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RECONSTRUCCIONES
Sacado del n. 04 - 2008

1978. GIORGIO NAPOLITANO EN EE UU

En busca de la solidaridad nacional


El primer viaje a Estados Unidos de Giorgio Napolitano, durante los días del secuestro de Moro. La reconstrucción de Joseph La Palombara


Entrevista a Joseph La Palombara por Giovanni Cubeddu


Napolitano durante el viaje a Estados Unidos en abril de 1978

Napolitano durante el viaje a Estados Unidos en abril de 1978

Un viaje realizado exactamente hace treinta años. «En los últimos días Napolitano ha estado en Yale, en Nueva York y en Washington. En Yale, además de los numerosos encuentros con profesores y estudiantes, el dirigente comunista ha intercambiado ideas y opiniones con el profesor Joseph La Palombara, además de con prestigiosos economistas como James Tobin y acreditados estudiosos de ciencias políticas como Robert A. Dahl. En Nueva York, durante el mismo día, pronunció una ponencia en el Lehrman Institute y otra en el Council on Foreign Relations, a las que siguieron breves aunque intensas discusiones. Tanto en el Lehrman como en el Council estaban presentes importantes representantes del mundo económico, universitario y periodístico. En Washington el camarada Napolitano participó en un seminario sobre Italia y sobre el PCI organizado por la Johns Hopkins University y el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de la Georgetown University y fue largamente entrevistado por uno de los canales de la televisión pública. Participó, en fin, en una comida en su honor dada por el embajador de Italia en los Estados Unidos, a la que habían sido invitados algunos representantes del mundo periodístico de la capital americana».
Alberto Jacoviello, entonces corresponsal de L’Unità en Washington, introducía con estas palabras al lector a una entrevista con el alto dirigente del Partido Giorgio Napolitano, miembro de la Dirección y responsable del Departamento económico. Con estilo sobrio pero adjetivación bien meditada (Jacoviello tuvo que mandarle antes el texto al entrevistado y recibió sus correcciones) quería subrayar la importancia atribuida al acontecimiento. El viaje, en efecto, había sido un unicum en su especie. Aunque otros inscritos al Partido habían podido anteriormente celebrar pequeñas conferencias en América, Napolitano fue el primer líder del PCI admitido como tal en Estados Unidos –es decir, no como simple miembro de delegaciones parlamentarias, regionales o municipales– gracias a un visado de entrada concedido en clara derogación de la legislación ideológica y restrictiva (comenzada con el Smith Act de 1940, y seguida por el McCarran Act de 1950), que impedía conceder visados a quienes fueran una “amenaza” para el país, y los comunistas formaban parte de esta categoría. En su estancia, desde el 4 hasta el 19 de abril de 1978, Napolitano se hizo portador de la esperanza de que los americanos comprendieran mejor al PCI, su recorrido, su peculiar acercamiento al eurocomunismo, y que aceptaran, en fin, la anomalía italiana y el compromiso histórico. Sin embargo, cuando por fin llegó a América, Aldo Moro había sido secuestrado hacía más de dos semanas. Escribirá Napolitano, el mes de mayo siguiente, en Rinascita (en un artículo titulado Il Pci spiegato agli americani) como comentario final de su permanencia en los Estados Unidos: «De todos modos, es cierto que se ha encendido un interés [hacia el PCI, n. de la r.], que se han abierto canales de comunicación y de confrontación. Hay que aprovecharlos, aunque el camino no será fácil».
Los interlocutores estadounidenses de Napolitano fueron académicos y personalidades con intereses político-culturales. Ningún miembro del Congreso o de la Administración: este era el límite que no se podía traspasar. El 7 de noviembre del 77 de la Princeton University le llegó al dirigente comunista una carta de confirmación de la invitación para que pronunciara en la universidad algunas lectures, y se subrayaba el apoyo del profesor Peter Lange de Harvard, adonde dos años antes Napolitano, en cambio, no había podido ir, por habérsele negado el visado. En la carta se le pedía significativamente al huésped italiano que afrontara los temas que más curiosidad despertaban en los americanos: «La intervención del Estado en la economía», «planificación, política monetaria, fiscal, económica»; y luego, claro está, «un tema internacional o nacional de especial relevancia para Italia y para Europa». Todos eran temas-clave, auténticos tests, en el fondo, para demostrar que no había en principio compatibilidad con el Occidente y con la OTAN en una situación en la que todo apuntaba a que el PCI estaba “destinado” a gobernar, sobre todo tras el excelente 34,4 por ciento conseguido en las elecciones generales de 1976.
Como fondo de aquellos años estaban el período inaugurado por el Acta de Helsinki en 1975, la distensión entre los dos bloques, las iniciativas Salt para el desarme EEUU-URSS, la aparición en el escenario de la idea del eurocomunismo. Pero también es verdad que los tres artículos firmados por Berlinguer en Rinascita, desde el 28 de septiembre al 12 de octubre de 1973, que proponían el “compromiso histórico”, habían tomado pie del 11 de septiembre de aquel año: el golpe chileno de Pinochet y el asesinato de Salvador Allende.
Giorgio Napolitano aterrizó en los Estados Unidos con este bagaje. Su viaje fue también la coronación de aquella “política de contactos” comenzada hacía tiempo entre la embajada de Roma y algunos miembros del PCI, en secreto (con agentes bajo cobertura diplomática y todo), reservado y público (aunque prestando mucha atención). El giro imaginado con la elección de Jimmy Carter, que habría debido significar una revisión de la política americana hacia el comunismo, no sólo tardaba en llegar, sino que incluso no era nada fácil comprender el camino que emprendería el nuevo presidente Carter.

Los “italianistas”
Joseph La Palombara comenzó a interesarse por Italia en la inmediata posguerra. Sus primeros ensayos sobre Italia se remontan a los años cincuenta, y, como politólogo, ha sido el padrino de muchos “italianistas” de las generaciones académicas siguientes. La facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Yale está siendo reformada actualmente, y una parte está ubicada en una sucursal con el sobrenombre de “The diner” («El restaurante») por su aspecto arquitectónico. En la entrada hay un retrato suyo: tradicional gesto de gratitud de la facultad hacia sus insignes eméritos. A favor del pintor hay que decir que la argucia y el sentido del humor que el retrato expresa sobre el sujeto responden todos a la realidad, aunque en vivo sobresalen aún más. El curriculum del profesor La Palombara es muy rico, comprende infinitos viajes a Italia y dos años (1980-81) como jefe del Cultural Office de la embajada de EE UU en Roma. Fue uno de los organizadores de aquel primer y simbólico viaje y testigo ocular de su génesis.
Comencemos por el recuerdo del pequeño grupo que con él vio en Napolitano al guía ideal de los académicos estadounidenses para el eurocomunismo: «El profesor Stanley Hoffman de Harvard, el llorado colega Nick Wahl, que entonces enseñaba en la Princeton University, y el profesor Zbigniew Brzezinski, entonces docente en la Columbia University pero también consejero de Seguridad Nacional del presidente Jimmy Carter». En realidad, un intento de apertura hacia los “eurocomunistas” ya había sido comenzado antes de las elecciones presidenciales de 1976; «Hubo una carta de Wahl, firmada por Hoffmann y por mí y enviada a la Casa Blanca», dice La Palombara. «Queríamos indagar si el ejecutivo estaba dispuesto a adoptar una interpretación más suave del famoso Smith Act, y hacer alguna excepción para un número limitado de eurocomunistas europeos que considerábamos importantes». Pero el resultado fue, como sabemos, negativo. Se encargó de bloquear todo el proceso Helmut Sonnenfeldt, consejero del Departamento de Estado dirigido por Kissinger. «El secretario de Estado se opuso firmemente. Cuando nos vimos en una Los primeros intentos de contacto entre el personal de la oficina política de la embajada norteamericana en Roma y representantes del PCI, en realidad, se remontaban, por lo que se sabe, a 1969. Como también los que se realizaron “bajo cobertura” de la Intelligence, que redactó luego en 1975 un informe (conocido como “informe Boies”, por el nombre del funcionario redactor, Robert Boies) que iba en dirección contraria de la opinión del secretario de Estado, y precisamente por esto no cambió el estado de cosas. «La dialéctica entre diplomacia e Intelligence es un problema cíclico», explica La Palombara. «El texto de Boies estaba dictado por la convicción de que en breve tiempo el PCI llegaría al poder. Varios personajes que en aquella época atestiguaron en el Congreso sobre el “caso Italia” estaban convencidos de ello, y las elecciones de 1976 confirmaron el gran avance comunista. Escribí en aquel momento que yo también me esperaba al PCI en el gobierno, pero no solo y no sin problemas. Como así ocurrió».

Enrico Berlinguer, secretario del PCI, le estrecha la mano a Aldo Moro, presidente de la DC, el 20 de mayo de 1977; en la foto, Giorgio Napolitano está 
a la izquierda del secretario del PCI

Enrico Berlinguer, secretario del PCI, le estrecha la mano a Aldo Moro, presidente de la DC, el 20 de mayo de 1977; en la foto, Giorgio Napolitano está a la izquierda del secretario del PCI

Llegan Carter y Brzezinski
Noviembre de 1976, elección de Jimmy Carter. En diciembre nombra respectivamente como secretario de Estado y consejero de Seguridad nacional a Cyrus Vance y a Zbigniew Brzezinski. La idea de invitar a los comunistas y socialistas europeos más “moderados” e interesantes (como el español Carrillo, el portugués Soares, y Napolitano) vuelve a circular. «Antes de hacer una petición formal a la administración, de todos modos, hemos hecho sondeos… a Cyrus Vance ya lo conocía de antes, como miembro del consejo de administración de la Yale University. “Zbig” Brzezinski, que ahora era consejero de Seguridad Nacional, podía ya decirnos si la idea era aceptable». ¿También el presidente Carter había sido informado? «Sí, porque Brzezinski desde luego no podía cambiar solo la política de los visados a los dirigentes comunistas. Además, para ello era necesario un trabajo de preparación con el Congreso americano, y con nuestros sindicatos, AFL-CIO, ferozmente anticomunistas desde siempre. En fin, no era suficiente que Brzezinski llamara a la puerta del presidente, sobre todo tras las elecciones italianas de 1976».
Se ha dicho y escrito mucho sobre la diferencia real o supuesta entre la oposición dura y tradicional al comunismo internacional de la era Nixon-Kissinger (incluso en los gestos llamativos del diálogo con Moscú) con respecto al enfoque, que ya se preveía más comprensivo, de la presidencia Carter. Para La Palombara la realidad está en este episodio: «Invité a Yale a una personalidad soviética, el director del Instituto para el Estudio del Estado, el señor Arbatov, poco después de las presidenciales del 76. Antes de viajar a Washington Arbatov me dijo: “Será maravilloso encontrar en la capital una política hacia nosotros completamente distinta de la anterior”. Le pregunté qué le llevaba a pensar eso. “Kissinger ya no está, Brzezinski es mucho más disponible y empieza a abrirse a los comunistas de Europa…”. “Con todo respeto”, le dije, “ha de entender usted que será muy difícil cambiar de política, el presidente Carter solo no puede, aquí entra en juego también el Congreso”. Él respondió: “Es suficiente que el presidente diga que la política cambia y que los parlamentarios han de seguirle…”. Respondí: “Quizá en su Instituto no han entendido ustedes totalmente la dinámica de nuestro sistema: no es así”. Mientras Arbatov insistía en que ahora estaba Brzezinski, zanjé la conversación diciendo: “Escuche, tienen ustedes que darse cuenta de que el puesto que antes ocupaba un alemán –que desde luego no siente simpatías por el sistema soviético, y quizá ni siquiera por los rusos–, ¡ahora lo ocupa un polaco!”».

No interferencia, no indiferencia
En marzo de 1977 Vance y Michael Blumenthal (ministro del Tesoro) redactan un memorandum para Carter sobre la política que adoptar hacia Italia y el PCI. En él se ponía de manifiesto la llamada línea de la “no interferencia, no indiferencia” con respecto a las decisiones que tomara el gobierno de Roma sobre la eventual reparto del poder con el Partido Comunista. Simplificando, la tesis era que la democracia de tipo occidental había de ser mantenida y eran los comunistas ante todo los que debían demostrar que estaban a la altura, que por ello tenían que evolucionar (en el memorandum, además, se subrayaba el problema de la concesión de visados a los miembros del Partido). Además, poco antes de la llegada a América de Napolitano el Departamento de Estado había divulgado la famosa declaración del 12 de enero de 1978 que aconsejaba no formar gobiernos ni siquiera “en coalición” con el PCI. Explica La Palombara: «El embajador americano de la época, Dick Gardner, reivindicó en su tiempo –y lo escribió luego en su libro de memorias– que la declaración fue escrita por él tras reunirse en Washington con Carter y Brzezinski. Gardner afirmó que había actuado de aquella manera para oponerse a una interpretación equivocada en Italia y Europa de la llamada “apertura” hacia los comunistas. Preocupación compartida por el propio secretario de Estado Vance… Imposible, pues, que el presidente Carter quisiera correr el riesgo con el Congreso, donde el anticomunismo está en el ADN del parlamentario americano “tipo”». Sigue diciendo La Palombara: «A mi modo de ver, en Washington no había la facultad de comprender que, incluso con los comunistas en coalición, Andreotti habría tenido la capacidad de gobernar y gestionar serenamente las relaciones con el PCI, manteniéndolo a raya. Si me permite, había que sopesar también otra dimensión de Andreotti, por la que algunos en Washington no tragaban que Italia tuviera un papel para nada marginal en el Mediterráneo y con el mundo árabe».
Una cosa es segura, la declaración de enero del 78 no facilita el diálogo, ni la posibilidad para Giorgio Napolitano de echar cables para la comprensión. «Cuando pensamos en invitar a Napolitano era porque pocos como él habrían podido iluminar a mis connacionales sobre el PCI, que no era de estilo soviético y cuyos seguidores no iban por ahí con los bolsillos llenos de bombas. Visto y experimentado de cerca, él resultó ser ex post el personaje ideal», sintetiza La Palombara.

El presidente de Estados Unidos Jimmy Carter con el presidente del Gobierno italiano Giulio Andreotti 
en la Casa Blanca, Washington, 26 de julio de 1977

El presidente de Estados Unidos Jimmy Carter con el presidente del Gobierno italiano Giulio Andreotti en la Casa Blanca, Washington, 26 de julio de 1977

«Un comunista de carne y hueso entre nosotros»
Es el 4 de abril de 1978. Comienza la gira por América. El compromiso histórico puede funcionar, la solidaridad nacional no perjudica de ningún modo los intereses de los Estados Unidos: este era el mensaje que llevaba Napolitano. Pero ¿cómo iba a dirigirse a su auditorio? «Ni Wahl ni Hoffman, y ni siquiera yo, estábamos seguros al cien por cien de lo que podría decir. Además estábamos bastante cohibidos frente a él, porque el visado –como había pasado con Carrillo y los otros eurocomunistas– había sido concedido por un período específico y limitado, y estaba sobre todo subordinado a la necesidad de que declaráramos –si no hora a hora, desde luego sí día a día– en qué parte del suelo americano estaría. Era una exigencia de algún modo contraria a la dignidad que toda persona cree justamente merecer: no se puede investigar sobre la hora en que uno se levanta por la mañana, come o va a descansar… Pero con él pasó esto. Los trámites para conseguir el visado, ya lo sabemos, habían sido muy accidentados».
Comenzó el tamtan. El recorrido contemplaba etapas en las Universidades de Princeton, Harvard, Yale, en el Lehrman Institute, en el Council on Foreign Relations, en la Johns Hopkins y en la Georgetown. Las noticias que le llegaban a La Palombara de los colegas sobre los primeros pasos de Napolitano fueron muy positivas. «Ante todo por la afluencia de estudiantes y docentes, aunque solo fuera para ver a un “real communist in our midst”, “un comunista de carne y hueso entre nosotros”: con el Smith Act en vigor era muy difícil para el hombre de la calle encontrarse con uno de verdad».
En la Universidad de Yale por fin Napolitano fue huésped de La Palombara. «Su intervención estaba programada en el aula principal de la facultad de Ciencias Políticas. Yo la había concedido por el deber de ser amable, porque no me esperaba más de cuarenta o cincuenta estudiantes y algún que otro colega. En cambio hubo gente que tuvo que quedarse fuera del aula». Napolitano habló improvisando y, concluida su introducción, sostuvo el debate replicando a preguntas de todo tipo. Todas iban dirigidas a aclarar el comportamiento que podía esperarse del PCI si llegaba al gobierno. Recuerda La Palombara: «Napolitano se vio obligado luego a corregir amablemente las afirmaciones apocalípticas del auditorio según el cual esta sería la primera vez que los comunistas tomaban el poder en Europa. Explicaba con sencillez la historia europea de la segunda posguerra, con su fina capacidad de saber aceptar las preguntas cortantes y polémicas. Al estudiante “empollón” de siempre que le preguntó: “¿Qué nos dice del comportamiento del PCI durante la guerra de Corea?”, le ilustró con calma el contexto histórico y explicó las razones complejas por las que en aquella época era casi imposible para el PCI distanciarse de Moscú. Luego le confesé a Napolitano que esta cualidad suya de ser moderado mi había asombrado sinceramente, dada la frecuencia con la que brillaba por su ausencia en los debates políticos americanos». Y ¿qué respondió él?: «Confesó que advertía “toda la responsabilidad de haber llegado hasta aquí”, a mi país, que se sentía “como una especie de commando” en los Estados Unidos, que sabía lo importantes que eran también para el futuro de su Partido, en aquellos momentos». Como ya había ocurrido en las otras universidades visitadas, también en Yale insistió mucho Napolitano en el tema de la apertura hacia la izquierda en Italia, en el acuerdo entre todos los partidos con representación parlamentaria, volviendo a menudo al período inmediatamente posbélico, en el que el PCI formaba parte del gobierno. Explicó que existía unidad de visión a la hora de definir los problemas del país y que la “solidaridad nacional” no comprometería la tradicional política exterior italiana.

Etapa en el Council on Foreign Relations
Según La Palombara, sin embargo, hubo un momento en el que la visita a los Estados Unidos alcanzó su resultado más alto: el encuentro del 14 de abril en el Council on Foreign Relations de Nueva York. El auditorio estaba compuesto por grandes abogados, banqueros y dirigentes industriales de importancia internacional. «Puedo atestiguar el estupor de algunos miembros del Council, que quién sabe que se esperaban que dijera este “comunista” italiano desembarcado en Manhattan», comenta el profesor. «Después de mi presentación Napolitano se levantó e hizo una disertación sobre la economía italiana e internacional, sobre todos los problemas reales actuales, en un inglés fluido». En el Council Napolitano afirmó claramente que «Italia no podía permitirse el lujo de la oposición entre el PCI y la DC», aludió al “acuerdo programático” en vigor desde julio del 77 «que no incluía la cooperación [del PCI, n. de la r.] en el área de política exterior», pero recordó inmediatamente después las mociones unitarias votadas en el Parlamento por el PCI y la DC en el otoño del 77 sobre el refuerzo de la Comunidad Europea, sobre la aportación común que habían de dar a la distensión, la reducción de armamentos, y el pleno desarrollo práctico del Acta de Helsinki. Siguió explicando que «el PCI no se oponía ya a la OTAN como en los años sesenta», y terminó con estas palabras su introducción: «El objetivo común es superar la crisis, y crear mayor estabilidad en Italia». «También en la siguiente ronda de preguntas y respuestas», sigue diciendo La Palombara, «su prestación fue eficaz, hasta el punto que uno de los dirigentes del Council le preguntó al final si Napolitano expresaba realmente la línea de su partido. Aquí vacilé, porque no me atrevía a decir que no y ni siquiera a afirmar que aquella era la línea oficial aceptada por el politburó del PCI… Sin duda Napolitano tendía a enfatizar las dimensiones del PCI en las que el enfrentamiento con la DC y Occidente estaba dulcificado, es decir, ilustraba la solución garantizada por Andreotti, según la cual el PCI daría su apoyo parlamentario sin entrar en el gobierno. Pero era una solución que despertaba preocupación en Washington, donde algunos se preguntaban a cambio de qué concesiones “escondidas” aceptaba el PCI esta fórmula. Andreotti pedía la confianza de los americanos, escépticos precisamente sobre este punto, que en cambio él sabía cómo gestionar. Mis connacionales no comprendían y no se fiaban».

Harvard. En esta Universidad Napolitano permaneció desde el 9 hasta el 12 de abril; arriba, respondiendo a las preguntas de un estudiante

Harvard. En esta Universidad Napolitano permaneció desde el 9 hasta el 12 de abril; arriba, respondiendo a las preguntas de un estudiante

El terrorismo “llamado de izquierda”
Hubo un tema que por desgracia salió en todas las discusiones que Napolitano tuvo que afrontar durante su permanencia: el terrorismo en Italia. Algunos llegaron a echarle en cara el famoso artículo aparecido en Il Manifesto solo dos días antes de su llegada a América, firmado por Rossana Rossanda, sobre el Album de familia: fue el profesor Mike Ledeen. «Sin lugar a dudas una cosa de este tipo nunca hubiera podido ocurrir aquí en Yale. El episodio ocurrió durante un desayuno en Washington ofrecido por algunos centros de estudio. Conozco mucho al profesor Ledeen, como lo conoce también el presidente Napolitano, dados los numerosos viajes de Ledeen a Italia, algunos de los cuales realizados durante los dos años en que trabajé en la embajada de Roma. Sobre el vínculo PCI-Brigadas Rojas Napolitano se mostró inflexible: negaba y precisaba vigorosamente que si alguien resbalaba en aquella dirección ninguno de los “compañeros” a nivel territorial lo volverían a aceptar en el Partido. Estas personas eran expulsadas inmediatamente». El giro de conferencias de Napolitano se colocó cronológicamente en el centro de los cincuenta y cinco días del secuestro de Aldo Moro. La Palombara recuerda las primeras reacciones de sus colegas y luego las de su huésped: «Para los “italianistas” americanos fue un shock, no entendíamos bien lo que había ocurrido. Como cada mañana Moro había ido a la iglesia, luego la emboscada… Sobre cómo iba a terminar el secuestro yo era muy pesimista, Napolitano lo era menos, o por lo menos eso quería dar a entender. Yo había conocido Italia recorriéndola durante los “años de plomo”, siempre he sido estudioso de este país, pero ver aquella desviación brigadista fue realmente inesperado. Pensaba que conocía bastante bien a la izquierda italiana, y el fenómeno de las BR me chocó. Recuerdo que Napolitano se pronunciaba de manera poco dulce contra el terrorismo “llamado de izquierda”, consciente de que para la democracia italiana y la izquierda, todavía en proceso de formación, representaba un giro terriblemente negativo». En aquellos momentos La Palombara compartió con Napolitano la percepción de que en Italia se estaba creando un abismo entre los católicos y los comunistas en el desarrollo positivo de las relaciones políticas recíprocas: «Sin duda alguna, porque el caso Moro fue un acontecimiento trágico que fue provocado conscientemente –tomo el título de un libro escrito por el propio Giorgio– In mezzo al guado. Todos los discursos pronunciados por Napolitano en los Estados Unidos se inspiraban en el deseo de aclarar y apuntalar la coalición DC-PCI, exactamente lo que la desviación terrorista quería aniquilar. ¿Cómo piensan que podía sentirse Napolitano, en aquellos días de su primera permanencia americana? He de añadir que la idea de bloquear la tendencia al diálogo entre católicos y comunistas era compartida y anticipada por muchos connacionales míos. Mucho más que en Italia, donde el secuestro del presidente de la DC no fue aceptado inmediatamente como un acontecimiento que cerraba definitivamente la época del diálogo. Esto me hizo estimar mucho a Italia y la naturaleza democrática de los italianos. En comparación con Italia los americanos no somos tan “inteligentes”, tenemos la tendencia a exagerar en la descripción de las situaciones, somos proclives a la ruptura, a polarizar. En cambio los italianos, precisamente en los “años de plomo”, habéis demostrado una capacidad de solidaridad democrática y patriótica que yo considero admirable e impresionante».

Una DC “demasiado” católica
En enero de 1979 la época de la solidaridad nacional se cerró formalmente. «Por desgracia, por desgracia», comenta el profesor La Palombara. Le preguntamos qué supuso en América –todavía en los años en que tuvo lugar el viaje de Napolitano– aquel sentimiento, profundo aunque no declarado, de “desconfianza” hacia la DC, partido aliado, aunque quizá “demasiado” católico. «El factor “Iglesia” en las relaciones atlánticas contó enormemente. También en la estructura de la CIA la presencia de los católicos era enorme… Hay que hacer además otra consideración fundamental: en la inmediata posguerra los americanos habían comprendido que en un país como Italia, sin la presencia de la DC y el intervencionismo –a veces discutible– de la Iglesia, la situación habría sido más difícil. No sólo en Italia, sino también en Europa. Fue una suerte para Italia tener en aquel momento crucial un jefe del gobierno como Alcide De Gasperi, que tuvo no solo la inteligencia sino la fuerza de no atar el gobierno al carro del PCI, que en el equilibrio internacional, debido a la URSS, representaba un problema. Quizá todos los occidentales hemos exagerado con el “peligro comunista”, puedo incluso admitirlo… De todos modos, desde el momento de la primera visita de De Gasperi a los Estados Unidos, en 1947, nació una admiración por la capacidad política de la DC, aunque no faltaran las críticas hacia algunos representantes. Sin embargo, respondiendo así a su pregunta, contaba la Realpolitik. Kissinger, por ejemplo, no era desde luego católico, pero garantizó un fuerte apoyo y sin condiciones a la DC, pues la consideraba factor de su propia estrategia. Y antes que él, naturalmente, también otros secretarios de Estado, como James Byrnes, John Foster Dulles y el inolvidable George Marshall –el programa que llevó su nombre fue, a mi modo de ver, la política exterior de los Estados Unidos que tuvo más éxito en nuestra historia. Los americanos desde luego no comprendían bien los equilibrios internos de la política italiana, pero quienes eran “pro DC” no tenían una actitud condicionada –el “votar tapándose las narices” de Indro Montanelli–, excepto quizá algún que otro intelectual y ciertos colegas míos. Pese a no sentir simpatías por este partido, yo siempre lo he considerado, por realismo, necesario para evitar que la política estadounidense hacia Italia, durante la guerra fría, se convirtiera en materia para la Sexta flota».

Zbigniew Brzezinski con Juan Pablo II, en una audiencia concedida a la Trilateral Commission en 1983, 
Ciudad del Vaticano. Brzezinski conoció al cardenal Wojtyla 
en Harvard en 1976

Zbigniew Brzezinski con Juan Pablo II, en una audiencia concedida a la Trilateral Commission en 1983, Ciudad del Vaticano. Brzezinski conoció al cardenal Wojtyla en Harvard en 1976

La “transición” pagada por Italia
Una pregunta que debemos hacerle al profesor: si es cierto que la política italiana puede haber pagado con cierta confusión americana en la fase de transición, de Kissinger a Brzezinski, que hizo de marco al viaje de Napolitano. Nos responde de este modo: «También los académicos e intelectuales contribuimos a esa confusión. Como el colega Peter Lange –célebre fue su opinión según la cual los comunistas italianos eran “filoamericanos”–, todos estábamos inclinados a pensar que Carter retomaría el camino comenzado por Kennedy. Y que la apertura de Kennedy hacia el centroizquierda con el PSI iba a ser continuada con Carter incluyendo al PCI. No estábamos de acuerdo en considerar que el PCI llegaría al poder, pero el éxito del nuevo tándem Carter-Brzezinski hacía pensar en un cambio de línea. Así que, ni siquiera el funcionario soviético que he citado antes estaba totalmente equivocado en su esperanza, aunque le engañaron las circunstancias. También los italianos contribuyeron en esta comedia, o drama, de equívocos. El propio Lange sabía que todos los dirigentes políticos italianos deseaban cierta bendición por parte de Estados Unidos, y esto valía también por lo que se refiere a los comunistas italianos, aunque con ciertas e interesantes excepciones. La voluntad del PCI de interpretar el cambio de la política americana bajo Carter-Brzezinski es comprensible, las expectativas eran enormes». Pero la respuesta que imaginaban los comunistas italianos no llegó. Todo lo contrario, «el embajador Gardner sacó la famosa declaración de enero del 78 contra los gobiernos en coalición con el PCI», explica La Palombara. «El futuro no iba a desmentir a Gardner. Italia no volvió a ser la misma después de 1978».

Por una política menos favorable al miedo
El 19 de abril de 1978 Napolitano volvió a Roma. ¿Hicieron ustedes, como italianistas, un balance? «Su visita había dado un fuerte empuje a la política de apertura y había valorizado una política menos favorable al miedo. Había hecho mella por su carisma suave, sin ostentación, lejos de la figura del gran orador –para hacer un parangón con el presente, no era un Barack Obama. Se apreciaba a Giorgio Napolitano conforme se le iba conociendo, siguiendo sus temas, viéndolo cómo gestionaba los turnos de preguntas, tan sagrados para los americanos. Arrancaba con humildad y conseguía la benevolencia del público. No hubo necesidad de que los colegas americanos hiciéramos una reunión final para reconocer todo lo que se había concretizado durante aquel viaje. Sentó las bases para un futuro».


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