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SAGRADO COLEGIO
Sacado del n. 05 - 2008

«Un obispo, una vez nombrado para una determinada sede, debe por norma permanecer en ella para siempre»


El cardenal Bernardin Gantin, decano del Sagrado Colegio, pide que se vuelva a la praxis antigua proponiendo de nuevo la norma de la estabilidad para los obispos. Entrevista


Publicamos de nuevo dos entrevistas concedidas a 30Días en abril de 1999 por Gianni Cardinale


«Un artículo estupendo que me llamó la atención por muchos motivos. El cardenal Vincenzo Fagiolo es un hombre de gran sabiduría y experiencia jurídica y pastoral. Y además fue miembro de la Congregación que tuve el honor de dirigir colegialmente durante catorce años. Le estoy muy agradecido, porque hacía falta que alguien como él hiciese presente estas reflexiones». El cardenal Bernardin Gantin, decano del Sagrado Colegio, ha leído y apreciado el artículo del cardenal Fagiolo publicado en L’Osservatore Romano del 27 de marzo, del que dio noticia 30Días en el número anterior [30Días, n. 3 de marzo de 1999, p.25].
En dicho artículo el purpurado italiano afirmaba: «La dignidad del episcopado reside en el munus que comporta y es tal que de por sí prescinde de todas las hipótesis de promoción y traslados, que deberían si no eliminarse, ser raros.El obispo no es un funcionario, un interino, un burócrata de paso, que se prepara para otros cargos más prestigiosos».
Es indiscutible la competencia de Gantin para hablar de estos temas ya que desde el 84 hasta el año pasado [1998] fue prefecto de la Congregación para los obispos, el dicasterio vaticano que ayuda al papa en el nombramiento de los sucesores de los apóstoles en buena parte del mundo (en los territorios de misiones este cometido lo desempeña la Congregación de Propaganda Fide, mientras que en las Iglesias católicas orientales los obispos son elegidos con formas propias).

Pablo VI  con el cardenal Gantin

Pablo VI con el cardenal Gantin

Eminencia, ¿qué reflexiones le ha suscitado el artículo del cardenal Fagiolo?
BERNARDIN GANTIN: La diócesis no es una realidad civil, funcional, sino que pertenece a la realidad del misterio de la Iglesia. Es una porción del pueblo de Dios en un territorio definido. El sacerdote, que es nombrado obispo y asume la responsabilidad de este pueblo de Dios, debe ser muy consciente del cometido que la autoridad suprema, el papa, le confía. Es el papa el que nombra a los obispos, y no el prefecto ni la Congregación. Con su nombramiento el obispo debe ser un padre y un pastor para el pueblo de Dios. Y el ser padre es para siempre. De modo que, cuando un obispo es nombrado para una determinada sede, en principio debe permanecer allí para siempre. Que quede claro. La relación entre el obispo y su diócesis se presenta también como un matrimonio, y un matrimonio, según el espíritu evangélico, es indisoluble. El nuevo obispo no debe hacer otros proyectos personales. Pueden darse motivos graves, muy graves, por los que la autoridad decide que el obispo vaya, por así decir, de una familia a otra. Al hacer esto la autoridad tiene en cuenta numerosos factores, y entre estos no se encuentra por supuesto el posible deseo de un obispo de cambiar de sede. Estoy completamente de acuerdo con los argumentos del cardenal Fagiolo: el obispo que recibe el nombramiento no puede decir «estaré aquí durante dos o tres años y luego me darán un ascenso por mis capacidades, mi talento, mis dotes… ». Espero, pues, que este artículo lo lean muchos obispos aquí en el Vaticano, en Europa y en los países de reciente evangelización. Todos deben reflexionar sobre esto.
Metas de traslado particularmente apreciadas son sobre todo las llamadas diócesis cardenalicias.
GANTIN: Hay que limitar el concepto de las denominadas diócesis cardenalicias. El cardenalato es un servicio que se le pide a un obispo o a un sacerdote teniendo en cuenta muchas circunstancias. En los países de reciente evangelización, como en Asia y África, no existen hoy las llamadas sedes cardenalicias, pero la púrpura se da a la persona. Debería ser así en todas partes, incluso en Occidente. Esto no comportaría una deminutio capitis, ni se trataría de una falta de respeto si, por ejemplo, el arzobispo de la archidiócesis de Milán, como también de otras diócesis antiguas y prestigiosas, no fuera creado cardenal. No sería una catástrofe.
Durante catorce años dirigió usted la Congregación para los obispos. ¿Recuerda algún episodio en que un obispo le manifestara su deseo de ser trasladado por considerar “inadecuada” su diócesis?
GANTIN: ¡Cómo no! Me han hecho solicitudes de este tipo: «Eminencia, estoy en esa diócesis desde hace dos años, tres años y he hecho todo lo que se me había pedido…». Pero ¿qué quiere decir? Afirmaciones de este tipo me dejaban desorientado. Además porque quien lo pedía –a veces lo hacía bromeando, otras no– creía que estaba manifestando un deseo legítimo. Otras veces he oído, al final de una ordenación episcopal, a algún eclesiástico gritar «ad altiora!», «¡a cargos más altos!». También esto me turbaba profundamente.
En los primeros siglos estaba tajantemente prohíbido cualquier traslado de sede episcopal. Con el correr de los tiempos esta prohibición dejó de estar vigente. ¿Cree que ha llegado el momento de volver a la praxis antigua?
GANTIN: Desde luego que sí. En el pasado, cuando el número de las diócesis aumentaba, era comprensible que se recurriera a los traslados. Ahora esta exigencia ya no existe en los países en que la jerarquía católica se ha asentado, como en Europa, por ejemplo, mientras que exigencias de este tipo pueden presentarse aún en tierras de misiones. Pero en este último caso los traslados deberían ser hacia sedes más incómodas, difíciles, y no hacia sedes más cómodas y prestigiosas. Multiplicar los traslados crea desorden y anula el principio fundamental de la estabilidad. Y es también una falta de respeto hacia el pueblo de Dios que recibe al obispo como padre y pastor, y ve que este padre y pastor se va después de pocos años.
¿Sería de desear que esta estabilidad fuera de alguna manera confirmada jurídicamente?
GANTIN: Pues, sí. No estaría mal que se comenzara un procedimiento para introducir esta norma en el Código de Derecho Canónico. Podrían darse, por supuesto, excepciones determinadas por graves motivos. Pero la norma deberá ser la de la estabilidad, para evitar actitudes arribistas y ambiciosas… Espero que el artículo del cardenal Fagiolo, y por qué no, también esta entrevista, sirvan de estímulo para hacerlo. Entre otras cosas, porque si no se corre el riesgo de ofrecer material para 1215523131646">GANTIN: La Iglesia es una realidad divina y humana. Reconocemos nuestros pecados y pedimos perdón a Dios y a la Iglesia por estos pecados. No somos santos, estamos en un camino de santidad. Pero divulgar noticias que no le sirven a nadie, ni es bueno ni está bien. Es falta de sentido común. Es falta de amor a la Iglesia. Tratemos de ayudarnos los unos a los otros. Despreciar, destruir, no es cristiano.
Eminencia, el mundo y Europa en particular viven momentos de amargura por la guerra que estalló el pasado 24 de marzo [1998] en los Balcanes…
GANTIN: La Iglesia no puede asistir a este guerra cruel, hecha con instrumentos muy sofisticados, sin expresar su profundo dolor. ¿Donde está la sensibilidad humana de los que han querido esta guerra? Justamente el Papa ha hecho un llamamiento a la reconciliación, ha hecho un llamamiento para que se vuelva a negociar. Después de la destrucción se regresa a la mesa de las negociaciones. ¿No es mejor hacerlo antes? No conocemos bien los motivos de este conflicto, por eso nos preguntamos: ¿quién y qué es lo que impulsa a estos hombres, que han sido elegidos democráticamente por sus respectivos pueblos para promover la paz, a hacer, en cambio, la guerra?


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