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AFGANISTÁN
Sacado del n. 10 - 2003

ONU. Habla el responsable de la Oficina contra las drogas y el crimen

El monstruo de mil cabezas


Entrevista con Antonio Maria Costa. El tráfico de opio, que está arraigando cada vez más en la sociedad afgana, subvenciona a los terroristas y menaza el ya difícil proceso de democratización. También los señores de la guerra se están convirtiendo en narcotraficantes


por Roberto Rotondo


Un soldado estadounidense de la operación <I>Valiant Guardian</I> contra los miembros de Al Qaeda

Un soldado estadounidense de la operación Valiant Guardian contra los miembros de Al Qaeda

A dos años de la caída del régimen talibán, Afganistán sigue siendo uno de los principales productores mundiales de droga. Esta actividad ilegal alimenta, según el vicesecretario general de la ONU, Antonio Maria Costa, a un monstruo de mil cabezas en el que hay de todo: desde grupos terroristas de Al Qaeda a señores de la guerra que siguen controlando las milicias privadas. «El great game, como definían los ingleses a Afganistán, se está convirtiendo en el drugs power game», explica Costa, quien lanza una alarma: «Está arraigando progresivamente el tráfico de droga en la sociedad afgana. Es un proceso gangrenoso mucho más rápido que el proceso político de democratización que el gobierno de Karzai está llevando a cabo entre mil dificultades. El riesgo es que el país explote y se le entregue a algunos carteles de narcotraficantes». Costa, que dirige la sede de la ONU de Viena y es director ejecutivo del UNODC (Oficina de las Naciones Unidas contra la droga y el crimen) estuvo recientemente en Afganistán, donde firmó un acuerdo con el ministro del Interior, Ahmad Jalali, para crear una unidad contra la droga dentro del Ministerio. En Kabul se entrevistó con Karzai, con sus ministros y los dirigentes de los comandos militares de la OTAN. Costa resume para 30Días la situación del maritizado país asiático, que ha dejado de ocupar las primeras páginas de los medios de comunicación mundiales, aunque están bien lejos de haber resuelto sus problemas. Costa nos adelanta algunas líneas que aparecerán en el nuevo informe de la ONU sobre las tendencias mundiales de las drogas ilegales en el mundo, porque, como hemos dicho, el único sector que evoluciona vertiginosamente en Afganistán es el de la producción de opio. No hay más que pensar que hoy el 75% de esta sustancia presente en el mercado mundial procede de allí, y más del 80% de la heroína que circula en Europa se refina del opio afgano. La UNODC estima que 74.000 hectáreas de terrenos han sido destinadas al cultivo de la adormidera en 2002. Cultivos que produjeron 3.422 toneladas de opio. Estamos, pues, volviendo a las cifras récords de la segunda mitad de los noventa.
Señor Costa, ¿qué situación ha encontrado en Afganistán?
ANTONIO MARIA COSTA: El proceso político para crear un Estado central está avanzando bastante bien. Hay algunos sobresaltos, como en cualquier parte del mundo cuando hay que llegar a la elaboración de una Constitución partiendo de cero. Pero el proceso político respeta el calendario establecido en los acuerdos de Bonn, y Karzai controla plenamente la situación. Siguen también los procedimientos para llegar a las elecciones presidenciales en la próxima primavera, aunque les dejo imaginar qué significa preparar las listas electorales en un país en el que la mayoría de los electores son analfabetos. Además, sigue adelante la reorganización del ejército, y las fuerzas de policía están en fase de reestructuración, aunque con recursos mínimos. En el plano administrativo del Estado se notan adelantos, y durante mi último viaje conocí a ministros extremadamente competentes, totalmente distintos a los primeros que conocí hace algunos meses, o incluso a los que estaban en el gobierno inmediatamente después de la caída de los talibanes.
También el nivel de los sistemas de seguridad que me protegían durante los traslados daba señales de haber mejorado.
Pero le habrán confirmado que, desde luego, sigue sin ser un país seguro y apaciguado…
COSTA: Desde luego, este es otro aspecto de la situación. Muchos hechos me han confirmado, incluso en las reuniones con los militares, que se está dando una fuerte penetración terrorista de Al Qaeda, de talibanes y elementos quizá ligados al ex primer ministro Hekmatyar. No se habla de un número grande de combatientes, me han dicho que serán unos cuatro mil talibanes, tres mil afiliados a Al Qaeda y algunos centenares de seguidores de Hekmatyar. Los terroristas entran por la frontera con Pakistán, hacen algunas escaramuzas y retroceden, o bien tratan de afincarse, como hicieron algunos grupos talibanes, en el sur de la capital. Son operaciones casi de prueba, como si quisieran tomar el pulso a una posible reacción militar.
Todo ello hace que la situación sea todavía más precaria, y me he dado cuenta de que reina en los militares gran preocupación, porque además los tres grupos a los que antes aludía, antes se disparaban entre sí, y ahora parecen cooperar, compartir las armas y protegerse. Esto nos lleva a un problema aún más serio, el narcotráfico, que representa un recurso tanto para los señores de la guerra como para los terroristas. A lo largo de la frontera con Pakistán, efectivamente, estos, por la fuerza o prometiendo protección, obligan a los traficantes de opio a darles beneficios.
El presidente Karzai

El presidente Karzai

Ha subrayado usted en algunos informes que, mientras las entradas anuales de la droga afgana rondan los mil doscientos millones de dólares, el presupuesto de la agencia afgana antinarcóticos es dólo de 3 millones de dólares (que nunca se recibieron). ¿Es el narcotráfico un problema demasiado grande para el gobierno de Karzai?
COSTA: El narcotráfico no puede ser sólo un problema de Afganistán. Toda la comunidad internacional ha de hacer más. El presidente Hamid Karzai me ha vuelto a confirmar el compromiso de su gobierno para reforzar el control sobre los narcóticos, arrancar las plantaciones de adormidera y destruir los laboratorios ilegales. Además, en los próximos meses, Karzai firmará la primera ley antidroga del país. Mi viaje a las provincias afganas en donde se produce el opio fue también una oportunidad para estudiar las estrategias más eficaces para contrarrestar la producción. En efecto, si en las cinco provincias (Helmand, Nangarhar, Badakshan, Uruzgan y Kandahar) donde está más difundido el cultivo hemos asistido a una reducción, es preocupante el hecho de que los campos de adormidera se estén extendiendo a otras zonas: Farah, Ghor, Fariab y Samangan, prácticamente a todos los rincones del país.
Si la extensión del cultivo de adormideras aumenta, la cosecha podría disminuir, porque el clima no ha sido muy favorable para el cultivo del opio. Pero el que haya habido una bajada de precios (una buena noticia, porque entra menos dinero en las arcas de los traficantes), hace pensar que sigue habiendo gran cantidad de mercancía por ahí. Además, para aumentar las entradas, el opio se refina hoy en el país de origen, y hay una oleada de heroína barata que está invadiendo Rusia, donde toda la heroína vendida es, de todos modos, de origen afgana. Es un fenómeno que alarma a los rusos, y sobre el que tuve ocasión de discutir con Putin en un reciente viaje.
Pero el problema más dramático en este período , del que he hablado con los militares del “Enduring freedom” y con el Consejo de la OTAN en Afganistán, es que la economía del opio se está convirtiendo cada vez más en algo arraigado en las actitudes y las decisiones de los afganos. Los sabios, los jefes de los poblados con los que me he entrevistado me han dicho que se ven empujados por la pobreza, sin alternativas, que se sienten seducidos por el dinero de los traficantes que compran la cosecha aún antes de que se comience a sembrar, que están obligados por las amenazas de los terroristas. Pero las palabras de algunos de ellos no me gustaron, porque sonaban como un chantaje: «Páguennos y nosotros lo dejamos». Aunque entiendo también que un campesino de un país tan pobre, donde las carreteras están tan desconchabadas que no se puede llevar el producto al mercado, donde no hay corriente eléctrica ni agua potable, ni hospitales ni escuelas, en su miseria haya encontrado un Eldorado cultivando un poco de opio. No olvidemos que un quilo de opio cuesta el equivalente de diez barriles de petróleo, es decir, 350 dólares. Además, la comunidad internacional no ha tratado generosamente a Afganistán, que el año pasado recibió como término medio unos 50-55 dólares por habitante. Muy poco si lo comparamos con Bosnia, donde llegaron 260 dólares por persona.
Para comprender lo que está pasando, ¿podemos delinear las distintas fases del tráfico de droga?
COSTA: El primer nivel de la industria del opio es, naturalmente, el de los campesinos que lo cultivan y sacan algo de dinero vendiéndolo en los bazares. Hemos estimado que el rédito conseguido por los campesinos en 2002 fue de casi 1200 millones de dólares.
Un volumen de negocios nada despreciable…
COSTA: Sí, aunque hemos de considerar que un porcentaje de este dinero lo confiscan los extorsionadores locales, ya sean señores de la guerra o terroristas. Segundo nivel: la mercancía sale de los bazares y se transporta hasta la frontera. El rédito que hemos estimado para los traficantes que transportan la mercancía es de aproximadamente 1.400 millones de dólares. Tercer nivel: los traficantes pagan varios peajes en los puestos de control que atraviesan, a uno y otro lado de la frontera. En esta parte pagan a tropas paramilitares que combatieron contra los talibanes y que ahora controlan las distintas provincias; al otro lado de la frontera pagan a los terroristas que controlan algunas zonas de la frontera de Pakistán.
Aquí está lo más gordo del problema. Los comandantes militares juegan un papel equívoco. Están casi todos implicados en el tráfico desde hace años, aunque esto no quiere decir que sean traficantes. Siempre han tenido el problema de buscar recursos para sus tropas, que son campesinos y soldados en partes iguales, enrolados según los grupos étnicos a que pertenezcan: medio dólar al día por persona para la comida, un mínimo de remuneración, algo para la familia, armas nuevas y cosas por el estilo. Este es un elemento del tráfico que para mí es comprensible, aunque no aceptable. Pero la situación está cambiando. He hablado con comandantes militares con relojes de oro de 200 gramos, he sabido de otros que han comprado propiedades inmuebles en el Golfo Pérsico, en Arabia Saudita, en Irak, en Irán. He conocido a comandantes militares que han comprado cadenas hoteleras y supermercados. Algunos de estos señores de la guerra están convirtiéndose en criminales organizados y lo que yo más temo es que el esfuerzo de Karzai y las Naciones Unidas para que se estabilice este proceso delicado, lento, basado en equilibrios étnicos, quede en agua de borrajas por un proceso mucho más rápido, que puede transformar a Afganistán en un país de cartel, como Medellín.
Durante su viaje, ¿tuvo ocasión de pedir a las fuerzas de la OTAN la intervención en este problema?
COSTA: Desde luego. Es necesario que los militares ralenticen en lo posible este proceso gangrenoso con la prohibición, la demolición de laboratorios, la confiscación, el secuestro, y así sucesivamente. No me dieron ninguna respuesta, pero esto no quiere decir que hayan seguido indiferentes, porque estas son decisiones que se toman en otra parte, a nivel político y en las capitales de los países implicados. Pero sí que he podido advertir en las últimas semanas cierto número de operaciones militares que han detenido a muchos traficantes.
Pero si detener el narcotráfico significaría realmente quitarle carburante al terrorismo, ¿por qué no se invierten más recursos en este intento, en vez de embarcarse en campañas militares dedicadas a cambiar los regímenes de los países llamados “canallas”?
COSTA: El terrorismo internacional es un problema mucho más amplio que el caso Afganistán, aunque no por ello deje de ser una pieza importante. Muchas veces les digo a los americanos: «Ustedes buscan a alguien y no algo». En efecto, este “alguien” se beneficia del “algo”, del tráfico de narcóticos. Pero el Departamento de Defensa estadounidense (aunque los EE UU siguen siendo la nación que más está ayudando a la ONU en Afganistán) siempre ha tenido una actitud muy hostil hacia todo lo que tiene que ver con cualquier compromiso de los militares en la lucha contra “los narcóticos”, quizá porque ya ha tenido experiencias trágicas en la época de la guerra en Vietnam. De todos modos, en los últimos tiempos he notado que el tema está por lo menos en discusión.
En 2001, cuando Afganistán estaba en manos de los talibanes, la producción de opio bajó a mínimos históricos. Eso quiere decir que existe un sistema para detenerla…
COSTA: El problema no es arrancar los cultivos de adormidera, avasallar a los campesinos, sino interrumpir el tráfico del producto acabado. Además hemos de tener en cuenta que hoy tenemos un país donde hay poco gobierno, mientras que con los talibanes había un gobierno totalitario y los campesinos arriesgaban la piel por mucho menos. Además, los talibanes bloquearon sólo el cultivo, dado que había en circulación mucho producto terminado. En aquel período los precios del quilo saltaron de los 35-40 dólares a los 700.
¿Existen intereses económicos y políticos fuera de Afganistán que alimentan el tráfico de droga?
COSTA: No tenemos datos al respecto; pero por lo que se refiere al cultivo, durante mis viajes he descubierto que los campesinos raramente son propietarios de la tierra en que se cultiva el opio. La tierra es del pueblo, del ayuntamiento, o bien, sobre todo en el sur del país, pertenece a personajes equívocos que viven en el extranjero, y que imponen a los campesinos el cultivo de la droga. Muchos de estos propietarios podrían estar implicados en el terrorismo.


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