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IGLESIA
Sacado del n. 02/03 - 2008

Los católicos de EE UU y el Papa vistos desde el Pontificio Colegio Norteamericano

Un seminarista americano en Roma


Recuerdos de Donald Wuerl, arzobispo de Washington, con motivo del próximo viaje de Benedicto XVI a Estados Unidos


por Donald Wuerl


Donald Wuerl, arzobispo de Washington

Donald Wuerl, arzobispo de Washington

El vínculo especial con Roma
Recibimos con gran alegría y entusiasmo al Santo Padre. Le damos la bienvenida porque viene como sucesor de Pedro, vicario de Cristo, Pastor supremo de la Iglesia universal. Reconocemos en él ese vínculo especial que une a todo católico con Roma. El obispo de Roma es el sucesor de Pedro y, por consiguiente, nuestro vínculo de continuidad. Representa nuestra conexión con los apóstoles. ¿Acaso no fue fundado por esta razón hace tantos años ya el Colegio Norteamericano? Como seminario fue creado para que la unión con Pedro de todo sacerdote, de todo católico y todo fiel fuera siempre algo vivido en los corazones.
Entre mis recuerdos más vivos de cuando llegué a Roma para comenzar mis estudios, en 1963, está el recorrido en autobús, que nos llevó a los estudiantes a la plaza de San Pedro. Hicimos la primera parada junto a la tumba de san Pedro, sobre la cual está edificada la gran Basílica que afirma el lugar especial de Pedro en el corazón de los fieles. A la derecha de la Basílica está la residencia del sucesor de Pedro, que hoy sigue hablándonos del mensaje del Evangelio. En Estados Unidos, especialmente en Washington, estamos realmente entusiasmados con la visita del Papa, porque Pedro viene a estar con nosotros y en él nuestra unión con el Evangelio de Jesús recibe confirmación.

Mis años en el Colegio y el Concilio Vaticano II
Recuerdo con nostalgia aquellos días. El Concilio comenzó en el 62 y continuó hasta el 65. Yo vine a Roma en el 63, atravesando la época del Concilio, y fui ordenado en el 66, viviendo la experiencia de los años conciliares como estudiante. El obispo, y luego cardenal, John Wright, que me había mandado a Roma, estaba muy metido en los trabajos del Concilio, por lo que nosotros, sus seminaristas, teníamos la percepción directa de que algo realmente maravilloso estaba sucediendo en la Iglesia. Dado que estudiábamos teología en una clase de la Universidad Gregoriana, a la hora de la comida (cuando teníamos que volver al seminario) podíamos escuchar los resúmenes de lo que habían discutido los Padres conciliares aquella mañana. Existía realmente la sensación de que la Iglesia estaba entrando en un momento de renovación, de dedicación y compromiso renovado, y creo que ello tuvo gran importancia en mis años de estudiante en el Colegio Norteamericano. Durante aquel período se nos recordaba también que mientras el Concilio estaba tratando de refrescar y renovar la Iglesia, esto ocurría dentro de la continuidad viva con la gran Tradición apostólica. Por eso durante aquellos años conciliares el papel del papa Pablo VI fue para nosotros de particular evidencia. Con otras palabras, estábamos empujados a recordar que los obispos estaban todos reunidos a su alrededor como los apóstoles alrededor de Pedro, y que aquello de lo que éramos testigos era al mismo tiempo la renovación y la continuidad de la Iglesia.

Un episodio memorable que me conmovió profundamente
Probablemente el cambio más significativo llegó con la promulgación de la Sacrosanctum Concilium. Teníamos que empezar a acercarnos a la liturgia de manera diferente. En el seminario aprendimos que se podía concelebrar la Eucaristía, y los que de nosotros estaban ordenados no deberían celebrar la misa individualmente, cada cual frente a los pequeños altares de la cripta. El Concilio había establecido que podíamos concelebrar todos juntos alrededor del mismo altar. Ese fue probablemente, creo yo, el cambio más visible y sensacional de cómo se renovaba la liturgia. Comenzamos también a escuchar que la lengua vulgar se usaba en la liturgia, y empezamos a rezar en el seminario las Vísperas solemnes en inglés, mientras que antes se había hecho siempre en latín. Estos son un par de ejemplos de la manera en que experimentamos los cambios del Concilio recién introducidos.
De todos modos, el momento probablemente para mí más intenso fue asistir a la solemne clausura del Concilio por el papa Pablo VI. Yo estaba en pie entre aquel enorme gentío mirando la procesión de los obispos que se dirigían a la Basílica de San Pedro, mientras escuchaba al Santo Padre promulgar una serie de decretos conciliares y anunciar la clausura del Concilio. Este fue el momento visualmente más emocionante.

Hemos sido testigos del “aggiornamento”
En sus visitas a Roma durante las sesiones conciliares, nuestro obispo tenía por costumbre invitarnos a comer a los estudiantes. Recuerdo que nos dijo muy claramente que los jóvenes seminaristas estábamos asistiendo a algo que íbamos a recordar durante toda la vida: la Iglesia atravesaba un proceso de renovación, pero la renovación estaba anclada en su historia. Teníamos el privilegio de vivir en Roma en un período en el que podíamos ser testigos oculares de ese “aggiornamento” en el contexto de la bimilenaria historia de la Iglesia. Nunca lo he olvidado. Todo el desarrollo y el cambio ha de ser considerado en esta continuidad y en el vínculo con la gran Tradición que hemos recibido. Aunque siempre había cultivado un amor por la historia de la Iglesia, mi interés por los escritos de los Padres de la Iglesia creo que se remonta precisamente a esta experiencia romana.

La Inmaculada Concepción y el Colegio Norteamericano
Lo que reconocemos en el origen del Colegio Norteamericano es el deseo, tanto por parte del Santo Padre como de los obispos americanos, de ofrecer un lugar de formación para los futuros sacerdotes que luego iban a volver a los Estados Unidos con dos beneficios específicos. Ante todo con una excelente preparación teológica, gracias a la oportunidad de asistir a las universidades romanas. En segundo lugar, naturalmente, una formación en el contexto de la presencia del Papa, en Roma. Cada seminarista desarrollaría de este modo una experiencia personal de cariño y estima por Pedro.
La fundación del Colegio va ligada a la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. Parecía realmente justo que se le colocara bajo la protección de la Virgen bajo el título de la Inmaculada Concepción. Ella sigue teniendo este papel especial de patrona del Colegio Norteamericano, en el registro que documenta su permanencia esta fórmula: Reversus in patriam ad predicandum Evangelium. De este modo se cierra el registro del nombre de un estudiante, lo que significa que el estudiante ha sido ordenado sacerdote y luego ha vuelto a su país a predicar el Evangelio. Es el objetivo del Colegio desde sus comienzos y sigue siéndolo para los estudiantes de hoy. Este año, mientras celebramos el ciento cincuenta aniversario de las apariciones de Lourdes, se nos recuerda que todo ello ocurre bajo la mirada atenta y amorosa de María.

1899. El papa León XIII condena el “americanismo”
En aquella época estábamos viviendo en América algo que probablemente ya se había experimentado en otras partes del mundo. Históricamente siempre había habido cierta tensión entre los miembros de las Iglesias locales y la Santa Sede. Creo que la decisión [del Papa de promulgar la carta sobre el “americanismo” Testem benevolentiae, n. de la r.] fue tomada para asegurarse de que hubiera un vínculo intelectual y afectivo entre los sacerdotes, y por consiguiente con su grey, y Roma. La decisión de fundar el Colegio había nacido en parte precisamente de la idea de que se pueden evitar los conflictos si nuestro pueblo y nuestros sacerdotes tienen un vínculo personal y afectivo con la Santa Sede y la persona del Papa. Y esto nos lleva al motivo por el que estamos tan contentos por la visita del papa Benedicto. Su mensaje, hecho concreto con su presencia entre nosotros es: Pedro está con vosotros, y vosotros estáis unidos a Jesucristo mediante Pedro. Fue la razón por la que fundamos el Colegio hace ya tantos años: evitar cualquier posibilidad de fragmentación dentro de la Iglesia.

Benedicto XVI y Donald Wuerl el 29 
de junio de 2006 durante la entrega 
de los palios a los nuevos arzobispos

Benedicto XVI y Donald Wuerl el 29 de junio de 2006 durante la entrega de los palios a los nuevos arzobispos

Los dones del Papa
Los frutos de la visita del Papa serán evidentes en numerosos sectores. Primero, en los Estados Unidos se está preparando –hace ya tiempo– una completa renovación de la catequesis. Los obispos de los Estados Unidos han trabajado realmente con diligencia en los últimos diez años para preparar y ofrecer material catequético y educativo que ayude a informar mejor a nuestros fieles, especialmente a los jóvenes. Somos testigos de un reflorecimiento de la fe en la Iglesia estadounidense: un renovado compromiso catequístico que pone en evidencia que en muchos de nuestros jóvenes existe la conciencia creciente de la necesidad de formar parte de la Iglesia.
En segundo lugar está precisamente el crecimiento de un nuevo interés por la fe por parte de los jóvenes americanos. Recientemente tuve la oportunidad de participar en una iniciativa llamada “Teología a la caña” en la que los jóvenes son invitados a una taberna. Aquella vez había unos 350 estudiantes en edad de college y se habló de la fe y de lo que ésta significa para ellos. La visita del Santo Padre refuerza esta renovación, este abrazo de la Iglesia a nuestros jóvenes.
En fin, el tercer ámbito donde veremos sin duda alguna los frutos de la visita del Santo Padre será el de la consolidación de nuestros sacerdotes en la unidad con él y con la Tradición apostólica. ¡Nuestros sacerdotes trabajan realmente duro! Y habiendo menos sacerdotes que antes, trabajan aún más. Sin embargo hoy tenemos en nuestros programas vocacionales un número creciente de jóvenes, en esta archidiócesis hay setenta que están en formación con vistas al sacerdocio, y para todos ellos el Santo Padre es una fuente de inspiración y una guía. Y será de gran aliento.
Estos son, pues, los tres frutos que veremos: la renovación de nuestro compromiso en el relanzamiento de la catequesis, el despertar de la fe entre nuestros jóvenes, la confirmación de nuestros sacerdotes en su ministerio.

¿Es más fácil ser seminarista hoy que en mis tiempos?
Cuando estaba en el seminario nuestro programa de formación estaba mucho más reglamentado. Se nos sometía a regímenes y horarios severos. Pese a ello doy gracias a Dios por haber experimentado aquel estilo de formación. Estaba muy estructurado, pero éramos beneficiarios de una gran herencia de formación y de tradición. Hoy en nuestra cultura las cosas han cambiado tanto que la formación se realiza de manera muy distinta, aunque sigue siendo muy exigente. Pero es la adecuada para el momento actual. Pienso que no seríamos capaces de responder a todas las cuestiones que hoy tenemos frente a nosotros si no tuviéramos programas de formación tan desarrollados. De todos modos, pienso con gran nostalgia y amor en el Colegio Norteamericano y aprecio el modo en que fuimos formados en aquellos años.
Pero yo no daría marcha atrás. ¡La formación actual está bien hecha! Y aliento a los jóvenes a venir a vivir hoy la experiencia de la llamada a la vocación. Quisiera invitar a todos los jóvenes a venir a intentar responder a la llamada de Dios, así como hice yo hace ya tantos años. He vivido el gozo de responder a la llamada de Jesucristo y experimentar la formación sacerdotal y luego de mi ordenación. Invito a quienes están en el camino del discernimiento vocacional a hacerlo en el contexto actual de la formación sacerdotal: en el Colegio Norteamericano podéis vivir, hacer discernimiento y ser formados para el sacerdocio bajo la hermosa protección de la Inmaculada Concepción.


(Conversación con Giovanni Cubeddu revisada por el autor)


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