Las tumbas de los apóstoles
San Pedro
El discípulo que aprendió la humildad
por Lorenzo Bianchi
San Pedro
El emperador Constantino, en el segundo decenio del siglo IV, incluyó la sepultura de Pedro (una tumba en la tierra, excavada en el circo que marcaba el límite septentrional de los jardines de Nerón) dentro de un monumento de fábrica y posteriormente, hacia el 320, edificó alrededor de éste una basílica. Para ello no aprovechó, como hubiera sido más obvio y más seguro para la solidez de la nueva construcción, el espacio llano entre el Janículo y el Vaticano, donde había estado el circo, sino que con un grandioso trabajo de ingeniería realizó una vasta plataforma artificial, por un lado cortando la ladera de la colina Vaticana, por el otro enterrando y utilizando como cimientos las estructuras de una necrópolis que se había desarrollado a lo largo del lado septentrional del circo entre los siglos I y IV. Quería, en efecto, que el centro neurálgico de la basílica, en la intersección entre la nave central y el transepto, fuera precisamente el monumento que contenía la sepultura del apóstol. Por este motivo tampoco el eje del edificio constantiniano tiene en cuenta, como hubiera sido más fácil, el de la necrópolis y el circo; corre aproximadamente en la misma dirección pero se aleja, aunque sea por poco, porque está determinado con absoluta certeza por la orientación de la memoria petrina. Desde entonces, el sepulcro del apóstol es, además del punto de atracción, también el centro exacto de todo lo que durante los siglos se ha desarrollado a su alrededor, desde las sepulturas de los primeros fieles cristianos hasta las instalaciones para los peregrinos en la primera Edad Media, o desde las calles y las murallas de la civitas Leoniana edificadas después del saqueo de los sarracenos del 846, hasta el moderno barrio de Borgo. También la construcción de la nueva Basílica, fundada por el papa Julio II el 18 de abril de 1506, pese a haber comportado la demolición de la constantiniana y de sus añadidos medievales, respetó sin embargo rigurosamente la centralidad del sepulcro de Pedro: el actual altar mayor, que se remonta al papa Clemente VIII (1594), se encuentra exactamente encima del medieval del papa Calixto II (1123), que a su vez engloba el primer altar del papa Gregorio Magno (h. 590), construido sobre el monumento constantiniano que guarda la tumba de Pedro. Y la cima de la cúpula de Miguel Ángel se encuentra exactamente sobre ella en perpendicular.
La Basílica de San Pedro en el Vaticano vista desde un extremo de la colina del Janículo, en la antigüedad incluida en los jardines de Nerón, donde tuvo lugar el martirio de los cristianos de Roma tras el incendio que estalló el 19 de julio del 64
Pío XII, como se recordaba más arriba, dio el anuncio del hallazgo. Un tiempo después de finalizar las excavaciones y la publicación de sus resultados, comenzó la segunda fase de las investigaciones. El monumento constantiniano había englobado también otra estructura junto a la hornacina, una pequeña pared perpendicular al “muro rojo”. Esta pared fue denominada “muro g”, es decir, pared de los grafitos, e;n posterior de la arqueóloga Margherita Guarducci, se había vaciado de gran parte del material que contenía, hasta el punto de que el día siguiente del descubrimiento uno de los excavadores, el padre Antonio Ferrua llegó a verlo vacío. Lo cierto es que, como se supo varios años después de la terminación de las excavaciones y publicación de los resultados, de allí procedía un importantísimo documento epigráfico, un pequeñísimo fragmento que medía 3,2 x 5,8 cm, de cal roja, caído del “muro rojo” contiguo, que llevaba grabado una inscripción en griego, “PETR (Oc) ENI”, es decir, “Pedro está aquí”, como interpretó Guarducci. Sus estudios, realizados entre 1952 y 1965, llevaron a descifrar los grafitos del “muro g” (el que contenía el nicho), que resultaron ser numerosísimas invocaciones a Cristo, María y Pedro, superpuestas y combinadas juntas. Y también llevaron, tras complejas y articuladas investigaciones realizadas con rigor científico, al reconocimiento de lo que contenía el nicho, es decir, las reliquias de Pedro, que fueron trasladadas allí antes de las obras de Constantino, desde la tumba inferior excavada en la tierra. Encontradas en una caja en los locales de las Grutas Vaticanas, donde las había colocado quien años antes las sacara del nicho, las reliquias, después de ser analizadas, resultaron ser de un solo hombre, de cuerpo robusto, muerto en edad avanzada. Tenían incrustaciones de tierra y mostraban señales de haber estado envueltas en un paño de lana de color púrpura y tejido de oro; representaban fragmentos de todos los huesos del cuerpo excluidos los fragmentos de los de los pies. Este detalle es realmente singular y no puede dejar de recordar la circunstancia (y los resultados sobre el cuerpo, es decir, la separación de los pies) de la crucifixión inverso capite (cabeza abajo), atestiguada por una antigua tradición para expresar la humildad de Pedro. Esta circunstancia responde perfectamente a lo que es bien conocido históricamente: la costumbre romana de hacer espectáculo, para satisfacer al pueblo, de las ejecuciones capitales de los condenados a muerte. Los cadáveres, privados del derecho de sepultura, se dejaban en el lugar del suplicio. Es lo que pasó con Pedro, ejecutado junto a otros muchos y enterrado en la humilde tierra –probablemente de prisa, lo más cerca que fue posible– cuando pudieron recuperar el cuerpo.
La crucifixión inverso capite de Pedro, entre las colinas del Janículo y del Vaticano, Sancta Sanctorum, 1277-1280 circa, Roma
En relación a los lugares de Pedro en Roma, conviene señalar también el epígrafe del papa Dámaso (366-384) en la Memoria Apostolorum de la Vía Appia ad catacumbas (hoy Basílica de San Sebastián), donde se lee: «Quienquiera que seas y busques los nombres conjuntos de Pedro y de Pablo, que sepas que estos santos reposaron aquí (habitasse) un tiempo». Partiendo de este texto, y de la presencia en las catacumbas de numerosas inscripciones de invocación conjunta a Pedro y Pablo, se ha avanzado la hipótesis de que se trasladaron temporalmente las reliquias de los dos fundadores de la Iglesia de Roma a este lugar en el período de la persecución iniciada por el emperador Valeriano (258): pero esto es solo una hipótesis de estudio.
En fin, hay que recordar también que, dentro de las investigaciones llevadas a cabo por Guarducci, se realizó un reconocimiento de las reliquias atribuidas por una tradición medieval a la cabeza de Pedro, presentes desde el siglo VIII en el Sancta Sanctorum y trasladadas desde allí por el papa Urbano V, el 16 de abril de 1369, a uno de los dos bustos que hay dentro del ciborio de la Basílica lateranense, donde actualmente están. Los resultados de este reconocimiento, sin embargo, no han invalidado de ningún modo la validez del reconocimiento de las reliquias de Pedro bajo la Basílica Vaticana.