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IGLESIA
Sacado del n. 09 - 2008

Queda un pueblo humilde y pobre


«Me llamó la atención que esperando al Papa en Francia hubiera todavía un pueblo. Personas que iban solas, no porque alguien las hubiera organizado. Son los pobres, los pequeños del Evangelio». Entrevista al cardenal Godfried Danneels, primado de Bélgica, sobre el Sínodo y otras cuestiones


Entrevista al cardenal Godfried Danneels por Gianni Valente


Godfried Danneels parece serenamente atareado. En su diócesis de Malinas-Bruselas, el cardenal primado de Bélgica sigue trabajando a su ritmo nórdico. En los últimos meses, Benedicto XVI lo ha nombrado en varias ocasiones enviado pontificio para las celebraciones de populares santuarios belgas y franceses. El próximo año su diócesis primada celebrará los 450 años de su fundación. Mientras tanto cumplió 75 años a primeros de junio. La carta de renuncia que los obispos deben enviar al Papa cuando llegan a la edad de la jubilación ya la había echado al buzón unas semanas antes, «porque con el correo italiano no se sabe nunca». Y el 5 de octubre vino a Roma, para participar en el Sínodo de los obispos convocado por el Papa sobre la Palabra de Dios. Es un veterano de las reuniones sinodales: desde 1980 ha participado en todas las asambleas ordinarias de estos “Estados generales” de la catolicidad. Él, se sabe, no es tipo de conciliábulos: «La llamada “política eclesiástica”», dice, «en este momento es realmente poco interesante». El tema, en cambio, que trata el Sínodo lo siente muy suyo.

El cardenal Godfried Danneels

El cardenal Godfried Danneels

Por fin ha podido participar también en el Sínodo sobre la Palabra de Dios.
GODFRIED DANNEELS: Estoy muy contento. En todos los Sínodos, hacia el final de los trabajos, se les pide a los padres sinodales que hagan propuestas para ayudar al papa en la elección del tema del Sínodo siguiente. Me acuerdo de que el cardenal Martini, desde los años ochenta, en los primeros en los que participé junto con él, pedía siempre que se dedicara un Sínodo a la Sagrada Escritura. Por fin, después de más de veinte años, y tras haber tratado todos los otros temas posibles e imaginables, estamos en ello. Me parece muy importante.
Así que también usted esperaba desde hacía tiempo un Sínodo sobre este tema. ¿Nostalgia de la juventud?
DANNEELS: En efecto, en mi vida, el descubrimiento de la Palabra de Dios y de su centralidad en la vida de la Iglesia coincide con el Concilio Vaticano II, y especialmente con la constitución dogmática Dei Verbum, el documento del Concilio sobre la divina Revelación. Un documento conciliar algo olvidado, pero que trata de la cuestión más importante. La que se describe en las primeras líneas, con una cita de la primera Carta del apóstol Juan: «Os anunciamos la vida eterna: que estaba junto al Padre y se nos manifestó. Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros viváis en esta unión nuestra que nos une con el Padre y con su Hijo Jesucristo».
Decía usted que este texto ha sido un poco olvidado.
DANNEELS: Los que hablan del Concilio citan siempre la constitución dogmática Lumen gentium, donde la Iglesia habla de sí misma, o la Gaudium et spes, que trata de las relaciones entre la Iglesia y el mundo. Pero probablemente la Dei Verbum es el documento en el que la reflexión de la Iglesia sobre su propio estatuto y naturaleza es más aguda. La Iglesia es un instrumento. «Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo».
¿Cómo presentar hoy la Biblia? ¿Es el “código” de nuestra civilización, inscrito en nuestro ADN, como algunos dicen?
DANNEELS: Ciertamente la Sagrada Escritura, la Biblia, es también un fenómeno cultural, social y humano muy relevante. Esto es verdad, pero es secundario. No es el corazón, el core business de la Sagrada Escritura. Porque la Biblia, la Sagrada Escritura no es un texto. Es la Palabra viva que fue pronunciada en Jesús y que Dios sigue pronunciado en Jesús. Por tanto es el contacto, el encuentro con una persona que está viva, que sigue estando presente y que se revela actuando. Esto es el proprium de la lectura de la Biblia, también respecto a los textos sagrados de las religiones. No se lee un libro, se oye y se escucha una voz viva.
¿Cómo la definiría usted?
DANNEELS: La Sagrada Escritura es la narración de la historia de Dios con los hombres. Revela qué quiere Dios de los hombres. Y Dios no lo expresa con conceptos, filosofías, pensamientos, sino con hechos. En estos hechos está la revelación de Dios. Este es el método con el que Dios entra en la historia humana con todas las imperfecciones, las aventuras, las tragedias, pero también con lo que hay de bueno en el corazón de los hombres. Es la inmensa humillación de Dios para adaptarse a nosotros. Dios, con Cristo, bajó a la tierra para vivir con nosotros. La Escritura es quizás el lugar donde para todos es posible percibir el misterio de la encarnación del Verbo divino y ponerse ante él con sencillez. Representa su manifestación más sencilla.
Decía san Agustín: «La Escritura viene del Señor. Pero no tiene ningún interés humano, si no se reconoce en ella a Cristo». A veces, en cambio, parece que la lectura de la Sagrada Escritura es de por sí el manantial del comienzo de la fe.
DANNEELS: No es el manantial. Pero el contacto con la Palabra viva y sobre todo predicada puede ser normalmente la ocasión para el inicio de la fe. Allí media algo entre Dios y yo. La Palabra no escrita, pero predicada y confesada. Citando precisamente a Agustín, la Dei Verbum se proponía exponer la doctrina sobre la divina Revelación y su transmisión, «para que todo el mundo con el anuncio de la salvación, oyendo crea, y creyendo espere, y esperando ame».
<I>Cristo en la gloria</I>, vidriera de la Catedral de Chartres, Francia [© Ciric]

Cristo en la gloria, vidriera de la Catedral de Chartres, Francia [© Ciric]

Recientemente usó usted una definición original, cuando dijo durante una homilía que la fe es una «relación afectiva».
DANNEELS: No es una relación en primer lugar cognitiva. Es una relación de enamoramiento, no de conocimiento. También hay conocimiento, porque no se puede amar lo que no se encuentra y no se reconoce. Pero no somos cristianos por las conclusiones de un razonamiento exacto, por una demostración de la verdad. Esto vale también para la Biblia. La finalidad de la Biblia no es ante todo la de dar instrucciones e informaciones, sino la de narrar el continuo recomenzar, el continuo reanudar de la paciencia de Dios para con los ea la Biblia. Sobre este punto los católicos llevamos retraso respecto a los protestantes. Segundo, hay que poder rezar con la Biblia. Leer un pasaje del Evangelio puede equivaler a rezar una oración. También en la Lectio divina hay tres momentos: la lectura, la reflexión y la oración. Es lo que hizo Martini en Milán durante años, en la Catedral de Milán.
La Sagrada Escritura les sugiere también a los cristianos cómo actuar respecto al mundo.
DANNEELS: Me han impactado siempre las imágenes que usó Jesús para indicar el modo de vivir en el mundo de los cristianos. Jesús no habla nunca de algo pétreo e inmóvil, sino de la levadura que hace fermentar la masa casi imperceptiblemente, o de la luz de la lámpara que pasa a través de todas las rendijas de las puertas y ventanas para alumbrar por doquier. Son imágenes familiares y pacíficas. Son todo lo contrario del miedo y la cerrazón, típicos de muchos grupos humanos identitarios. La Palabra de Dios está toda empaquetada en la dulzura, en la ternura, en la humildad. Si no es así, los hombres no la desempaquetan y no descubren la promesa que contiene. La dejan a un lado, cerrada en sí misma.
Esto vale también para la relación con el poder. Durante la misa del Día del Rey que se celebra en Bélgica, sugirió usted como paradigma de la relación entre los cristianos y las autoridades civiles un pasaje tomado de la Sagrada Escritura.
DANNEELS: Leí el fragmento en el que san Pablo hace sus recomendaciones a Timoteo: «Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquilla y apacible con toda piedad y dignidad». Dice Pablo que hay que rezar por todas las autoridades, por las buenas, pero también por las otras. En la misma homilía, cité también lo que Pablo sugiere en la carta a los filipenses: «Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo». No son ideas mías. Son pasajes del Nuevo Testamento. Este es el primer deber de la Iglesia y de los cristianos: orar. Nosotros creemos en el poder de la oración del justo.
En la misma homilía dijo usted cosas no demasiado a la moda sobre la relación entre Iglesia y política.
DANNEELS: Dije que la Iglesia debe tratar de no interferir en la vida política. La organización de la sociedad y de las instituciones pertenece a los políticos. Es algo que no todos aceptan. En algunas naciones se da cada vez más la tendencia de dar lecciones a los políticos. Las autoridades civiles, por supuesto, no siguen siempre la dirección justa. Pero hay quienes piensan que blandiendo con ímpetu la verdad los otros cederán. Y no es eso lo que sucede.
También cuando el Papa estuvo en Francia, había quien se esperaba una “Ratisbona numero dos”…
DANNEELS: Sobre la laicidad…
Un niño a los pies del altar de la capilla de Santa Bernadette, basílica de Nuestra Señora del Rosario, Lourdes, Francia [© Ciric]

Un niño a los pies del altar de la capilla de Santa Bernadette, basílica de Nuestra Señora del Rosario, Lourdes, Francia [© Ciric]

Algunos parecen arraigados al cliché del Papa que “desafía”, que lanza batallas culturales…
DANNEELS: Esto en Francia no hubiera funcionado. El Papa lo sabía, e hizo muy bien. Tampoco el discurso más difícil, el que pronunció en el Collége des Bernardins, fue un manifiesto. Recibió también una ayuda de las autoridades civiles, porque ahora Sarkozy se declara convencido de la utilidad de las religiones, especialmente del catolicismo, para la sociedad y la vida civil. No es un laico “anti”. Como los hay en Francia.
A la Iglesia francesa, y también a la Iglesia belga, se les reprocha a menudo su pasividad ante la secularización. El año que viene se celebrará el jubileo, con motivo de los ciento cincuenta años de la muerte, de Juan María Vianney, el santo cura de Ars, patrono de todos los párrocos. ¿Qué puede sugerir esta santo a la Iglesia de hoy?
DANNEELS: Que dar testimonio de la fe en sí misma es la única arma que tenemos. Es la única que puede vencer. No nos hacen falta construcciones auxiliares. La fe y la Palabra de Dios son suficientemente fuertes en sí mismas para penetrar en los corazones, conquistar la libertad de los hombres que viven en la sociedad. Tenemos poca confianza en la fuerza de la fe y de la Palabra de Dios en sí misma. Nos olvidamos siempre de que nuestra fe, como dice san Pablo, no se basa en discursos persuasivos de sabiduría, sino en la manifestación del Espíritu y de su potencia. No es algo mágico.
¿Qué fue lo que más le llamó la atención de la acogida que recibió el Papa en Francia?
DANNEELS: Que saliera a recibirle el pueblo. Personas que iban por su cuenta, no porque alguien las hubiera organizado. Especialmente en Lourdes. Donde está María, está el pueblo. No había grupos especiales. Había algunos grupos especiales, pero dentro de la multitud de un pueblo.
Quiere decir: cristianos “genéricos”, fieles de a pie, no organizados en siglas…
DANNEELS: El cristianismo será “genérico”, o no será. Pueden surgir grupos especiales, que en un momento determinado subrayan algo, pero la fe se arraiga en el pueblo sencillo que no tiene ideología, no tiene proyectos, estrategias, no tiene nada… simplemente es él mismo. Son los pobres, los pequeños del Evangelio. Y la oración de los pobres es el rosario. También en los conventos de la Edad Media, donde los hermanos seglares no sabían rezar los salmos en latín con los monjes, rezaban ciento cincuenta Avemarías en lugar de los ciento cincuenta salmos. Ya entonces el rosario era como el salterio de los pobres. También Jesús, en el Huerto de los Olivos, oró un poco de la misma manera. «Repitiendo las mismas palabras», dice el Evangelio de Mateo.
Últimamente el Papa le ha enviado como representante pontificio en las celebraciones jubilares de varios santuarios.
DANNEELS: Estuve en Banneux, en el santuario de la Vierge des pauvres, luego en Valenciennes, y fue lo mismo, algo verdaderamente impresionante: cinco mil personas en la misa celebrada al aire libre, el domingo a las nueve de la mañana. Estuve también en Reims por san Remigio, y en Luxemburgo por san Willibrordo. Ha sido un año en que me he visto inmerso en la devoción popular. Con gran alivio. Es el humus fecundo. Todo lo demás en la Iglesia vive sólo si está plantado en este humus. Son las multitudes de las que habla el Evangelio.
Fieles en procesión con las reliquias 
de santa Teresa del Niño Jesús en Lisieux, Francia [© Corbis]

Fieles en procesión con las reliquias de santa Teresa del Niño Jesús en Lisieux, Francia [© Corbis]

La única indicación pastoral que ha dado usted en el boletín de la diócesis, es la de ir en peregrinación a los santuarios marianos, también a los más cercanos. Como obispo, no es usted uno que carga de instrucciones a sus fieles. Hay quienes se lo reprochan.
DANNEELS: Cuando era profesor de Teología, trabajaba en un campo que me exigía sobre todo claridad y rigor metodológico en el trabajo intelectual. Desde que soy obispo, se impone la caridad pastoral. El teólogo tiene el derecho y también el deber de expresar sus propias ideas sobre cualquier tema. Para el obispo es diferente. No es tan importante que exprese su pensamiento teológico con perspicacia intelectual. Como obispo, uno se da cuenta de que en el mundo, lejos de las bibliotecas y de los libros, suceden muchas cosas. Se ven las miserias de los hombres. Se ve la mezcla social y cultural en la que vivimos. Es todo diferente. El teólogo está establecido en un cierto estatus bien definido. El pastor, en cambio, debe vivir una especie de “bilocación”: debe caminar al frente, para guiar a su pueblo. Pero también tiene que estar atrás, cerrando la fila, porque si algún cordero se hace daño, o se rompe una pierna, le toca a él cargarlo sobre sus hombros. Imitando, si es posible, lo que hace Jesús, el único pastor de la grey.
A propósito de obispos, el Concilio quiso valorizar la figura del obispo. A cuarenta años de distancia, algunos ven una especie de rebajamiento, de “homologación” en el episcopado.
DANNEELS: En los últimos Sínodos en los que participé, he visto muchas buenas personas, pero el nivel no es el de los obispos del Concilio. Todos son amables y llenos de buenas intenciones, pero me parece que falta un poco de inteligencia, que nunca está de más. Una inteligencia del corazón.
Lo mismo vale para el modo de establecer los papeles en la Iglesia …
DANNEELS: Para ser más elásticos, habría que retomar la distinción entre poder de orden y de jurisdicción. Hoy estos dos poderes son indisociables. El poder de jurisdicción puede ser confiado sólo a alguien que ha sido ordenado. La teología del Concilio Vaticano II dio aún más fuerza a este nexo. Y, sin embargo, en la Edad Media, las abadesas de los grandes monasterios eran las que concedían a los sacerdotes la jurisdicción para escuchar las confesiones. Quién sabe si hoy se permitiría de nuevo una práctica de este tipo.


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