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KAZAJSTÁN
Sacado del n. 10 - 2003

RELIGIÓN Y PAZ. El congreso impulsado por el presidente Nazarbáev

Ensayos de pax religiosa en Eurasia


A finales de septiembre, delegados de alto nivel enviados de 17 realidades e instituciones religiosas y confesionales de todo el mundo se reunieron para relanzar las consignas del diálogo y la libertad religiosa. Un congreso en el corazón de Eurasia, cerca de Afganistán, de Pakistán, de Irak, de Azerbaiyán, de esa área centroasiática que para los teóricos del enfrentamiento entre civilizaciones es el epicentro de todos los conflictos de raíz étnico-religiosa


por Gianni Valente


El presidente Nursultán Nazarbáev con los jefes de las delegaciones religiosas durante la ceremonia de clausura del Congreso de Astana, en la tienda predispuesta cerca del monumento Baiterek

El presidente Nursultán Nazarbáev con los jefes de las delegaciones religiosas durante la ceremonia de clausura del Congreso de Astana, en la tienda predispuesta cerca del monumento Baiterek

La luz oblicua y tibia de una tarde de comienzos de otoño inunda la explanada que rodea el Baiterek, el monumento-símbolo del “renacimiento kazajo” que se proyecta hacia el cielo, cuando los delegados de las diecisiete confesiones religiosas salen de las diecisiete jurte, las tiendas de la tradición nómada dispuestas en círculo alrededor de la posmoderna torre de Babel, donde durante una media hora los grupos han invocado y dado las gracias a su manera a su propio Dios. Alrededor, las obras de los rascacielos y las titánicas construcciones de vidrio y cemento dejan ya imaginar el perfil futurista de la que será la ciudadela del poder, donde se concentrarán los mandos militares y los ministerios de Astana, la nueva capital del Kazajstán postsoviético. En este escenario urbano dilatado, los grupitos de las delegaciones religiosas comienzan a confundirse en un abigarrado cóctel multirreligioso y multiétnico. Turbantes chiítas cerca de solideos violáceos episcopales, kefiah saudíes junto a negros balandranes rabínicos, suntuosas capas budistas al lado de los sayos oscuros de los frailes conventuales de Asís. Luego los jefes de las delegaciones suben al palco para rodear a su generoso anfitrión, el presidente kazajo Nursultán Nazarbáev, en los discursos de despedida. El rabino jefe askenazí de Israel, Yona Metzger, al llegar su turno, improvisa un golpe de efecto y a final de su discurso “bendice” al presidente kazajo imponiéndole las manos en la frente, ante la mirada atónita de algunos jefes religiosos. Pero no hay tiempo para inoportunos celos. Es el momento de los globos, de las palomas y de los saludos finales. Allí se ve al jeque egipcio de la Universidad islámica de Al Azhar estrechando calurosamente la mano a los rabinos israelíes. O a los jefes islámicos pakistaníes abrazando al líder de la delegación hinduista. O al metropolitano Mefodie, jefe de la Iglesia ortodoxa rusa de Kazajstán, saludado cordialmente por los prelados de la delegación vaticana, saltándose a la torera las pasadas polémicas sobre el “proselitismo católico” en los territorios canónicos de la ortodoxia.
Así terminaba, en las primeras horas de la tarde del miércoles 24 de septiembre, el “Primer Congreso de las religiones mundiales y nacionales tradicionales”, convocado en Astana como consecuencia del interés por la concordia interreligiosa del líder político kazajo, el “gorbachoviano” Nazarbáev. Durante dos días, delegados de alto nivel enviados por 17 realidades religiosas y confesionales de todo el mundo se sentaron alrededor de la gran mesa redonda en la sala del Sultanat Saraiy, entre tapices rojos y columnas turquesas, para “relanzar” las consignas del diálogo y la libertad religiosa desde el corazón de Eurasia, es decir, cerca de Afganistán, de Pakistán, de Irak, de Azerbaiyán, de esa área centroasiática que para los teóricos del enfrentamiento entre civilizaciones es el epicentro de todos los conflictos de raíz étnico-religiosa que inquietan al mundo globalizado.

El arzobispo católico de Astana Tomasz Peta con los representantes islámicos, hindúes y budistas

El arzobispo católico de Astana Tomasz Peta con los representantes islámicos, hindúes y budistas

Preocupaciones islámicas
El congreso, ya desde las declaraciones programáticas de los organizadores, tenía como modelo la jornada de Paz convocada en Asís por Juan Pablo II el 24 de enero de 2002, para reafirmar el aporte positivo de las distintas tradiciones religiosas al diálogo y la concordia entre pueblos y naciones. También este congreso ha querido rechazar el clima mental del post 11 de septiembre que achaca al factor religioso ser el carburante barato de los nuevos conflictos geopolíticos. Sobre todos los distintos representantes islámicos parecían estar condicionados en sus intervenciones por la urgencia de emancipar al islam de la leyenda negra “occidentalista” que lo describe como el nuevo imperio del Mal, matriz ideológica de guerras santas y redes terroristas. El saudí Abdulá bin Abdul Mohsin Al Turki, secretario general de la Muslim World League, dio una lección magistral repleta de citas del Corán para demostrar que «el Islam confirma la autenticidad de los Libros sagrados revelados antes de Mahoma», que «prohíbe a sus seguidores obligar a otras personas a abrazar la fe islámica», sirviéndose de los versículos del Profeta para rechazar las aserciones de quienes describen a la religión musulmana como «religión que predica la violencia, desprecia los derechos humanos y oprime a la mujer». En esta línea se expresó también el pakistaní Mahmood Ahmad Ghazi, vicepresidente de la International Islamic University, con una apología del islam tendente a documentar que «una característica fundamental de la civilización islámica es la aceptación del pluralismo de las opiniones y de la variedad de los puntos de vista». El indio Muhammad Rabey Hasani Nadwi, presidente del “All India muslim personal Law Board”, quiso reafirmar, por su parte, que «el islam admite el uso de la fuerza en casos realmente excepcionales, sólo cuando no existe otro remedio para oponerse a la tiranía o cuando personas inocentes padecen el terror y la injusticia. Si alguien usa la violencia fuera de estos casos, está actuando contra el islam».

¿Muchos nombres,
un solo Dios?
Además de la excusatio de los islámicos, algunas intervenciones plantearon en clave teológica, no sólo “política”, el diálogo interreligioso, remontando la pluralidad existente de ritos y confesiones religiosas al designio providencial divino. «Aunque Dios es uno y el mismo para todos, es llamado de manera distinta por gentes distintas. Tú llamas a Dios con un nombre determinado. El es Uno. Cada religión es como una flor, y como toda flor tiene su néctar. Y como hacen las abejas, nosotros hemos de recoger el néctar de cada religión para que nuestra miel sea más apetitosa». Palabras del líder hindú Sri Sugunendra Theerta Swamiji, cuya intervención fue leída por Karamshi Somaiya, del “Indological Research Institute and Inter-faith Dialogue”. También en esta línea se pronunciaba el japonés Minoru Sonoda, jefe de la Asociación de los templos sintoístas, para quien «las religiones han de resistirse a tener pretensiones absolutas. En su relación permanente con la trascendencia, han de tener en cuenta también sus relaciones con las demás creencias religiosas». Pero la tendencia sincrética de las tradiciones orientales no es ninguna novedad. Más sorprendente resultó la justificación teológica del pluralismo religioso contenida en la intervención de Mohammad Seid Tantawi, imán de la Universidad egipcia de Al Azhar, autoridad reconocida en todo el islam sunita, que explicó que «la diversidad de las religiones no impide el intercambio de bienes, en los límites queridos por Alá. La religión ni se compra ni se vende, cada cual tiene la suya. Alá, si lo hubiera querido, habría creado a todos los hombres de una misma nación y una única religión. Pero los creó de naciones y religiones distintas».
En la secuencia ininterrumpida de intervenciones y declaraciones, la del presidente de la delegación vaticana, el cardenal Jozef Tomko, se limitó sobriamente a delinear el «papel de las religiones en la construcción de la paz», recurriendo a amplias citas sacadas de la Constitución conciliar Gaudium et Spes y del reciente magisterio pontificio, desde Pablo VI («El nuevo nombre de la paz es el desarrollo») hasta Juan Pablo II («Las confesiones cristianas y las grandes religiones han de colaborar entre sí para afrontar las causas sociales y culturales del terrorismo»). Recordando el antiguo dicho latino “Si vis pacem para bellum», el purpurado eslovaco lo glosó de esta manera: «Hoy diríamos más bien: “si quieres la paz, promueve la justicia”. Las tensiones, el odio, las guerras, la violencia y las acciones terroristas son a menudo el resultado de la injusticia». Terminando su discurso, en vez de introducir controvertidas opiniones sobre la presunta “equivalencia” de todas las vías religiosas, el cardenal enviado por Roma propuso la libertad religiosa como criterio regulador en las relaciones interconfesionales y entre las religiones y los contextos civiles: «Cada cual tiene el derecho de elegir su propia religión y practicarla, ya sea como individuo, ya sea como miembro de una comunidad. […] Las religiones tienen el deber de promover los derechos humanos. No es posible invocar las tradiciones religiosas para limitar la libertad de religión».
La decidida discreción de la delegación vaticana a la hora de valorar la categoría de libertad religiosa se manifestó probablemente también durante la corrección de la Declaración final promulgada por el Congreso: una lista de recomendaciones y aserciones en las que se afirma entre otras cosas que «el extremismo y el terrorismo en nombre de la religión nada tienen que ver con la genuina comprensión de la religión». En la versión inglesa del borrador, predispuesta por el comité organizador ya antes del Congreso, quizá debido a una traducción poco precisa, aparecía una frase ambigua en la que se ponía en relación la deseada coexistencia pacífica entre las distintas creencias religiosas con la posibilidad de demostrar «una única naturaleza de cada religión y cultura». En la versión final, para borrar toda ambigüedad, queda bien claro que «la diversidad de las creencias y prácticas religiosas no ha de llevar a la sospecha recíproca, a la discriminación y la humillación, sino a la recíproca aceptación y a la armonía, en la manifestación de las características peculiares de toda religión y cultura». El texto final de la declaración, ya desde sus primeras líneas, reconoce también «el derecho de toda persona a elegir, expresar y practicar libremente su religión». Una afirmación importante, suscrita también por autorizados guías espirituales de todo el mundo musulmán, en un simposium celebrado en un país de aplastante mayoría islámica.

Hay gloria para todos
La Santa Sede honró el Congreso de Astana con una delegación de alto nivel. Con el cardenal Tomko volaron a la capital kazaka los arzobispos Renato Raffaele Martino, presidente del Consejo pontificio para la justicia y la paz (que recibirá la birreta cardenalicia en el Consistorio anunciado para el próximo 21 de octubre) y Pierluigi Celata, secretario del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso, junto con el padre Jozef Maj, del Consejo pontificio para la unidad de los cristianos, y monseñor Julio Murat, de la segunda sección de la Secretaría de Estado. Un equipo prestigioso para lo que evidentemente desde el Vaticano no se veía como el “acostumbrado” convenio interreligioso. Sobre todo porque la invitación no había llegado del “acostumbrado” organismo o movimiento religioso, sino del presidente-padre de la patria del nuevo Kazajstán.
En el país de las estepas, tierra de ex deportados y ex basurero nuclear del imperio soviético, conviven 130 nacionalidades y más de 40 grupos confesionales distintos, no demasiado lejos de áreas y regiones que son hervideros de fundamentalistas. En este escenario Nazarbáev ha hecho de la política de concordia religiosa un punto clave de su programa de modernización, reverdeciendo la tradición tolerante del islam local tras los decenios soviéticos de propaganda atea. La pax religiosa le interesa también como garantía de estabilidad social, para favorecer el desarrollo político y económico ordenado, basado en la explotación del petróleo y los otros recursos naturales. Una política que en nombre de la tranquillitas ordinis se propone agraciarse a los líderes religiosos para el diseño tolerante del gobierno, y donde todas las confesiones pueden valerse de los discretos espacios de acción para desarrollar sus instituciones. Como pudo comprobar directamente también la Santa Sede cuando fueron elevadas a diócesis las administraciones apostólicas católicas presentes en Kazajstán el pasado mes de mayo, algo que ocurrió sin incidencias políticas o jurídicas. Esta contingencia favorable podría consolidarse durante los próximos años, visto que Nazarbáev parece haberse encariñado con su propia imagen de líder político “amigo” de las religiones: ha convocado ya en la capital kazaka para el año 2006 el segundo Congreso de líderes de las religiones mundiales tradicionales. Ha anunciado también la construcción en el área nueva de Astana de un “Palacio de las naciones”, «símbolo de la unidad del pueblo de nuestro país», en el que tendrán cabida una al lado de la otra «una mezquia, una iglesia, una sinagoga y un templo budista». Todos juntos, bajo el techo construido por el presidente “humanista”.


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