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AFRICA
Sacado del n. 04 - 2008

Somalia, un país en el caos


Somalia: un Estado que no existe, una guerra sin fin, una nación que vive en el abismo de la catástrofe humanitaria. La larga búsqueda de la paz


por Davide Malacaria


Mogadiscio

Mogadiscio

Catástrofe humanitaria. Es la expresión más usada en los documentos oficiales, en los informes, en las declaraciones relativas a Somalia. Pero sirve sólo para dar una pálida idea de lo que está sucediendo en este remoto rincón del mundo. Tras la caída del régimen de Siad Barre (1991), el país se ha hundido en el caos. Un destino del que se ha salvado en parte Somalilandia, en el noroeste (que se declaró independiente en 1992), y Puntlandia, en el noreste (que en 1998 proclamó su autonomía). En el resto del país, se ha consumado durante trece años la tragedia de una guerra de bandas. En este periodo, la comunidad internacional ha tratado de poner remedio de alguna manera: trece intentos de poner en marcha un proceso de paz fracasaron. Luego, a finales de 2004, el giro: las presiones internacionales logran poner de acuerdo a los varios señores de la guerra y crear un Parlamento, elegir a un presidente y designar un gobierno de transición que, en espera de trasladarse a Mogadiscio, se establece en la ciudad somalí de Baidoa. La pacificación parece estar al alcance de la mano. Pero, como sucede a menudo con los asuntos africanos, todo se para.

El caos
En los primeros meses de 2006 Mogadiscio estalla de nuevo. Algunos señores de la guerra, apoyados por Estados Unidos que desde hacía tiempo temían el peligro de infiltraciones de Al Qaeda en el país, se reúnen en un improbable cartel para la lucha contra el terrorismo y se enfrentan con las Cortes islámicas, instituciones arraigadas en el territorio y fundadas en la religión islámica. Pero, por sorpresa, en poco tiempo las Cortes se imponen y conquistan el control de la ciudad. Comienza así el enfrentamiento entre Cortes y gobierno de transición. En la Navidad de 2006, infausta simbología de las fechas, las tropas etíopes cruzan la frontera en apoyo del gobierno de Baidoa. Los Estados Unidos dan su beneplácito, Es más, como ayuda, bombardean. Las Cortes son derrotadas. Pero es mera apariencia: los dos años siguientes se caracterizan por una lucha sin cuartel entre el ejército etíope, apoyado por las escasas fuerzas del gobierno de transición, y la guerrilla, en un sinfín de atentados, bombardeos, asesinatos y horrores de todo tipo.
«En realidad», explica Nino Sergi, secretario general de Intersos, ONG italiana que trabaja en situaciones de conflicto, presente en Somalia desde 1992, «los Estados Unidos cometieron errores gravísimos en esta ocasión. El ataque tuvo lugar cuando las Cortes islámicas comenzaban a perder el apoyo popular que había caracterizado su victoria. Además, el hecho de que el gobierno de transición estuviera apoyado por Etiopía lo desacreditaba (como desacreditaba a los Estados Unidos que sostenían esta acción), ya que los somalíes consideran este país como un enemigo histórico. Pero lo más grave es que la incursión de los militares etíopes tiene lugar después de la deliberación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que establece el envío de una fuerza multilateral africana con funciones de peacekeeping. La intervención unilateral de Estados Unidos y Etiopía está en contradicción evidente con lo establecido por la ONU».
Pero el resultado no fue el que se imaginaban los estrategas americanos. Las tropas de ocupación se han visto empantanadas en una guerra de guerrillas de la que no se vislumbra el fin. «Después de la victoria de las Cortes islámicas se creó un Grupo de contacto, del que forman parte Estados Unidos, Noruega, Unión Europea, Italia, Inglaterra, Suecia, IGAD [organismo que reúne a los países del África oriental, n. de la r.], ONU, a los que se han ido sumando otros países. Su objetivo era supervisar la situación y sostener el proceso de paz», recuerda Mario Raffaelli, delegado especial del gobierno italiano para Somalia. «Pero en seguida surgieron dos sensibilidades distintas: unos pensaban que la intervención armada lo resolvería todo y otros, como nosotros, pensaban que había que buscar un compromiso político. Ahora, sin embargo, también los partidarios de la primera opción se han acercado a nuestras posturas». Un cambio, sigue diciendo Raffaelli, que tuvo lugar en noviembre y que coincidió con la elección del nuevo primer ministro somalí: Nur Hassan Hussein, que durante años fue secretario general de la Media Luna Roja somalí. «El nuevo jefe de gobierno, afirmó en sus primeros discursos que las prioridades de Somalia no son solamente la lucha contra el terrorismo, sino también el respeto de los derechos humanos y civiles de la población y el desarrollo del mundo del trabajo. Declaró, además, que quiere emprender una reconciliación con la oposición, y no solamente la interior, sino también la que actualmente está en el extranjero, en Asmara».
La oposición de Asmara, la llamada Alianza para la Nueva Liberación de Somalia, agrupa las Cortes islámicas y a algunos exponentes políticos expulsados del Parlamento somalí. La decisión de elegir la capital eritrea como sede no se debe a la casualidad, ya que la guerra que se combate en Somalia es también una guerra por la hegemonía en el Cuerno de África entre Etiopía y Eritrea. «El verdadero problema es que las Cortes no controlan a todos los milicianos presentes en Somalia», explica monseñor Giorgio Bertin, obispo de Yibuti y administrador apostólico ad nutum Sanctae Sedis de Mogadiscio. «Hay otros grupos en el terreno, los llamados shebab, término que quiere decir “jóvenes”, que son expresión de un islamismo fundamentalista. Y pensar que en Somalia no había habido nunca integralismo religioso... ha arraigado en los últimos años. La situación era desesperada; y cuando la situación es desesperada la gente se agarra a un clavo ardiendo...».
La infiltración del fundamentalismo islámico ha complicado el cuadro general. Raffaelli recuerda que fueron precisamente estos grupos los que llevaron a cabo atentados y asesinatos, cuando se intentó, en vano, hallar un compromiso entre las Cortes y el gobierno de transición. Y hoy también hacen que sea difícil el camino de un posible y nuevo diálogo. «Los mensajes de apertura que hace el primer ministro están dirigidos a la oposición de Asmara, que representa el 70-80 por ciento de los opositores», explica Raffaelli. «Si se llegase a un compromiso político entre las dos partes, el enfrentamiento militar disminuiría radicalmente... ».

La catástrofe humanitaria
La situación humanitaria es horripilante. «Son casi dos millones los somalíes que han encontrado refugio en el extranjero tras la caída de Siad Barre y el comienzo de la guerra», explica Sergi: «Una cifra enorme, si consideramos que el país, a principios de los años noventa, contaba siete u ocho millones de habitantes». Los miembros de Intersos realizan varias actividades asistenciales en Somalia, pero no cabe duda de que la an alejarse los que huyen. En este caso se trata de gente que no dispone de medios ni de dinero. Termina diciendo el documento: «Los desplazados de Afgoy han recorrido sólo 20-40 kilómetros para salvar sus vidas, son las personas más vulnerables sobre la faz de la tierra en este momento». Son 400.000, quizás más, de un total de casi un millón de desplazados en Somalia. Pero al número de los desplazados somalíes hay que añadir los centenares de miles de refugiados que han encontrado asilo en los campos de refugiados en el extranjero...
Según Unicef dos millones de somalíes «carecen de agua potable, servicios higiénicos de base, cuidados médicos y protección». Y la mortalidad infantil es una de las más altas del mundo. Aunque no dispone de jerarquías eclesiásticas ni de sacerdotes, la pequeña grey que está en Somalia, realmente pequeña en lo específico, ha intentado aliviar los sufrimientos de la población local, pagando un alto precio en sangre. Después del homicidio de sor Leonella Sgorbati, también las religiosas que trabajaban en el hospital de Mogadiscio, ultima presencia pública de la Iglesia, tuvieron que dejar el país. Pero la Iglesia, explica Davide Bernocchi, director de la cáritas somalí, sigue trabajando a través de los canales más disparatados. La obra más importante de la cáritas somalí es el dispensario de Baidoa, al que cada día llega una pequeña multitud de pacientes. Con el tiempo se ha ido instaurando una estrecha colaboración entre la Cáritas y las estructuras caritativas islámicas, dice Bernocchi, que añade: «La emergencia de los desplazados nos ha dado la posibilidad de crear una colaboración con la organización Islamic relief, con sede en el Reino Unido, que es conocida por su seriedad. Esta organización, además, tiene un acuerdo de cooperación con la “Cafod” –la Cáritas de Inglaterra y Gales–, que prevé una cláusula de reciprocidad, como garantía de la buena fe de ambos socios. Construir este diálogo hecho de acciones que promueven la dignidad humana es, para mí, muy importante, porque es un mensaje en sí mismo, tanto para un ambiente marcado por la intolerancia religiosa, como para gran parte de la sociedad occidental, que con extrema facilidad acusa al sentimiento religioso de generar sólo divisiones. Todos mis colegas somalíes son musulmanes y, al igual que nosotros en la nuestra, hallan en su fe energías positivas para ayudar a los que lo necesitan».

La vida bajo las bombas
Durante los pasados meses de marzo y abril hubo en Mogadiscio nuevas batallas aún más cruentas. Un enfrentamiento sangriento, casa por casa, que causó miles de muertos. A pesar de que los enfrentamientos terminaron, no cesan en Mogadiscio los atentados, asesinatos y las violencias.
Y, sin embargo, en esta ciudad desolada hay algo que no pertenece a la desolación. Nos habla de ello Sergi: «Puede suceder que dando vueltas por la capital y mirando más allá de los edificios destruidos, uno encuentre hospitales que funcionan, escuelas abiertas, ONGs locales que trabajan en el campo social. Una realidad viva que, a pesar de todo, ha creado obras asistenciales o empresariales capaces de trabajar incluso sin la ayuda de las organizaciones internacionales. Por ejemplo, un día me topé con un instituto de estudios superiores que realiza cursos de management y organización de empresas... una estructura estupenda. Y hay también asociaciones de profesores, de médicos... realidades que pensamos deben participar en el proceso de reconstrucción del país». Así nació la Conferencia de Roma, que se celebró en noviembre, con el fin de crear un foro de la sociedad civil somalí. «La idea es crear un organismo estable, que pueda sostener las débiles instituciones somalíes... En un país donde falta todo, podría ofrecer esa aportación de inteligencia, de conocimientos específicos, de profesionalidad, que los miembros del Parlamento somalí no poseen».
Somalia, sigue diciendo Sergi, ha sido una especie de laboratorio. Aquí, en los años noventa, se desplegó la UNOSOM, la misión de la ONU que, impulsada por los Estados Unidos, debía divulgar el nuevo orden mundial: tras la caída del Muro de Berlín, los Estados Unidos se presentaban como potencia hegemónica capaz de administrar las cuestiones del mundo gracias a su poder militar, en este caso bajo el paraguas protector de las Naciones Unidas. Por una trágica némesis, allí donde debía revelarse el nuevo orden mundial, se generó un caos sin precedentes... «Pero hay que salir del caos», sigue diciendo Sergi. «La inestabilidad en que está hundida Somalia puede ampliarse y abarcar un área más vasta, con consecuencias incalculables. Hay que restablecer la paz. Y esto no puede hacerse si no se van las tropas etíopes. Es una condición necesaria».

La frágil esperanza
Las tropas etíopes ya tenían que haber sido reemplazadas, según establece una deliberación de la ONU, por fuerzas de la Unión Africana. Por desgracia, de los ocho mil militares previstos, han llegado sólo dos mil. Pero la solución política es necesaria, dice monseñor Bertin, porque sin reconstruir el Estado no habrá paz.
Tres son los nudos que, según Raffaelli, se han de resolver. El primero es la seguridad: retiro de las tropas etíopes y llegada de otros fuerzas; tras abandonar la hipótesis de emplear militares africanos, se trabaja ahora para enviar fuerzas más eficaces, siempre con mandato ONU. Paralelamente se trata de llegar a un acuerdo de cese del fuego que permita desplegar dichas fuerzas sin más tropiezos. El segundo problema concierne al compromiso institucional. Aquí las opciones son varias: formar un gobierno de coalición entre el gobierno de transición y la oposición o, más sencillamente, lograr que las partes acepten un reconocimiento del papel político, y legítimo, de la oposición. El tercer nudo se refiere a las garantías necesarias que las Naciones Unidas, y la comunidad internacional en general, serán capaces de dar para que dicho compromiso resulte creíble y efectivo.
«Algo se está moviendo», concluye Raffaelli: «El gobierno de transición no sólo ha mandado mensajes de conciliación a la oposición, sino que ha formalizado esta propuesta de diálogo en una “hoja de ruta”. Además, a principios de abril una delegación de la Alianza para la Nueva Liberación de Somalia se entrevistó en Nairobi con representantes de las Naciones Unidas y de la Unión Europea. Un encuentro que ha conducido la oposición hacia una lógica de diálogo. El paso siguiente será formar dos delegaciones, del gobierno y de la oposición, para que den comienzo a los contactos directos. Podría ser un giro copernicano...».
Una frágil esperanza, que debe sobrevivir a las bombas, a las emboscadas y a los asesinatos. «La esperanza puede prevalecer sobre el pesimismo y la resignación si está acompañada por la fe y es alimentada por la oración: esta es la mejor contribución que la Iglesia puede seguir ofreciendo junto con otras personas e instituciones de buena voluntad», declaró monseñor Bertin en una reciente entrevista. Palabras felices.


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