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EDITORIAL
Sacado del n. 02/03 - 2008

Treinta años después


El treinta aniversario del secuestro de Aldo Moro (16 de marzo) ha provocado amplias rememoraciones de aquellos crueles años, de los que se conocen ya hechos e intérpretes, visto que se han puesto en claro las hipótesis y se han renovado otras que durante mucho tiempo se barajaron, como la de la mano extranjera en lo ocurrido


Giulio Andreotti


La calle Mario Fani inmediatamente después del secuestro de Aldo Moro y la matanza de los hombres de su escolta, el 16 de marzo de 1978

La calle Mario Fani inmediatamente después del secuestro de Aldo Moro y la matanza de los hombres de su escolta, el 16 de marzo de 1978

Que en la nación que padeciera más de veinte años de dictadura existiera una escrupulosa atención hacia los peligros involucionistas es más que lógico. Por ello fue injusta la acusación –en relación con la cadena de crueles homicidios y disparos a las piernas– de que no se habían tomado precauciones adecuadas.
El treinta aniversario del secuestro de Aldo Moro (16 de marzo) ha provocado amplias rememoraciones de aquellos crueles años, de los que se conocen ya hechos e intérpretes, visto que se han puesto en claro las hipótesis, y se han renovado otras que durante mucho tiempo se barajaron, como la de la mano extranjera en lo ocurrido.
¿Por qué Moro? Algunos dicen que por su residencia romana periférica era menos difícil realizar el secuestro. Pero creo que, fuera o no fuera verdadera esta menor dificultad, existía la convicción objetiva de que con ningún otro político (incluido yo, por supuesto) se despertarían tantas emociones y correría tanta tinta como con él.
En un discurso –que se convirtió en histórico– que pronunció dos semanas antes en el Grupo Parlamentario, había replicado de este modo a quienes nos acusaban de debilidad con los comunistas: «Nosotros tenemos nuestros ideales y nuestra unidad: no las desperdiguemos; hablamos de un electorado liberaldemócrata, porque somos realmente capaces de representar a nivel de grandes masas a estas fuerzas ideales, pero acordémonos de nuestra caracterización cristiana y de nuestra alma popular. Acordémonos, pues, de lo que nosotros somos».
Con una técnica pérfidamente emocionante fueron difundidas las “cartas desde la cárcel” cuya autenticidad algunos trataron erróneamente de negar.
La más conocida es la que dirigió a Pablo VI, pidiéndole que tomara iniciativas para liberarlo.
Son sin duda alguna cartas auténticas (quizá para que no pareciera débil algunos amigos lo pusieron inútilmente en duda) pero es injusto querer sacar de ellas ningún juicio de, diría yo, poca virilidad.
El Papa sentía por Moro gran cariño y vivió su “prisión” con especial trepidación (cada noche el secretario particular don Pasquale Macchi venía a mi casa para estudiar la situación). Sin embargo, no pidió nunca la liberación de detenidos políticos, como algunos dieron a entender.
El momento más intenso y conmovedor de la angustiosa participación de Pablo VI fue la homilía de la misa de sufragio celebrada en San Juan de Letrán. Fue un reproche literal a Dios por no haber impedido el horrendo crimen.
Aldo Moro prisionero de las Brigadas Rojas

Aldo Moro prisionero de las Brigadas Rojas

Por lo que de sí puedan dar los análisis, hay quienes se han preguntado y se preguntan todavía si no hubiera habido que aceptar (o fingir aceptar) el ultimátum brigadista. Personalmente no tengo ninguna duda no solo sobre lo ineluctable de la resistencia sino sobre la práctica inutilidad de las hipotéticas conversaciones.
Visto posteriormente, el fenómeno fue quizá cuantitativamente sobrevalorado por nosotros, que vimos incluso una inexistente matriz única.
Lo que de todos modos los subversivos no tuvieron en cuenta era que la violencia no iba a provocar miedo, sino que al contrario favoreció una voluntad reactiva muy articulada.
Las diferencias con el escenario actual comporta sin duda grandes desconfianzas en los análisis y las terapias. Pero en el fondo sigue estando siempre el deber civil y moral de oponerse a todas las formas –por débiles que sean sus raíces– de intolerancia y avasallamiento.
En el programa televisivo dedicado a los treinta años de aquel 1978 me conmovió especialmente la participación musical del ex pequeño Luca por el que Aldo expresó en su dramático llamamiento su fuerte preocupación.
A menudo la política se aleja de los sentimientos comunes de las personas. Esta fue una sentida excepción.
No tiene ningún significado retórico traer aquí la máxima del “defunctus tamen loquitur”.
Treinta años después la voz de Aldo resuena y advierte.
A menudo vuelvo a preguntarme qué habría ocurrido si en el escrutinio secreto para la candidatura al Quirinal los dos Grupos democristianos hubieran elegido no a Leone sino a Moro. ¡Pero ya para qué!


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