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EDITORIAL
Sacado del n. 05 - 2008

Un período de no guerra


El tiempo transcurrido ha reducido gradualmente estos gestos posbélicos y –que Dios nos ayude– el mundo está viviendo un insólito período de no guerra (uso este término porque hay muchas desviaciones, de tipo no militar, que atentan contra la paz)


Giulio Andreotti


Soldado italiano en una operación de rastreo en Herat, Afganistán

Soldado italiano en una operación de rastreo en Herat, Afganistán

Cuando oigo hablar –cosa que ocurre a menudo– de reordenación de los servicios aéreos, siempre me vuelve a la mente una lejana expresión muy concreta del ministro Vanoni durante un debate sobre transportes: «Solo una sociedad plurinacional podrá tener equilibrio financiero. Por lo demás, lo que ha contribuido a que Europa tenga vida, más que los escritos de Mazzini y de Cattaneo, ha sido la Compañía de Coches-Cama».
En realidad, intentos individuales, incluso bien financiados, fracasaron: valga el ejemplo de la prestigiosa Pan American. En aquellos días vi llorar a funcionarios de la embajada americana de Roma. Era el derrumbe de un sujeto económico considerado hasta aquel momento “más que sólido”.
Prescindo aquí de la cuestión general sobre lo lícito (y quizá lo ineluctable) de precios políticos por algunas prestaciones colectivas. Cíclicamente vuelve a plantearse la tesis de que ha de recaer sobre la colectividad el déficit de servicios esenciales, que no sería justo dejar a cargo solo de los usuarios.
Hay además otras intervenciones públicas sustitutivas, haciendo pagar cifras reducidas a huérfanos y mutilados de guerra, por ejemplo.
Con estas compensaciones inspiradas en el apoyo a las víctimas de la guerra y a sus hijos menores de edad yo mismo y mis hermanos pudimos terminar nuestros estudios gratuitamente.
El tiempo transcurrido ha reducido gradualmente estos gastos posbélicos y –que Dios nos ayude– el mundo está viviendo un insólito período de no guerra (uso este término porque hay muchas desviaciones, de tipo no militar, que atentan contra la paz).
De niño, mediante el extraordinario poder formativo de las oraciones, comencé a rogar a Dios para que mantuviera lejos la peste, el hambre y la guerra (es una fórmula de oración especialmente formativa).
Hay que hacer referencia a los envíos de fuerzas armadas dictados por emergencias particulares. En sí mismos son formas indiscutibles de solidaridad y prevención internacional. Sería injusto confundirlos con iniciativas expansionistas. Pero recuerdo, cuando era estudiante, el trabajo que me costó convencerme de que ciertas “expediciones” estaban dictadas solo por el humanitarismo y la prevención.
Por lo demás, dentro de los límites del lenguaje escolar obligado, uno de los profesores nos acostumbró a no dejarnos influir por las tesis oficiales.
De niño, mediante el extraordinario poder formativo de las oraciones, comencé a rogar a Dios para que mantuviera lejos la peste, el hambre y la guerra (es una fórmula de oración especialmente formativa)
Esto me trae a la memoria una curiosa cuestión que me planteé durante el instituto. ¿Por qué los textos de historia –salvo breves alusiones al descubrimiento de América y a otros acontecimientos– hablan solo de guerras?
El profesor Zanoni me dijo que lo dejara estar. Ya le había puesto nervioso con objeciones sobre la tesis que circulaba sobre la obligación de odiar a los ingleses.
Hace algunos años, en el clima caliente del naciente europeísmo, se habló de la necesidad de llegar a textos de historia unificados. Sé que es difícil por muchos motivos –incluso comerciales (en el sentido amplio)– pero no pienso que se pueda prescindir si queremos llegar realmente a la formación y la cultura integradas.
Y es natural que me vuelvan con frecuencia a la mente las enseñanzas del presidente De Gasperi, inspiradas siempre en horizontes vastos y en una poco frecuente comprensión humanística.
Con la homónima Fundación tratamos de despertar en las nuevas generaciones interés y cariño por el Presidente de la Reconstrucción. Es también un válido antídoto contra los peligros del particularismo y de la soberbia intelectual, que siempre está al acecho.


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