El mismo amor de Cristo

por el cardenal Roger Etchegaray

El cardenal Roger Etchegaray con Alexis II

Se dice a menudo que yo soy amigo personal del patriarca Alexis II, lo cual es sin duda alguna cierto.
Y para ser sincero, nuestra amistad viene de muy lejos.
Conocí al metropolitano Alexis II en El Escorial de Madrid, a finales de abril de 1969. Yo acababa de ser nombrado responsable de la Conferencia Episcopal de Europa, y él formaba parte de la presidencia de la KEK, la Conferencia de las Iglesias Cristianas. En aquel primer encuentro, ni que decir tiene, ya nos entendimos; él tenía grandes proyectos ecuménicos, porque lo que deseaba, como yo, era un acercamiento entre las Iglesias, y entre la Iglesia católica y la Ortodoxia rusa en especial. Puedo decir que durante cuarenta años, cada año nos veíamos o por lo menos nos escribíamos, y nuestra correspondencia demuestra que los vínculos se han venido reforzando, y se han concretizado las iniciativas comunes que hemos emprendido juntos, hasta organizar los dos en 1978 la primera reunión europea de obispos del Este y el Oeste en Chantilly, Francia.
En él encontré un hermano, exigente pero realmente afectuoso, tan comprensivo que en mis ponencias nunca tuve ninguna dificultad a la hora de hablar, de manera sincera y sin esconder nada, de lo que habría que hacer para atraer las simpatías de las personas. De todo corazón hemos tenido muchas posibilidades de trabajo común, casi en todas las partes de Europa, aunque a veces era difícil en pleno régimen comunista.
En estos últimos años nos hemos visto aún más a menudo.
He realizado muchos viajes a Moscú, y he visto que en los colaboradores del ahora patriarca Alexis II asombraba el afecto entre nosotros, porque no era nada sentimental, sino que éramos dos amigos que se encontraban con la voluntad común de que sus dos Iglesias se acercasen. Pido perdón si me veo obligado a hablar de mí, pero yo fui el único católico invitado a Moscú para participar en la gran fiesta por los quince años como Patriarca de Alexis II. Recuerdo perfectamente sus palabras: «Eres un buen amigo, y tenemos muchos motivos para acercarnos».
Y además hay una cosa que para mí es muy significativa: solo hace unos meses, nada más enterarse del accidente que tuve, me llamó por teléfono a la clínica donde estaba casi inmóvil en la cama: la voz del patriarca Alexis en alemán me confortaba y atestiguaba toda su amistosa lealtad. Poco tiempo antes nos habíamos visto en París, y habíamos hecho mucho por facilitar este histórico viaje: el primer patriarca ruso recibido oficialmente en París, con el presidente Sarkozy a su lado…
Dos Iglesias distintas pero, lo sabemos, hermanas, realmente hermanas. ¡Quiere decir mucho el que dos Iglesias se reconozcan como hermanas! Y entonces la intimidad era tanta que pudimos rezar mucho juntos, tanto en la capilla de su residencia moscovita como en la mía de Marsella. La capilla es el lugar de oración donde nos hemos sentido más cerca el uno del otro. La capilla, es decir, el lugar donde está Dios, un mismo Dios, un mismo Cristo. Claro que nadie es perfecto, podemos echarnos en cara muchas debilidades, pero la debilidad misma estaba como borrada por el amor de Cristo.
Nunca hay que olvidar lo que llegó a conocer la Iglesia rusa bajo el régimen comunista. Releyendo la historia de aquella Iglesia, sobre todo desde 1917, se ve que ha sufrido mucho y que ha luchado de manera admirable para proteger con los mártires su fe. Así ha conseguido mantener realmente la fe en sus fieles. En un contexto ateo o secularizado no es fácil vivir la fe, pero quizá en Rusia más que en otras partes puedes contar con los fieles.
Rezo mucho por los fieles rusos. Por sus pastores, por sus metropolitanos. Hay que llevar en el corazón a todas las Iglesias en sus diferencias. El camino de todas es un camino de verdad, sin duda alguna. Pero sobre todo de misericordia.

(Conversación con Giovanni Cubeddu, revisada por el autor)