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CONGO
Sacado del n. 05 - 2008

REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DEL CONGO. El saqueo de los recursos

La “condenada” riqueza de un país pobre


Multinacionales que extraen minerales preciosos sin permiso. Otras que exportan sin pagar impuestos. Y una conexión directa entre la guerra, que ya ha causado cinco millones de muertos, y la lucha por el control de los recursos naturales


por Roberto Rotondo


Excavadores clandestinos en una mina de diamantes del ex Zaire. 
Según una comisión gubernamental 
el noventa por ciento de las concesiones mineras a empresas nacionales y extranjeras es irregular

Excavadores clandestinos en una mina de diamantes del ex Zaire. Según una comisión gubernamental el noventa por ciento de las concesiones mineras a empresas nacionales y extranjeras es irregular

Que los inmensos recursos naturales de la República Democrática del Congo son saqueados por multinacionales y naciones extranjeras es cosa sabida por los congoleños de a pie. Como también tienen claro que la lucha por el acaparamiento rapaz de los recursos del gigante de África es la causa primera de la inestabilidad política, de la guerra civil, de la corrupción, de la inseguridad y de la extrema pobreza. Pero incluso el hombre de a pie más resignado debe haberse sobresaltado por la sorpresa al enterarse, a finales de marzo, de que el comité encargado por el gobierno del presidente Joseph Kabila de renegociar los términos de exploración y explotación de los minerales, no solo tuvo que sancionar y renegociar todos los 61 primeros contratos examinados por contener graves irregularidades, sino que incluso ha afirmado que, tras una primera valoración, no están en regla el 90 por ciento de las 642 empresas, procedentes de todo el planeta, que se reparten más de 4.500 contratos para llevarse diamantes, oro, coltán, petróleo, gas y cobalto. Las irregularidades se concentran sobre todo en los contratos para la búsqueda exclusivamente de yacimientos por parte de empresas mineras y no la explotación de los mismos, cosa que viene sucediendo desde hace años. Es el caso de la empresa Alvin Mining que, según la prensa congoleña, citada también por la agencia misionera Misna, ha extraído y sacado fuera del país oro y cobre por un valor de mil trescientos millones de dólares sin depositar ni siquiera uno en el erario congoleño; es también el caso de Banro, que durante años explotó una mina de oro, desahuciando a una empresa estatal, pero manteniendo las exenciones fiscales de esta última; y también pasa lo mismo con KHGM, que había presentado un estudio de factibilidad (solo en lengua polaca) para construir una fábrica en Kananga, pero se puso a extraer y comercializar cobre. También hay que tener presente que del trabajo que está llevando a cabo la comisión gubernamental presidida por el ministro Martin Kabwelulu quedan excluidas las tantas minas ilegales que en muchas zonas del país, como en el área de Kivu Norte y Sur, están bajo el control de las milicias rebeldes que ceden minerales a cambio de dinero y armas, saltándose a la torera el embargo declarado por el Consejo de seguridad de la ONU. Pero el saqueo de lo que está bajo tierra no es mayor que el saqueo de lo que está en la superficie: la industria de la madera, por ejemplo, en poco tiempo ha desertificado un área de la selva pluvial del río Congo del tamaño de Polonia. Un atropello calificado como desastre ecológico por los medios de comunicación occidentales, que, tras años de silencio, han vuelto a ocuparse de vez en cuando del país africano. Pero es fuerte la sospecha de que este interés renovado obedece hipócritamente a la llegada al escenario de un país de la competencia, China, que, con una inversión récord, se ha conquistado un papel central en el crecimiento económico del país africano: el Banco Chino de Desarrollo, en efecto, ha hecho un préstamo de 3,6 mil millones de euros para construir hospitales, líneas ferroviarias, carreteras, escuelas. A cambio, Pekín ha conseguido concesiones mineras y para la industria de la madera.
El presidente congoleño Joseph Kabila con el presidente chino Hu Jintao. La República Popular China se está convirtiendo para el país africano en un socio privilegiado con una inversión récord que permitirá la construcción de infraestructuras fundamentales a cambio de licencias para la explotación de los recursos naturales

El presidente congoleño Joseph Kabila con el presidente chino Hu Jintao. La República Popular China se está convirtiendo para el país africano en un socio privilegiado con una inversión récord que permitirá la construcción de infraestructuras fundamentales a cambio de licencias para la explotación de los recursos naturales

Rico en inmensos recursos naturales, el ex Zaire se extiende por una superficie que es ochenta veces la de Bélgica –de la que fue colonia hasta hace cincuenta años– y posee el 34 por ciento de las reservas mundiales de cobalto, el 10 por ciento de las de oro, más del 50 por ciento del coltán, pero también porcentajes importantes en la extracción de diamantes, uranio, casiterita, niobio. En su territorio se encuentra el 70 por ciento de los recursos hídricos de África y de su selva pluvial se saca madera que se exporta a todo el mundo. Y sin embargo el 75 por ciento de la población vive con menos de un dólar al día y más de 1.200 personas mueren cotidianamente por causas ligadas a la pobreza. Según los datos difundidos por la International Rescue Comittee, solo entre enero de 2006 y abril de 2007, en Congo murieron de hambre, enfermedad y conflictos 727.000 personas, el doble de los muertos de Darfur. Se estiman en 800.000 los refugiados que aún no pueden volver a casa por miedo a las violencias: Congo, en efecto, ocupa el octavo lugar en la clasificación especial de los países más peligrosos del mundo preparada por Jane’s Information Group, importante servicio de informaciones en materia de seguridad. Una poco envidiable posición mantenida también después de que el 23 de enero, el gobierno y las milicias rebeldes firmaran en Goma un acuerdo para el alto el fuego y el desarme en el área noreste, en la frontera con Uganda y Ruanda. Es el área más inestable y perennemente en crisis. Precisamente desde Ruanda, en 1998, llegaron a Congo un millón de prófugos de etnia hutu, y entre ellos también los milicianos que se habían manchado con el terrible genocidio de los tutsis y que luego habían sido derrotados. Fue la mecha de la segunda guerra de Congo, llamada también “Guerra mundial africana”, porque afectó a todos los países de la región de los Grandes Lagos y causó cinco millones de muertos. En 2003 un acuerdo devolvió la paz entre los gobiernos pero no entre las milicias aliadas de los distintos contendientes. La más famosa es la del comandante congoleño de etnia tutsi, Laurent Nkunda, que, con el apoyo de Ruanda, se rebeló contra el gobierno de Kinshasa. Pero no son menos peligrosas y desestabilizadoras las milicias hutus Mai Mai, que ayudaron al gobierno congoleño contra Nkunda y que combaten contra la hegemonía tutsi en Ruanda. La ONU no consigue poner la palabra fin a esta guerra sobre todo porque ya no es, si es que alguna vez lo fue, una cuestión de odio étnico: es una guerra entre bandas que quieren controlar las minas ilegales y los tráficos de todo tipo.
Mientras tanto, en la otra parte del país, en el oeste, se vuelve a hablar del proyecto del dique “Grand Inga” en el río Congo. Una obra gigantesca, que podrá exportar energía eléctrica a toda África y llegar a exportarla a Europa. Hace un mes en Londres, siete gobiernos africanos y los más importantes bancos y sociedades de construcción del planeta se sentaron alrededor de una mesa para hablar de la central hidroeléctrica más grande jamás construida por el hombre. No es la primera vez: las lenguas de doble filo dicen que han sido las potenciales ganancias de este proyecto lo que le ha permitido a Congo encontrar los apoyos en el exterior gracias a los que en 2003 pudieron detener la llamada Guerra Mundial de África. Quién sabe si el “Grand Inga”, definido por la Unión Africana el timón de desarrollo de todo el continente, conseguirá llevar la luz al noventa por ciento de la población congoleña que hoy no la tiene, o si viajará también fuera de las fronteras de un país “condenadamente rico”.


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