Un testimonio del vicario apostólico de Arabia
La Natividad de Jesús en las tierras del islam
El obispo vicario apostólico de Arabia nos cuenta cómo los muchos fieles esperan y celebran el nacimiento del Señor
por Paul Hinder
La misa de Navidad en la iglesia de San José de Abu Dhabi, Emiratos Árabes Unidos [© Fabio Proverbio]
Sin embargo, el relato del nacimiento de Jesús encuentra su lugar en estos “campos” de trabajadores, más que en los edificios de lujo. ¿Acaso no fueron los campamentos de pastores el lugar de la primera revelación de la encarnación del Verbo de Dios? Las canciones y las melodías de Navidad en los centros comerciales no hacen que el Hijo de Dios se aparezca en medio de nosotros. Él se aparece más bien en esos grupos de oración que se forman espontáneamente entre los trabajadores, los cuales rezan juntos en lugares pobres. Estuve recientemente en una de estas residencias y he visto trabajadores muy sencillos que en grupos de seis viven en una habitación y que me han contado con los ojos llenos de alegría y con orgullo cómo acogen al Señor en la sencilla oración de sus grupos. Los más afortunados disponen quizá de un medio de transporte y pueden ir a la misa del gallo o a la del día de Navidad. Son miles y miles los que celebran con alegría y sencillez la Natividad del Señor, no sólo en Abu Dhabi y en Dubai, sino en muchos otros lugares de la Península. Durante estos días los terrenos de las parroquias se convierten en amplios salones abiertos a todos los fieles. Están también las personas que durante el año no tienen ni un día libre y no pueden ir por tanto a misa. Parece que por Navidad muchos amos (y amas) conceden a sus empleados por lo menos unas horas de libertad. Esta es la gente que abarrota las plazas ante las iglesias y las salas de las parroquias, donde pueden reunirse y comer algo juntos. Quienquiera que se acerque a estas comunidades, que de alguna manera son como la de los pastores de Belén, puede decir: «Hoy ha nacido un Salvador, que es el Cristo Señor». En Dubai, en Abu Dhabi, en Mascate, en Doha, en Bahrein, en Sana’a y en muchos otros lugares se realiza lo que San Pablo escribe a Tito: «Se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres».
Es verdad que aquí no hay árbol de Navidad (excepto el horrible sucedáneo de plástico) ni hermosas tradiciones navideñas, pero hay algo más profundo que merece la pena descubrir. Hay esa fe en el Hijo de Dios que no hace caso de los ricos ni de los pobres, de los poderoso ni de los débiles, sino de cada persona que pone su confianza incondicional en Él. De vez en cuando me conmuevo al ver a filipinos, indios, pakistaníes o árabes de los países de Levante arrodillarse ante el Niño Jesús en el pesebre y besarle los pies. Es el gesto que responde al canto de Navidad: «¡Venid, adoremos!». ¿No es acaso Él quien en la cruz ha quitado el pecado del mundo? ¿No son acaso ellos a quienes se les ha prometido el Reino? Hemos de aprender de nuevo de los pobres y de los que no tienen ningún poder qué quiere decir: ¡Dios se ha hecho hombre, uno como nosotros, por siempre!