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EL SACRAMENTO DE LA CONFESIÓN
Sacado del n. 08 - 2008

Un don de Jesús resucitado



Pensamientos de san Pío de Pietrelcina


«Si estar en pie dependiera de nosotros, seguramente caeríamos al primer soplo […]. Confiemos siempre en su divina piedad y así experimentaremos cada vez más lo bueno que es el Señor».


Lo que dijo Pablo VI del padre Pío (20 diciembre de 1971)
«Os sucederá a vosotros el milagro que le ha ocurrido al padre Pío. ¡Mirad qué fama ha tenido, qué clientela mundial ha reunido en torno a sí! Pero, ¿por qué? ¿Tal vez porque era un filósofo o un sabio o tenía medios a su disposición? No, porque decía misa humildemente, confesaba desde la mañana hasta la noche y era, es difícil decirlo, un representante visible de las llagas de Nuestro Señor. Era un hombre de oración y de sufrimiento».


« […] ve con humildad y franqueza a confesar ante Dios lo que hayas remarcado, y remítelo a la dulce misericordia de Aquel que sostiene a los que caen […]; y los levanta tan prontamente y tan dulcemente que no se dan cuenta de haber caído, ni de haber sido levantados, porque la mano de Dios los ha levantado tan prontamente, que no lo han pensado».


«En el alboroto de las pasiones y de las situaciones difíciles nos sostenga en pie la grata esperanza de su inagotable misericordia. Corramos confiadamente al tribunal de la penitencia donde él con anhelo de padre nos espera en todo momento; y aún sabiendo que somos insolventes, no dudemos del perdón que se pronuncia solemnemente sobre nuestros errores. ¡Pongamos sobre ellos, como la ha puesto el Señor, una piedra sepulcral!».


«En tus diarias infidelidades, humíllate, humíllate, humíllate siempre. Cuando Jesús te vea humillado hasta el suelo, te tenderá su mano. Él mismo pensará en atraerte hacia Él».


«Fue infinita sabiduría de Dios haber puesto en nuestras manos los medios para poder hacer bella nuestra alma, incluso después de que la volvimos deforme por el pecado. Basta que el alma quiera cooperar con la gracia divina para que su belleza pueda llegar a un tal esplendor, a una tal hermosura, a una tal armonía que pueda atraer en sí misma, por amor y por estupor, no solamente los ojos de los ángeles, sino también los de Dios mismo, como nos lo atestigua la Sagrada Escritura: “El rey, es decir, Dios, se ha enamorado de tu decoro”».


«Él [Jesús] me quiere siempre y me aprieta cada vez más a él. Se ha olvidado de mis pecados, y se diría que se acuerda sólo de su misericordia».


«Siento cada vez más la imperiosa necesidad de entregarme con más confianza a la misericordia divina y de poner sólo en Dios toda mi esperanza».


«Sé dócil a los impulsos de la gracia, secundando sus inspiraciones y sus llamadas. No te avergüences de Cristo y de su doctrina».


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