ITINERARIOS
Sacado del n. 10 - 2008

Las tumbas de los apóstoles

San Pedro


El discípulo que aprendió la humildad


por Lorenzo Bianchi


San Pedro

San Pedro

«En los subterráneos de la Basílica Vaticana están los fundamentos de nuestra fe. La terminación definitiva de las obras y los estudios responde con un clarísimo sí: la tumba del Príncipe de los apóstoles ha sido encontrada». Así daba el anuncio el papa Pío XII, clausurando el Jubileo de 1950, del reconocimiento de la sepultura de Pedro, que por lo demás está atestiguada por una tradición antiquísima y unánime. Al lugar de la sepultura se hace referencia por primera vez en las palabras del presbítero Gayo, en los años del pontificado del papa Ceferino, entre el 198 y el 217: «Yo puedo mostrar los trofeos de los apóstoles [Pedro y Pablo]. Pues si deseas ir al Vaticano o al camino de Ostia, verás los trofeos de aquellos que fundaron esta Iglesia [de Roma]» (en Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica, II, 25, 7). ¿Qué es el “trofeo”? No solo una estructura, como a menudo se ha dicho simplificando, sino, en sentido propio, el cuerpo del mártir: este es, propiamente, el “trofeo de la victoria”. En aquel mismo período, el martirio de Pedro está atestiguado por Tertuliano, que hacia el 200 escribe (cfr. La prescripción de los herejes, 36) que la preeminencia de Roma va ligada al hecho de que tres apóstoles, Pedro, Pablo y Juan, enseñaron en ella y los primeros dos murieron allí mártires. Pero aún antes el martirio está atestiguado por Clemente Romano, en la primera carta a los Corintios (5-6) que puede fecharse en el año 96: «Pongamos ante nuestros ojos a los santos Apóstoles. A Pedro, que, por inicua emulación, hubo de soportar no uno ni dos, sino muchos más trabajos. Y después de dar así su testimonio, marchó al lugar de la gloria que le era debido […] A estos hombres [Pedro y Pablo] que llevaron una conducta de santidad vino a agregarse una gran muchedumbre de escogidos, los cuales, después de sufrir por envida muchos ultrajes y tormentos, se convirtieron entre nosotros en el más hermoso ejemplo». Clemente escribe desde Roma y el contexto mismo de la carta se refiere a hechos acontecidos en Roma: los mártires romanos de la persecución neroniana a los que se refiere el «entre nosotros» de la última frase citada, se asocian a Pedro y Pablo. En efecto, Pedro murió en los jardines de Nerón del Vaticano junto a una gran multitud de cristianos, en la persecución desencadenada por el emperador después del incendio que, comenzado el 19 de julio del 64, destruyó gran parte de Roma. Precisamente al año 64, según los estudios más recientes y aceptados, es el año del martirio de Pedro, que, en cambio, la tradición que deriva de Jerónimo fecha en el 67 junto al de Pablo (a partir de esta última tradición se desarrollan en la antigüedad también las tradiciones de la reclusión de los dos apóstoles en la Cárcel Mamertina, y de su último encuentro, antes del martirio, en la Vía Ostiense, justo a la salida de la ciudad). El martirio de los primeros cristianos de Roma nos ha llegado descrito en las palabras del historiador romano Tácito: «Así pues, se empezó a detener a los que confesaban abiertamente aquella creencia [en la resurrección de Cristo]; luego, tras la denuncia de éstos, fue arrestada una gran multitud, no tanto con la acusación de haber provocado el incendio, sino por el odio que albergaban contra el género humano. Su ejecución fue acompañada de escarnios, y así unos, cubiertos de pieles de animales, eran desgarrados por los dientes de los perros; otros, clavados en cruces, eran quemados al caer el día a guisa de luminarias nocturnas. Para este espectáculo, Nerón había cedido sus propios jardines y celebró unos juegos en el circo, mezclado entre la plebe en atuendo de auriga o guiando él mismo su carro. De ahí que, aun castigando a culpables y merecedores de aquellos originales suplicios, provocaba un sentimiento de piedad, pues se tenía la impresión de que no se les eliminaba por el bien común, sino para satisfacer la crueldad de uno solo» (Annales, XV, 44, 4-5).
El emperador Constantino, en el segundo decenio del siglo IV, incluyó la sepultura de Pedro (una tumba en la tierra, excavada en el circo que marcaba el límite septentrional de los jardines de Nerón) dentro de un monumento de fábrica y posteriormente, hacia el 320, edificó alrededor de éste una basílica. Para ello no aprovechó, como hubiera sido más obvio y más seguro para la solidez de la nueva construcción, el espacio llano entre el Janículo y el Vaticano, donde había estado el circo, sino que con un grandioso trabajo de ingeniería realizó una vasta plataforma artificial, por un lado cortando la ladera de la colina Vaticana, por el otro enterrando y utilizando como cimientos las estructuras de una necrópolis que se había desarrollado a lo largo del lado septentrional del circo entre los siglos I y IV. Quería, en efecto, que el centro neurálgico de la basílica, en la intersección entre la nave central y el transepto, fuera precisamente el monumento que contenía la sepultura del apóstol. Por este motivo tampoco el eje del edificio constantiniano tiene en cuenta, como hubiera sido más fácil, el de la necrópolis y el circo; corre aproximadamente en la misma dirección pero se aleja, aunque sea por poco, porque está determinado con absoluta certeza por la orientación de la memoria petrina. Desde entonces, el sepulcro del apóstol es, además del punto de atracción, también el centro exacto de todo lo que durante los siglos se ha desarrollado a su alrededor, desde las sepulturas de los primeros fieles cristianos hasta las instalaciones para los peregrinos en la primera Edad Media, o desde las calles y las murallas de la civitas Leoniana edificadas después del saqueo de los sarracenos del 846, hasta el moderno barrio de Borgo. También la construcción de la nueva Basílica, fundada por el papa Julio II el 18 de abril de 1506, pese a haber comportado la demolición de la constantiniana y de sus añadidos medievales, respetó sin embargo rigurosamente la centralidad del sepulcro de Pedro: el actual altar mayor, que se remonta al papa Clemente VIII (1594), se encuentra exactamente encima del medieval del papa Calixto II (1123), que a su vez engloba el primer altar del papa Gregorio Magno (h. 590), construido sobre el monumento constantiniano que guarda la tumba de Pedro. Y la cima de la cúpula de Miguel Ángel se encuentra exactamente sobre ella en perpendicular.
La Basílica de San Pedro 
en el Vaticano vista desde un extremo de la colina 
del Janículo,
en la antigüedad incluida en los jardines de Nerón, donde tuvo lugar el martirio de los cristianos de Roma tras el incendio que estalló el 19 de julio  del 64

La Basílica de San Pedro en el Vaticano vista desde un extremo de la colina del Janículo, en la antigüedad incluida en los jardines de Nerón, donde tuvo lugar el martirio de los cristianos de Roma tras el incendio que estalló el 19 de julio del 64

Entre 1939 y 1949, por voluntad de Pío XII, cuatro estudiosos de arqueología, arquitectura e historia del arte –Bruno Maria Apollonj Ghetti, el padre Antonio Ferrua sj, Enrico Josi, el padre Engelbert Kirschbaum sj– llevaron a cabo, bajo la dirección de monseñor Ludwig Kass, secretario de la Reverenda Fábrica de San Pedro, una excavación arqueológica debajo del altar mayor de la Basílica Vaticana. Al principio se encontró el monumento de Constantino, un paralelepípedo de unos tres metros de altura, forrado de mármol pavonazzetto o brocatel. El lado anterior de este monumento tenía una apertura que corresponde al actual Nicho de los Palios, en las Grutas Vaticanas; el posterior, sacado parcialmente a la luz, es visible todavía detrás del altar de la Capilla Clementina. Excavando a lo largo de los lados del monumento constantiniano, debajo de éste se encontró la tumba de Pedro. Apareció una pequeña hornacina formada por una losa sostenida por dos pequeñas columnas de mármol, apoyada contra una pared con revoque rojo (el llamado “muro rojo”) en correspondencia de un nicho; en el suelo, delante del nicho, debajo de la tapa, una tumba en la tierra. La hornacina, que se puede fechar en el siglo II, fue identificada inmediatamente con el “trofeo de Gayo”. Pero la tumba que se había encontrado estaba vacía.
Pío XII, como se recordaba más arriba, dio el anuncio del hallazgo. Un tiempo después de finalizar las excavaciones y la publicación de sus resultados, comenzó la segunda fase de las investigaciones. El monumento constantiniano había englobado también otra estructura junto a la hornacina, una pequeña pared perpendicular al “muro rojo”. Esta pared fue denominada “muro g”, es decir, pared de los grafitos, e;n posterior de la arqueóloga Margherita Guarducci, se había vaciado de gran parte del material que contenía, hasta el punto de que el día siguiente del descubrimiento uno de los excavadores, el padre Antonio Ferrua llegó a verlo vacío. Lo cierto es que, como se supo varios años después de la terminación de las excavaciones y publicación de los resultados, de allí procedía un importantísimo documento epigráfico, un pequeñísimo fragmento que medía 3,2 x 5,8 cm, de cal roja, caído del “muro rojo” contiguo, que llevaba grabado una inscripción en griego, “PETR (Oc) ENI”, es decir, “Pedro está aquí”, como interpretó Guarducci. Sus estudios, realizados entre 1952 y 1965, llevaron a descifrar los grafitos del “muro g” (el que contenía el nicho), que resultaron ser numerosísimas invocaciones a Cristo, María y Pedro, superpuestas y combinadas juntas. Y también llevaron, tras complejas y articuladas investigaciones realizadas con rigor científico, al reconocimiento de lo que contenía el nicho, es decir, las reliquias de Pedro, que fueron trasladadas allí antes de las obras de Constantino, desde la tumba inferior excavada en la tierra. Encontradas en una caja en los locales de las Grutas Vaticanas, donde las había colocado quien años antes las sacara del nicho, las reliquias, después de ser analizadas, resultaron ser de un solo hombre, de cuerpo robusto, muerto en edad avanzada. Tenían incrustaciones de tierra y mostraban señales de haber estado envueltas en un paño de lana de color púrpura y tejido de oro; representaban fragmentos de todos los huesos del cuerpo excluidos los fragmentos de los de los pies. Este detalle es realmente singular y no puede dejar de recordar la circunstancia (y los resultados sobre el cuerpo, es decir, la separación de los pies) de la crucifixión inverso capite (cabeza abajo), atestiguada por una antigua tradición para expresar la humildad de Pedro. Esta circunstancia responde perfectamente a lo que es bien conocido históricamente: la costumbre romana de hacer espectáculo, para satisfacer al pueblo, de las ejecuciones capitales de los condenados a muerte. Los cadáveres, privados del derecho de sepultura, se dejaban en el lugar del suplicio. Es lo que pasó con Pedro, ejecutado junto a otros muchos y enterrado en la humilde tierra –probablemente de prisa, lo más cerca que fue posible– cuando pudieron recuperar el cuerpo.
La crucifixión <I>inverso capite</I> de Pedro, entre las colinas del Janículo y del Vaticano, Sancta Sanctorum, 
1277-1280 circa, Roma

La crucifixión inverso capite de Pedro, entre las colinas del Janículo y del Vaticano, Sancta Sanctorum, 1277-1280 circa, Roma

Las reliquias identificadas por Margherita Guarducci con las de Pedro fueron reconocidas como tales por el papa Pablo VI, que el 26 de junio de 1968, remitiéndose a las palabras pronunciadas en 1950 por el papa Pío XII, dio el anuncio durante la audiencia pública en la Basílica Vaticana: « Nuevas indagaciones llenas de agudeza y paciencia se llevaron posteriormente a cabo con el resultado de que nos, confortados por el juicio de personas valiosas, competentes y prudentes, creemos positivo: se han identificado las reliquias de san Pedro de una forma que podemos considerar convincente, y alabamos por ello a quienes han realizado este atentísimo estudio y este largo y gran esfuerzo. No se han agotado con esto las investigaciones, las verificaciones, las discusiones y las polémicas. Pero por nuestra parte nos parece justo, en el estado presente de las conclusiones arqueológicas y científicas, daros a vosotros y a la Iglesia este feliz anuncio, obligados como estamos a honrar las sagradas reliquias, sustentadas por una seria prueba de su autenticidad […] y, en el caso presente, tanto más diligentes y exultantes debemos ser nosotros, cuanto que tenemos razones para considerar que han sido hallados los pocos pero sacrosantos restos mortales del Príncipe de los Apóstoles». El día siguiente las reliquias se volvieron a colocar dentro del nicho del “muro g” (a excepción de nueve fragmentos que pidió el Papa y que se conservan en su capilla privada), y desde hace pocos años pueden ser vistas nuevamente por los fieles.
En relación a los lugares de Pedro en Roma, conviene señalar también el epígrafe del papa Dámaso (366-384) en la Memoria Apostolorum de la Vía Appia ad catacumbas (hoy Basílica de San Sebastián), donde se lee: «Quienquiera que seas y busques los nombres conjuntos de Pedro y de Pablo, que sepas que estos santos reposaron aquí (habitasse) un tiempo». Partiendo de este texto, y de la presencia en las catacumbas de numerosas inscripciones de invocación conjunta a Pedro y Pablo, se ha avanzado la hipótesis de que se trasladaron temporalmente las reliquias de los dos fundadores de la Iglesia de Roma a este lugar en el período de la persecución iniciada por el emperador Valeriano (258): pero esto es solo una hipótesis de estudio.
En fin, hay que recordar también que, dentro de las investigaciones llevadas a cabo por Guarducci, se realizó un reconocimiento de las reliquias atribuidas por una tradición medieval a la cabeza de Pedro, presentes desde el siglo VIII en el Sancta Sanctorum y trasladadas desde allí por el papa Urbano V, el 16 de abril de 1369, a uno de los dos bustos que hay dentro del ciborio de la Basílica lateranense, donde actualmente están. Los resultados de este reconocimiento, sin embargo, no han invalidado de ningún modo la validez del reconocimiento de las reliquias de Pedro bajo la Basílica Vaticana.


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