a esta crisis. Una de ellas procede del observatorio de las realidades misioneras que tienen una presencia arraigada en estos territorios. «Hay que preguntarse ante todo quién tiene interés en desestabilizar un Estado tan importante en los equilibrios del África oriental, quién tiene interés en soplar ahora en el fuego del tribalismo», afirma Teresino Serra, superior general de los combonianos, que a mediados de enero fue a Nairobi a visitar las misiones y participar en una conferencia de paz convocada por las Iglesias locales. «No son suficientes el tribalismo, las divisiones étnico-políticas para explicar todo lo que ha pasado», sigue diciendo el padre Serra. «En Kenya conviven más de cuarenta etnias. El odio tribal nunca ha estado muy desarrollado y en general la convivencia es civil y pacífica. Lo que interiormente quedó claro inmediatamente», explica, «es que lo que aplicó el fuego a la mecha fue una extendida frustración y las enormes diferencias sociales: no es casualidad que el fuego se aplicara en los slum de Nariobi. Pero también ha sido evidente que la propia campaña electoral se llevó a cabo subrayando las divisiones étnicas y los intereses tribales. Los políticos habían jugado esta carta. Durante el gobierno de Kibaki se volvió a una peligrosa práctica de favorecimiento de algunas tribus. Los cargos quedaron monopolizados por los representantes de estos grupos. El grupo de Raila Odinga tuvo la percepción de haber sido arrinconado y parecía que ahora llegaba su momento de gobernar. De un año a esta parte su eslogan era: “Ha llegado nuestro momento”. Pero estas son solo razones elementales», afirma Serra. «También hay que recordar que el principal problema del país va ligado a la distribución de la tierra. En Kenia, tercer productor mundial de flores, donde más de los dos tercios del territorio están ocupados por zonas desérticas, la cuestión de la subdivisión de la tierra nunca fue resuelta. Ha seguido en manos también después del colonialismo inglés de una élite keniata, que la robó y ha venido usando políticamente, por ejemplo para comprar a la oposición. Es tierra no solo de ricos keniatas, kikuyu y otros, sino también de multinacionales como Del Monte y tantas otras. El cuadro es mucho más complejo sobre todo por los muchos intereses internacionales que entran en juego». «Por lo tanto la matanza de cristianos que matan a cristianos que arrolló al país», sigue diciendo el padre comboniano, «no puede por menos que estar dirigida y organizada. Esta es una opinión compartida por el episcopado keniata. Desde hace unos quince años (durante los cuales el país consolidó su posición de liderazgo en el área) los obispos de Kenia siguen lanzando alarmas sobre la instrumentalización del tribalismo con fines políticos no solo internos. Tras las violencias que estallaron en agosto de 1997, año de elecciones, Ambrogio Ravasi, entonces obispo de Marsabit, en el noreste de Kenia, definía de este modo los enfrentamientos: «Son fruto de egoísmo, avidez y sed de poder. Siguen en la impunidad, aunque de manera reducida, como si se hubieran convertido en un intolerable, aunque normal, modelo de vida, o peor, como si fueran el resultado de una bien planeada estrategia satánica, dirigida por algún poder superior desconocido, que los esfuerzos humanos no pueden controlar o detener». El obispo hacía notar además que en el momento en que se acercaban las elecciones aumentaba la tensión y se oía «hablar de enfrentamientos y desórdenes entre los distintos partidos políticos». El 16 de septiembre de 1997 el actual arzobispo de Nairobi, el cardenal John Njue, entonces ex presidente de la Conferencia Episcopal de Kenya, publicó un mensaje “profético”, en el que, hablando de las violencias estalladas en la Provincia de la Costa, se preguntaba si estas «eran un proyecto piloto que iba a repetirse después en otras partes, en algunas zonas del Rift Valley, de las provincias occidentales, orientales y de Nyanza». Las mismas zonas que fueron y han sido el teatro de recientes enfrentamientos. El 28 de agosto de 2002, con motivo de las elecciones generales, que ganó Kibaki, los obispos habían lanzado un llamamiento a los políticos para que hicieran todo lo posible para prevenir la repetición de los enfrentamientos que habían tenido lugar durante las elecciones pasadas. «Notamos», explicaban los obispos, «que los llamados “enfrentamientos tribales” han comenzado en las mismas áreas del país que fueron ya escenario de los enfrentamientos de 1992. ¿Es una coincidencia? ¿Cómo es posible que la población parezca capaz de vivir en paz civilmente durante un largo período de tiempo y luego, sin ningún preaviso, caiga en la violencia? ¿Cómo es posible que los jóvenes sin trabajo de las áreas urbanas, especialmente de Nairobi, parezcan tan fácilmente organizables y movilizables para causar desórdenes?».
«La Iglesia católica no tiene más partido que la gente, está con el pueblo que sufre», termina diciendo el general de los combonianos. El 24 del pasado mes de enero el episcopado keniata expresó su fuerte apoyo a la mediación emprendida por el ex secretario general de la ONU, Kofi Annan, con la