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JUAN PABLO I
Sacado del n. 08 - 2008

Gracias, papa Luciani


Un caso de curación por la intercesión de Albino Luciani que será sometido al estudio de la Congregación para las Causas de los Santos. En octubre se cierra el proceso diocesano


por Stefania Falasca


Giuseppe Denora

Giuseppe Denora

El tiempo justo para tomarse un café en el bar, y luego a la pescadería a hacer la compra. Como cada día desde que se jubiló. A casa llegamos pasando sobre milenios de historia. Callejuelas estrechas de piedra blanca que todavía hoy siguen hablando de griegos y de moros, del noble pasado de Altamura hecho de independencia y de fieras batallas. Pero la de Giuseppe es otra historia, de lo más cotidiano. La casa, la familia, los nietos, el tranquilo sendero de su vida, de la que habla con reserva, casi esquivo.
Giuseppe Denora, altamurano de sesenta años, ex empleado de banca, es el beneficiario de la intercesión del papa Luciani. Hace dieciséis años se curó de un tumor maligno en el estómago. Una curación repentina, completa y duradera, por la cual se abrió una investigación para comprobar el hecho prodigioso, que ahora deberá ser estudiado por la Congregación para las Causas de los Santos. De aquel hecho ocurrido en 1992 es la primera vez que habla, solo ahora que el proceso comenzado por el Tribunal eclesiástico diocesano de Altamura está a punto de cerrarse oficialmente. «Somos una familia como tantas otras», dice tajante mientras abre la puerta de casa. «Del papa Luciani conservo un recorte de periódico con su foto. Mejor dicho, dos. Uno está abajo, en el garaje… Si quiere, se lo enseño». Así es como empieza su narración. Sin retórica barata, en el garaje de su casa. «Mire, está allí. Está también la fecha: 1978, 3 de septiembre de 1978. En aquellos días me encontraba con mi mujer en las termas de Chianciano. El domingo del 3 de septiembre decidimos hacer una visita a Roma, y llegamos a la plaza de San Pedro a la hora del Angelus del nuevo Papa. El papa Luciani se asomó y lo miramos hablar. Le dije a mi mujer: “Se ve que es una bella persona”. Me impresionó. Un hombre leal. De regreso tomé un ejemplar del periódico Avvenire con su fotografía y me la llevé a casa. Le puse incluso un marco… Aquél». ¿Y luego? «Bueno, murió pronto…». Y usted, ¿qué hizo en los años siguientes? «El trabajo, la difícil economía familiar, los tres hijos que criar… llevo casado treinta y siete años y trabajé en el banco hasta el 2000… en fin, las cosas y los sacrificios de cada día». ¿Y la otra foto? «No. La otra está arriba. Venga. Mire, está con la muceta roja y la estola, una de las primeras fotos como papa… no es una de las más conocidas y ni siquera de las más bonitas. También esta viene de un recorte de periódico. Un trocito de periódico pequeño como una tarjeta de visita que me encontré no sé cómo en el escritorio de mi oficina en 1990. No sé ni quién la puso allí ni cómo pudo llegar hasta mi mesa. Por aquel entonces no se oía hablar ya de este Papa. Yo lo tomé, hice una ampliación y me lo coloqué en el dormitorio, allí, entre la ventana y el armario, mirando hacia mi lado de la cama. Y ahí se quedó… No es que yo sea maniático de las cosas religiosas». ¿Lo hizo como un gesto de devoción? «Lo hice y ya está. Se había aparecido en mi camino de manera discreta, como una persona cercana, leal. Y también luego, cuando caí enfermo, le miraba a él, que estaba frente a mí. Pero tengo que ser sincero, no le rezaba como se hace con los santos grandes, no me dirigía a él como a un gran santo… No, yo le hablaba de hombre a hombre».
Juan Pablo I durante una audiencia en la Sala Nervi

Juan Pablo I durante una audiencia en la Sala Nervi

¿Cuándo empezó a sentirse mal? «A principios de 1992. Fui al médico aquí en Altamura. Me hicieron una gastroscopia. El médico me dijo: “Por desgracia es un mal asunto, muy malo, vaya a este oncólogo del hospital de Bari”. El oncólogo me mandó hacer otra gastroscopia. Mismo resultado: “Linfoma gástrico no de Hodgkin”. Me volví a casa y comencé la quimioterapia». ¿No le operaron? «No». Por aquel entonces tenía usted cuarenta y cuatro años… «Sí, cuarenta y cuatro recién cumplidos y mi hija menor tenía solo cuatro. En dos meses me había quedado en los huesos. Ya no comía, no conseguía casi levantarme de la cama. Estaba allí tendido, y frente a mí la foto de este hombre. Le miraba, le hablaba de mis preocupaciones y en silencio, de ese modo que he dicho: “Mírame en qué estado estoy, ya no puedo trabajar… ¿qué voy a hacer? Y Cecilia es pequeña todavía.. mis hijos me necesitan”. “Yo estoy aquí, pero tú estás allá arriba”, le decía otras veces, “tú los conoces a los de allá arriba, los que están más arriba que tú. Pregúntales tú a quienes están más en alto que tú qué voy a hacer yo, si me ayudan. Si me pueden ayudar. Díselo tú”. La noche del 27 de marzo sentía que me moría de dolor. En el estómago parecía que tenía una hoguera. Me quemaba dentro también el dolor de tener que dejar a mi familia. Le miré y le volví a decir: “Si tengo que morir ahora, ¿quién ganará el pan para mis hijos…? La habitación estaba aquella noche alumbrada por las farolas de la calle… me lo vi a los pies de la cama: una sombra oscura se acercó y pasó junto a mí rápida con una mano tendida; una mano, un instante, y en aquel momento exacto fue como si el fuego que tenía dentro se apagara por el agua. Me quedé dormido y por la mañana me desperté descansado, como nuevo. Al despertarme sentí a mi mujer que me llamaba sacudiéndome un poco: “Peppe, Peppe, ¿tienes fiebre?”. Yo me levanté y fui a desayunar, el día siguiente volví al trabajo. Nada, desde aquel momento nada más, me sentí en seguida como me siento ahora: totalmente bien. Así fue la cosa». ¿Volvió a repetir los exámenes clínicos? «Sí, vistos los resultados, los médicos escribieron: “Curación completa”». ¿Usted no dijo nada de lo que había pasado? «No. ¿Por qué motivo iba yo a ir contando eso por ahí? Veían que me había recuperado, y eso bastaba». ¿Ni siquiera a sus familiares? «A mí mujer, sí, claro, ella lo sabía. El mes de junio, tres meses más tarde, fui con ella a Roma. Bajé a la Basílica de San Pedro y cerca de la tumba del papa Luciani coloqué un papelito: “Soy Giuseppe, he venido para darte las gracias”. Y desde entonces lo he hecho todos los años. En 2003 era el veinticinco año de su elección y mandé también una carta de agradecimiento a la iglesia de su pueblo natal. Pero de aquella carta salió luego todo esto, que yo nunca habría imaginado». ¿Ha ido a Canale d’Agordo? «Fui por primera vez hace dos años, en 2006. Me quedé una semana. Y por primera vez allá pude tocar con las manos la vida de este hombre que llegó a ser papa y también la dignidad de esta familia en las pruebas que tuvieron que superar para salir adelante… Vi la casa donde nació, conocí a una sobrina, a su hermano Berto». ¿Y qué le dijo el hermano del Papa? «Me dijo: “Estoy contento de que estés bien”».
Oiga, yo no lo sé, no sé cómo le arranqué este favor. Desde luego, no por méritos míos. Quizá por la manera en que se lo pedí… no sé. Y también ahora me pregunto: por qué, por qué vino hasta aquí, precisamente a mi casa…» Regresando a casa, antes de irse, entra en una panadería y sale con un paquete de rosquillas. «Pruébelas, ya verá qué buenas están; están hechas con vino blanco… lléveselas a Roma. Pero hay algo más que le quiero decir: no escriba cosas que no he dicho. Ya sabe cómo es la gente, se les mete en la cabeza cada cosa… incluso sobre nosotros… yo ya he hecho muchas horas extras, sí, pero sólo en el trabajo».
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